La insólita historia de Jack Daniel
junio 4, 2018 · Imprimir este artículo
El sorprendente final del exitoso emprendedor al que lo mató el mal genio
Jasper Newton Daniel descubrió pronto el elixir de la felicidad. No se trataba de una de esas pociones mágicas que por su época vendían los buhoneros en el lejano oeste, sino de algo que lo haría famoso en el mundo entero: creó la fórmula del whiskey más vendido en los Estados Unidos y uno de los diez que más factura a nivel global. Pero un madrugón inesperado, mezclado con su proverbial mal genio lo arrastraron a un trágico final.
El hombre nació en septiembre de 1850 (el día exacto jamás se supo) en Lynchburg, un pequeño pueblo con apenas 600 habitantes, cercano a Nashville, la cuna de la música country, en Tennesse, Estados Unidos. Como su familia era muy numerosa (tenía 10 hermanos) fue criado por allegados; hasta que a los siete años quedó huérfano y se fue de su casa. Estuvo primero en lo de un amigo, Félix Waggoner, hasta que se afincó en una granja cercana, propiedad de un ministro luterano de nombre Dan Call.
Allí empezó su buena estrella. Resulta que en sus ratos libres Call se dedicaba a la fabricación de whiskey en un alambique propio, pero un día fue puesto entre la espada y la pared por su congregación. Le dijeron: «Si nos salvas el alma los domingos, no la pierda con tu alcohol el resto de la semana». Fue ahí que el pastor decidió desprenderse del alambique y se lo vendió a Daniel, que ya para entonces era conocido como «Jack» y se las amañaba bien en eso de elaborar whiskey.
Hasta hace un par de años se creía que Jack había aprendido todo de Call, pero se descubrió que fue un esclavo negro de Tennesse, Nathan Green, quien le enseñó un método secreto de destilado. No solo eso, sino que Green trabajó para él después de la Guerra Civil (1861-1865), convirtiéndose en el primer maestro destilador negro en América.
Pero la visión comercial del joven emprendedor pronto lo llevaría más allá de los límites de su condado. En 1866, decidió registrar su negocio, hecho por el que su destilería es considerada la más antigua de los Estados Unidos. ¿Su marca? Jack Daniel´s, una de las más exitosas en el mundo. Tanto es así que hoy el propio pueblo es una extensión de esa destilería, un conjunto de viejos edificios grises, dispersos en una amplia hondonada verde, cuyas primeras construcciones fueron dirigidas por el propio Jack.
Cuenta la leyenda que entre 1860 y 1880 existían al menos 15 fábricas de whiskey en Lynchburg, pero la de Jack era la más cotizada por su sabor. ¿Cuál era su secreto? Dejaba madurar el licor en barriles, suavizándolo con un carbón de arce azucarado que aún se produce en la misma refinería y que lo hace único en todo el mundo. Además, la fórmula incluye una especie de agua «mágica», libre de hierro, que brota de una fuente de piedra caliza original de esa zona.
Jack Daniel no tardó mucho en convertirse en millonario. Gastó millones de dólares en su pasión: la música. Formó una banda, la Jack Daniels Silver Cornet Band, que fue el hijo que nunca tuvo y que contaba con los mejores instrumentos del momento, ya que él invirtió fortunas en ellos. Amazing Grace, Tennessy Waltx y Dixie eran las canciones favoritas para sus conciertos políticos, el Día de la Independencia, celebraciones y funerales.
Además, se convirtió en benefactor del pueblo y donó gran parte de su inmensa fortuna a viudas y huérfanos. Eso no es todo: muchas escuelas e iglesias de la región se construyeron gracias a sus donaciones.
Pero el elixir de la felicidad también le permitía a Jack, soltero empedernido, darse la gran vida, mientras su negocio crecía y crecía. Hasta se dio el gusto de abrir dos locales de baile (White Rabbit y the Red Dog), que regaba convenientemente con su whiskey. Era tan exitoso y popular que enseguida contagió a otros y así se multiplicaron las bandas y establecimientos musicales en el lugar. Había cumplido de la A a la Z con el manual del sueño americano. Pero, siempre hay algo que lo arruina todo.
Una mañana de octubre de 1905, Jack madrugó más que lo habitual. Dio unas vueltas por su casa, aburrido, hasta que decidió irse a su oficina más temprano que de costumbre. Su idea era aprovechar para sacar unos documentos de su caja fuerte. Pero no pudo recordar la clave. Para colmo, el que siempre llegaba temprano, conocía la combinación y le sabía las mañas a la caja fuerte era su sobrino, Lem Motlow.
Jack pudo haber esperado a este sobrino. Pero no lo hizo, porque era impaciente y de muy mal carácter: así que intentó como loco abrir la caja hasta que, acobardado y rabioso, le dio una patada tan fuerte que se rompió el dedo gordo. La herida fue tan severa que al cabo de unos días se infectó y le tuvieron que amputar el pie. Esa drástica medida no impidió que la infección se propagara y terminara por matarlo seis años después de aquella aciaga mañana. «Envenenamiento de la sangre», dejó asentado en su certificado de defunción el médico de Lynchburg.
Hay un chiste inspirado en su muerte que dice: «No llegues temprano a trabajar, porque la única vez que Jack lo hizo le pasó lo que le pasó». No dejó viuda ni hijos, pero su creación perduró hasta nuestros días y, gracias a su visión, el pequeño Lynchburg es en la actualidad mucho más que un punto en el mapa.
Por esas paradojas de la vida, su pueblo natal es uno de los pocos lugares en el mundo donde no se puede tomar el elixir de Jack (ni ninguna otra bebida alcohólica). Es que, según la legislación del condado de Moore, rige allí la «ley seca»; algo que, de todos modos, no impide que la marca venda hoy 13 millones de cajas en 160 países.
Fuente: La Nación, 03/06/18.
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