No debería sorprender que quien confía en eternizarse a través de un Centro Cultural Kirchner, que contiene una sala Néstor Kirchner, en la que se ofrece una exposición sobre Néstor Kirchner, olvide que el 25 de Mayo los argentinos recuerdan algo más que la asunción de Néstor Kirchner. O que se sirva del marco de una fiesta nacional para pedir el voto para la propia facción. Es lo que le ocurrió ayer a la Presidenta.
Esa clausura endogámica es algo más que egocentrismo. Expresa una estrategia de poder. Cristina Kirchner intenta consolidar una base social propia para seguir interviniendo en el proceso político una vez que haya dejado la Casa Rosada.
Su objetivo principal no es consagrar al sucesor. Es condicionarlo.
Pocas veces la Presidenta innovó tan poco como en su presentación de anoche. Como nunca, se repitió a sí misma. Dijo cómo quiere que sean recordadas las administraciones de ella y de su esposo: reivindicación de los derechos humanos, reestructuración de la deuda, rechazo al ALCA, construcción de escuelas, reparto de libros y computadoras. El molde de ese mensaje es conocido: «Menem lo hizo». Como todo caudillo que debe dejar el poder, no destinó sus palabras a conquistar a alguien, sino a retener a los que tiene.
Habló, como viene haciendo desde que perdió las elecciones, para «nosotros». Es decir, para los consumidores de impuestos, los que no están preocupados por la creación de la riqueza, los que dependen del Estado para seguir viviendo. Desde que se frustró la posibilidad de una nueva reelección, los demás, «ellos», ya no tienen lugar en su planteo.
Envuelta en una oratoria melodramática, volvió a fijar una posición conservadora. Denunció que la opción entre cambio y continuidad es una falacia. Todo aquel que quiere una modificación busca, según ella, una regresión. A 2001, a los 90, a la dictadura. Hay infiernos para todos los gustos.
Es un argumento conocido. El PT, en Brasil, se sirvió de él hasta el hartazgo. Los que proponen cambios pretenden, en realidad, despojar a los ciudadanos de los beneficios recibidos durante una era de bonanza. La Presidenta se limitó a esbozar esa extorsión. Decir que «cambio es el nombre del pasado», invirtiendo la fórmula de Kirchner, hubiera sido demasiado.
El enfoque que Cristina Kirchner volvió a exponer ayer plantea más dificultades a los candidatos del propio grupo que a los rivales. Para ganar las elecciones, el peronismo necesita prometer algunas mutaciones. Reducir la inflación, luchar contra la corrupción, combatir la inseguridad. Cosas por el estilo. Pero esas propuestas suponen una relativa toma de distancia de una gestión que ayer, de nuevo, quedó sacralizada. La Presidenta no puede tolerar esa herejía. Y es lógico: diferenciarse es hacer un ejercicio de la crítica. Y para ella, crítica es complot.
Perjudicado
El principal perjudicado con este enfoque proselitista es Daniel Scioli. Si el universo kirchnerista se repliega sobre los que sueñan con canonizar la experiencia de los últimos años, el gobernador de Buenos Aires corre el riesgo de que sus simpatizantes migren a otro club. Es la apuesta de Florencio Randazzo. Y no debe extrañar: es la apuesta de la Presidenta y su círculo inmediato. Las opciones que ella ha tomado en las últimas semanas corroboran ese sesgo. Los candidatos preferidos de Cristina Kirchner no fueron Daniel Filmus o Diego Bossio. Son Mariano Recalde y Aníbal Fernández. Es natural que sea así. Más que alguien que represente a la sociedad, está buscando alguien que la exprese a ella misma. Esa autorreferencialidad caudillesca se salva con una fórmula infalible: «Mi único heredero es el pueblo». Ayer la Presidenta rozó esa declaración. Muerto Kirchner y retirada ella, el destino de las políticas que hay que defender ya no depende de un líder. «Depende de ustedes». Es lo que sucede con el plan de salvación en ausencia del Mesías.
Scioli registra cada vez más esta dificultad. Y lo tiene malhumorado. La semana que pasó, por primera vez en mucho tiempo, tuvo un arranque de ira. Alguien de su máxima confianza, que solía calmar a Menem en trances similares, lo contuvo. La irritación de Scioli tiene sus motivos. No pudo viajar a Salta ni a Chaco por temor a que en los festejos por el triunfo del PJ lo abuchearan. En el caso de Salta, el que le advirtió el peligro fue el propio Juan Manuel Urtubey: «Mejor no vengas, Daniel. Te pueden hacer cualquier cosa».
Para que el paisaje se vuelva más desolador, llegaron las insinuaciones de Axel Kicillof. El martes de la semana pasada el ministro dialogó durante una hora y media con el empresario Rubén Cherñajovsky. Este gran importador de Tierra del Fuego lo había ido a visitar para exponerle las dificultades del sector por la falta de dólares. Pero, sabiendo que se trata de uno de los mejores amigos de Scioli, Kicillof dedicó casi toda la reunión a enviar un mensaje a La Plata. Fue muy explícito: «Tu amigo cree que yo ignoro los problemas. La inflación, el cepo, los buitres. Pero yo conozco todo. Tenés que explicarle que él necesita aquí, en el ministerio, alguien que entienda. Hay muchas dificultades que hay que conocer. Y tiene que ir de a poco, con gradualismo». Curiosa plasticidad la del ministro de Economía. Unos días antes se había declarado parte de un proyecto colectivo y prometió esperar que le indiquen qué se espera de él más allá de 2015.
Cherñajovsky transmitió el recado de inmediato. Y el miércoles, Scioli contestó: «Kicillof es alguien que por su experiencia puede tener lugar en cualquier gobierno». La respuesta no lo libera del dilema. ¿Cómo desairar al ministro del que depende para llegar hasta las elecciones con la provincia controlada? ¿Cómo atraer el voto independiente hablando de la continuidad de Kicillof?
Cristina Kirchner está a años luz de ese problema. En el último segmento de su discurso de ayer pidió el voto para las políticas de su gobierno. No para los candidatos de su partido. Es el núcleo de su despedida. Y hace juego con su hora inaugural. La de una presidenta que recibió el bastón de mando, primero, de su esposo, y después, de su hija. Como en el nuevo centro cultural, también en su política todo es Kirchner.
En la economía global, los países compiten a través de sus empresas, ofreciendo productos y servicios a la mejor relación precio calidad.
En ese marco, las claves para competir surgen de la combinación del costo del capital y del costo del trabajo, insertos en un “ambiente” de mayor o menor productividad.
Un ambiente más productivo, definido, en el caso del trabajo, en base a la calidad de la educación y formación de los recursos humanos, y la aceptación de las mejores prácticas laborales, se “banca” costos laborales más altos.
De la misma manera que un entorno con buena infraestructura, reglas estables, presión impositiva en línea con la rentabilidad normal de cada actividad, la maldita seguridad jurídica (poder disponer sin “sorpresas” ni expropiaciones discrecionales de lo que es legal y honestamente propio), permite bajar los costos del capital.
También resulta clave la calidad y precio de los bienes públicos que afectan a ambos, desde los servicios de justicia, seguridad, y salud, hasta la provisión de una moneda estable.
A esto hay que agregarle que cuánto más innovadores y especiales sean los bienes y servicios que se producen, es decir cuanto más diferenciación y valor agregado, mayor también el costo laboral que se le puede “cargar”.
Y digo “costo laboral” y no salario, porque a los sueldos de los trabajadores hay que sumarle los impuestos al trabajo que se pagan adicionalmente y que forman parte del costo que se incluye por el trabajo en el precio de los bienes y servicios.
Establecidas todas estas perogrulladas, se podría enunciar que la meta de cualquier sociedad democrática, debería ser maximizar el salario real que reciben sus trabajadores.
Para lo cual, por lo antedicho, hay que ser capaz de ofrecer bienes y servicios de alta calidad, bien diferenciados, innovadores y, al mejor precio posible.
Y tener un “ambiente” que minimice los costos de capital. Usted, lector/a perspicaz ya debe imaginar hacia dónde apunto. En efecto. Las negociaciones paritarias.
La Argentina es un país en dónde las políticas públicas, en general, tienden a crear las condiciones inversas a las requeridas para maximizar los ingresos de los trabajadores.
Predominan malos y caros bienes públicos. El entorno tiende a maximizar los costos de capital, en lugar de minimizarlos. Los impuestos al trabajo son altos, dada la calidad de los servicios que se reciben a cambio. La estructura impositiva, el sistema educativo, y muchos otros factores, sesgan en contra de la diferenciación y especialización de productos y servicios, etc.
Lo que antecede es una descripción general, si bien es cierto que existen honrosas y admirables excepciones. Los salarios reales, entonces, se determinan en función de todo lo expresado.
Lo que hacen representantes empresarios y dirigentes sindicales, en sus negociaciones, y el gobierno, con su intervención, en todo caso, es fijar los salarios “nominales”. Si de dicha fijación se determinan salarios “reales” por encima o por debajo de los que determinaría la economía, tarde o temprano, los salarios convergen a lo que surge de las cuestiones arriba comentadas, más allá de la “voluntad” de las partes.
La forma en que la economía “se las arregla” para que esa convergencia se produzca es bastante conocida por nosotros, devaluación, inflación, recesión, desempleo, salarios en negro (se ajusta la baja productividad eludiendo impuestos al trabajo).
Por supuesto que esta convergencia no es “automática” , y hay períodos dónde, por razones especiales, se puede mantener, por un tiempo, un salario real por encima de la productividad de la economía. (Precios altos de los commodities, ingresos de capitales, o una crisis previa, que los fijó por debajo de la productividad).
Y por supuesto, también, que las negociaciones y la intervención estatal sirven para equilibrar asimetrías de poder y evitar situaciones abusivas.
Pero lo cierto es que si la Argentina no ataca, en serio, los temas que hacen al salario real, revirtiendo la calidad de las políticas públicas e incentivando mejoras en la productividad, bajas en el costo del capital, y diferenciación e innovación en productos y servicios, no se tendrá un aumento sostenible del salario real, ni una mejora de largo plazo de la calidad de vida de los trabajadores. Como lo prueba nuestra historia pasada y el futuro corto plazo.
Manifestantes en una protesta contra Uber y Lyft organizada por un sindicato de taxistas en San Francisco. Reuters
Si quiere iniciar una discusión en compañía de personas bien educadas, simplemente declare que la “economía compartida” es una nueva forma de feudalismo o que es el futuro del trabajo y que los siervos deberían empezar a acostumbrarse.
La “economía compartida” es la mezcolanza de startups sin ninguna relación entre sí pero a menudo agrupadas, muchas originadas en Silicon Valley, cuyos servicios incluyen “compartir” autos, viviendas y otras cosas. Uber y Airbnb son los ejemplos más conocidos.
Lo primero que muchos no entienden sobre la economía compartida es que no existe tal cosa, por más generosos que seamos desde el punto de vista semántico. Cada vez más, los bienes que son “compartidos” en este tipo de economía fueron expresamente comprados para propósitos de negocios, ya sea personas que alquilan apartamentos que no pueden costear pensando que Airbnb los ayudará a cubrir la diferencia, o conductores que obtienen financiación a través de socios de servicios de viajes compartidos como Uber o Lyft para comprar un auto nuevo con el que ofrecerán esos mismos servicios.
Muchas de estas firmas, como el mercado de empleo TaskRabbit, no involucran “compartir” un bien sino mano de obra. Si TaskRabbit (donde un usuario puede contratar a alguien para que haga labores como podar el césped o hacer diligencias) forma parte de la economía compartida, también lo es cualquier trabajador. Lo único que estas empresas tienen en común es que son un mercado, aunque difieren ampliamente en la cantidad de control que les otorgan a los compradores y vendedores.
En la mente de los críticos, tal vez el mayor transgresor en la forma en que controla la fuerza laboral sea Uber. La compañía establece los precios que los conductores deben aceptar y últimamente ha adoptado el hábito de exprimir en forma unilateral a los choferes en dos formas, al reducir las tarifas que reciben por viaje y aumentar el porcentaje con el que se queda Uber.
Un comportamiento como este ha desencadenado en una retórica sobrecalentada pero no del todo inmerecida. “La verdad incómoda es que la economía compartida es un negocio de extracción de rentas del orden del intermediario más alto”, escribió Izabella Kaminska en el Financial Times.
Los defensores de empresas como Uber sostienen que permiten un trabajo relativamente bien remunerado, por encargo. Cuando se les solicitó un comentario, representantes de la empresa señalaron datos publicados que sugieren justamente eso. El informe más reciente, una colaboración entre Uber y el economista Alan Krueger, pinta un panorama bastante positivo de la capacidad de la empresa para generar empleos. Uber ha indicado que contrata 20.000 conductores nuevos al mes a nivel mundial y en este reporte asegura que en ciudades estadounidenses como Los Ángeles o Washington los conductores ganan en promedio más US$17 la hora.
Tal información, sin embargo, no refleja lo que los choferes de Uber ganan en realidad, por la simple razón de que no incluye sus gastos. Por ejemplo, una investigación de la periodista Emily Guendelsberger muestra que los conductores de Uber en Filadelfia probablemente ganan una fracción de eso. De acuerdo con la muestra ciertamente limitada de 20 choferes, incluida ella misma, la cifra ronda los US$10 por hora después de gastos.
Es más que el salario mínimo que se paga en Estados Unidos, pero está muy lejos de las aseveraciones de Uber, las cuales llegaron a niveles absurdos en mayo de 2014, cuando la empresa aseguró que el ingreso promedio de los conductores en Nueva York era de US$90.000 al año. Luego de meses de investigación, la periodista Alison Griswold no conoció absolutamente a ningún conductor en esa ciudad que ganara esa cifra.
El significado de todo esto es simple: Uber y empresas como Lyft, que es más generosa con sus conductores pero que tiene un modelo de negocios parecido, son unas máquinas extremadamente eficientes para crear puestos de trabajo prácticamente de sueldo mínimo. Uber no es un servicio de taxis, sino de empleos de baja remuneración.
Existe un acalorado debate sobre si los trabajos que proveen empresas de servicios de transporte compartido son buenos, pero datos de Uber y Lyft muestran que más de 80% de sus conductores tienen otros empleos o están buscando uno. Uber ha indicado que 51% de sus choferes están conduciendo menos de 15 horas a la semana.
Uber y muchas otras empresas de la economía compartida permiten una nueva forma de trabajo, el empleo fraccional, en el que las personas pueden sumar horas extras cuando lo necesiten. Desde el punto de vista económico, estas compañías han dicho de forma explícita que su modelo de negocios no funciona si los “conductores socios” son tratados como empleados y no como lo que son ahora, es decir contratistas independientes.
Y esto es lo último y lo más importante en lo que tanto detractores como partidarios se equivocan acerca de la economía compartida: para que siga adelante, los reguladores deben decidir si sus trabajadores son contratistas independientes o empleados.
La única forma de avanzar es algo que ha captado muy poca atención, los “contratistas dependientes”. En contraste con los contratistas independientes, los dependientes trabajan para una sola empresa con un considerable control sobre su trabajo, como en Lyft o Uber o cualquiera de un centenar de compañías. Esta categoría no existe en algunos países, pero está en legislaciones como la de Alemania, donde los contratistas dependientes reciben más protección que los independientes, pero siguen siendo distintos a los empleados de tiempo completo.
La alternativa es la posibilidad de que este tipo de compañías dejen de existir por completo, debido a una demanda colectiva que casi seguro constituiría una amenaza existencial para el negocio.
Sólo uno de cada cuatro trabajadores en el mundo tiene un empleo estable
PRECARIEDAD LABORAL
MANIFESTACION. Una de las obras más conocidas de Antonio Berni.
Un aumento de la inseguridad del empleo en el mundo desde la crisis financiera está contribuyendo a que crezca la desigualdad y se eleven los índices de pobreza, según un nuevo informe que estima que sólo la cuarta parte de los trabajadores del mundo tienen contratos permanentes.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) dijo que las otras tres cuartas partes son empleados temporarios o con contratos de corto plazo, o trabajan de modo informal, sin ningún contrato, o son autoempleados o están en empleos familiares no remunerados.
La tendencia mundial de deterioro del empleo seguro amenaza con “perpetuar un círculo vicioso de demanda global débil y creación de empleo lenta” que afecta a muchos países desde la crisis, dijo el organismo de la ONU.
En su Panorama Mundial del Empleo 2015, el organismo subrayó un aumento del empleo part time, especialmente entre las mujeres jóvenes. En la mayoría de los casos no es por elección.
La remuneración de las personas con esos tipos de contratos suele ser menor. “En algunos casos, las formas de trabajo no standard pueden ayudar a la gente a entrar en el mercado de trabajo. Pero también esas tendencias emergentes reflejan una generalización de la inseguridad que hoy afecta a muchos trabajadores en todo el mundo”, dijo el director general de la OIT, Guy Ryder.
“El paso que estamos viendo de relaciones laborales tradicionales a más formas no standard de empleo se asocia con el aumento de la desigualdad y de los índices de pobreza”, agregó Ryder.
“Más aún, estas tendencias amenazan con perpetuar el círculo vicioso de demanda global débil y creación de empleo lenta que viene caracterizando a la economía global en el período post crisis”.
La OIT observó que la cantidad de personas en empleos asalariados –en oposición a autoempleados o sin contratos– crece en el mundo, pero menos de la mitad, un 42%, son contratos estables. Los trabajadores con algún tipo de relación asalariada siguen siendo apenas la mitad del trabajo en el mundo.
En los países en desarrollo, el empleo y el salario crecen menos que antes de la crisis, mientras que en las economías avanzadas el empleo no crece y en algunos casos declina, como en el Reino Unido.
La OIT está llamando a los países a extender protecciones sociales, como pensiones y beneficios por desempleo, a trabajadores con formas menos seguras de empleo. En el mundo, sólo el 16% de autoempleados tienen plan jubilatorio, frente a 52% de los empleados. La OIT también subrayó la reactivación comparativamente más lenta del empleo de las mujeres desde el 2009 en muchas regiones.
En la vida todo puede pasar, en muchos casos no es posible evitarlo pero sí es posible protegerse financieramente para poder enfrentar los sucesos lamentables. Consulte la sección ‘Seguros de Vida‘ y también la sección ‘Gestión de Riesgos‘.
Nueve consejos para disfrutar más de sus vacaciones
Por Jonathan Clements.
Sus vacaciones de verano podrían costarle un dineral. Sin embargo, buena parte de la diversión ocurre ahora, antes de gastar el dinero.
Esa es una de las observaciones de las investigaciones académicas sobre el dinero y la felicidad. Gracias a esas investigaciones, tenemos una buena idea de cómo exprimirles más placer a los dólares que gastamos. ¿Quiere tener unas estupendas vacaciones? Pruebe estas nueve estrategias.
1. Comience a soñar. Un estudio de investigadores holandeses publicado en 2010 descubrió que las vacaciones incrementaban la felicidad. No obstante, el mayor impulso ocurría antes de que empezara el viaje.
“La mejor parte de las vacaciones es planearlas”, anota David Schkade, profesor de gestión en la Universidad de California en San Diego. “Uno contempla las posibilidades”.
Conforme reflexiona sobre lo que hará en las próximas vacaciones largas, se puede imaginar todos los lugares que podría visitar y todas las cosas que podría hacer y así, en efecto, disfrutar una gama de vacaciones distintas. Un consejo: No se lleve a su cónyuge en un viaje sorpresa. Quizás usted disfrute meses de anticipación, pero su pareja no los gozará.
2. Tome dos, o incluso tres. “Quizás tenga sentido tomarse tres vacaciones más pequeñas en lugar de una grande”, dice Sonja Lyubomirsky, autora de “The How of Happiness” (algo así como El cómo de la felicidad) y profesora de psicología de la Universidad de California en Riverside. “De esta manera, tiene tres períodos de anticipación”.
Las vacaciones no son baratas: el año pasado, los estadounidenses anticipaban gastar US$1.246 por persona, según una encuesta de American Express. AXP +0.61% ¿No está seguro de si le alcanza para tomarse múltiples vacaciones? Podría encontrar el dinero recortando otros gastos, especialmente en posesiones materiales.
Las investigaciones nos dicen que obtenemos mayor felicidad de experiencias que de cosas. Un motivo es que nos acostumbramos rápidamente a una casa más grande y a un mejor auto, por lo tanto nuestra felicidad inicial disminuye rápidamente. En cambio, recordamos las experiencias —como vacaciones— con mayor cariño con el tiempo, a medida que nos olvidamos de los problemas que experimentamos y los puntos positivos figuran con mayor prominencia en nuestra memoria.
3. Dé un poco. Las investigaciones señalan que nos sentimos más contentos si participamos en actos de bondad. Uno puede incorporar esta idea a sus planes de vacaciones uniéndose, por ejemplo, a una organización que construye viviendas en otra parte de su país o incluso en otra parte del mundo.
4. No vaya solo. El tiempo con amigos y familiares es un enorme aportador a la felicidad. ¿Quiere que sus vacaciones sean especiales? Quizás podría invitar a sus hijos adultos o hacer gestiones para ver a viejos amigos en sus viajes.
“El aspecto social es una parte sorpresivamente grande de por qué las experiencias son mejores”, dice Schkade. “Si está en un viaje de negocios y tiene un día para salir como turista, intente pasar tiempo con otra persona o únase a un grupo turístico”.
5. Saboree el momento. Uno puede aumentar la felicidad durante sus vacaciones si se detiene ocasionalmente a “oler las rosas”, aconseja Lyubomirsky. Eso podría implicar hacer una pausa durante su caminata por la sierra o su paseo por París, y valorar lo afortunado que es de estar allí.
6. Trabaje un poco. Debido a los smartphones y las laptops, es difícil escapar del trabajo por completo. Sin embargo, eso no es necesariamente algo malo, siempre y cuando lo separe. Por ejemplo, podría reservar 30 minutos al día para revisar e-mails urgentes de la oficina. Eso le dará un mayor sentido de control, y el tiempo fuera le podría ayudar a valorar más cuando apague su computadora y regrese a sus vacaciones.
7. Tome selfies. Más tarde, puede usar esas fotos para recordar los buenos momentos que pasó y extraer mayor placer del dinero que gastó.
“La gente toma muchas fotos del sitio, pero menos de ellos mismos allí”, dice Schkade. “Ese es un error. Esto hace que sea más difícil acordarse de uno mismo allí”.
8. Prepárese para el regreso. El estudio holandés antes mencionado halló que los buenos sentimientos de las vacaciones se evaporan rápidamente, probablemente porque las personas regresaron de inmediato al estrés de su trabajo.
¿Qué hacer? “Hay dos cosas que podrían funcionar”, me dijo en un e-mail Jeroen Nawijn, uno de los autores del estudio e investigador de la Universidad de Breda NHTV en Holanda. “Una es no reanudar el trabajo inmediatamente después de regresar a casa”, para reducir el estrés de desempacar, lavar la ropa, etc. “La otra es intentar evocar recuerdos del viaje al ver fotos, souvenires (y) publicar cosas en las redes sociales”.
9. Comparta con los demás. ¿No está seguro de si quiere irse de viaje con sus amigos? De todas formas puede compartir sus vacaciones con ellos al invitarlos a cenar cuando regrese. Esto le dará la oportunidad de sacar las fotos de nuevo, entretenerlos con sus anécdotas y obtener un poco más de felicidad de sus dólares gastados en las vacaciones.
John Nash: una mente brillante que luchó contra la esquizofrenia
Por Erica Goode.
NUEVA YORK – El matemático y premio Nobel de Economía John F. Nash murió anteayer junto a su mujer en un accidente automovilístico en Nueva Jersey. Tenía 86 años.
Nash no sólo fue conocido por su aporte a la ampliación de los alcances y el poder de la teoría económica moderna, sino también por una vida en la que debió convivir con la enfermedad mental y que quedó retratada en el film Una mente brillante.
Anteayer, el conductor del taxi en el que viajaban Nash y su esposa, Alicia, de 82 años, perdió el control al intentar pasar a otro auto e impactó contra el guardrail y otro vehículo. La pareja salió expulsada del auto y murió en el acto.
Los Nash volvían de Noruega, donde John había recibido junto a Louis Niremberg, matemático de la Universidad de Nueva York, el Premio Abel de la Academia de Ciencias y Letras de Noruega.
Nash era reconocido como uno de los grandes matemáticos del siglo XX, especialmente por la originalidad de su pensamiento y por su audacia a la hora de atacar problemas complejos. «Los destacados logros de John inspiraron a generaciones de matemáticos, economistas y científicos», dijo el presidente de la Universidad de Princeton, Christopher L. Eisgruber.
En su cuenta de Twitter, Russell Crowe, que interpretó a Nash en Una mente brillante, contó que estaba «consternado» por la muerte del científico. «Una asociación perfecta: mentes brillantes y corazones brillantes», escribió sobre la pareja.
Su gran aporte fue la publicación, en 1950, de la teoría de juegos no cooperativos, que se convirtió en una herramienta matemática poderosa para analizar desde una amplia gama de situaciones competitivas hasta la toma de decisiones legislativas. En la actualidad, el enfoque se utiliza no sólo en la Economía, sino también en las ciencias sociales, e incluso la biología evolutiva.
Harold W. Kuhn, profesor emérito de matemática de Princeton y amigo y colega de muchos años de Nash hasta su muerte, en 2014, dijo una vez: «Creo que en el siglo XX no ha habido muchas grandes ideas económicas, y tal vez su idea del equilibrio [la teoría que pensó] se encuentra entre las diez más importantes».
«Jane Austen escribió seis novelas. Bach escribió seis partitas», señaló Barry Mazur, un profesor de matemática de Harvard que era un recién llegado al Massachusetts Institute of Technology (MIT) cuando Nash enseñaba allí. «Sus aportes puramente matemáticos se ubican en ese nivel. Escribió muy poco, pero lo que escribió tuvo un impacto increíble», añadió.
Una obra brillante
El matemático se convirtió en un símbolo de la lucha contra la fuerza destructora de la enfermedad mental -padecía de esquizofrenia- y del estigma que suelen cargar quienes la padecen, gracias a la publicación de su biografía escrita por Sylvia Nasar y por el éxito de la película ganadora del Oscar. En ambas obras se relataba su brillante ascenso en medio de la esquizofrenia, la recuperación de su racionalidad y la obtención del Nobel en 1994.
Tras recibirse como matemático en Carnegie Mellon, Nash desembarcó en Princeton en 1948. Alto y atractivo, se hizo rápidamente famoso por su arrogancia intelectual, sus hábitos extraños -abandonaba las conversaciones por la mitad y silbaba sin parar- y su feroz ambición.
Allí, se abocó a la resolución de un problema que el matemático John von Neumann y el economista Oskar Morgenstern, pioneros de la Teoría del Juego, habían dejado sin resolver. Ellos sólo habían abordado lo que llamaron juegos de suma cero. Es decir, aquellos en los que la ganancia de un jugador es la pérdida de otro. Pero en la práctica los intereses de los jugadores no se oponen por completo, y hay oportunidades en las que la ganancia es mutua. La solución de Nash, que escribió cuando tenía 21 años, ofrecía el modo para analizar la manera en que cada jugador podía maximizar su ganancia al asumir que su rival también actuaría para maximizar la suya. Su aporte allanó el camino para que la teoría económica pudiese ser aplicada a una enorme variedad de otras situaciones que exceden los movimientos del mercado.
Luchar contra la locura
En 1957 se casó, en segundas nupcias, con Alicia Larde, que se había graduado en física en el MIT. A principios de 1959, cuando su esposa estaba embarazada de su hijo John, Nash empezó a desmoronarse. Comenzó a sufrir de paranoia y alucinaciones que lo llevaron a que fuera internado. Fue el principio de un deterioro abrupto. Recibió terapia de electroshock. Finalmente, escapó durante un tiempo a Europa.
De vuelta en los Estados Unidos, deambuló durante años por el campus de Princeton, convertido en una figura solitaria que garabateaba fórmulas ininteligibles en los pizarrones. Aunque la teoría de juegos ganaba relevancia y su trabajo era cada vez más citado y enseñado, Nash había desaparecido del mundo profesional. Recién en 1994, cuando ganó el Nobel, el matemático retomó su carrera.
Alicia se divorció de él en 1963, pero en 1970 lo llevó a vivir con ella. La pareja volvió a casarse en 2001. Nash tuvo dos hijos, John David Stier -de un primer matrimonio con Eleanor Stier- y John Charles Martin.
Pocas veces un matemático tiene una vida digna de ser llevada al cine con los ingredientes para convertirla en una película exitosa que llegue a los premios Oscar: Nash fue también una excepción en eso.
Si bien es famoso por sus trabajos en teoría de juegos, por los que recibió el Premio Nobel de Economía hace casi veinte años, su mayor reconocimiento dentro de la matemática provino de las ecuaciones diferenciales. No estaba seguro, en 1950, de haber resuelto un problema importante, y eso lo llevó a explorar otros horizontes.
Poseedor de ideas profundamente originales, sumadas a su carácter y a sus desórdenes mentales, presentaba un desafío para sus colegas. Gromov, por ejemplo, uno de los grandes geómetras del siglo XX, pensó que sus resultados en geometría diferencial eran un delirio, aunque después de leer las demostraciones con cuidado tuvo que reconocer que eran ciertos, aunque no lo parecían.
Y los matemáticos de Princeton se alegraban de no haberlo contratado a mediados de los 50, cuando lo escucharon decir que había resuelto un complejo problema de ecuaciones diferenciales. Se estaban ahorrando la vergüenza pública, decían, ya que Nash no sabía absolutamente nada del tema y les había hecho preguntas tan elementales que ni siquiera podía haber entendido el problema. Pero lo había hecho, y sus estimaciones, hoy parte del Teorema de De Giorgi-Nash-Moser, fueron un resultado tan importante que motivó el premio Nobel. Lo recibió casi sesenta años después, en este viaje cuyo regreso resultó fatal.
—Profesor del Departamento de Matemática de la UBA e investigador del Conicet.
El Banco Central es dueño de menos de la mitad de las reservas declaradas
Por Javier Blanco.
Del total de US$ 33.870 millones que informó la entidad el viernes, sólo entre 40 y 47% son de su propiedad absoluta.
El Banco Central (BCRA) es dueño de menos de la mitad de las reservas totales que declara día a día, es decir, mantiene hoy la menor tenencia genuina desde que en 2003 dio comienzo el ciclo kirchnerista, más allá de las últimas operaciones que buscaron maquillar esa realidad.
La proporción propia, en el total contable que declara y mantiene bajo administración, cayó del 92% que reunía en 2007 a entre 40 y 47% en la actualidad, coinciden distintos consultores que sólo tienen divergencias menores sobre lo que debería computarse como propio y lo que no, lo que da lugar a ese rango.
Las diferencias surgen porque a la hora de hacer las cuentas y separar la paja del trigo algunos sólo restan a las reservas totales los préstamos que haya tomado el BCRA con entidades semejantes (su presidente, Alejandro Vanoli, reconoció días atrás que la entidad ya uso «aproximadamente la mitad» de la línea en yuanes equivalente a US$ 11.000 millones pactada con China), los pagos de deuda ya hechos pero bloqueados por el juez Griesa (unos US$ 1600 millones, cuyos verdaderos dueños son los tenedores de deuda argentina) y la porción de depósitos en dólares de ahorristas locales (unos US$ 8000 millones).
Por su parte, otros analistas agregan a esta sustracción la deuda que los importadores locales acumularon con contrapartes en el exterior (unos US$ 3500 millones) y los giros reprimidos por pago de dividendos de firmas multinacionales que no podrían eludirse sin caer en el riesgo de enfrentar juicios, entre otras cosas.
Por lo pronto, esto quiere decir que sólo de US$ 13.600 a US$ 16.000 millones de los 33.870 millones que declaró el viernes el BCRA como reservas son de su propiedad absoluta.
Para tener una idea del deterioro, vale tener en cuenta que a fines de 2007, más de US$ 42.000 millones de los US$ 46.200 millones que declaraba acumular contablemente, lo eran. Cuatro años más tarde, a fin de 2011 unos 35.500 millones de dólares de los 46.300 millones que se declaraban como total de reservas eran propiedad del BCRA.
Lo que siguió de allí en más fue un proceso de deterioro en la calidad de este activo, que se dio en consonancia con el progresivo regreso a una situación de paulatino atraso cambiario, el estrangulamiento creciente que comenzó a mostrar el saldo de la balanza comercial y la pérdida de participación que el país sufrió en la competencia por atraer inversión extranjera directa frente a otras economías de la región. El dato deja a la vista que el promocionado clima de calma financiera puede calificarse como «alquilado», ya que el proceso de deterioro en el activo de la entidad no dejó de agravarse en los últimos meses.
Más préstamos que ingresos
«Las reservas totales que informa son cada vez menos propias: incluyen los depósitos en dólares de los particulares y los préstamos del Banco de Basilea u otros bancos centrales que, como cualquier préstamo, es dinero que se debe devolver. Así, cuando se hace la cuenta se observa que las reservas netas pierden peso relativo año a año en el total declarado. Y nada de eso cambió en los últimos meses, porque el BCRA en realidad sumó más préstamos que ingresos genuinos», describió el economista de la consultora Economía & Regiones, Diego Giacomini.
Para su colega Nicolás Dujovne, «si bien con los ingresos de las últimas colocaciones de deuda las reservas brutas volvieron a los niveles que mostraban en octubre de 2013, la diferencia es que, en ese entonces, unos US$ 22.000 millones eran tenencia neta; ahora apenas llegan a los US$ 16.000 millones».
«Los dólares financieros que llegaron en reemplazo de los dólares comerciales no cambiaron la situación de fondo, más allá de la calma coyuntural: a 2016 llegaremos con una economía estancada, con cepo, con pocas reservas netas, sin saldo comercial y con un déficit fiscal mayor a 5% del PBI y todavía sin tener asegurado el financiamiento externo en magnitud y a tasas que no hipotequen el futuro», completa Dujovne.
El dato de reservas netas cobra relevancia porque, en lo que resta del año, el sector público aún debe afrontar pagos netos de deuda en moneda extranjera por 11.900 millones de dólares (sumando obligaciones de la Nación y de las provincias), y a la hora de realizar esas cancelaciones, por caso, los yuanes chinos no serán de utilidad.
«Lo que está haciendo la Argentina es endeudarse para generar un saldo positivo en la cuenta de capital y financiera, que le permite financiar el déficit por el saldo negativo en la cuenta de ahorro y turismo y afrontar los pagos de deuda. Pero hay que tener en claro que ese esquema supone cambiar dólares genuinos por dólares ?alquilados'», insiste Giacomini.
El cambio de composición en las reservas y el concepto de alquiler sirven para explicar, además, el creciente deterioro patrimonial del BCRA, una situación que parece no tener freno.
Aunque no publicó su balance de 2014, la entidad que conduce Alejandro Vanoli se apresuró hace unos días a aprobar la transferencia de $ 78.000 millones de sus utilidades en ese ejercicio contable al Tesoro nacional, en un intento por ayudar a disimular el creciente déficit fiscal.
Lo que debe tenerse presente es que el grueso de esa ganancia provino de las diferencias de cotización de sus activos nominados en dólares, dada la depreciación que tuvo el peso el año pasado. «El punto es que el Central posee dos grandes activos en dólares: las reservas (que promediaron durante 2014 unos US$ 28.000 millones) y los títulos públicos dolarizados, cuenta que en un 95% está compuesta por las denominadas Letras Intransferibles (promedio en 2014: US$ 47.000 millones). Éstas son los pagarés no negociables y de muy dudoso valor real que el Tesoro le fue entregando al Central cada vez que éste le cedía dólares para hacer frente a pagos de deuda pública», explica el economista y consultor Federico Muñoz.
«Este desglose -añade- pone en evidencia que la mayor parte de la ganancia se explica por la valorización en pesos de un activo que, en rigor, vale nada, lo que supone una emisión de pesos espuria en paralelo con una creciente descapitalización del BCRA».
En su último informe, el consultor recuerda que el Gobierno «con justa razón, calificaba de ?vaciamiento’ a la decisión de Repsol de distribuir el 90% de las utilidades anuales de YPF entre sus accionistas». Pero se pregunta: «¿Cómo deberíamos definir entonces a la conducta del BCRA, que cede sistemáticamente la totalidad de sus ganancias al fisco?.
La tesis de El capital en el siglo XXI es errada, dice el autor, y señala que el ya célebre economista francés que lo escribió no advierte que en los países en vías de desarrollo el problema no es el capital, sino su carencia.
LIMA – La obra de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI concitó interés a nivel mundial no porque emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social -somos muchos los que lo hacemos-, sino porque, basándose en sus lecturas de los siglos XIX y XX, enarbola la siguiente tesis central: «El capital produce mecánicamente desigualdades arbitrarias e insostenibles» que conducen al mundo a la miseria, la violencia y las guerras y continuará haciéndolo en este siglo.
Hasta ahora, los críticos de Piketty sólo han planteado objeciones técnicas a sus malabarismos con las cifras, pero no han impugnado su tesis política y apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé porque en los últimos años mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra en pleno siglo XXI. Descubrimos que lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio.
Piketty, como muchos otros estudiosos occidentales que investigan dotados de un presupuesto limitado, cuando tropieza en países no occidentales con datos estadísticos precarios o disparatados, en lugar de efectuar su propio muestreo en el terreno adopta las categorías de clase y los mismos indicadores europeos y los extrapola a las realidades de esos países. Luego se basa en ellos para sacar conclusiones de validez mundial y llegar a una ley de aplicación universal, sin tomar en cuenta que el 90% del mundo vive en países en vías de desarrollo, cuyos habitantes producen y mantienen su capital en el sector informal, vale decir, al margen de las estadísticas oficiales.
Los alcances de este error no se limitan a simples métodos de cálculo. El tipo de violencia que estalló en lugares como la plaza Tahrir, en Egipto, en 2011, se presenta precisamente en aquellas partes del mundo, y según nuestros estudios de campo, el capital tiene un papel determinante pero oculto que el análisis eurocéntrico no puede percibir.
A pedido del ministro de Hacienda de Egipto, mi equipo, junto a 120 investigadores en su mayoría egipcios, no sólo estudió documentos oficiales, sino que apeló a todos los medios locales para conseguir información que permitiera al gobierno comprobar la veracidad y la integridad de sus estadísticas convencionales.
Descubrimos que el 47% del ingreso anual del «trabajo» en realidad proviene del «capital». Los casi 22,5 millones de trabajadores que hay en Egipto no sólo ganaban un total de 20.000 millones de dólares en salarios, sino que además percibían otros 18.000 millones por el rendimiento de su capital no registrado. Nuestro estudio demostró que los «trabajadores» egipcios son propietarios de bienes inmuebles cuyo valor se estima en unos 360.000 millones, un monto ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa llegada a Egipto desde que Napoleón invadió el país. ¡Piketty no se percató de estos hechos, pues sólo estudió las estadísticas oficiales!
A Piketty le preocupa que haya guerra en el futuro y sugiere que cuando se produzca representará una rebelión contra las injusticias que provoca el capital. Al parecer no se ha dado cuenta de que las guerras por el capital ya han empezado, en Medio Oriente y el norte de África, con Europa por testigo. Si no se le hubieran pasado por alto estos acontecimientos, Piketty se habría percatado de que no se trata de revueltas contra el capital, como supone su tesis, sino más bien de revueltas por el capital.
La primavera árabe fue desencadenada por la autoinmolación de Mohamed Bouazizi en la ex colonia francesa de Túnez, en diciembre de 2010. Como las estadísticas oficiales y eurocéntricas califican de «desempleados» a todos aquellos que no trabajan para empresas formalmente reconocidas, no debe sorprendernos que la mayoría de los observadores le adjudicaran a Bouazizi el calificativo de «trabajador desempleado». Sin embargo, este sistema de clasificación no se percató de que Bouazizi no era un trabajador, sino un comerciante desde los 12 años, y que deseaba vehementemente tener más capital. Se puede decir que una taxonomía eurocéntrica nos impidió ver que en realidad Bouazizi estaba encabezando un cierto tipo de revolución industrial árabe.
Y no fue el único. Descubrimos que otros 63 empresarios, en un período de dos meses e inspirados por Bouazizi, intentaron suicidarse públicamente en todo Medio Oriente y norte de África y animaron a millones de árabes a tomar las calles derrocando casi de inmediato a cuatro gobiernos.
A lo largo de dos años entrevistamos a más de 15 «autoinmolados» que sobrevivieron a sus quemaduras, y también a sus familiares. Lo que los llevó a actuar así fue que les habían expropiado el poco capital que poseían. Unos 300 millones de árabes viven en las mismas circunstancias que los empresarios «autoinmolados» y de ellos podemos aprender muchas cosas.
Primero: que el origen de la miseria y de la violencia no es el capital, sino su carencia. No tener capital es la peor injusticia.
Segundo: que para la mayoría de nosotros, que no pertenecemos al mundo occidental y por lo tanto no estamos sometidos a las categorizaciones europeas, el capital y el trabajo no son enemigos naturales, sino más bien facetas que se entretejen para formar un todo.
Tercero: que el mayor freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para forjarse un capital y protegerlo.
Cuarto: que la disposición personal a enfrentarse al poder no es exclusivamente una cualidad occidental. Cada uno de los «autoinmolados» es Charlie Hebdo.
Concuerdo con Piketty cuando sostiene que la ausencia de transparencia es un mal medular de la crisis europea, que no amaina desde 2008. Pero no comparto la solución que propone: armar un libro de contabilidad gigante -un «catastro financiero»- que incluya todos los activos financieros.
No tiene sentido, porque el problema es que los bancos europeos y los mercados de capital tienen gran cantidad de lo que Marx y Jefferson llamaban capital «ficticio», es decir, papeles que ya no reflejan un valor real. ¿Quién querría un catastro de billones de dólares y euros, de derivados financieros agregados en paquetes de origen turbio, basados en bienes que no dejan rastros o cuya documentación está incompleta, que se propagan y arremolinan sin control por los mercados europeos? Un catastro que se limite simplemente a sumar el «valor» de todos estos instrumentos sólo podría reportar un guarismo inútil sobre un capital ficticio. Especialmente cuando vemos que una de las razones principales del mínimo crecimiento de la economía europea es que nadie confía en las instituciones financieras que detentan esos papeles sin valor.
Entonces, ¿cómo haríamos para crear un catastro que refleje la realidad y no la ficción? ¿Cómo pueden los gobiernos manejar datos económicos cuya veracidad se pueda comprobar en medio de un mercado mundial lleno de papeles ilusorios? ¿Cómo podemos ubicar, fijar y controlar algo tan inmaterial y trascendente como el capital? Fueron los franceses quienes aportaron la respuesta con sus sistemas de registro de propiedad desarrollados antes, durante y después de la Revolución Francesa. Los sistemas de registro de aquella época feudal no podían ir al ritmo de los mercados en fuerte expansión. Las recesiones eran incontrolables y desapareció la confianza entre los franceses, por lo que llevaron su frustración a las calles. Los reformadores franceses no respondieron con un catastro que retratara el caos del sistema financiero, sino creando sistemas de recopilación de datos radicalmente nuevos que reflejaran los datos reales y no los ficticios.
Simple y genial. Al contrario de lo que sucede con los estados financieros, los registros de propiedades se guardan en archivos muy bien reglamentados y son accesibles al público; además contienen toda la información disponible sobre la situación económica de las personas y de los bienes que controlan. Nadie puede permitirse cometer errores al declarar la cantidad de capital que posee, pues perdería su capital.
Como bien señaló el reformista francés Charles Coquelin, Francia pudo modernizarse cuando el país aprendió a registrar la propiedad durante todo el siglo XIX. Así pudo hacer un relevamiento de los millares de enlaces que entretejen las empresas y con ello socializar y reestructurar la producción en forma más flexible.
Piketty tiene el corazón en el lugar correcto, pero tiene los papeles en los archivos equivocados. El problema del siglo XXI son los papeles sin respaldo en bienes en Occidente, y los bienes sin papeles en el resto del mundo.
¿Cómo lidiamos con la miseria, las guerras y la violencia cuando la mayoría de los registros del mundo han dejado de representar aspectos cruciales de la realidad? La historia francesa es un buen punto de partida para encontrar respuestas, especialmente en la etapa de Revolución Francesa.
—El autor, economista peruano, escribió El misterio del capital. ¿Por qué el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo?, entre otros libros.