Avanza el Caso Nisman: Cade vez más cerca del magnicidio
marzo 3, 2016 · Imprimir este artículo
La tesis del crimen avanza en el caso Nisman
Con el cambio de gobierno, los hechos se han precipitado en la investigación sobre la muerte del fiscal del atentado a la AMIA; la hipótesis del asesinato, ya instalada en sede judicial, no parece descabellada.
Antonio Stiuso habló. Su voz está muy lejos de ser la palabra de Dios, pero era una palabra esperada por todos. Stiuso habló casi 17 horas. Sus afirmaciones no son palabra santa y cometeríamos un error si le creyéramos al pie de la letra, pero cometeríamos un error mucho más grande si cerráramos los oídos a esas palabras.
Por lo pronto, después de estas declaraciones, la jueza Fabiana Palmaghini consideró prudente sacarse la causa de encima. Sus motivos no parecen ser muy convincentes, y mucho menos profesionales, pero lo cierto es que ahora será la justicia federal la que tomará las riendas del asunto, una competencia que, de acuerdo con la investidura del fiscal Alberto Nisman, debería haberse establecido desde que fue encontrado muerto en su departamento.
No hacía falta que Stiuso hablara para que supiéramos del chiquero que deliberadamente se hizo en el escenario del crimen o de las reiteradas irregularidades en la investigación. Dicho con otras palabras: Stiuso no dice nada que quienes abonaban la teoría del crimen no hubieran ya expresado, pero en este caso se trata del hombre que en septiembre del año pasado fue acusado por la entonces presidenta de ser un protegido de Estados Unidos.
Pues bien, Stiuso volvió y habló. No lo hizo antes, pero lo hace ahora. ¿Qué cambió de un año a esta fecha? Obvio, cambió el gobierno, una novedad que no debería influir en las decisiones de la Justicia, pero que en la Argentina influye. Primero, la jueza Palmaghini se hace cargo de la causa; después, el dictamen del fiscal Ricardo Sáenz instala por primera vez en el campo jurídico la palabra «crimen».
Pero ahora los hechos parecen precipitarse: Stiuso declara y dice sin tapujos que Nisman fue asesinado porque lo que investigaba molestaba al gobierno de Cristina Kirchner. Unas horas después, en el Congreso, Mauricio Macri, la máxima autoridad política del país, dice ante la Asamblea Legislativa que Nisman murió en circunstancias inciertas y que sería deseable que comenzaran a aclararse. El Presidente no pronunció la palabra crimen, pero exigir desde su investidura que una muerte como la de Nisman se aclare es algo más que una insinuación.
La hipótesis del crimen fue la que ganó el sentido común de la gente, por la sencilla razón de que esto es lo que suele ocurrir cuando un funcionario de la estatura de Nisman aparece muerto pocas horas antes de lanzar una denuncia que colocaba al poder en el banquillo de los acusados.
Claro, los procedimientos de la Justicia y la propia búsqueda de la verdad no los resuelven las «hinchadas». Sin embargo, cuando ocurren episodios de esta naturaleza, el peso de la opinión pública es insoslayable. Visto desde esta perspectiva, la publicidad no sólo es inevitable, sino que en algún punto es deseable, en tanto permite que el conflicto salga de la oscuridad y el secreto.
¿Nisman se suicidó porque súbitamente lo aterrorizó la presentación ante legisladores, algunos de los cuales habían prometido recibirlo con los botines de punta? No perdamos de vista las perspectivas: no era Nisman precisamente quien tenía algo que perder si efectivizaba sus denuncias.
Resulta poco creíble que un hombre que derrochaba vitalidad, entusiasmo y confianza decida suicidarse de la noche a la mañana. Su ex esposa y su secretaria privada expresan la misma convicción. No, no era previsible el suicidio, pero además, en caso de haberlo consumado por motivos inescrutables, un hombre como Nisman, un funcionario con actividad pública desde hacía años, un padre preocupado por la relación con sus hijas y un fiscal con una autoestima consistente, antes de tomar la decisión fatal, deja un mensaje, una señal, algo que explique o justifique su acto.
Presidentes latinoamericanos como Getulio Vargas, Osvaldo Dorticós y José Manuel Balmaceda se quitaron la vida, pero dieron explicaciones. Lo mismo puede decirse de Leandro Alem, Lisandro de la Torre o Leopoldo Lugones. Todos, en todos los casos, dejaron una o varias cartas para explicar o justificar sus actos. Esto no sucedió con Nisman. No es que todo suicida tenga la obligación de dejar una carta, pero admitamos que la mayoría de los suicidas lo hacen. Nisman no lo hizo y eso no prueba nada, pero sugiere mucho.
¿Es tan descabellada la hipótesis del crimen en un país donde, en los últimos veinte años, funcionarios públicos como Rodolfo Echegoyen, Horacio Estrada y Marcelo Cattáneo, para no mencionar a Lourdes Di Natale, la secretaria de Emir Yoma, fueron «suicidados» en condiciones parecidas a la de Nisman?
Lamentablemente, y más allá de la buena intención de algunos, parece difícil que se logre establecer la verdad. Es probable que la duda siga flotando en el aire como un fantasma o un espantajo. La certeza íntima de que se trata de un crimen, esa convicción que impugna a una zona sombría y siniestra del poder, será, me temo, muy difícil de ser probada jurídicamente. Como los casos de Echegoyen, Cattáneo, Estrada o Di Natale, la muerte de Nisman corre serios riesgos de sumarse a la ya amplia galería de funcionarios públicos de los que no se sabe con certeza jurídica si se suicidaron o fueron «suicidados».
¿Crimen perfecto? No lo sabemos. Pero sí sabemos que no hay crímenes perfectos, sino investigaciones imperfectas. Y sospechosos silencios. Silencio por Nisman, silencio por su denuncia, silencio por los responsables del atentado contra la AMIA. Demasiados silencios para atribuirlos a la casualidad.
—Periodista, miembro del Club Político Argentino.
Fuente: La Nación, 03/03/16.
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