Venezuela, un país en ruinas

agosto 12, 2016 · Imprimir este artículo

Venezuela, democracia en ruinas y echada a su suerte

Por Dante Caputo.

Horacio Cardo

Ilustración de Horacio Cardo.

VenezuelaVenezuela inició este siglo proclamando su misión de vanguardia del socialismo del siglo XXI. En 1999, Hugo Chávez llegó al gobierno legitimado por el voto democrático y con el poder que le daba la esperanza de sus conciudadanos de ver el final de sus penurias. El chavismo contó con un enorme poder y con una era de bonanza extraordinaria. Poder y recursos, las dos llaves para avanzar hacia los objetivos mayores de un proyecto socialista: crear bienestar para las mayorías sociales y reducir las injusticias sociales. Cuando ese proyecto se torna real, se produce un hecho excepcional en la vida política: las mayorías sociales también son mayorías políticas.

Dieciséis años más tarde, la gran ilusión se transformó en un gran fracaso con una sociedad sufriente, con el estado de derecho arrasado y la dolorosa derrota de no haber sabido cambiar el destino de su nación cuando estaban dadas las condiciones para hacerlo. El socialismo del siglo XXI se transformó en el populismo de siempre, que no es más que impostura de un gobierno popular y estafa social.

Los gobiernos populares tratan de lograr el bienestar de las mayorías sociales. Pero lejos de ser efímero o fugaz, el bienestar debe ser perdurable, ampliándose y, sobre todo, construyendo las condiciones de su propia regeneración. El bienestar debe durar, debe aumentar y debe ser sustentable.El populismo, en cambio, es incapaz de lograr estas tres condiciones. Es efímero, recurre a la demagogia, rápidamente en lugar de ampliar los beneficios del bienestar, los achica, se agota y es incapaz de crear su saga. Este es el ciclo de la estafa tantas veces repetido en América Latina pero que parece olvidarse, quizás porque en nuestros países la ilusión es más fuerte que el recuerdo.

A comienzo de este siglo, la economía venezolana (junto con la argentina) inició una década excepcional debido al aumento de los precios de sus productos de exportación. Esos precios tuvieron un crecimiento notable y sostenido, mientras que los bienes que se importaban no variaban. Conviene observar la evolución de los términos del intercambio para comprender la dimensión de este cambio. Ellos muestran la relación entre los precios de venta de sus exportaciones y los precios pagados por sus importaciones. Esta relación tiene para Venezuela una importancia decisiva (96% de su producto bruto está generado por el petróleo).

El índice es un número que varía respecto a un año tomado como base de la comparación, en este caso el 2000. Si el índice sube de 100 beneficia al país exportador, si cae es desfavorable. Así se comprueba que en el año 1999 el índice fue de 68. Mal año para la economía extractiva de Venezuela. Pero a partir de allí comienzan importantes alteraciones en el comercio mundial. En 2005, el índice fue 154; en 2008 249 para llegar en 2012 a la mejor relación histórica, 262. Nunca la relación entre lo que vendía y lo que compraba Venezuela había sido tan buena, en un país –reitero- donde casi toda la economía depende de esta relación de precios.

El efecto de la bonanza se hizo sentir. Bajaron los índices de pobreza, de indigencia y mejoró la distribución. Por otro lado, dueño del petróleo caro, Chávez comenzó a desempeñar un papel creciente en la región. Como es lógico esta explosión de bonanza regeneró el apoyo político. Mientras esto sucedía no hubo ninguna política para preparar a la economía venezolana para momentos menos fáciles, de manera que cuando se acabó la bonanza también terminó la ilusión del cambio. La economía y la sociedad empezaron a sentir la gravedad de la crisis que ha dominado al país desde entonces. En un trabajo reciente elaborado por el “International Crisis Group,” presentado hace unos días en el Centro Carter, se describe la gravedad de la situación venezolana. En ese informe se señala que el PBI de este año según el Banco Mundial declinará 10 % y que la inflación se ubica en 500 %, estimándose en 1500 para 2017.

venezuela-marcha-doctores-contra-socialismo-2016El estudio Venebarómetro hecho por las tres mayores universidades del país muestra que 34,4 % de la población se empobreció recientemente. A su vez el sistema de salud está colapsado. La mitad de las salas de operaciones de los hospitales no funciona. La lista de espera para las operaciones alcanza los 100.000 pacientes. La tasa de muertes neonatales se disparó y llega en Caracas a 19 por mil. Mientras tanto, el gobierno rechaza la ayuda médica internacional aduciendo que esconde una forma de intervención extranjera. Con recesión, inflación, escasez de bienes básicos, emergencia sanitaria y alta inseguridad, el populismo venezolano sigue desafiando a propios y extraños. Maduro no muestra signos de empezar una retirada ni de iniciar un diálogo con la oposición, a la que mantiene sometida a sus decisiones autoritarias. Imagínese lector que el Congreso, con mayoría opositora (lejos quedó la legitimidad inicial de Chávez) no logra que sus leyes se apliquen porque el Tribunal Supremo de Justicia las bloquea sistemáticamente. Sin libertad de prensa, sin estado de derecho, con detenciones arbitrarias y represión, de la democracia sólo queda el nombre.

Para completar el cuadro, los órganos que representan la voluntad popular son reemplazados por colectivos militares los que de hecho, junto con Maduro ejercen la conducción del país. Así, el ministro del Poder Popular para la Defensa y comandante estratégico Operacional de la FANB, General en jefe Vladímir Padrino López, se convirtió en un actor estelar en el drama venezolano.

Frente a todo esto, la región, sus gobiernos y sobre todo, sus organizaciones multilaterales, no hacen nada, absolutamente nada. En la OEA, la mayoría de los estados miembros bloqueó la aplicación –promovida por su secretario general- de la Carta Democrática Interamericana. En UNASUR el silencio es sepulcral. Nuestro país mira para otro lado. Lector, todo esto es sencillamente un espanto: el desastre populista, las oportunidades perdidas para la sociedad venezolana, la pérdida de la democracia y las proclamas hipócritas que hablan de su defensa. Cada uno sabrá sacar las conclusiones del impacto que puede tener sobre todos nosotros el hecho de que una democracia se caiga sin que nuestro continente sepa contestar.

—Dante Caputo fue Ministro de Relaciones Exteriores y Culto (1983-1989).

Fuente: Clarín, 12/08/16.

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