Una historia de Libertad Financiera

noviembre 6, 2025

Por Gustavo Ibáñez Padilla.

Es muy agradable comenzar el día con buenas noticias. Me había levantado temprano y luego de desayunar con la tranquilidad -en las primeras horas  de la mañana cuando aún no suenan los ruidos del trajín diario-, encendí la notebook y revisé mis e-mails. El Asunto llamó pronto mi atención: ‘Vamos para adelante’, esta frase optimista combinada con el nombre del remitente generaron una inmediata descarga de dopamina en mi cerebro. Era una evidente indicación que el negocio se había cerrado y eso significaba muy buenas noticias. Un cliente ganado, una relación consolidada, dólares acreditados en mi cuenta de comisiones y el objetivo anual ahora más cerca de cumplirse.

Mis pequeñas células grises –como le gustaba decir al detective belga– entraron en acción. Era martes, debería viajar en forma inmediata a Córdoba, para cerrar el negocio en forma personal y firmar la documentación necesaria el miércoles, para estar de vuelta el jueves en Buenos Aires pues tenía que dictar una clase en forma presencial. Consulté los horarios de vuelos y como suele pasar no encajaban con mi agenda y cortaban el día por la mitad. Decidí recurrir al viejo y confiable ómnibus, que pese a su lentitud respecto al avión, cuenta con salidas de última hora que llegan a primeras horas de la mañana y permiten viajar cómodamente durmiendo en el coche cama, luego de una cena caliente y una película para conciliar el sueño. Rutinas habituales en la época pre-pandemia.

Compré el pasaje en forma presencial en un local cerca de mi casa. Ya sabía que allí podría elegir mejor los horarios, servicios y compañías, además de siempre conseguir un mejor descuento que por el canal online. Todavía hay cosas que funcionan mejor al viejo estilo. Pagué al contado, con billetes físicos, seleccioné el último horario del servicio cama-suite, con servicio de comida completo –bombón de bienvenida, entrada fría, plato caliente, buen vino, postre, Tía María y café. Luego una buena película y a dormir hasta llegar a la Terminal de Ómnibus de Córdoba.

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Me gustaba esa rutina, muchas veces realizada ya que desde que me había instalado a vivir en Buenos Aires viajaba con frecuencia a La Docta, alternado el ómnibus, el auto y el avión, como medios de transporte según las circunstancias del caso. El ómnibus me daba una sensación de libertad y viaje sin problemas, no había suspensiones de último momento –como en los viajes aéreos–, ni el largo esfuerzo de manejar más de 700 kilómetros de un saque. De la terminal a mi casa paterna había un corto trecho, que recorría caminando por la avenida Poeta Lugones, muy parecido al que realizaba todas las mañanas en mi infancia para asistir al Colegio Gabriel Taborin. Era un viaje tranquilo, predecible y agradable. Todo bajo control.

Pero esta vez algo fue distinto. Cuando terminé la película, luego de haber comido y bebido, excelentemente atendido por una amable azafata, me levanté para ir al baño en forma preventiva -ya que sabía que había ingerido demasiado líquido para mi rutina habitual-. Cuando fui hacia la escalera ubicada en la parte delantera del segundo piso pude observar a un hombre que no dormía como el resto de los pasajeros. Estaba sentado erguido en su asiento –sin otros pasajeros cerca– y movía rítmicamente sus manos, lo cual llamó poderosamente mi atención. Me acerqué con disimulo para observar lo que hacía y puede ver que estaba manipulando unas cuentas y unos alambres con dos pequeñas pinzas. Al ver su extraordinaria habilidad para armar collares y su buen gusto para combinar las cuentas, me senté a su lado y entable conversación.

Era un tipo simpático, de mediana edad, aparentaba menos de cuarenta pero luego me confesó tener más de cincuenta. Tenía el physique du rôle de un hippie de fines de los sesenta, pero muy saludable y sin adicciones aparentes. Era flaco, atlético, erguido, de mirada atenta e inteligente. A lo largo de la conversación pude saber que tenía un estilo de vida muy simple y saludable. No tomaba alcohol, no consumía drogas, comía de todo pero en forma equilibrada, dormía bien y no era nada sedentario. Era un trotamundos, que había recorrido gran parte del planeta, se daba a entender bastante bien en varios idiomas, disfrutaba de una libertad personal muy amplia y transmitía paz y seguridad.

Su perfil personal me resultó muy interesante y le hice muchas preguntas, porque siempre me atrajo todo lo relacionado con la libertad persona, la libertad financiera y los estilos de vida relacionados. Le comenté que me dedicaba al asesoramiento financiero, que había escrito un Manual de Economía Personal y que su caso me resultaba interesante para analizarlo más a fondo.

Su apodo era Marley, por el guitarrista jamaiquino, pero solo se asemejaba en el sentido de ser un espíritu libre, no era virtuoso en la música ni adicto a las drogas.

Llevaba una vida de hippie viajero, que se autosustentaba con la fabricación y venta de colares, pulseras y accesorios; realizados con un llamativo buen gusto y empleando materiales de calidad, Piedras semipreciosas, cuentas de vidrio exóticas, elementos de plata y todo aquello que podía conseguir en sus viajes. Era un hábil artesano y un mejor comerciante. Compraba productos típicos en lugares exóticos y luego los vendía a mucho mayor precio en lugares a miles de kilómetros. Compraba piedras en Bali y las vendía en Argentina, compraba objetos de cuero y plata en Argentina y los vendía en Europa. Un mercader autosuficiente del mundo moderno.

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Me pareció un ejemplo excelente para ilustrar mis artículos y conferencias sobre Libertad Financiera, en los cuales venía hace tiempo trabajando el concepto de que la libertad financiera era más una cuestión de flujo de efectivo que de stock de capital. Marley no necesitaba contar con una abultada cuenta de inversión que le genera intereses para vivir, ni una amplia cartera de inmuebles para vivir de los alquileres. Su sistema era mucho más sencillo. Combinaba un estilo de vida frugal, vivir con lo justo y necesario, con una interesante capacidad de crear un flujo constante y predecible de ingresos con la elaboración y venta de sus accesorios artesanales. Todo esto se potenciaba con sus viajes por el mundo, que le brindaban una enorme libertad individual, un agradable estilo de vida y una fuente de materias primas exóticas, adquiridas a muy buenos precios.

Era obvio que no era un estilo de vida apto para cualquiera. Marley era ‘solo’. No tenía lazos familiares que lo ataran, ni persona que dependieran de él. No tenía cobertura médica privada, ni cuentas bancarias, ni bienes inmuebles. Todas sus posesiones cabían en su mochila. Pero había desarrollado una forma de vida y unas capacidades que lo convertía en una persona verdaderamente autónoma y auténticamente autosuficiente.

Marley disfrutaba de su vida a cada instante, sus horas de trabajo se alternaban con horas de ocio y socialización, sin solución de continuidad. No tenía que cumplir incómodos horarios, ni realizar fatigosos traslados hasta su lugar de trabajo. Su vida y su trabajo estaban imbricados con exquisita perfección. Ahora mismo, mientras se trasladaba en ómnibus de Buenos Aires a Córdoba, estaba fabricando sus accesorios mientras conversaba conmigo. El creaba valor, para luego consumirlo sin casi necesidad de realizar cuantiosas reservas.

En el acto vino a mi memoria el pasaje de Mateo 6:26-34.

“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”

Bob, como comencé a llamarlo en lugar de Marley, demostraba ser una persona equilibrada. No necesitaba aparentar ante nadie, no caía en la vorágine del materialismo consumista. Su apariencia era agradable, su ropa estaba limpia y en buen estado. No era un homeless, era un trotamundos, un espíritu libre. Se hospedaba donde mejor le quedara en cada ocasión, en lugares simples, sin lujos, pero limpios y ordenados. Muchas veces lo recibían amigos de la vida, que fue acumulando a lo largo de los años y en diversa partes del mundo.

Como llevaba un estilo de vida simple, no precisaba de grandes gastos para solventarse. Con unas pocas horas de trabajo manual y posterior venta (que podía darse en simultáneo) cubría su presupuesto, más siempre le quedaban excedentes que le permitían adquirir materias primas para sus artesanías. Como elegía siempre elementos de primera calidad, sus producciones se vendían a buen precio. Y a pesar de obtener un importante margen de ganancia, asombraba a sus clientes –que consideraban una ganga lo que pagaban, por estos productos hechos a mano, con materiales exóticos y muy buen gusto–.

Bob era muy sociable, hacía amigos mientras recorría el mundo, conseguía piedras exóticas no solo por su origen, sino porque también venía acompañadas por una historia peculiar. Esto le encantaba a sus clientes. Un collar de Marley era una pieza única, que narraba una experiencia por sí mismo.

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Saqué muchas enseñanzas de mi interacción con Bob. Aprendí que se puede uno acercar a una ‘vida de naturaleza’ al despojarse de todo lo superfluo e innecesario. Aprendí que muchas veces las posesiones nos esclavizan más que liberarnos. Aprendí que necesitamos mucho menos cosas de las que creemos y que un estilo de vida simple y frugal nos brinda mucho más libertad personal. Aprendí que las relaciones humanas valen más que los bienes materiales.

En síntesis, aprendí que todos podemos simplificar nuestra vida –en mayor o menor medida– y que esto siempre brinda buenos resultados. Aprendí, en forma real y no meramente formal, que no es rico el que más tiene sino el que menos necesita.

Y ahora gracias a mi amigo Marley –a quien nunca más volví a ver ni a contactar, ya que Bob ni siquiera tenía celular– puedo transmitir muchos de estos conocimientos de vida a quienes me rodean. Mi actividad principal es el asesoramiento financiero personal, siempre les recomiendo a mis clientes que generen ingresos, ahorren e inviertan; que planifiquen y protejan a sus familias. Sin embargo, esto no se contradice con todo lo que me enseñó Bob. Ser capaces de generar un flujo consistente de ingresos, llevar una vida simple y austera, ser previsores y ordenados, todo esto aumenta nuestra libertad personal y nos permite disfrutar de una mayor calidad de vida junto con nuestros seres queridos.

Fuente: Ediciones EP, 06/11/25..

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