Un restaurante en un antiguo vagón de subte

febrero 14, 2018 · Imprimir este artículo

Así es el restaurante que abre Margarita Barrientos en un antiguo vagón de subte

El coche donado por el gobierno de la Ciudad es de 1913 y volverá a brillar cuando inaugure el lugar el 19 de febrero
El coche donado por el gobierno de la Ciudad es de 1913 y volverá a brillar cuando inaugure el lugar el 19 de febrero.
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La consigna es tan curiosa como atractiva: visitar el viejo vagón de subte que Margarita Barrientos convertirá, en pocos días, en un buffet abierto a todo público. Según se anticipa, el flamante restó generará empleo sostenible y la posibilidad de visibilizar aún más a la Fundación que lleva su nombre y brinda desde la alimentación diaria hasta atención médica y escolaridad a cientos de vecinos.

argentina«Nosotros pedimos el vagón a través de notas y la ciudad lo donó. Allí prepararemos comidas para turistas y se enseñará a cocinar. Algunos chefs profesionales ya se han ofrecido para venir a dar clases. La idea es que tenga una utilidad para el barrio y que sea un emprendimiento sustentable para la misma gente que trabajará ahí», adelanta la dirigente social Margarita Barrientos en la charla telefónica previa al encuentro personal, con su habitual voz pausada que genera placidez en el interlocutor. El coche La Brugeoise, una de las famosas «Brujas» fabricadas en Bélgica, fue donado a partir de la gestión que se concretó desde el Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el ministro Franco Moccia al frente.

El coche de la línea A está listo para recibir comensales

Un vagón devenido en restaurante en medio del comedor Los Piletones es una idea que, a priori, genera atracción. Si bien es sabido que buena parte del material rodante en desuso de la Línea A, la primera que circuló en Buenos Aires, y en Sudamérica, es destinada a diversos emprendimientos, la propuesta no deja de ser extravagante y merece ser testeada en persona.

Sur, paredón y después

Los rasgos de la Buenos Aires más conocida comienzan a desdibujarse. A fundirse con una geografía diferente. Atrás quedó el barrio de Flores. En pocas cuadras la foto muta en otra. Lejos de la postal. Más real. La monumental torre mirador del fallido parque de diversiones Interama se agiganta aún más con la cercanía. Estamos en el sur profundo. Y si bien es cierto que es una zona en proceso de transformación a partir de, entre otras iniciativas, la construcción de la Villa Olímpica, aún es un rincón signado por las postergaciones y las necesidades urgentes.

Algunas calles se cortan ante importantes hectáreas de tierras despobladas que se atraviesan, paradójicamente en una ciudad que cuenta con barrios con una densidad poblacional altísima. Por momentos hasta se percibe cierta idiosincrasia rural al bordear esos extensos pastizales. Pero es la misma Buenos Aires. ¿O quizás otra?

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A un lado, la parte más humilde de Villa Soldati. En las márgenes, las vías del Premetro, acaso la mayor expresión viva del añorado tranvía porteño; autopistas que surcan el perímetro; y construcciones en altura, similares a las que se naturalizaron en el paisaje de la zona de Retiro. En la orilla opuesta, Los Piletones, próximo a convertirse en un barrio formal que ya cuenta, en algunas manzanas, con asfalto, iluminación pública de LED y denominación de calles con su correspondiente señalética. Todo huele a nuevo.

La calle Plumerillo vincula Soldati con Los Piletones. Es tan angosta que recuerda a la famosa inmortalizada por el folclore. No hay lugar para que se crucen dos automóviles. De a uno por vez. A su paso, los peatones deben esquivarlos. Acera y vía pública se amalgaman en unidad. Con solo decir su nombre, la indicación llega precisa: «Allá es, en aquel portón». Todos conocen el comedor fundado por Margarita Barrientos, orgullo del barrio. Y aunque los lugareños están acostumbrados a las visitas que se acercan a ese lugar referencial, las miradas se suceden. Somos forasteros. Como en un pueblo, los ojos siguen el paso de nuestro coche tratando de descifrar quiénes somos los que, seguramente, llegamos por primera vez.

Sobre rieles

A doscientos metros de la sede principal del comedor Los Piletones, cuyo paredón central está intervenido con la obra del artista plástico Milo Lockett, algo descoloca el paisaje. Una yuxtaposición exótica. Digno de una instalación de Ai Weiwei o una provocación surrealista de René Magritte. En el ingreso al nuevo barrio y pegado a la huerta de hidroponía, un impecable vagón La Brugeoise descansa plácido sobre sus rieles, como recuperándose del trajín de cien años de traqueteo por debajo de la Avenida Rivadavia y preparándose para su nuevo rol: albergar el nuevo restó y buffet que inaugurará la Fundación Margarita Barrientos el próximo 19 de febrero.

El coche que, desde 1913, ha prestado servicios para la Línea A de Subterráneos de Buenos Aires, luce todo su esplendor gracias a un minucioso trabajo de restauración a cargo de Salto-Diseño en Acción, con los especialistas Gustavo Yankelevich, homónimo del consagrado productor, y Máximo Ferraro a la cabeza.

Al ver el vagón, que conserva el tradicional azul oscuro y la línea amarilla que lo rodea como un cinto, es inevitable pensar en las historias que seguramente albergó durante un siglo de idas y vueltas desde la Plaza de Mayo hacia el oeste de la ciudad, primero terminando su travesía en Plaza Miserere, luego en Primera Junta, y finalmente en Flores. Personalidades como el Dr. Arturo Illia, en ejercicio de sus funciones como presidente de la Nación, o el entonces cardenal Jorge Bergoglio, han vivenciado ese recorrido fundacional en el transporte bajo tierra de la ciudad. Por qué no fantasear con que lo hicieron en ese mismo coche que se convirtió en la nueva estrella de Los Piletones.

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A Margarita Barrientos, la curiosa iniciativa le llegó de parte de Ezequiel Eguía Seguí, director ejecutivo de la Fundación y uno de sus colaboradores más estrechos, quien, además, es responsable de la huerta hidropónica La Tomasa de la Quinta que provee de productos sustentables al comedor. «A él se le ocurrió pedir el vagón para utilizar allí lo que se produce en la huerta y en nuestra cocina. Ezequiel es una personita maravillosa», explica Barrientos. La huerta hidropónica no se sostiene con tierra sino en agua y fertilizantes. Allí se produce tomate, lechuga, y acelga, entre otras verduras que llegan a la mesa del comedor sin conservantes artificiales. Esos vegetales serán los que degustarán los comensales que lleguen al restó que se llamará igual que la huerta y que ya luce su flamante nombre en uno de los laterales del vagón.

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«Haremos un horno de barro y una parrilla. Y se servirán comidas calientes y auténticas de nuestras provincias, por eso vendrán chefs que capacitarán a la gente para cocinar. Pero también haremos lo que nosotros sabemos hacer: empanadas, tortillas, pan casero, humita. Acá hay mucha gente de Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy que tiene ganas de cocinar, y muchos que quieren probar lo que se come en el Norte de nuestra patria», explica Margarita, una mujer que con su convicción convence hasta al más incrédulo. Esa fe en su propio proyecto es, indudablemente, una de las claves de la realización de sus múltiples iniciativas y de una Fundación que, como el coqueto La Brugeoise, camina sobre rieles.

El buffet estará abierto a todo público y se espera una gran concurrencia de turistas a partir de la realización de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018 en la vecina Villa Olímpica que se está levantando en lo que era el predio del Parque de la Ciudad, aquel ilusorio Disney porteño que jamás terminó de afianzarse y siempre estuvo signado por la corrupción, la desidia y las pérdidas millonarias. Desde Los Piletones, aún se puede observar el esqueleto de alguna montaña rusa como un fantasma del fracaso.

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«Inauguraremos el 19 de febrero con una merienda con la presencia del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien es el padrino de la Fundación. No muchos quieren ser padrinos porque esto es muy grande y hay una gran responsabilidad detrás. Él nos ayudó mucho en varias ideas que habíamos proyectados, así que no le voy a perder la pisada», dice entre risas la mujer de Añatuya acostumbrada a golpear puertas. El vagón yace a pocos metros de las lagunas que le dieron nombre al barrio. Varios colaboradores van y vienen desafiando el sol tórrido para poner el sector a punto.

A pesar de la pesada carga de responsabilidades que le genera la Fundación, que también cuenta con una sede en Añatuya, Santiago del Estero, a Margarita Barrientos no se la percibe abrumada. «Como buena santiagueña, soy muy tranquila, pero no me gusta dormir la siesta. Solo me pongo nerviosa cuando las cosas no funcionan porque me gusta que todo funcione a la perfección. Mis hijos se enojan porque me dicen que todo tiene un tiempo de espera. Pero a mí me pone mal la espera». La instalación del antiguo coche de la Línea A demandó, desde la gestión inicial, un trabajo de seis meses que seguramente para Margarita significaron eternos.

Luego de la visita al vagón, el regreso hasta la sede del comedor implica que salude a mucha gente. Las vecinas le dan un beso, los chicos le gritan su nombre y varios colaboradores la consultan por las más diversas cuestiones.

Margarita trata de usted. Respeto y timidez al mismo tiempo. Se despide. Es hora de continuar atendiendo las demandas de su obra. Su cabeza está repartida en decenas de temas que la ocupan día a día. Trabajar es un verbo al que recurre una y otra vez. Conjugación esperanzada para alguien que luchó por romper su destino carente de todo. Y hoy lo hace para cambiarle la vida a los que la rodean. Devolverle la dignidad que comienza con un plato de comida. Pero va mucho más allá. «Me gustaría que la gente pueda elegir lo que quiera comer y no yo elegir por ellos.», dice a modo de conclusión. Su obra le genera orgullo, pero sabe que mejor sería que no fuese necesaria.

El restó montado en el vagón de la Línea A espera a unos metros la llegada de los visitantes que, en pocos días, tendrán la posibilidad de colaborar con la Fundación Margarita Barrientos y conocer de cerca lo que se hace en este sector de la ciudad tan cercano y tan alejado al mismo tiempo. Será ese vagón, metáfora de tantos viajes realizados, una excusa para acercar a los que quieran descubrir esta otra ciudad, dentro del Buenos Aires querido que, a veces, se nutre de una mirada parcial, sesgada y con injustas omisiones.

La Tomasa de la Quinta

Máximo Ferraro, Margarita Barrientos, Ezequiel Eguía Seguí y Gustavo Yankelevich
Máximo Ferraro, Margarita Barrientos, Ezequiel Eguía Seguí y Gustavo Yankelevich.
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«Con el firme objetivo transformador que el diseño sea una plataforma para mostrar diferentes realidades y asistir a las necesidades presentes de todas las personas». Casi a modo de estatuto fundacional, así se presenta Salto-diseño en acción, proyecto creado por Gustavo Yankelevich y Máximo Ferraro, responsables del Estudio Modo Casa. «La idea de Salto es transformar los espacios a través del diseño», explica Yankelevich.

A veces considerado como algo banal o exclusivo de sectores sociales acomodados, el diseño, sin embargo, es un verdadero arte que interviene lugares y le aporta un valor agregado a la identidad patrimonial. Con la colaboración de varias empresas que donaron materiales, Yakelevich y Ferraro inauguraron las tareas de Salto trabajando sobre el vagón de subte que se transformará en el coqueto buffet de Los Piletones. Fue a través de la iniciativa de Ezequiel Eguía Seguí, director ejecutivo de la Fundación Margarita Barrientos, que los diseñadores tomaron contacto con el singular espacio, y con la mediación del Grupo Mass que se encarga de la comunicación de Salto. «Buscamos que sea una experiencia transformadora al concebir el diseño no solo como un espacio de consumo. Hay que traspasar ese estadío. La idea es, también, dejar una obra de diseño que perdure. Con el vagón materializamos una idea en torno a atravesar barreras, siendo coherentes con el nombre de nuestro emprendimiento», finaliza Yankelevich.

Salto se encargó de armar la mesa central y las que se ubican entre los asientos, además de la intervención artística en el techo del coche con plantas que le dan vida a esa superficie. Por otra parte, organizó el entorno con decks que albergarán sombrillas para que la gente también pueda comer «en el andén». Los La Brugeoise son verdaderas joyas de diseño. Quienes haya viajado en la Línea A no olvidarán las tulipas de luces, los espejos y los asientos con varillas de madera. Reflejo de otros tiempos, cada coche es una verdadera exquisitez. Con aire acondicionado y una barra diseñada especialmente por Salto, el vagón cobrará una nueva vida, pero no perderá su elegancia.

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Fuente: La Nación, 09/02/18.


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