La manía del igualitarismo y el resultante ataque a la propiedad privada empezó a volverse sistemático con Platón.
Por Alberto Benegas Lynch (h).
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En no pocas personas hay, a veces guardado en el interior, a veces exteriorizado, un sentimiento de envidia, celos y resentimiento por los que tienen éxito en muy diversos planos de la vida. Y estos sentimientos malsanos se traducen en políticas que de distintas maneras proponen la guillotina horizontal, es decir, la igualación forzosa para abajo al efecto de contemplar la situación de quienes, por una razón u otra, son menos exitosos.
Pero estas alharacas a favor del igualitarismo inexorablemente se traducen en la más absoluta disolución de la cooperación social y la consecuente división del trabajo. Si se diera en la naturaleza lo que pregonan los igualitaristas como objetivo de sus utopías, por ejemplo, a todos les gustaría la misma mujer, todos quisieran ser médicos sin que existan panaderos y lo peor es que no surgiría manera de premiar a los que de mejor modo sirven a los demás (ni tampoco sería eso tolerable puesto que el premio colocaría al premiado en una mejor posición que es, precisamente, lo que los obsesos del igualitarismo quieren evitar). En otros términos, el derrumbe de la sociedad civilizada. Incluso la misma conversación se tornaría insoportablemente tediosa ya que sería equivalente a parlar con el espejo. La ciencia se estancaría debido a que las corroboraciones provisorias no serían corregidas ni refutadas en un contexto donde todos son iguales en sus conocimientos. En resumen un infierno.
Este ha sido el desafío de la corriente de pensamiento liberal: como en la naturaleza no hay de todo para todos todo el tiempo, la asignación de derechos de propiedad hace que los que la usen bien a criterio de sus semejantes son premiados con ganancias y los que no dan en la tecla con las necesidades del prójimo incurren en quebrantos. La propiedad no es irrevocable, aumenta o disminuye según la utilidad de su uso para atender las demandas del prójimo. Este uso libre maximiza las tasas de capitalización, lo cual incrementa salarios e ingresos en términos reales. Esto diferencia a los países ricos de los pobres: marcos institucionales que respeten los derechos de todos para lo cual los gobiernos deben limitarse a castigar la lesión de esos derechos.
No se trata de buscar una “justicia cósmica” al decir de Thomas Sowell, sino una terrenal en dirección a “dar a cada uno lo suyo”, a saber, la propiedad de cada cual, comenzando por su cuerpo, la libertad de la expresión del pensamiento y el uso y disposición de lo adquirido lícitamente.
Sería muy atractivo vivir en Jauja donde no hayan terremotos ni sequías ni defectos humanos ni físicos ni mentales, pero la naturaleza es la que es no la que inventamos, de lo que se trata es de minimizar costos, especialmente para los más necesitados.
En cambio, hoy en día observamos por doquier gobiernos que se entrometen en los más mínimos detalles de la vida y las haciendas de quienes son en verdad súbditos de los aparatos estatales, en teoría encargados de proteger a los gobernados, a lo que se agrega el otorgamiento de privilegios inauditos a pseudoempresarios aliados con el poder político para explotar a la gente, endeudamientos estatales mayúsculos, presión fiscal astronómica, gastos públicos siderales y demás estropicios que lleva a cabo el aparato de la fuerza.
Se podrá decir que la guillotina horizontal no es necesaria llevarla al extremo del igualitarismo completo (por otra parte, imposible de realizar dado que cada ser humano es único e irrepetible en toda la historia de la humanidad), con que se “modere en algo” es suficiente. Pues bien, en la medida de que se tienda al igualitarismo, en esa medida surgirán los problemas señalados que, recordemos, siempre redunda en daños especialmente a los más pobres ya que son los que más sienten el impacto de la disminución en las antes referidas tasas de capitalización. El delta entre los que más tienen y los que menos tienen (al momento puesto que es un proceso cambiante) dependerá de las decisiones de la gente que cotidianamente expresan sus preferencias en los supermercados y afines.
Henos aquí que estos problemas y la manía del igualitarismo y el consecuente ataque a la propiedad privada comenzó a sistematizarse con Platón cuatrocientos años antes de Cristo. Platón en La Repúblicay en Las Leyes patrocina el comunismo, es decir, la propiedad en común y no solo de los bienes sino de las mujeres, en esta última obra dice el autor que su ideal es cuando “lo privado y lo individual han desaparecido” lo cual nos recuerda que con razón Milan Kundera concluye que cuando “lo privado desaparece, desaparece todo el ser”. Claro que Platón no vivió para enterarse de “la tragedia de los comunes”, aunque de modo más rudimentario la explicó su discípulo Aristóteles quien además destacó que los conflictos son más acentuados cuando la propiedad es en común respecto a la asignación de derechos de propiedad.
Claro que los autores que con más énfasis propusieron la liquidación del derecho de propiedad fueron Marx y Engels que en su Manifiesto Comunista escribieron que “la teoría de los comunistas se puede resumir en una sola frase: la abolición de la propiedad privada”.
Esta declaración marxista se subsume en la imposibilidad de evaluación de proyectos, de contabilidad, en definitiva, de todo cálculo económico puesto que cuando no hay propiedad no hay precios (que surgen del intercambio de propiedades), con lo cual no se sabe si es mejor una asignación de los siempre escasos recursos respecto de otro destino tal como lo explicó detalladamente Ludwig von Mises. En otros términos, no existe tal cosa como una economía socialista o comunista (Lenin escribió que el socialismo es solo la primera etapa para llegar al comunismo), de allí el descalabro que exhibió el derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín.
Nuevamente reiteramos que no es necesario abolir la propiedad para que aparezcan los trastornos que señalamos en la medida en que se afecte esa institución clave. Cuando irrumpen los megalómanos concentran ignorancia en lugar de permitir la coordinación de conocimiento disperso a través del sistema de precios libres (en realidad un pleonasmo ya que los precios que no son libres resultan ser simples números que dicta la autoridad gubernamental pero sin significado respecto a la valorizaciones cruzadas que tienen lugar en toda transacción voluntaria). Con esos supuestos controles los gobernantes imponen sus caprichos personales con lo que indefectiblemente aparecen faltantes y desajustes de diverso calibre.
Además, la manía igualitarista presupone la falacia que la riqueza es estática y que se basa en la suma cero (lo que uno gana lo pierde otro). Sin duda que la utopía comunista no es patrimonio exclusivo de Marx, hubo un sinfín de textos en esa dirección como los de Tomás Moro, Tommaso Campanella, William Godwin y no pocos religiosos desviados del mensaje cristiano de la pobreza de espíritu. Tal vez en este último caso sea pertinente detenerse a considerarlo.
Dos de los mandamientos indican “no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”. En Deuteronomio 27, 17 se lee “Maldito quien desplace el mojón de su prójimo”, también en Deuteronomio (8, 18) “acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (5, 8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (5, 3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la Perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas 12, 21), lo cual se aclara la Enciclopedia de la Biblia(con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “ la clara fórmula de Mateo —bienaventurados los pobres de espíritu— da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). En Proverbios (11,18) “quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos (62, 11) “a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos 10, 17-22) ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo 6, 24).
Lamentablemente hoy día las cosas han cambiado en el Vaticano, en este sentido y con independencia de otros párrafos véase con atención un pasaje donde queda evidenciado lo que escribía el papa León XIII en la primera Encíclica sobre temas sociales que a continuación reproduzco para destacar que nada ni remotamente parecido fue hasta ahora escrito o dicho por Francisco sino que viene afirmando todo lo contrario en cuanta oportunidad tiene de expresarse.
“Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es ese afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad de la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para sus gobiernos la vida en común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”. Y, por su parte, el papa Pio XI, al conmemorar la Encíclica de León XIII, consignó que “nadie puede ser, al mismo tiempo, un buen católico y verdadero socialista”.
Y como, entre otros, explicaba Eudocio Ravines, “el socialismo no trata de una buena idea mal administrada, se trata de una pésima idea que arruina a todos, lo cual comienza con pequeñas intervenciones estatales que escalan ya que un desajuste lleva a otra intromisión y así sucesivamente”. En esta línea argumental subrayaba Alexis de Tocqueville: “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”. En resumen entonces, los yerros más gruesos y dañinos en materia social comenzaron con Platón los cuales deben refutarse para evitar males, especialmente para proteger a los más necesitados que son siempre los que más sufren los embates de políticas equivocadas.
—Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
«Los seres humanos somos las criaturas extremas y podemos ser y hacer las cosas más insólitas.”
Fuimos nazis, inquisidores, guardia rojos y camisas rojas. Un funámbulo cruzó de una a otra las dos Torres Gemelas caminando sobre una cuerda. Cazábamos brujas en una época y las quemábamos.
Creo que todavía existe la Sociedad Tierra Plana en California, que de acuerdo con su nombre, afirma que eso de la redondez del planeta es un estúpido error, ya que, por el contrario, es casi perfectamente plana. Los marlenistas grupo newyorquino de seguidores de Trostky, decían que la Segunda Guerra Mundial fue un plan salido de la conspiración entre EEUU y la Unión Soviética para repartirse el mundo, gracias a la ingenuidad de Hitler, que se dejó engañar por Stalin en el Pacto Nazi-Soviético de 1932.
Alguien dijo que Marx sin Lenin hubiera sido un bodrio y hoy lo leeríamos tan aburridos como a Shopenhauer o Plotino. Marx defendía el colonialismo británico en la India, la necesaria llegada de la civilización y evaluaba los países atrasados como bárbaros, primitivos, subdesarrollados, y las resistencias culturales al avance del “capitalismo”, revueltas parroquiales que se debían aplastar. Lenin por el contrario inventó la noción revolucionaria moderna del “imperialismo” que oprimía a los pueblos atrasados, muy útil a los comunistas en el Tercer Mundo. Fue en ese sentido, el nervio del tercermundismo, la falsa pero exitosa idea de que los males de los países pobres son causados por los países ricos. Y lo cierto es que aunque entre Marx y Lenin haya un océano de diferencias insalvables, el marxismo-leninismo fue el pensamiento para la acción que rigió la revolución del siglo XX para la toma del poder.
Muere el marxismo-leninismo
Sin esa noción farsesca, demagógica e irresponsable, gran parte de la política latinoamericana del siglo XX no hubiera tenido lugar, puesto que en su conjunto, la historia política de la región resuda odio a Estados Unidos. Las primeras rupturas conceptuales con el leninismo las realizan V.R. Haya de la Torre y Rómulo Betancourt a comienzos de los años 30. Surge así una izquierda democrática, no leninista, socialdemócrata, que pronto deja de ser izquierda y se convierte en centro. El marxismo- leninismo triunfante toma prácticamente toda África, avanza abrumadora en Asia, se cuela en Latinoamérica y disputa la política en Europa. Por eso el gigantesco Carlos Rangel murió en la idea de que el comunismo derrotaría la democracia. Pero en 1989 se desploma aquél monstruoso y podrido andamiaje construido de apariencias y engaños, aunque los sectores informados sabían que todo era mentira, que era el reino del horror.
En un largo proceso de mutilaciones, desde la primera en 1933 hasta 1967, fecha de su edición completa en Occidente, El maestro y Margarita la genial novela de Mihaíl Bulgacov, dejaba en ridículo el paraíso socialista. El personaje era un irónico diablito que se desplazaba por aquél mundo inerte, inservible, muerto, de la administración soviética, cuyo personal medraba en los escritorios bajo la inmortal consigna: “el Estado finge que nos paga y nosotros fingimos que trabajamos”. Y de hecho, cuando aquella estructura podrida se desploma como consecuencia de la operación concertada entre Ronald Reagan, Juan Pablo II, Gorbachev y Solidaridad, 98% de su población activa fingía trabajar y cobrar para el Estado y el país tenía por lo menos 15 años de retraso tecnológico con respecto a Estados Unidos y 50 años de rezago en materia social.
Cadáver a la basura
La producción del mundo comunista había caído en 60% y la Iniciativa de Defensa Estratégica gringa convertía a la Unión Soviética en un tigre de papel. Uno a uno los países de la órbita comunista, sin violencia, sin caos, revolución ni muerte (salvo Rumania) realizan sus procesos electorales, sus acuerdos de gobernabilidad y salen del comunismo por la vía suave. Ante la muerte del dragón rojo, Fidel Castro convoca en 1991 a un grupo de extremistas y demás ñángaras continentales que se habían quedado colgados de la brocha y les propone que inventen algo para hacer renacer la revolución. Es el Foro de Sao Paulo. Coinciden en que el leninismo, los valores revolucionarios asociados al derrumbe, debían ceder el paso a nuevas banderas en el lenguaje estrictamente democrático y electoral: el multiculturalismo, la igualdad de género, la participación.
La lucha contra los monopolios, el neoliberalismo y las cúpulas de poder, y el regreso al poder originario, constituyente, para regenerar ese mundo enfermo de capitalismo. El enemigo es la hidra cuyas cabezas son el FMI el Banco Mundial y las transnacionales. En 1998 triunfa Hugo Chávez con una revolución de corte nacionalista radical divorciada del leninismo, los paredones, los juicios populares, las expropiaciones masivas y la expulsión del capital extranjero. Al mismo tiempo Cuba se desleniniza demasiado lentamente, porque ha quedado claro para el mundo: el marxismo leninismo es la forma más segura de matar de hambre al mundo. Oír de políticos autodefinidos marxista leninistas suena como el descubrimiento de nuevos restos de neandertales y puede matar a alguien con un ataque de piojos ideológicos.
—Carlos Raúl Hernández, Ph.D y Mg.S Ciencias Políticas Sociólogo. Titular, jefe de la Cátedra de América Latina en la UCV. Obras: La Democracia Traicionada, Vertigo Comunicacional entre otras. Escribe en El Universal.
Fuente original: EL UNIVERSAL. Caracas, 19/03/17.
Como saben o se imaginan, no soy castrista, ni comunista, ni revolucionario. Pero una buena parte de América latina llevaba cinco décadas rendida a los pies de Fidel , y me parece que, si tanto lo amaba y veneraba, debería haberlo despedido de otra manera. Sospecho que él había soñado con unos funerales en los que estuviese, en cuanto a la región, más y mejor acompañado. No me refiero a las previsibles ausencias de Macri y de Michel Temer, dos ultraderechistas, neoliberales y progringos. El problema es que tampoco fue Bachelet, ocupada como está, en su segundo mandato, en tratar de que le funcione un sistema más socialista. Pobre: o no funciona ella o no funciona el sistema. Y un problema aun mayor es que el Triángulo de las Bermudas bolivariano -Maduro/Correa/Evo-, falla geológica en la que desaparecen las democracias, se presentó en la Plaza de la Revolución con sus dramas a cuestas. Como veremos, Correa y Evo están para atrás. No tan para atrás como Maduro, que aprovecha cada viaje para llenar la bodega del avión con un producto de máxima necesidad que en su Venezuela no se consigue: papel higiénico.
Cuando Maduro era joven, cuando todavía no había madurado, durante un año fue alumno en Cuba de la escuela de cuadros del Partido Comunista. Para él fue un año inolvidable, aunque se ve que no aprendió nada. Los buenos regímenes comunistas, como el de los Castro, persiguen a los opositores hasta hacerlos callar, exiliar, morir o desaparecer. En cambio, en Venezuela a Maduro la oposición lo persigue a él: le ganó el Congreso, le copó las calles y lo está tratando de destituir. Cuando llegó a La Habana para participar de las exequias, Raúl Castro le preguntó cómo estaba evolucionando la crisis. «Mal -se sinceró-. Como sabes, no tenemos comida ni remedios, faltan insumos básicos, tuvimos que recurrir a cortes de luz cada vez más amplios, el Estado está quebrado, aumenta la deuda, la inflación es astronómica, millones de personas viven en la pobreza y, lo peor, el pajarito de Chávez ya no me habla. Pero no vine a despedir al Comandante con malas noticias. No hemos perdido la dignidad y todavía nos queda el discurso.» A Raúl le supo a poco.
Aunque muy lejos de esa catástrofe, tampoco son buenos tiempos para Correa. La prosperidad y las altas tasas de crecimiento que tuvo Ecuador durante años estaban atadas al precio del petróleo, que representa el 50% de sus exportaciones. Con el crudo a 120 dólares el barril, hasta yo me animo a abrazar el populismo. Desde que se derrumbó a 40 o 45 dólares, las cuentas no cierran. El PBI lleva dos años sin crecer -en realidad, achicándose-, y el FMI ha pronosticado que no volverá a repuntar hasta 2020. Correa le contestó que son «astrólogos, no economistas». Muy gracioso. En cambio, se puso serio cuando el Indec ecuatoriano informó que en el último año se perdieron 340.000 empleos formales, una pésima señal. Amonestó a los técnicos y les dijo que estaban midiendo mal. En cualquier momento convoca a Guillermo Moreno. Del modelo kirchnerista/bolivariano ya ha seguido otras cuatro recetas: déficit creciente, endeudamiento a tasas altísimas (Ecuador coloca hoy sus bonos al 11%; sus vecinos Perú y Colombia, al 3%), persecución a la oposición y a la prensa, y grandes escándalos de corrupción que involucran a funcionarios muy cercanos al presidente. Uno de ellos había escondido 300.000 dólares no declarados en el cielo raso de su casa. Insólito, habiendo tantos conventos. Antes de que muriera Fidel, Correa le tributó un postrer homenaje. En febrero habrá elecciones y el candidato del oficialismo se llama Lenin Moreno.
También Evo Morales llegó a Cuba tristón y contrariado, no sólo por la muerte del viejo líder. Es otra víctima del derrumbe del crudo, que arrastró al gas, principal producto de exportación del país (más del 50%). Con ingresos que cayeron 3000 millones de dólares, le está costando una enormidad sostener su revolución indigenista. En los tiempos de bonanza pagó doble aguinaldo. Este año se disculpó: dijo que la plata no le alcanza. Un ajuste, qué cosa fea. Evo alterna sinsabores económicos y políticos. Su popularidad está en baja, también acosado por casos de corrupción que lo tienen como principal protagonista. Y en febrero perdió el referéndum que le abría las puertas a una nueva reelección, en 2019. Pero Evo es Evo, y también es Kirchner, Chávez, Maduro y Correa: atribuyó ese traspié a una «conspiración de los medios», a los que llama «el cartel de la mentira». Diarios que mienten. La acusación me suena, y no sé de dónde. Lo cierto es que con ese argumento está intentando que la justicia le permita hacer un nuevo referéndum. Mientras, la oposición trata de sobrevivir. Sus principales candidatos sufren un acoso judicial jamás visto: cada uno de ellos acumula entre 20 y 30 juicios promovidos por el gobierno. «Hasta la victoria, siempre -proclamó Evo en La Habana-. Siempre que no haya opositores.»
Se sabe que Cristina no pudo ser de la partida. El malo de Bonadio la entretuvo en Buenos Aires. Sí fue a dejar sus condolencias a la embajada cubana, donde declaró que con Fidel se había ido «el último líder moderno». En la embajada estaban felices, y también sorprendidos: lo de «moderno» francamente no lo esperaban. «Nunca le hubiésemos pedido tanto», dijeron.
En un artículo de John Hanas que me enviaran recientemente titulado El Mito del Rule of Law, el autor hace una crítica virulenta al sistema que cambiara la historia universal. El mismo fue llamado capitalismo por Marx, y de esa crítica surgió primero el comunismo y seguidamente la social democracia. La caída del Muro de Berlín y la actual crisis europea son la prueba manifiesta de lo que me permito calificar El Mito del Socialismo.
El sistema del Rule of Law comenzó en Inglaterra con la Revolución Gloriosa de 1688 cuando se tomo conciencia del pensamiento de John Locke respecto a la naturaleza humana y en función de ello se determinó la necesidad de limitar el poder político. Consecuentemente, abandonar el criterio prevaleciente del derecho divino de los reyes tomando conciencia de que los monarcas también son hombres. Seguidamente reconoció el derecho de propiedad y que el principio fundamental de la libertad era el derecho del hombre a la búsqueda de la felicidad. En virtud de la aplicación política de estos principios se produjo la Revolución Industrial. Es decir, el comienzo de la generación de riqueza por primera vez en la historia.
Esos principios fueron llevados a sus últimas consecuencias por los Founding Fathers en Estados Unidos a partir de la Constitución de 1.787 y el Bill of Rights de 1791. Dicho sistema parte de la concepción de que el gobierno es una administración de hombres sobre hombres, que implica la aceptación de la naturaleza humana y por consiguiente la falibilidad del hombre, que está reconocida en el Evangelio. En función de ese reconocimiento James Madison puso en claro que los hombres no eran ángeles y por ello era necesario el control de los gobernantes, para lo cual no bastaba la decisión del pueblo. Esa concepción fue también reconocida por David Hume que escribió: “Es imposible cambiar o corregir nada material en nuestra naturaleza, lo más que podemos hacer es cambiar nuestra circunstancia y situación y rendir a la observancia de las leyes de la justicia nuestro más cercano interés y su violación el más remoto”.
Al respecto el autor del artículo citado sostiene “que las leyes políticas no son consistentes con la ley natural, por tanto son descalificadas a priori”. Esta observación nos hace volver a Locke cuando dijo: lo que importa no es la ley sino qué ley”. Y en ese sentido Hayek escribió que “No es lo mismo una ley que regula el tránsito que una que dice dónde tenemos que ir”. Y siguiendo con la importancia de esta concepción Hume dijo: “El sentido de la justicia no está derivado de la naturaleza, sino que surge artificialmente. Esto no quiere decir que sea arbitrario, sino hecho por los hombres”. Por ello asimismo sostuvo: “Es solamente por el egoísmo y la limitada generosidad de los hombres, en conjunto con la escasa provisión que la naturaleza ha hecho para sus necesidades, que la justicia deriva su origen”.
En función de esa realidad en Estados Unidos se tomo igualmente conciencia de la justicia y en 1.793 en el caso Madison vs. Marbury el juez Marshall llegó a la siguiente conclusión: “Todo gobierno que ha formado una constitución, la considera la ley fundamental, por tanto toda ley contraria a la Constitución es nula. Y es la función y el deber del poder Judicial el decir qué es la ley”. A partir de ese concepto que había sido declarado previamente por Hamilton se constituyó el proceso denominado Judicial Review (Revisión Judicial). Y por ello también Adam Smith había tomado conciencia de esta realidad jurídica que escribió: “Cuando el Poder Judicial está unido al Ejecutivo, hay escasamente una probabilidad de que la justicia no sea convertida en lo que tradicionalmente se denomina política”.
Este sistema ha sido, no obstante su éxito histórico, descalificado éticamente por Marx como capitalismo que es la explotación del hombre por el hombre. La idea del socialismo por supuesto es la antítesis del liberalismo que entraña el Rule of Law. El principio original del socialismo parte del pensamiento de Rousseau respecto a la necesidad de crear un hombre nuevo y que la propiedad privada era el origen de las desigualdades del hombre. Estos principios fueron avalados por Kant que consideraba a Rousseau el Newton de las Ciencias Morales. Consecuentemente estableció los Imperativos Categóricos y por consiguiente descalificó éticamente el derecho del hombre a la búsqueda de la felicidad, pues no se hacía por deber sino por interés.
Siguiendo esos principios surgió Hegel quien sostuvo que “El Estado es la divina idea tal como se manifiesta en la Tierra”. En función de ese concepto concluyó que el individuo no tenía más razón de ser que su pertenencia al Estado, por tanto la guerra era el momento ético de la sociedad. Aquí se encuentra la fuente de la moral racionalista que determinara el totalitarismo en función de la Diosa Razón en sustitución del Derecho Divino de los Reyes. Finalmente llegó Marx que como antes se dijo descalificó el Rule of Law como capitalismo o la explotación del hombre por el hombre. Y discutiendo a Hegel sobre la virtud de la burocracia engendró la Dictadura del Proletariado con el objeto de eliminar la propiedad privada, y en función de ello el Estado desaparecería y se crearía un cielo en la Tierra.
De estos principios se derivaron los totalitarismos del Siglo XX, comunismo, fascismo y nazismo. El capitalismo quedaba degradado por crear la desigualdad económica. Y en busca de la igualdad llegó Eduard Bernstein, quien en su “Las Precondiciones del Socialismo” discutiendo a Lenín sostuvo que al socialismo se podía alcanzar sin revolución y democráticamente. Y llegó la social democracia que se padece hoy. Como antes he dicho el socialismo es la denominación dada por El Iluminismo a la demagogia, descripta por Aristóteles hace 2.500 años.
Una vez más puedo decir que el Rule of Law no es un mito, sino que el mito surge de quienes pretenden descalificarlo, ignorando la falibilidad del hombre y en virtud de ello provocar el absolutismo político. Así llegaron Robespierre, Mussolini, Hitler, Stalin y en la actualidad tenemos a Fidel Castro et al. Por tanto el intento de la izquierda de considerar al Fascismo como derecha, para descalificar los derechos individuales, es otra de las falacias que vive el mundo político.
Otro aspecto con el que discrepo con el autor es cuando se refiere a que la ley evoluciona. Lo que evoluciona es el mundo de acuerdo con la ley. Si se cambia la ley que permitió que el mundo evolucionara por primera vez en la historia, entonces es el mundo el que deja de evolucionar. La evolución ha sido la consecuencia de la ley basada en el principio fundamental de la libertad: “El derecho del hombre a la búsqueda de la felicidad”.
Por las razones expuestas también puedo concluir que la ideología tampoco evoluciona respecto a la que determinara el mundo en que vivimos. La ideología en que se basa el Rule of Law es determinante y un cambio de la misma implica por definición la negación del respeto a los derechos individuales. Consecuentemente aparece el socialismo en la supuesta búsqueda de la igualdad, que crea la desigualdad del absolutismo político y genera las crisis que se padecen hoy.
Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo.Una esperanzada muchedumbre de alemanes corrió hacia el Muro de Berlín y lo demolió a martillazos. Era como si golpearan las cabezas de Marx, Lenin, Stalin, Honecker, Ceaucescu y el resto de los teóricos y tiranos responsables de la peor y más larga dictadura de cuantas ha padecido el género humano. Por aquellos años una obra rigurosa pasó balance del experimento. Se tituló El libro negro del comunismo. Nuestra especie abonó los paraísos del proletariado con unos cien millones de cadáveres.
Era predecible. En la URSS, en 1989, fracasaban todos los esfuerzos de Gorbachov por rescatar el modelo marxista-leninista. En Hungría, un partido comunista, dirigido por Imre Pozsgay, un reformista decidido a liquidar el sistema, abría sus fronteras para que los alemanes de la RDA pasaran a Austria y de ahí a la fulgurante Alemania Federal, la libre. En Checoslovaquia, Vaclav Havel y un puñado de intelectuales valientes animaban el Foro Cívico como respuesta a la barbarie monocorde de Gustáv Husák. En junio, cinco meses antes del derribo del Muro, los polacos habían participado en unas elecciones maquiavélicamente concebidas para arrinconar a Solidaridad, pero, liderados por Lech Walesa, la oposición democrática ganó 99 de los 100 escaños del senado. El dictador Jaruzelski les tendió una trampa y acabó cayendo en ella.
¿Qué había pasado? El sistema comunista, finalmente, había sido derrotado. Los países que primero lo implementaron, y que primero lo cancelaron, eran empobrecidas dictaduras, crueles e ineficaces, que se retrasaban ostensiblemente con relación a Occidente en todos los órdenes de la convivencia. Ese dato era inocultable. Bastaba comparar las dos Alemania, o a Austria con Hungría y Checoslovaquia, los restantes segmentos del Imperio austrohúngaro, para confirmar la inmensa superioridad del modelo occidental basado en la libertad, el mercado, la existencia de propiedad privada y el respeto por los Derechos Humanos. El día y la noche.
El comunismo era un horror del que escapaba todo el que podía, mientras los que se quedaban ya no creían en la teoría marxista-leninista, aunque aplaudieran automáticamente las consignas impuestas por la jefatura. Por eso Boris Yeltsin pudo disolver el Partido Comunista de la Unión Soviética en 1991, con sus veinte millones de miembros, sin que se registrara una simple protesta. La realidad, no la CIA ni la OTAN, había derrotado esa bárbara y contraproducente manera de organizar la sociedad. Me lo dijo con cierta melancolía Alexander Yakovlev, el teórico de la Perestroika, en su enorme despacho de Moscú, cuando le pregunté por qué se había hundido el comunismo: “Porque no se adaptaba a la naturaleza humana”. Exacto.
¿Y los chinos? Los chinos, más pragmáticos, se habían dado cuenta antes. Les bastó observar el ejemplo impetuoso y triunfador de Taiwán, Hong Kong y Singapur. Eran los mismos chinos con diferente collar. Mao había muerto en 1976 y la estructura de poder inmediatamente rehabilitó a Deng Xiaoping para que comenzara la evasión general del manicomio colectivista instaurado por el Gran Timonel, un psicópata cruel dispuesto a sacrificar millones de compatriotas para poner en práctica sus más delirantes caprichos. Cuando el muro berlinés fue derribado, los chinos llevaban una década cavando silenciosamente en busca de la puerta de escape hacia una incompleta prosperidad sin libertades.
¿Por qué no cayeron o se transformaron las dictaduras comunistas de Cuba y Corea del Norte? Porque estaban basadas en dinastías militares centralizadas que no permitían la menor desviación de la voz y la voluntad del caudillo. El Jefe controlaba totalmente el Partido, el parlamento, los jueces, militares y policías, más el 95% del miserable tejido económico, mientras mantenía firmemente las riendas de los medios de comunicación. El que se movía no salía en la foto. O salía preso, muerto o condenado al silencio. El aparato de poder era sólo la correa de transmisión de los deseos del amado líder. No cabían las discrepancias y mucho menos las disidencias. Eran coros afinados dedicados a ahogar los gritos de la población.
Esta terquead antihistórica ha tenido un altísimo costo. Cubanos y norcoreanos han perdido inútilmente un cuarto de siglo. Si las dos últimas tiranías comunistas hubieran iniciado a tiempo sus transiciones hacia la democracia, ya Cuba estaría en el pelotón de avanzada de América Latina, sin balseros, “damas de blanco” o presos políticos, y Corea del Norte sería otro de los tigres asiáticos. Lamentablemente, la familia de los Castro y la de los Kim optaron por mantenerse en el poder a cualquier costo. Los muros continuaban impasibles desafiando la razón y el signo de los tiempos.
Fuente: Fundación Atlas para una Sociedad Libre, 09/11/14.
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