Algo huele mal en el FPV

agosto 23, 2015 · Imprimir este artículo

Entre Cristina y Scioli, algo no anda bien

A la Presidenta la cuesta aceptar su salida del poder. Está disconforme con el candidato. Quiere condicionarlo más. Scioli busca recostarse en el PJ. El camino hacia octubre es incierto.

Por Eduardo van der Kooy.

«Es un inservible». La sentencia de Cristina Fernández retumbó varias veces en la residencia de Olivos después de las primarias del 9 de agosto. Pudo ser escuchada por su círculo íntimo. También, por algún ministro confiable de paso ocasional. Todos supusieron que la calificación apuntaba a su desencanto con cierto funcionario de importancia relativa. Quedaron pasmados cuando descubrieron que refería a Daniel Scioli.

cfk va a la guerraCristina estaría atravesando días difíciles. Aquellos que marcarían de modo inexorable su salida del poder. Además del paulatino extravío de su protagonismo. Con las PASO arrancó el tramo decisivo de un proceso que recién podrá clausurarse a fines de octubre o de noviembre. Depende del balotaje. Ese recorrido será propiedad del mismo Scioli, de Mauricio Macri y de Sergio Massa. La Presidenta pasaría a ocupar un papel político de segundo orden. Inaceptable para ella, habituada a otra cosa distinta desde que en octubre del 2010 murió Néstor Kirchner.

La crisis de la mandataria resultaría engorrosa de explicar si se considera que fue ella quien resolvió ungir a Scioli y evitar una interna presidencial en el Frente para la Victoria. Incluso se ocupó personalmente de la ingeniería para que el gobernador de Buenos Aires no se sintiera como un heredero. Apenas como un comisionado. Estampó a su lado a Carlos Zannini. Habilitó a Aníbal Fernández para pelearle a Julián Domínguez la candidatura provincial. Se ocupó de esterilizar buena parte del sistema de los barones del Conurbano que apostaban por el jefe de la Cámara de Diputados. Empinó para el futuro Congreso a Máximo, su hijo, a Axel Kicillof, el ministro de Economía, y a Eduardo De Pedro, el secretario General de la Presidencia.

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La jugada más brava consistió en hacer desistir de la competencia a Florencio Randazzo. No pudo convencerlo ni rendirlo para que aceptara la disputa bonaerense. Le hubiera ahorrado a la mandataria, tal vez, muchos dolores de cabeza. Recién empieza a develerase ahora la profundidad de la ofensa que sufrió el ministro del Interior y Transporte. Estaba entusiasmado con la carrera. Sintió frustración por aquel impedimento. Pero se indignó por el modo. Randazzo le había propuesto a la Presidenta llevar a Zannini como ladero para enfrentar a Scioli en la interna. Tres días después, el secretario Legal y Técnico se convirtió en el candidato a vice del gobernador.

Hubo otros asuntos que no se le podrían achacar a Cristina. Domínguez reparó mucho la semana pasada en la denuncia que Felipe Solá, el postulante del Frente Renovador, hizo ante la Justicia. Adujo que le robaron miles de votos. Al titular de Diputados le extrañaron también algunos aspectos del escrutinio que dictaminó su derrota en las primarias, por un estrecho margen. Ejemplos abundan en el Conurbano. Pero uno de ellos podría tildarse de emblemático. En Quilmes, su tierra natal y política, Aníbal Fernández venció a Domínguez por tres puntos. Sin embargo, el actual intendente, Francisco Gutiérrez, que respaldó al titular de Diputados, doblegó por trece puntos a Daniel Gurzi, el discípulo del jefe de Gabinete. Semejante ecuación habría demandado de un masivo corte de boleta de parte de los quilmeños. Un fenómeno que, en esa proporción, fue imposible de verificar en otro rincón de Buenos Aires.

Domínguez convivirá con el entripado porque no está dispuesto a enrarecer más el clima de intoxicación imperante en el oficialismo kirchnerista-peronista. Y porque tampoco desearía sumarle otro problema a Scioli. El gobernador tendría suficiente con el malestar de Cristina y el trabajo que le aguarda para no tener que exponerse a los peligros de un posible balotaje.

Scioli espera que aquel malestar presidencial con él pase lo más rápido posible. Ruega que responda a un berrinche de los que la Presidenta confesó en público que suelen aquejarla. Ese humor es inconveniente para el candidato por dos razones: lo perturbaría desde un ángulo emocional; lo expondría a la hipotética pérdida de los votos ultra K. También necesita que la Presidenta deje de insistir con que “no tengo candidato”, cuando se despacha en la discreción de su Palacio.

Scioli entiende el error que cometió con su inopinado viaje a Italia en medio de las inundaciones bonaerenses. Aunque no entiende mucho más. Apuesta a que Cristina recapacite sobre algo muy sensible: nadie le ofrece más garantías que él para que la Justicia no altere su tranquilidad fuera del poder. En los últimos días volvieron a escena dos causas que podrían convertirse en amenaza eterna de la Presidenta. La intervención de Scioli ante la Sala I de la Cámara Federal las logró bloquear, desviar o demorar: la muerte del fiscal Alberto Nisman, que había denunciado a Cristina por supuesto encubrimiento terrorista; Hotesur, una empresa sospechada de lavado de dinero que administra una cadena hotelera propiedad de la familia Kirchner, en El Calafate. En el primer caso, la denuncia resultó lapidada. En el segundo, se resolvió la separación de Claudio Bonadio. Fue sustituído por Daniel Rafecas. Un alivio. Aunque ese juez simule voluntad de investigar.

El enojo de Cristina le habría hecho perder al candidato K algunos casilleros en su plan de competencia. En estos meses hasta octubre, con el kirchnerismo asegurado, urdía una peronización de su campaña. Pero ahora estaría obligado de nuevo a ensayar otra aproximación con la Presidenta. Ella se exhibiría indiferente ante tal necesidad. Después de quince días de un silencio que se trufó con cierta clandestinidad –apareció sólo en una fotografía junto Aníbal Fernández y Martín Sabbatella, tras el triunfo de la pareja en la interna– reapareció casi en estado puro durante una cadena nacional. Con una combinación perfecta de distorsiones y dislates. También, de señales inevitables para una interpretación política: sentó a su lado únicamente al jefe de Gabinete y al ministro Kicillof. El candidato estuvo con el lote de mandatarios pejotistas. Como uno más.

Cristina habló por primera vez de las inundaciones, defendió las obras de su Gobierno y cuestionó el presunto oportunismo opositor. Pero no gastó un sólo minuto para defender a Scioli. La mandataria posee una convicción que heredó de su ex marido: el gobernador es siempre un candidato cotizado pero un flojito administrador.

Scioli se siente ahora atenazado entre la ira presidencial y las demandas de los gobernadores peronistas. Estos hombres quieren garantías de futuro. Las escuchó en el mitin del cual participó en Tucumán para apoyar en las elecciones de hoy la candidatura de Juan Manzur y el régimen de José Alperovich. ¿Cómo satisfacerlos con la tirría que Zannini le dispensa al movimiento de Perón (Juan)? ¿Cómo hacerlo, por otra parte, con un aspirante a la gobernación bonaerense aferrado por Cristina y refractario para el votante independiente?

Esos interrogantes no tienen por ahora respuesta. Menos, después del relevamiento que el sciolismo ordenó en Buenos Aires para detectar la manera de superar la votación en las PASO. Las conclusiones no habrían sido auspiciosas. Por un lado, la comprobación de que Massa tendría su clientela consolidada. También, el rastreo de que parte de los sufragios que juntó José de la Sota serían, al menos en Córdoba, más proclives a migrar hacia el macrismo que al kirchnerismo. Por otra parte, que el millón y medio de votos que cosechó Domínguez en la interna tenderían a diseminarse. Un 54% de ellos no estaría dispuesto a acompañar a Aníbal Fernández en su aventura por la gobernación. Sería imposible determinar todavía si optarían por María Eugenia Vidal o por Solá. En cualquier caso, un potencial serio trastorno para Scioli.

En el afán de captar a quienes no los han votado, Scioli, Macri y Massa estarían impedidos de divisar acabadamente los rasgos profundos del país del cual posiblemente se hagan cargo en diciembre. La vacilante economía no sería la única gran dificultad. Aunque las propias confesiones kirchneristas derraman miedo. Alejandro Vanoli, el titular del Banco Central, admitió que las reservas escasean. Silvia Batakis, la ministra de Scioli, sostuvo que en las presentes condiciones resulta imposible levantar el cepo. Los fondos tangibles no superarían los US$ 10 mil millones. Cristina asumió en el 2007 con US$ 46 mil millones en las arcas del Estado.

Esa situación económica se entronca con deficiencias estructurales básicas para la democracia, como la transparencia de su sistema electoral. La Cámara Nacional Electoral, en medio de la campaña, emitió una acordada en la cual expresó su preocupación y la necesidad de modificar el sistema de boletas de votación. También apuntó al extendido calendario electoral que este año en nuestro país, si hubiera balotaje, insumiría nueve meses. Detrás del desbarajuste no existiría sólo una normativa errada o una especulación política. También, la ventaja de que el desdoblamiento permite la fiscalización del comicio sólo a cada autoridad local y no a las federales. Riesgo de balcanización. Abundaron estos meses las denuncias sobre anomalías y fraudes. La violencia irrumpió con un joven militante radical muerto en Jujuy.

Cristina no reconocería nada de todo eso. Describe a la Argentina como un vergel en un mundo árido. Apenas manchado por opositores que apelarían a demagogias y mentiras. Aunque sinceró que peor que recurrir a esas artimañas sería ser, simplemente, personas malas. Casi un inconsciente autorretrato.

Fuente: Clarín, 23/08/15.
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Aníbal, el verdadero candidato de Cristina

Por Julio Blanck.

scioli zanini cfkCristina nunca quiso a Daniel Scioli, pero lo terminó haciendo candidato a presidente porque la única opción que tenía era enfrentarlo con paladín propio en la interna, y perder. Cristina nunca quiso a Aníbal Fernández, pero lo ayudó a ser candidato a gobernador porque toda la desconfianza que le despierta Aníbal daba menos que la suma de las desconfianzas que le provocaban los otros postulantes. O sea: Cristina tiene dos candidatos, los principales del país, a los que nunca quiso pero debió aceptar en un intento por disimular –y muy bien lo hace– cierta debilidad política estructural. Pero hubo cambios sutiles en esas relaciones matrizadas en el recelo y el desprecio a casi todos los demás que tan notoriamente ejerce la Presidenta. Hoy, el verdadero candidato de Cristina es Aníbal.

En las mesas de análisis del peronismo se especula con que la jugada profunda de Cristina es apoyarse en Aníbal para alfombrar su camino de regreso. Si fuese cierto lo que esas mentes conspirativas suponen, con Aníbal apuntalándola como gobernador Cristina se postularía a senadora por la Provincia en 2017. De allí al retorno a la Casa Rosada en 2019 habría sólo un paso. Todo se monta sobre la suposición de que candidatearse y ganar es una sola cosa. Visto así, Scioli sería apenas un estorbo transitorio. Gente ilusa hay en todas partes y algunos hacen negocio con eso. Pero ya sea puro delirio o información calificada, ese fantasma circula en las asesorías cercanas a Scioli.

Conviene recordar que los hechos y las palabras han sido inequívocos para demostrar a quién prefiere Cristina.

Primero los hechos. La Presidenta recibió en triunfo a Aníbal el día después de haber logrado la candidatura derrotando a Julián Domínguez. En cambio sobre Scioli, ganador de la PASO presidencial, sólo se escuchó su silencio. Recién se dejó ver diez días más tarde, el jueves último, en un acto para la celebración de su reaparición pública en el que hizo actuar a los gobernadores peronistas –Scioli incluido– como comparsa segundona.

Ahora las palabras. En esa gala de reencuentro con su público, transmitida por cadena nacional, la Presidenta fue muy clara. Dijo que la movida opositora destinada a desgastar a Scioli, facturándole su viaje a Italia durante las inundaciones, no había sido una campaña contra Scioli sino contra el Frente para la Victoria. Y enseguida explicó que a quien de verdad le hicieron campaña sucia fue a Aníbal, con aquella acusación que lo involucra con el tráfico de efedrina y el triple crimen de General Rodríguez.

Curiosa simbiosis por necesidad. Cristina siempre sintió aversión por el estilo personal y el modo de acción política de Aníbal, un peronista bonaerense de probada pureza genética. El que lo apadrinaba era Néstor, que, entre otras menudencias, siempre dejó en sus manos el manejo de las fuerzas de seguridad. Pero Néstor murió en octubre de 2010, en diciembre de ese año se produjo la violenta ocupación y posterior desalojo del Parque Indoamericano y Cristina, presidenta en soledad, le sacó a Aníbal –por entonces jefe de Gabinete– su juguete preferido.

Creó el Ministerio de Seguridad, nombró a Nilda Garré y puso en su jurisdicción a policías, gendarmes, prefectos y demás. El kirchnerismo duro coronaba así su propósito, ideológico y material, de tener bajo control político a las fuerzas de seguridad, sustrayéndolas del modo negociador del peronismo clásico de Aníbal.

Un año después, al definir los casilleros para su segunda presidencia, Cristina lo mandó a Aníbal a pastorear al Senado. Feo destino para un carnívoro. Allí estuvo casi tres años, hasta que en noviembre pasado ella lo volvió a llamar, cuando reorganizó su gabinete tras descabezar la SIDE. Aníbal volvió como secretario de la Presidencia y a fines de febrero, cuando Jorge Capitanich regresó a la gobernación del Chaco, coronó otra vez en la Jefatura de Gabinete.

Para entonces, ya hacía un mes que venía ganándose a paso vivo la consideración de Cristina. Se había transformado en la cara del Gobierno tras la muerte del fiscal Alberto Nisman ocurrida el 18 de enero, cuatro días después de haber denunciado a la Presidenta por encubrir a los iraníes acusados por la AMIA. “¿Te imaginás lo que hubiese sido el caso Nisman sin Aníbal?”, se pregunta hoy un kirchnerista con actuación destacada en Casa Rosada y el Congreso.

En el Gobierno cuentan que en plena conmoción inicial por la muerte del fiscal, Aníbal le prometió a Cristina sacarle de encima esa mochila colosal si le daban recursos suficientes y libertad operativa.

La maniobra política, judicial y mediática diseñada para enchastrar a Nisman por su vida privada, como una manera de ignorar y descalificar su denuncia, funcionó a la perfección. En menos de 45 días empezó a borronearse en la opinión pública la gravísima acusación a la Presidenta, quedaron en cambio sobrenadando los escandaletes privados reales o fraguados, y Cristina empezó a repuntar en las encuestas.

Hace dos meses, al entrarse en el tramo decisivo de la interna bonaerense, la preferencia evidente de Scioli por Julián Domínguez arrimó simpatías del kirchnerismo duro para Aníbal. Todo indica que el favor de Cristina se terminó de decidir cuando a Aníbal le cayó encima la denuncia por la efedrina, hecha en el programa de Jorge Lanata, y enseguida Julián apareció bailando chacarera en la misma pantalla, la de El Trece/Grupo Clarín, con Marcelo Tinelli. La Presidenta, por espanto si se quiere, consagró entonces a su preferido.

Se ha dicho mucho que Aníbal en campaña es un problema para Scioli. Lo dicen cerca de Scioli, en realidad. ¿Por qué? Porque Aníbal no admite medios tonos, tiene una imagen negativa fuerte y podría obstruir la llegada del candidato a los sectores independientes, de voto volátil, a los que necesita sumar para llegar a la Presidencia. Porque está claro que con lo que hoy tiene, a Scioli no le alcanza.

Parece mentira, pero a pesar de haber logrado el 38,4% en las PASO y aventajar por más de 8 puntos a Mauricio Macri, es habitual en estos días escuchar de gobernadores, intendentes y legisladores peronistas la misma idea: “Daniel la tiene difícil”. Por contraposición, cualquiera de ellos dice: “El que la lleva mejor es Aníbal, porque ganando por un voto es gobernador”.

Los peronistas que dicen esto están en la orilla de Scioli y se ilusionan con desplazar al kirchnerismo del centro de las decisiones. Es más: dicen que si Scioli no lo hace antes de octubre la elección está en riesgo.

Sobre el mismo escenario que dejaron las PASO, el kirchnerismo hace una evaluación muy diferente. Admite que Scioli puede estar en apremios electorales, pero asegura que son fruto de su incapacidad para captar votos más allá de lo que le asegura el kirchnerismo.

Un trabajo del consultor Artemio López afirma que la elección kirchnerista en las PASO estuvo “en el piso de lo previsto”. Igual, sostiene que “el escenario de triunfo en primera vuelta está disponible” para octubre. Pero de allí en más desgrana una mirada muy crítica hacia Scioli. Asegura que el Frente para la Victoria “no obtuvo ningún voto por fuera” de su espacio tradicional y que así “se desmoronó la hipótesis que suponía a Scioli poseedor de un plus de votos no kirchneristas”.

Se señala también que la clave para que el kirchnerismo no pudiera llegar al 40% en las PASO fue la provincia de Buenos Aires en general y la Tercera Sección (sur y suroeste del GBA) en particular, “poblada de segmentos vulnerables, tradicional electorado oficialista”.

Lo que dice Artemio es que donde hay mayor concentración de pobres, necesitados como nadie de la ayuda del Estado, la elección de Scioli estuvo por debajo de las expectativas. Notable sinceramiento sobre el peso electoral que se espera del clientelismo. Aunque, al fin, concede que eso puede responder no sólo a la supuesta falla del candidato sino también a factores como las inundaciones, los problemas de infraestructura en barrios populares y a las carencias económicas y sociales en general.

Para ponerse en posición de ganar la elección Scioli necesita mejorar su desempeño en la Provincia. Allí el peronismo hizo en las PASO su peor elección presidencial de la historia, con 39,5% de votos. La pregunta es si para alcanzar ese objetivo Aníbal es una locomotora que empuja o un freno que inmoviliza.

Desde municipios kirchneristas del GBA hay noticias de organizaciones sociales y vinculadas a la Iglesia que les están pidiendo a los intendentes que les armen la boleta sin Aníbal para repartirlas en su comunidad. No es un hecho generalizado. Pero está pasando.

Por ahora, más allá de los mutuos recelos, Scioli y Aníbal acordaron caminar juntos. Lo que importa es ganar. Como sea. Después se verá qué hacer con la herencia explosiva que uno y otro puedan recibir, en la Nación y la Provincia.

Podrá decirse que a Scioli presidente le convendría que Aníbal no sea gobernador, porque tendría a su espalda una poderosa base kirchnerista activa desde el primer día. Puede suponerse que Aníbal gobernador no querría tener a Scioli presidente, porque ganar en solitario podría convertirlo automáticamente en el nuevo jefe del peronismo. Son especulaciones.

¿Y Cristina? Tiene un favorito, quizás tenga un plan de retorno. Pero está obligada a jugar con cartas ajenas. Su suerte ya no es enteramente suya.

Fuente: Clarín, 23/08/15.
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