El capitalismo derrotó el pesimismo Malthusiano

marzo 7, 2017

Optimismo y noticias que no se comentan: el capitalismo derrotó el pesimismo Malthusiano y las hambrunas

éxitoHay, creo, dos razones por las cuales predomina el pesimismo en la avalancha de noticias que recibimos a diario: la primera de ellas es que las buenas notcias no generan tantos lectores como las malas, la normalidad se asume como tal, mientras que el accidente o el crimen serían la excepción; la segunda es que todo el que quiera promover algún cambio ‘revolucionario’ (no evolutivo) en la sociedad, debe antes mostrar que todo anda mal, ya que por eso se necesita el cambio.

Al respecto, una serie de autores (Matt Ridley, Steven Pinker y ahora Johan Norberg) han escrito sendos libros presentando una visión contraria, esto es, optimista, del progreso de la sociedad y el ser humano, sobre todo a partir de la llegada de la sociedad liberal y el capitalismo. Las referencias y los números son contundentes. Aquí algunos del libro  Johan Norberg, Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future:

“Cosechas fracasadas no eran poco comunes en Suecia. Una sola hambruna, entre 1695 7 1697, causó la muerte de una en quince personas, y hay referencias a canibalismo en los relatos orales. Sin maquinarias, almacenaje frío, irrigación o fertilizante artificial, los fracasos de cosechas eran siempre una amenaza, y en ausencia de comunicaciones modernas y transporte, una cosecha fallida a menuda significaba hambruna”.

“Las hambrunas eran universales, un fenómeno regular, que sucedía tan regularmente en Europa que se había incorporado en el régimen biológico del ser humano y formaba parte de su vida diaria, según el historiador francés Fernand Braudel. Francia, uno de los países más ricos del mundo, sufrió 26 hambrunas nacionales en el siglo XI, dos en el XII, cuatro en el XIV, siete en el XV, trece en el XVI, once en el XVII y dieciséis en el XVIII. En cada siglo hubo también cientos de hambrunas locales”

Por eso Malthus decía:

“El poder de la población es tan superior al poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre, que la muerte prematura debe de alguna forma visitar a la naturaleza humana. Los vicios de la humanidad [infanticidio, aborto, contracepción] son activos y eficientes instrumentos de la despoblación. Son los grandes precursores en el gran ejército de la destrucción, y a menudo completan el trabajo ellos mismos. Pero si fracasaran en esta guerra de exterminio, pestes, epidemias, pestilencias, y plagas, avanzas en terrífica amplitud, y barre de a miles o decenas de miles. Y si el éxito fuera aún incompleto la inevitable hambruna gigante aparece por detrás, y con un gran y poderoso golpe, nivela a la población con los alimentos del mundo”.

Malthus describía acertadamente la situación de la humanidad. Pero subestimó su capacidad para innovar, para resolver problemas y cambiar sus usos cuando las ideas del Iluminismo y las mayores libertades le dieron una oportunidad a la gente de hacerlo. A medida que los campesinos obtuvieron derechos de propiedad, tuvieron un incentivo para producir más. A medida que se abrieron las fronteras al comercio internacional, las regiones comenzaron a especializarse en el tipo de producción apropiado para aprovechar esas oportunidades. Aun cuando la población crecía rápidamente, la oferta de alimentos crecía más rápido. El consumo per cápita en Francia e Inglaterra aumentó de alrededor de 1700-2200 calorías a mediados del siglo XVIII a 2500-2800 en 1850. Las hambrunas comenzaron a desaparecer. Suecia fue declarada libre del hambre crónica a comienzos del siglo XX.”

Fuente:


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Capitalismo concentrado

septiembre 26, 2016

El capitalismo se concentra más

La innovación revierte la ley de rendimientos decrecientes del capitalismo, que lo empuja a un estancamiento secular.

Por Jorge Castro.

Jorge CastroLas 100 mayores compañías norteamericanas generaban 33% del PBI en 1994, y ese porcentaje había trepado a 46% en 2013. Los 5 principales bancos de EE.UU. disponían de 25% de los activos financieros en 2000 y los duplicaron en 2013.

Ford, General Motors y Chrysler disponían de un nivel combinado de capitalización de US$36.000 millones en 1990, en tanto ocupaban a 1,2 millones de trabajadores. Apple, Microsoft y Amazon superaban una capitalización de US$1 billón en 2014 y tenían 137.000 empleados, la mitad fuera de EE.UU.

El año pasado, las compras y fusiones (M&A), instrumento que utilizan las empresas transnacionales (ETN) para realizar el proceso de concentración/centralización, fueron récord histórico, y alcanzaron a US$4,7 billones. Excedieron el PBI de todas las naciones salvo dos: EE.UU. y China.

El valor de las M&A creció más de 30% respecto a 2014 (US$3,4 billones) y dejó atrás el récord de 2007 (US$4,3 billones), tendencia que culminó la semana pasada con la compra de Monsanto por Bayer en US$66.000 millones.

La concentración en el capitalismo se acentúa cuando la competencia se acelera, y la forma de competir es a través de la inversión de capital. La empresa que no dispone de las sumas necesarias para hacerlo quedará fuera del mercado o será adquirida.

El incentivo fundamental para intensificar el proceso de concentración no es la necesidad de aumentar las operaciones frente a un mercado mundial en expansión, sino que responde al imperativo de innovar, que es la forma de competir en el capitalismo avanzado. Esto obliga a multiplicar las inversiones de capital, sobre todo en investigación científica y tecnológica (I&D).

La concentración no disminuye la competencia, sino que, por el contrario, la exacerba. Es lo que sucede cuando estalla una nueva revolución tecnológica, como pasa con la “nube” o cloud computing en el momento actual.

En una etapa de revolución tecnológica el mercado que importa es el que todavía no existe, aunque está configurado en el terreno de lo posible. Facebook compró WhatsApp en US$22.000 millones en 2014, para utilizar sus servicios de mensajería en los 1.400 millones de usuarios que tendría en 2020 (el plantel de WhatsApp eran 99 empleados en 2014).

El costo marginal de ampliar los nuevos mercados virtuales es prácticamente cero. De ahí que las ETN high-tech realicen toda su inversión en capital, porque éste es el nuevo mercado. Mark Zuckerberg dice: “Hay que moverse rápido y quebrar cosas”. El capitalismo avanza por el lado de la oferta, no de la demanda. La regla es que la oferta crea su propia demanda.

La industria high-tech desató un nuevo ciclo de inversiones y desde sus plataformas hiperconectadas se dirigen a transformar actividades enteras. Más de medio millón de personas utilizan ya los servicios financieros de Alibaba (Alipay), y Amazon/AWS se ha propuesto transformar los medios de comunicación (Washington Post).

Esta tendencia a la concentración se revela en los siguientes datos: AWS tiene más de 1/3 del mercado de cloud computing en el mundo y Google procesa 4.000 millones de búsquedas por día. Ambas compañías crecen 50% por año.

Cada una de las 100 mayores ETN estadounidenses controla 20 holdings y dispone de 500 asociadas o afiliadas que operan en no menos de 50 países (UNCTAD) y es la cabeza de una cadena global de producción, en constante proceso de competencia e integración con las restantes cadenas globales de valor. Los ingresos de General Electric (GE) fuera de EE.UU. ascendieron a US$4.800 millones en 1980, y treparon a US$65.000 millones en 2015.

La innovación es lo que revierte la ley de rendimientos decrecientes del capitalismo, que lo empuja a un destino inexorable de estancamiento secular. El mundo que viene –concentración mediante– es cada vez más complejo, diferenciado y rico.

Fuente: Clarín, 25/09/16.

economía global

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El error de Thomas Piketty

mayo 25, 2015

El error de cálculo de Piketty

Por Hernando de Soto.

La tesis de El capital en el siglo XXI es errada, dice el autor, y señala que el ya célebre economista francés que lo escribió no advierte que en los países en vías de desarrollo el problema no es el capital, sino su carencia.

LIMA – La obra de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI concitó interés a nivel mundial no porque emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social -somos muchos los que lo hacemos-, sino porque, basándose en sus lecturas de los siglos XIX y XX, enarbola la siguiente tesis central: «El capital produce mecánicamente desigualdades arbitrarias e insostenibles» que conducen al mundo a la miseria, la violencia y las guerras y continuará haciéndolo en este siglo.

error botonHasta ahora, los críticos de Piketty sólo han planteado objeciones técnicas a sus malabarismos con las cifras, pero no han impugnado su tesis política y apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé porque en los últimos años mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra en pleno siglo XXI. Descubrimos que lo que la gente realmente desea es más capital, no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio.

Piketty, como muchos otros estudiosos occidentales que investigan dotados de un presupuesto limitado, cuando tropieza en países no occidentales con datos estadísticos precarios o disparatados, en lugar de efectuar su propio muestreo en el terreno adopta las categorías de clase y los mismos indicadores europeos y los extrapola a las realidades de esos países. Luego se basa en ellos para sacar conclusiones de validez mundial y llegar a una ley de aplicación universal, sin tomar en cuenta que el 90% del mundo vive en países en vías de desarrollo, cuyos habitantes producen y mantienen su capital en el sector informal, vale decir, al margen de las estadísticas oficiales.

Los alcances de este error no se limitan a simples métodos de cálculo. El tipo de violencia que estalló en lugares como la plaza Tahrir, en Egipto, en 2011, se presenta precisamente en aquellas partes del mundo, y según nuestros estudios de campo, el capital tiene un papel determinante pero oculto que el análisis eurocéntrico no puede percibir.

 

A pedido del ministro de Hacienda de Egipto, mi equipo, junto a 120 investigadores en su mayoría egipcios, no sólo estudió documentos oficiales, sino que apeló a todos los medios locales para conseguir información que permitiera al gobierno comprobar la veracidad y la integridad de sus estadísticas convencionales.

Descubrimos que el 47% del ingreso anual del «trabajo» en realidad proviene del «capital». Los casi 22,5 millones de trabajadores que hay en Egipto no sólo ganaban un total de 20.000 millones de dólares en salarios, sino que además percibían otros 18.000 millones por el rendimiento de su capital no registrado. Nuestro estudio demostró que los «trabajadores» egipcios son propietarios de bienes inmuebles cuyo valor se estima en unos 360.000 millones, un monto ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa llegada a Egipto desde que Napoleón invadió el país. ¡Piketty no se percató de estos hechos, pues sólo estudió las estadísticas oficiales!

A Piketty le preocupa que haya guerra en el futuro y sugiere que cuando se produzca representará una rebelión contra las injusticias que provoca el capital. Al parecer no se ha dado cuenta de que las guerras por el capital ya han empezado, en Medio Oriente y el norte de África, con Europa por testigo. Si no se le hubieran pasado por alto estos acontecimientos, Piketty se habría percatado de que no se trata de revueltas contra el capital, como supone su tesis, sino más bien de revueltas por el capital.

La primavera árabe fue desencadenada por la autoinmolación de Mohamed Bouazizi en la ex colonia francesa de Túnez, en diciembre de 2010. Como las estadísticas oficiales y eurocéntricas califican de «desempleados» a todos aquellos que no trabajan para empresas formalmente reconocidas, no debe sorprendernos que la mayoría de los observadores le adjudicaran a Bouazizi el calificativo de «trabajador desempleado». Sin embargo, este sistema de clasificación no se percató de que Bouazizi no era un trabajador, sino un comerciante desde los 12 años, y que deseaba vehementemente tener más capital. Se puede decir que una taxonomía eurocéntrica nos impidió ver que en realidad Bouazizi estaba encabezando un cierto tipo de revolución industrial árabe.

Y no fue el único. Descubrimos que otros 63 empresarios, en un período de dos meses e inspirados por Bouazizi, intentaron suicidarse públicamente en todo Medio Oriente y norte de África y animaron a millones de árabes a tomar las calles derrocando casi de inmediato a cuatro gobiernos.

A lo largo de dos años entrevistamos a más de 15 «autoinmolados» que sobrevivieron a sus quemaduras, y también a sus familiares. Lo que los llevó a actuar así fue que les habían expropiado el poco capital que poseían. Unos 300 millones de árabes viven en las mismas circunstancias que los empresarios «autoinmolados» y de ellos podemos aprender muchas cosas.

Primero: que el origen de la miseria y de la violencia no es el capital, sino su carencia. No tener capital es la peor injusticia.

Segundo: que para la mayoría de nosotros, que no pertenecemos al mundo occidental y por lo tanto no estamos sometidos a las categorizaciones europeas, el capital y el trabajo no son enemigos naturales, sino más bien facetas que se entretejen para formar un todo.

Tercero: que el mayor freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para forjarse un capital y protegerlo.

Cuarto: que la disposición personal a enfrentarse al poder no es exclusivamente una cualidad occidental. Cada uno de los «autoinmolados» es Charlie Hebdo.

Concuerdo con Piketty cuando sostiene que la ausencia de transparencia es un mal medular de la crisis europea, que no amaina desde 2008. Pero no comparto la solución que propone: armar un libro de contabilidad gigante -un «catastro financiero»- que incluya todos los activos financieros.

No tiene sentido, porque el problema es que los bancos europeos y los mercados de capital tienen gran cantidad de lo que Marx y Jefferson llamaban capital «ficticio», es decir, papeles que ya no reflejan un valor real. ¿Quién querría un catastro de billones de dólares y euros, de derivados financieros agregados en paquetes de origen turbio, basados en bienes que no dejan rastros o cuya documentación está incompleta, que se propagan y arremolinan sin control por los mercados europeos? Un catastro que se limite simplemente a sumar el «valor» de todos estos instrumentos sólo podría reportar un guarismo inútil sobre un capital ficticio. Especialmente cuando vemos que una de las razones principales del mínimo crecimiento de la economía europea es que nadie confía en las instituciones financieras que detentan esos papeles sin valor.

Entonces, ¿cómo haríamos para crear un catastro que refleje la realidad y no la ficción? ¿Cómo pueden los gobiernos manejar datos económicos cuya veracidad se pueda comprobar en medio de un mercado mundial lleno de papeles ilusorios? ¿Cómo podemos ubicar, fijar y controlar algo tan inmaterial y trascendente como el capital? Fueron los franceses quienes aportaron la respuesta con sus sistemas de registro de propiedad desarrollados antes, durante y después de la Revolución Francesa. Los sistemas de registro de aquella época feudal no podían ir al ritmo de los mercados en fuerte expansión. Las recesiones eran incontrolables y desapareció la confianza entre los franceses, por lo que llevaron su frustración a las calles. Los reformadores franceses no respondieron con un catastro que retratara el caos del sistema financiero, sino creando sistemas de recopilación de datos radicalmente nuevos que reflejaran los datos reales y no los ficticios.

Simple y genial. Al contrario de lo que sucede con los estados financieros, los registros de propiedades se guardan en archivos muy bien reglamentados y son accesibles al público; además contienen toda la información disponible sobre la situación económica de las personas y de los bienes que controlan. Nadie puede permitirse cometer errores al declarar la cantidad de capital que posee, pues perdería su capital.

Como bien señaló el reformista francés Charles Coquelin, Francia pudo modernizarse cuando el país aprendió a registrar la propiedad durante todo el siglo XIX. Así pudo hacer un relevamiento de los millares de enlaces que entretejen las empresas y con ello socializar y reestructurar la producción en forma más flexible.

Piketty tiene el corazón en el lugar correcto, pero tiene los papeles en los archivos equivocados. El problema del siglo XXI son los papeles sin respaldo en bienes en Occidente, y los bienes sin papeles en el resto del mundo.

¿Cómo lidiamos con la miseria, las guerras y la violencia cuando la mayoría de los registros del mundo han dejado de representar aspectos cruciales de la realidad? La historia francesa es un buen punto de partida para encontrar respuestas, especialmente en la etapa de Revolución Francesa.

—El autor, economista peruano, escribió El misterio del capital. ¿Por qué el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo?, entre otros libros.

Fuente: La Nación, 25/05/15.

 

 

 

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