La importancia de la Universidad

diciembre 14, 2014 · Imprimir este artículo

Transmitir sabiduría, esa noble tarea de la universidad

Por Juan Carlos de Pablo.

El próximo miércoles 17 se cumplirán 50 años del día en que obtuve el título de licenciado en Economía, en la Universidad Católica Argentina. Como explico en Bodas de oro profesionales: pasión, oficio y dedicación, de economista me «recibí» mucho tiempo después. Estudié economía porque Guillermo Lladó, el contador con quien trabajaba, me lo sugirió; estudié en la UCA porque era católica, vespertina y muy barata.

A propósito de este aniversario, entrevisté al argentino Francisco Emilio Valsecchi (1907-1992), profesor de microeconomía, decano y vicerrector de esa universidad. También enseñó en la UBA. Muy didáctico, sostenía que «los profesores jóvenes enseñan más de lo que saben; los profesores adultos enseñan sólo lo que saben; en tanto que los profesores ancianos sólo enseñan lo que los alumnos necesitan aprender». Entre 1970 y 1972 se desempeñó como embajador argentino ante los Países Bajos. Fue biografiado por María Cecilia Díaz en Francisco Valsecchi: riqueza, hombre y sociedad, publicado en 2014. La economía como disciplina científica, en su honor, fue publicado por Raúl Macchi.

-¿Cómo llegó a la economía?

-Me doctoré en Ciencias Económicas en la Universidad Luigi Bocconi, de Milán. Regresé de Italia para incorporarme a la empresa familiar, pero era 1929 y quebró el negocio, dedicado a la importación. Entonces me volqué a la docencia, al tiempo que me hice cargo del secretariado económico-social de la Acción Católica, para sistematizar y divulgar estudios, normas y reflexiones sobre la cuestión social.

-La UCA no nació de la nada.

-Efectivamente. Muchos de los profesores que usted tuvo nos conocíamos de la Escuela de Economía de los Cursos de Cultura Católica, que dirigí. La UCA abrió sus puertas en 1958, cuando se eliminó el monopolio estatal en materia de educación superior. A propósito: cuando en 1989 me entrevistó en Momento económico, a su camada la felicité por su coraje, porque cuando ingresaron a la universidad todavía nadie se había graduado.

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-La UCA arrancó bien artesanal.

-Ocurre con frecuencia. Hacíamos todo a pulmón, dictábamos clases en edificios prestados, etcétera. Quienes hoy concurren a las instalaciones de Puerto Madero no pueden imaginar aquellas carencias. Las cuales, naturalmente, eran suplidas con esfuerzo personal y entusiasmo. Me encanta esa expresión que dice «éramos pobres, pero no lo sabíamos». Los alumnos no se deben dejar impresionar por la «hotelería», la clave de una universidad radica en los profesores, los alumnos, la biblioteca, el laboratorio, etcétera, no en el gimnasio y la cafetería.

-Quienes estudiamos a comienzos de la década de 1960 sufrimos el choque entre los profesores que recién regresaban de estudiar en el exterior, deslumbrados con los gráficos y las ecuaciones, y quienes destacaban la importancia de la historia y las instituciones.

-¿Cómo que sufrieron? Se enriquecieron, querrá decir. En la UCA de entonces, como el resto de las universidades, convivían profesores que tenían diferente preparación, experiencia, etcétera. Esta heterogeneidad a ustedes los tiene que haber nutrido. Luego, en la vida profesional, cada uno reflexionó sobre lo que había visto y leído en la universidad, formando las polémicas parte de los gratos recuerdos, que nunca deberían afectar las relaciones personales.

-Si en 1929 el negocio familiar no hubiera quebrado, tanto la UCA como la UBA se hubieran perdido su valioso aporte docente…

-Los ejercicios de historia contrafáctica siempre hay que tomarlos con pinzas, pero ahora que usted lo plantea, sinceramente no me veo cómodamente instalado en una oficina, organizando la importación y venta de productos. Muy probablemente hubiera comenzado a enseñar, a tiempo parcial, hasta que en algún momento hubiera enfrentado al resto de mi familia, diciéndoles que ellos siguieran con el negocio, que yo me volcaría a la docencia. Y ya que estamos imaginando, cabe pensar que cuando escucharon esto, pensando en el negocio, mis parientes hubieran respirado aliviados.

-Don Francisco, muchas gracias.

Fuente: La Nación, 14/12/14.

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