Los adolescentes que eligen decir no a las redes sociales
Algunos adolescentes optan por salir de la búsqueda incesante de los ‘me gusta’ en Facebook e Instagram, y no sentirse como si estuvieran perdiéndose de algo.
Por Christine Rosen.
Cuando Brian O’Neill, un adolescente de 14 años, de Washington, quiso averiguar qué habían estado haciendo sus amigos durante las vacaciones de verano, hizo algo radical: les preguntó. A diferencia de la mayoría de los jóvenes de su edad, Brian no está en las redes sociales. No revisa las fotos de Instagram de sus amigos ni publica las propias. Tampoco utiliza Facebook o Snapchat. “No necesito las redes sociales para mantenerme en contacto”, dice.
Esta abstención de las redes sociales coloca a Brian en una pequeña minoría de su grupo de pares. De acuerdo con un informe de 2015 del Centro de Investigación Pew, 92% de los adolescentes estadounidenses (edades 13-17) están en línea todos los días, incluyendo el 24% que dice que están en sus dispositivos “casi constantemente”. El 71% utiliza Facebook, la mitad está en Instagram, y 41% son usuarios de Snapchat. Casi tres cuartos de los adolescentes utilizan más de un sitio de redes sociales. Un adolescente típico, según Pew, tiene 145 amigos en Facebook y 150 seguidores en Instagram.
Pero, ¿qué pasa cuando un adolescente no quiere vivir en ese mundo en red? En una cultura en la conducta prosocial sucede cada vez más en línea, negarse a participar puede parecer antisocial. ¿Qué se están perdiendo realmente los jóvenes que rechazan a las redes?
Antes del advenimiento de internet y las redes sociales, mantenerse en contacto con amigos durante las vacaciones significaba escribir cartas a casa desde el campamento o hablar con el mejor amigo por teléfono. “Cuando yo tenía su edad, durante el verano estaba atada al teléfono”, dice la madre de Brian, Rebecca O’Neill. “Pero cuando mi hijo quiere ver a alguien simplemente le manda un texto o un email, y se reúnen en persona”.
La mayoría de los abstemios de redes sociales que entrevisté no son tecnófobos. Por el contrario, tienen teléfonos móviles que utilizan para comunicarse con sus amigos, por lo general a través de mensajes de texto. Son expertos en internet y están totalmente inmersos en la cultura popular. Están familiarizados con las redes, pero simplemente no les gusta.
Jacqueline Nesi, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, que estudia los adolescentes y las redes, dice que “sobre la base de datos de la encuesta de nuestro laboratorio, así como de las estadísticas nacionales, yo estimaría que sólo entre el 5% y el 15% de los adolescentes se abstiene del uso de redes sociales”.
Para estos adolescentes que optan por no usar las redes, la búsqueda incesante del “me gusta” resulta agotadora. “Creo que requieren mucho tiempo y los chicos se dejan absorber demasiado”, dice Annie Furman, 19, que se crió en el área de Dallas y está a punto de empezar la universidad de Iowa. “Prefiero ver a mis amigos en persona que mandarles un tuit. No quiero pasar todo mi tiempo en mi teléfono, quiero pasarlo en el mundo real”.
Para muchos de los no usuarios de las redes sociales, la inmediatez de la interacción cara a cara supera la intimidad filtrada de Facebook e Instagram. “Me encanta ver a los chicos que están siempre pegados a sus teléfonos ecualizar cuando no están conectados”, dice Katy Kunkel de McLean, Virginia, que tiene cuatro hijos de edades de 7 a 12 años, ninguno de ellos en las redes. Especialmente durante el verano, señala, “los niños recalibran mucho más rápido que los adultos. Encuentran una tribu, a continuación se divierten o se preocupan entre árboles y arroyos…son mucho más activos por defecto”.
Los propios niños a menudo no sienten estar perdiéndose nada. A pesar de que “casi el 100%” de sus amigos están en las redes, Brian O’Neill dice que él no puede recordar un momento en que sucedió algo importante en su círculo social y que no escuchó nada al respecto. “Me hicieron saber si algo estaba pasando”, dijo. La experiencia de la joven Furman es similar: “A veces no entiendo una broma específica que hace todo el mundo, pero el 90% de las veces no es algo que realmente valga la pena, es simplemente una broma”.
“Los padres tienen mucho miedo de que sus hijos sientan excluidos”, dijo Kenney Marnie de Washington, cuya hija de 14 años, Raya, ha optado por salir de las redes sociales. “Ellos proyectan el miedo en sus hijos”. Pero, señala, “las redes son sólo chismes, un montón de chismes”, y cree que su hija está mejor sin ellos.
Las discusiones sobre el impacto de las redes sociales a menudo se focaliza en el acoso cibernético o en los depredadores en línea, pero un peligro más inmediato y crónico es la tendencia a alentar a los adolescentes a compararse constantemente con sus pares. Y no sólo con sus pares sino también con Gigi Hadid, Kylie Jenner y otras estrellas de Instagram, o con modelos y celebridades de YouTube cuyas hazañas son incesantemente documentadas en todas las plataformas. “Toda esa comparación no es saludable”, dijo Sue Lohsen, madre de dos hijas, también en Washington. “Cada uno tiene una vida feliz, de una perfección Facebook. Pero usted tiene que desentrañar su propio ser. Las redes sociales no animan a la gente a hacer eso”.
En un estudio publicado este año en la revista Psychological Science, unos investigadores crearon un programa de Instagram y luego usaron escáneres de resonancia magnética para medir las reacciones de los adolescentes a las fotos que recibían más o menos “likes”. Lo que descubrieron fue un proceso de “apoyo social, cuantificable”, en el que los adolescentes usaban aquello que había por lo que habían recibido “me gusta” en las redes sociales “para aprender a navegar su mundo social”. Pero esas señales pueden ser adaptativas, o lo contrario. Los investigadores hallaron que los adolescentes “tenían más probabilidades de poner ‘me gusta’ a una foto, incluso una que retrata a los comportamientos de riesgo, como fumar marihuana o beber alcohol, si esa foto había recibido más ‘me gusta’ de sus pares”.
Dicha presión de grupo no es nueva. Lo que es nuevo con las redes sociales es la velocidad con la que los compañeros pueden hacer comentarios sobre la vida del otro, así como el supuesto de que deben hacerlo. “Hay una especie de efecto bipolar que las redes tienen en niñas de su edad”, dijo Kenney Marnie de su hija. “Son juzgadas constantemente. Su autoestima se mide constantemente por la respuesta de otras personas para cada cosa que ponen en línea”.
“Siento que mucho de lo que sucede en Instagram no es comunicación valiosa”, dijo Katherine Silk, de 18 años, que creció en Los Ángeles y está a punto de comenzar un año sabático antes de ir a la Universidad de Emory, en Georgia. “Estoy con amigos comiendo y digo: ‘¡Vamos a publicar esto en Instagram!’ A veces me digo [que] debería estar hablándome a mí y las otras personas aquí, no publicando cosas para gente a la que puede o puede no importarle, sólo para conseguir más ‘me gusta’”. Al igual que muchos abstemios de las redes sociales, ella piensa que con demasiada frecuencia sus compañeros “no tienen límites adecuados” cuando se trata del uso de esas redes.
En cuanto a la posibilidad de que se estén perdiendo algo, los abstemios son optimistas. “Si tengo algo importante que decir a mis amigos, voy a llamarlos. Eso es suficiente”, dice Silk. “¿Honestamente? Aún como adulto, no lo utilizaría a menos que sea realmente necesario”, dice Brian O’Neill. “No hay nada realmente nuevo o creativo en las redes. En 10 años, esta locura habrá prácticamente desaparecido. Cada uno encontrará una manera diferente de perder su tiempo”.
—Christine Rosen es una becaria de New America Foundation y editora jefa de Nueva Atlantis: diario de tecnología y sociedad.
¿Qué exactamente se puede hacer con el Apple Watch? La columnista Joanna Stern habla sobre cinco cosas con que el Apple Watch puede ayudarlo.
¿Por qué alguien querría comprar un Apple Watch? Es una pregunta que todavía trato de responder.
Apple presentó el lunes no uno, sino decenas de usos para su primer tipo de aparato nuevo desde que lanzó el iPad. En realidad, la propuesta de ventas del presidente ejecutivo Tim Cook tuvo más que ver con la cantidad de cosas que se pueden hacer que con la calidad: se trata de un nuevo tipo de reloj y una nueva forma de mantenerse en contacto con la familia y los amigos; de hacer ejercicio; de lucir a la moda; de pagar por una bebida gaseosa; de cantar con karaoke, o de abrir la puerta de su estacionamiento.
Nadie está en condiciones en estos momentos de evaluar realmente el Apple Watch. A menudo no podemos entender exactamente qué factor permitirá que una tecnología nueva perdure y sea acogida por los usuarios.
No obstante, cuando Apple presentó el iPhone, inmediatamente tuve la sensación de que mi vida cambiaría: de repente podía llevar Internet conmigo a cualquier parte. Con el iPad, vislumbre una nueva clase de computadora portátil, más informal que una portátil.
¿Cómo podrá el Apple Watch cambiar mi vida?
Por lo que he visto, podría ahorrarme tiempo. Es una segunda pantalla, un pequeño secuaz del iPhone que se lleva en la muñeca. Sin embargo, en momentos en que el iPhone demanda más atención, distrayéndome más y más durante el día, espero que aparezca un filtro. El Apple Watch podría ser el aparato que me permita dejar mi teléfono en mi bolsillo sin perderme nada importante.
En mi muñeca, el Apple Watch se siente natural. No es demasiado pesado ni voluminoso, sino lo suficientemente grande como para ver información útil en la pantalla. (Probé el modelo más grande, de 4,2 centímetros). No creo que cuente como un modelo de alta costura, pero sin dudas al usarlo usted no parecerá como un fanático de la tecnología. Apple encontró una forma y los materiales que dan la sensación de llevar un reloj corriente, aunque cumpla muchas más funciones.
Aprender a operar el reloj llevará algo de tiempo. Para manejarlo hay que realizar toques, deslizar el dedo y apretar botones de una forma que no siempre es igual a lo que se hace en un teléfono. Se desliza el dedo desde la base para obtener “vistazos” de información como el clima y se rota el dial ubicado a un costado para acercar y alejar la imagen al ver mapas.
Cuando alguien le envía un mensaje de texto, aparece en el reloj, al que puede mirar rápidamente mientras sigue conversando con otra persona. Si necesita responder, puede presionar un botón y hablar, o desplegar un emoticón apropiado.
Además, hay muchas más cosas que normalmente requieren de toda mi atención en un smartphone que podrían llevar menos tiempo en una versión más pequeña: enterarse de que un vuelo está retrasado, consultar el clima e incluso recibir instrucciones para llegar a un lugar.
Que alcance con un leve toque para poner en funcionamiento mi teléfono inteligente suena muy bien. Apple también lo promociona entre los fanáticos de los deportes, pero aún no he visto que ofrezca nada que no se pueda hacer con un reloj de pulsera mucho más barato.
El Apple Watch tendrá su propia tienda de aplicaciones, aunque aún no sabemos con cuántas será lanzado. Entre las opciones que conocemos estarán Twitter y Uber.
Después de nuestros ojos y manos, nuestras muñecas posiblemente sean el lugar más inmediato del cuerpo para interactuar rápidamente con la tecnología. Incluso hay una intimidad que se vuelve posible allí: el Apple Watch permite saludar a su interlocutor al tocar rápidamente la pantalla; el destinatario, que también debe tener puesto un Apple Watch, sentirá el toque en su muñeca.
Sin embargo, colonizar esta parte de nuestros organismos con una pantalla es una espada de doble filo. También puede volverse molesto con rapidez. Lo que me preocupa es que Cook y su equipo no han hablado tanto sobre cómo ayudar a filtrar alertas innecesarias. Hay todo un mundo de aplicaciones que estarían felices al vibrar o sonar en mi muñeca, aunque no las necesite.
Apple informó que tendremos cierto control sobre las alertas a través de nuestros iPhones. Sospecho, no obstante, que el secreto para que el Apple Watch se vuelva útil en mi vida dependerá de que consiga un balance justo en este aspecto.
Intoxicados por la tecnología: crecen las consultas por el uso abusivo de dispositivos
Por Agustina Gallego Soto.
«Si me quedaba sin batería en el teléfono o no me podía conectar, me ponía ansiosa y hasta llegué a tener ataques de pánico. Mi miedo más grande era no enterarme de si le pasaba algo a mi mamá o a un ser querido. Necesitaba tener todo bajo control y usaba el teléfono todo el tiempo para eso, llamando o mandando mensajes», cuenta Delfina, de 17 años, un año después de haber terminado un tratamiento de cinco meses en el Centro de Estudios Especializado en Trastornos de Ansiedad (Ceeta).
Aunque la última versión del Manual de Diagnóstico y Tratamiento de los Trastornos Mentales, la biblia de la psiquiatría, no incluye dentro de los trastornos adictivos la adicción a Internet o a los dispositivos digitales, existen estudios en varios países que reflejan una preocupación global. Según los resultados obtenidos recientemente por Cecilia Cheng y Ángel Yee-lam Li, del Departamento de Psicología de la Universidad de Hong Kong, se estima que la prevalencia mundial de la adicción a Internet rondaría el 6%.
La Argentina no integra el grupo de 31 países analizados, pero especialistas locales afirman que aunque Internet y las nuevas tecnologías son herramientas muy útiles, también pueden generar problemas si se usan mal. Según los registros del Ceeta, en el período noviembre-diciembre de 2014, el centro tuvo un 15% más de consultas asociadas con el mal uso de los dispositivos digitales que en 2013. En la Fundación Manantiales, la organización dedicada a la investigación, prevención y asistencia integral de las adicciones, hubo un aumento de consultas del 70% desde 2010 hasta este año.
Establecer un límite entre el uso normal de los dispositivos y el que debe llevar a una consulta es difícil ya que se trata de elementos empleados cotidianamente, tanto por chicos como por adultos. Según Florencia Salvarezza, directora del Departamento Infanto-Juvenil de Ineco, «la gente les tiene miedo a las cosas nuevas, pero el problema no es que se usen las herramientas digitales, sino que sólo se haga eso. Las personas deberían poder regularse y si no, pedir ayuda».
Laura Jurkowski, psicóloga especialista en adicciones a Internet y fundadora de ReConectarse, el centro que abrió sus puertas a partir de la creciente demanda de orientación, explica: «Las personas consultan cuando empiezan a ver los mismos problemas que tienen los adictos a sustancias, como irritabilidad y ansiedad si no pueden conectarse. Y esto termina generando problemas en la familia, el trabajo y otras áreas».
Agustina tiene 20 años y es paciente de la Fundación Manantiales. «Pasaba tanto tiempo encerrada usando la computadora y el teléfono que descuidé el colegio, me alejé de mis amigos y mi única compañía eran los participantes de un foro de Internet. Realmente sentía que esas personas con las que chateaba eran mis amigos, que me conocían mejor que mis padres y que me comprendían completamente. Y si en mi casa intentaban limitarme el uso de la Web, estallaba, me largaba a llorar y trataba mal a todo el mundo. Hasta llegué a robarle el celular a mi hermano», cuenta.
«Actualmente existe un diagnóstico popular llamado FOMO (fear of missing out) o temor a quedar desconectado o fuera de circulación en las redes sociales, que suele afectar más a prepúberes y a mujeres. Se asocia con trastornos de ansiedad generalizada y fobia social -explica Gabriela Martínez Castro, directora del Ceeta-. Los adolescentes todavía no tienen una identidad formada, sino una identidad de grupo. Son en la medida en que pertenecen a un grupo como Facebook, Twitter, Instagram. A las mujeres también las afecta porque son multitasking, tienen muchos roles: laboral, familiar, social, académico.»
Prevención y tratamiento
En el mundo se habla de una terapia llamada digital detox, poco conocida en la Argentina, y que consiste en ofrecer experiencias turísticas y campamentos para desconectarse de la vida online y reencontrarse con la naturaleza, la espiritualidad y las personas. Aunque las propuestas en hoteles de lujo o paisajes naturales suenen tentadoras, la forma de prevenir y tratar los problemas asociados con el mal uso de las herramientas digitales debería ser otra, según los expertos.
En el caso de los chicos, «los padres tienen la responsabilidad de redireccionar el tiempo libre de sus hijos para que incluya actividades deportivas, juego simbólico, cognitivo, de mesa, solitario y grupal. Es muy fácil darles una tablet y desentenderse, es el famoso chupete», sostiene Salvarezza. Martínez Castro agrega: «Es importante que los padres les pongan límites a los chicos y que los incentiven a través de otros recursos para que, movilizados por el aburrimiento, utilicen más su creatividad».
Según los expertos consultados, los tratamientos para resolver este problema que se ofrecen hoy en la Argentina tienen como objetivo principal lograr un uso equilibrado de los dispositivos digitales, a partir de un abordaje general.
«A través de nuestras técnicas de psicoterapia cognitiva conductual, recomendamos empezar por apagar los dispositivos por períodos cortos, que con el tiempo se van extendiendo, hasta convertirse en momentos específicos, los de conexión», cuenta Martínez Castro sobre el Ceeta.
Pese a la paradoja, existen aplicaciones móviles para controlar el uso de redes sociales e Internet, como Checky o Socialnetworklimiter, que pueden servir de ayuda para regular el consumo digital.
Gastón Tejes y su hija Juana, que suele «retar» a su papá por el uso excesivo del celular. Foto: LA NACION / Silvana Colombo
Juana le llama la atención a Gastón. Le pide: «Por favor, dejá un minuto el teléfono y mirame a mí»; le dice que quiere contarle algo importante. Cualquiera podría pensar que es la clásica escena de una madre con su hijo adolescente. Pero no. Juana tiene ocho años y Gastón es su padre, quien reconoce a LA NACION que, en muchas ocasiones, sigue pendiente de su teléfono celular aun en los momentos que deberían estar dedicados exclusivamente a los hijos o a la familia, como en la mesa. «Me ha pasado en más de una oportunidad y está bueno reflexionar sobre el tema. La conectividad sin límites puede ser genial, pero también hay que aprender a darle un corte. Además, mal podemos restringirles a nuestros hijos el uso de la tecnología cuando nosotros no somos capaces de hacerlo.» Lo que le sucede a Gastón Tejes es un fenómeno global en crecimiento, y que los investigadores del Departamento de Pediatría del Centro Médico de la Universidad de Boston ya se encargaron de estudiar.
Para evaluar el fenómeno, los expertos se instalaron en distintos restaurantes de comidas rápidas durante dos meses para observar los patrones de comportamiento sobre el uso de los teléfonos celulares en los grupos en los que hubiera un adulto acompañado por uno o más niños menores de diez años. Los resultados fueron publicados en marzo pasado en la revista Pediatrics, y el equipo de expertos llegó a la conclusión de que la dependencia hacia estos dispositivos perjudica la relación entre padres e hijos.
¿Qué sucedió? De los 55 grupos observados, en casi el 75% de los casos los adultos utilizaron dispositivos móviles durante la comida. El grado de interacción con los celulares iba desde no sacar el teléfono o ponerlo sobre la mesa (menos del 10% de los casos) hasta usar el dispositivo casi en forma constante, lo que ocurrió en un total de 40 casos.
Según cada grupo, las actitudes de los niños variaban. «Algunos parecían aceptar la falta de atención y se entretenían solos. Los que estaban acompañados por otros niños jugaban y charlaban entre sí, y algunos reaccionaban con angustia y malos comportamientos, lo que solía provocar una respuesta de enojo sorpresiva por parte de los adultos», describieron los investigadores del estudio.
«Los adultos tenemos que aprender a racionalizar el tiempo que destinamos a nuestra actividad en línea. Hay que definir momentos libres de pantalla y, sobre todo, cuando se trata de la crianza de los hijos. Cuando uno se ausenta del vínculo presencial, le resta al chico potencialidad en su desarrollo psicoemocional. Ellos necesitan de la mirada del adulto, del estímulo, del tacto, de la atención exclusiva -señala el doctor Guillermo Goldfarb, secretario del grupo de trabajo en Tecnologías de la Información y Comunicación de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP)-. La oferta de conectividad es intrusiva, y recién ahora estamos aprendiendo a convivir con eso. Hay que entender que lo que se pone en juego es nada menos que el desarrollo de nuestros hijos.»
Como parte de su nueva campaña (compartituoreo.com.ar), la marca de galletitas Oreo realizó un estudio online sobre los hábitos de los padres y madres de hoy. En la encuesta, realizada por OH! Panel, más de la mitad de los 360 entrevistados estuvo totalmente de acuerdo con «la necesidad de jugar a otras cosas y generar diálogo con sus hijos por fuera de la tecnología», mientras que dos de cada diez adultos reconocieron que sus hijos les piden que usen menos el celular. Además, siete de cada diez piensan que los padres de hoy pasan poco tiempo jugando con sus chicos. Y más del 90% aseguró que, antes de salir de su casa, chequea llevar consigo el codiciado dispositivo.
Cuando los papás de Carmela anunciaron el destino de sus próximas vacaciones, la pequeña de diez años los sorprendió con una frase: «Antes del smartphone las vacaciones eran más lindas, porque mamá no estaba chateando todo el tiempo y mandando fotos a sus amigos». Para Silvina, la madre en cuestión, la observación de su hija se sintió casi como un cachetazo. «Me mató, y lo peor es que tenía razón.»
La psicóloga Eva Rotenberg, directora de la Escuela para Padres (escuelaparapadres.net), reflexiona sobre las actitudes que suelen tener los niños cuando los padres están hipnotizados ante sus dispositivos móviles. «Los niños más pequeños suelen hacer berrinches o tener actitudes definidas erróneamente como de mal comportamiento para recuperar la atención perdida, y los adultos suelen reaccionar con el enojo y poniéndolos en penitencia. En el vínculo entre padres e hijos falta comunicación, hablar cara a cara desde las emociones, lo que genera un verdadero problema en la construcción del yo y potencia la patología del vacío.»
Ni culpar ni demonizar
Para el doctor Mario Elmo, de la comisión directiva de la SAP, es importante no caer en la demonización de la tecnología y desterrar el mito de que antes los adultos eran más dedicados con sus hijos. «No existían los celulares, pero utilizaban otras formas de desatención. Hoy, el recurso tecnológico es el nuevo fenómeno de distracción social y hay que aprender a lidiar con eso. No hay que culpabilizar a los padres, sino más bien hacer una reflexión sobre el problema dentro del contexto social actual.»
En la infancia, dicen los especialistas, los padres modulan -entre otras cosas- la forma en que sus hijos luego establecerán sus propias relaciones. Por eso el contacto cara a cara, sin distracciones, es clave. «En muchos casos -dice la doctora María Inés Lupsz, pediatra del Hospital Posadas-, después de un lardo día de trabajo llegan a sus casas y siguen conectados. No logran desenchufarse. Los pediatras recomendamos a los padres poner límites a sus hijos frente a la computadora. Lo mismo vale para ellos.»
Cuando sale a cenar, ¿ocupa su Blackberry un lugar en la mesa? ¿Chequea su esposa el correo electrónico antes de decirles ‘buenos días’ a los niños? ¿Duerme su hijo con su laptop?
Si la mayoría de respuestas a estas preguntas es afirmativa, puede ser el momento de una desintoxicación tecnológica.
Al igual que una dieta estricta que prohíbe todas las comidas procesadas por un tiempo con la promesa de asegurar una buena salud a largo plazo, una limpieza tecnológica significa desconectarse completamente durante un lapso breve para el beneficio de sus relaciones interpersonales.
Pero ojo: al igual que con cualquier otra dieta, no es fácil.
Hace poco, Diane Broadnax, una investigadora clínica de Maryland, se hartó de cómo su familia, cada noche, se dispersaba hacia diferentes computadoras en la casa. Anika, de 4 años, miraba Dora la exploradora en una portátil en la cocina, mientras que Jasmine, de 12 años, jugaba en línea con sus mascotas virtuales. Su esposo, Lonnie Broadnax, de 50 años, se iba al estudio para mirar una película de ciencia ficción mientras ella preparaba la cena a la vez que revisaba su correo electrónico. «Pasaban los días y no conversábamos», lamenta Broadnax.
Una noche en noviembre, le propuso un plan a la familia. Durante una semana, se privarían de todo entretenimiento digital (e-mail, mensajes de texto, Facebook, películas en DVD y videos en línea). Las computadoras y demás artilugios tecnológicos sólo podrían usarse para trabajar o para las tareas de la escuela. Horrorizada, Jasmine dijo que eso no era mucho mejor que ser castigada.
La señora Broadnax insistió. La noche siguiente preparó la comida favorita de su familia (arroz con pollo) y puso velas en la mesa. Pero cuando todo el mundo se sentó a comer, la conversación era rígida. Las niñas respondían con monosílabos a las preguntas de sus padres. Incluso ellos estaban incómodos.
«Todos pensamos: ‘Estamos sentados a la mesa tal como se supone que debemos hacer pero, ¿ahora qué hacemos?'», recuerda Lonnie, un diseñador de páginas web. La cena se volvió tan incómoda que decidieron saltarse la torta de chocolate que Diane había preparado para el postre. Luego Lonnie se sentó a leer un libro. Jasmine se fue a su habitación. Anika jugó con juguetes en la cocina mientras Diane lavó los platos e hizo unas llamadas de trabajo.
A pesar de que estamos constantemente conectados, nuestros aparatos electrónicos frecuentemente nos mantienen separados. Los mensajes de texto causan malentendidos. Facebook hace que nos pongamos celosos. La televisión nos vuelve perezosos o demasiado cansados para el sexo (hace algunos años, un estudio italiano mostró que las parejas que tienen un televisor en el dormitorio tienen sexo la mitad de veces que las que no lo tienen).
Algunos terapeutas recomiendan las desintoxicaciones tecnológicas. Sharon Gilchrest O’Neill, de Nueva York, una psicóloga especializada en matrimonios y familias, dice que la tecnología es una distracción para la familia y es difícil de resistir porque es portátil y provee una gratificación instantánea. También es un escape fácil si hay problemas en la relación. «La tecnología debe estar en la lista de las principales razones por las que la gente se divorcia, junto con el dinero, el sexo y los hijos», dice. Ha visto parejas que se comunican casi exclusivamente vía mensajes de texto, e-mails y mensajes de voz. «Tiene que haber algún momento en la semana cuando toda la familia esté junta y se apaga la tecnología», aconseja.
¿Interesado en una limpieza tecnológica? A continuación, algunos consejos de personas que han aprendido de la experiencia:
— Avise con tiempo a su familia. Necesitan tiempo para prepararse mentalmente.
— Clarifique su objetivo. Procure no sustituir la tecnología por otra actividad que lo aísle.
— Despréndase de los aparatos gradualmente. Puede que al principio una semana —o incluso un día— sea demasiado tiempo de desconexión.
— Sea claro respecto a las reglas. ¿Se permitirán las llamadas y los correos electrónicos vinculados al trabajo? ¿Está permitido conectarse a Internet para las tareas de la escuela? ¿Cuál es el castigo para una trampa?
— Utilice la tecnología como herramientas para desconectarse. Recurra a Facebook, Twitter o el correo electrónico para decirles a su familia y amigos que no va a estar conectado.
— Haga de su dormitorio una zona libre de medios de comunicación.
— Una vez superada la fase de desintoxicación, aprenda a evitar perder el tiempo yendo de una búsqueda en Internet a otra, y a otra, y otra. Así puede desperdiciar horas.
— Permita que haya solamente una pantalla en funcionamiento. Por ejemplo, si está mirando televisión, dedíquele toda su atención, en vez de estar mirando al mismo tiempo su computadora o su iPhone.
La familia Broadnax mantuvo su limpieza tecnológica durante cinco días. Entonces, una noche, Diane llegó del trabajo y se encontró a su marido y sus dos hijas jugando una partida de Trivial, moviendo piezas alrededor de un tablero y leyendo preguntas de la pantalla de una computadora. Los tres se estaban riendo. «Aquí estaba la solución casi perfecta», dice. «La familia estaba interactuando con la tecnología. La pantalla estaba ahí, pero no era el centro de atención».