Estados Unidos y China, en busca del equilibrio
abril 18, 2017
China y EE.UU acuerdan equilibrar el comercio bilateral
El encuentro Donald Trump / Xi Jinping en Palm Beach concluyó el 6/7 de abril con un acuerdo completo entre las dos superpotencias que fija el rumbo de los acontecimientos mundiales en los próximos 10 ó 15 años.
La posición norteamericana fue que el superávit comercial chino (US$340.000 millones, 2/3 del intercambio bilateral de US$ 560.000 millones en 2016), es “inaceptable”. La parte china coincidió con esta apreciación y agregó que ese desequilibrio le acarrea profundos trastornos macroeconómicos, sobre todo en la oferta monetaria y el alto nivel potencial de inflación. Frente a esto, Xi Jinping propuso un “Plan de 100 días” para reequilibrar el comercio bilateral.
El programa está centrado en el aumento de las exportaciones estadounidenses al mercado chino. Iría acompañado por una multiplicación de las inversiones de las transnacionales estadounidenses en sectores hasta ahora vedados de la República Popular (telecomunicaciones, mercados bursátiles, transporte, energía, finanzas).
También crecerían en forma inmediata las importaciones chinas de productos de EE.UU, y se intensificarían las inversiones de las compañías de la República Popular en el sector manufacturero estadounidense. China fue el año pasado el principal inversor extranjero en EE.UU (US$46.000 millones).
Reducir el superávit comercial chino implica disminuir su tasa de ahorro doméstico (48% del PBI) y aumentar el consumo individual.
Trump lanzaría este año un plan de infraestructura de US$1 billón hasta 2020, para actualizar la interconexión física norteamericana, que tiene un retraso de más de 20 años. Esto sucede cuando prácticamente no existen bienes públicos globales, salvo la “Ruta de la Seda”, cinturón de infraestructura de alta tecnología que conectaría a China con Europa Occidental a través de Asia Central y Rusia.
En la “Ruta de la Seda” se invirtieron más de US$60.000 millones en los últimos 3 años y completar el proyecto requeriría US$8 billones.
China se propone participar del plan de infraestructura norteamericano, con una inversión que abarcaría hasta 20% de lo presupuestado (aproximadamente US$200.000 millones). Lo puede hacer porque se ha convertido en la principal fuente de capitales del mundo. Las inversiones norteamericanas adquirirían un carácter cualitativo distinto si acceden, como ofreció Xi Jinping, a los mercados bursátiles chinos, que son los mayores del mundo y están todavía desconectados del sistema mundial.
El stock de capital de estos mercados asciende a 41% del PBI (US$4,6 billones), y el objetivo chino es que adquieran los niveles norteamericanos, donde alcanzan –Wall Street mediante– a 243% del producto.
Wilbur Ross, secretario de Comercio y mano derecha de Trump en esta negociación, dijo que la propuesta china constituye “… un cambio oceánico” en la relación entre los dos países.
El 6/7 de abril comenzó una nueva fase de la globalización, más inclusiva e innovadora que la de los últimos 40 años. Notoriamente, la iniciativa está en manos de China. Revela que es el nuevo eje del proceso de acumulación global y lidera el desarrollo capitalista del siglo XXI.
EE.UU ha sido el gran perdedor del proceso de globalización. En este período, especialmente a partir de 2001 (ingreso de China a la OMC) experimentó una ruinosa desindustrialización, con una alta pérdida de puestos de trabajo de baja calificación, una extrema acentuación de la desigualdad social y la quiebra material del “Sueño Americano”.
“La globalización es una espada de doble filo”, dijo Xi Jinping en Davos, que intensifica la integración del sistema, pero destruye a amplios sectores sociales. Atrás quedó la unipolaridad hegemónica de EE.UU, agotada con el colapso de Lehman Bross. en septiembre de 2008. Lo que viene se sustenta en el pleno despliegue de la nueva revolución industrial. “La política es el arte de conducir lo inevitable”, dice De Gaulle.
Fuente: Clarín, 16/04/17.
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Hiperliquidez en la Economía global
abril 6, 2017
Una política que intensifica la hiperliquidez mundial
China comenzó a financiar en renminbis el intercambio con países y regiones muy vecinas en 2009.
El Banco del Pueblo de Beijing (PBoC) ha firmado 25 acuerdos bilaterales de utilización del renminbi (RMB) en moneda local, o swaps, por más de US$500.000 millones desde diciembre de 2008.
Hay que sumarle a este esfuerzo de liquidez internacional los préstamos del Banco Chino de Desarrollo (CDB) por US$400.000 millones y los créditos externos del Banco de Exportaciones e Importaciones de China (EIBC), que alcanzaron a US$300.000 millones en 2016.
Conviene agregar a esta lista los Fondos creados por la República Popular en los últimos 3 años con recursos por US$116.000 millones, distribuidos entre los Fondos de la Ruta de la Seda, del Desarrollo Industrial de América del Sur y de China-África.
La clave de esta estrategia de financiamiento del desarrollo es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), constituido en 2013 en Beijing por China y otros 56 países, encabezados por Alemania, Gran Bretaña, Francia y Australia — se acaban de sumar recientemente Perú, Venezuela, Canadá y Hungría, entre otros —, con un capital de US$100.000 millones, que treparía a US$350.000 millones en 2020.
Los swaps del PBoC surgieron en 2009 como respuesta a la crisis financiera internacional desatada por el colapso de Lehman Bros. en Wall Street (15-09-2008). En ese momento, el comercio global chino era financiado en más de 70% en dólares estadounidenses y el resto en euros, yenes y libras esterlinas, entre otras.
La caída de Lehman Bros. hundió el comercio internacional de la República Popular en más de 30% entre 2008 y 2010. A partir de allí, China comenzó a financiar el intercambio con los países y regiones cercanas en renminbi, prácticamente todos ellos en el área Asia-Pacífico.
Pero esta regla de estricta vecindad mostró dos excepciones de extrema importancia, que revelaron una nueva prioridad estratégica de la República Popular: la Argentina y Brasil. El vínculo prioritario con estos dos países está estrictamente referido a su condición de grandes productores mundiales de agroalimentos, en especial granos para la alimentación animal (soja, harina de soja, maíz). Junto con EE.UU, los tres países producen más de 90% de los granos para la alimentación animal del mercado mundial, y el primero —como se sabe— es su rival geopolítico.
Esto ocurría cuando China comenzaba a experimentar una gigantesca transición dietaria, con el vuelco masivo de su población al consumo de proteínas cárnicas. Este fenómeno histórico está directamente vinculado al hecho de que el PBI per cápita crece por encima del PBI nominal desde 2009 (8% por año vs. 6,5% anual).
Esta coincidencia o particular constelación astral es lo que le otorga a Brasil y la Argentina una situación de privilegio estratégico en relación con China, y asegura que más de 60% de la inversión directa (IED) de la República Popular en América Latina se dirija exclusivamente a estos dos países . (“Todo nace de una particularidad”, dice Hegel).
El objetivo de China al desatar en 2009 el proceso de internacionalización del RMB no ha sido desafiar la hegemonía mundial del dólar estadounidense, sino financiar en moneda propia y en forma creciente su comercio internacional; y esto lo hizo ante la situación de extrema carencia de dólares norteamericanos provocada en la economía global por el colapso de Wall Street de 2008.
La multiplicación de la liquidez global que realiza deliberadamente China es parte del proceso de internacionalización del renminbi, que consiste en la plena incorporación de su ahorro doméstico (US$6 billones) al sistema financiero internacional.
Éste experimenta una situación de extrema hiperliquidez, con las tasas de interés más bajas de la historia (0,5% / 0% anual). Ahora, la conversión del ahorro doméstico chino en ahorro global —proceso que culminaría en 10 años— equivaldría a la triplicación de la hiperliquidez actual. Es un salto cualitativo que requiere nuevas categorías económicas, ante todo las que suplanten las de “restricción” o “escasez”.
El ritmo de la internacionalización del RMB lo marca el porcentaje del intercambio internacional de la República Popular que cubre su divisa. Esa pauta era 0% en 2008, aumentó a 17% en 2013, trepó a 30% en 2016, y a este ritmo superaría 40% en 2020. El Banco de Inglaterra (BoE) prevé que más de 50% del comercio internacional estará cubierto en 2025 por el RMB.
En el fondo, lo que sucede es que la divisa china está alcanzando a su comercio internacional, que es el primero del mundo desde 2009, cuando dejó atrás a Alemania y a EE.UU.
El intercambio global chino representa hoy 10,4% de las exportaciones y 9,4% de las importaciones mundiales, mientras que EE.UU. ocupa el segundo lugar, con 8% y 12%, respectivamente.
El principio fundamental de Mao es que “(…) la única forma de conducir una tendencia es acelerarla”, y esto es lo que está ocurriendo con el RMB.
Fuente: Clarín, 02/04/17.
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El rol de las Carnes en el negocio global de alimentos
marzo 31, 2017
Carnes, el hilo rojo del negocio global de alimentos
La producción mundial de carne de cerdo ascendió a 110 millones de toneladas en 2014, con una tasa de expansión de 2% por año, y un comercio internacional que crece a un ritmo todavía mayor. Fueron 5 millones de toneladas en 2010 y treparon a 7.3 millones de toneladas en 2012, para adquirir con posterioridad un nivel de 6.9 millones de toneladas en 2016. El comercio global de carne de cerdo ha crecido más de 37% en 10 años (2005/2014) China es el primer productor mundial de carne de cerdo (fueron faenados 600 millones de cabezas de ganado porcino en 2016/ 56.400 millones de toneladas), más de la 1/2 de la producción mundial. También es el principal consumidor (57 Kg por año).
Su condición de principal importador mundial es reciente. Asumió ese carácter en 2015, cuando compró –ante todo en EE.UU- más de 5 millones de toneladas. El principal importador ha sido históricamente Japón, que compra en el exterior más de la ½ de la carne que consume, y que proviene de EE.UU y Europa. Japón respondió por 18% del total de las importaciones globales en 2016.
El 3er. importador es México, que compra 72% de la carne de cerdo que consume en EE.UU;y es el segundo mercado del mundo para la producción agroalimentaria norteamericana después de China.
Por eso la totalidad de la cadena agroalimentaria estadounidense, -desde Cargill a la industria láctea de Nebraska y Iowa- respalda un acuerdo con México destinado a renegociar el NAFTA, el tratado de libre comercio de América del Norte vigente desde 1994, y que ha otorgado a México un superávit comercial acumulado superior a U$S 1 billón.
El mercado Norteamericano (EE.UU/Canadá/ México) es el más relevante del mundo en materia de carnes, tanto de cerdo como vacuna; y EE.UU es el primer exportador, Canadá el segundo, y México el tercer importador del sistema mundial. México y Canadá sumados reciben 36% del total de las exportaciones estadounidenses.
La situación del mercado global de carne vacuna es cualitativamente distinta. A diferencia de la carne de cerdo, que fue hondamente afectado por la crisis financiera internacional 2008/2009 (Lehman Bross), con una caída de más de 30% de la producción mundial, y que posteriormente se recuperó parcialmente, con una producción de 58.6 millones de toneladas en 2014, que se incrementa 2%/3% por año, las exportaciones de carne vacuna alcanzaron a 7.5 millones de toneladas en 2009, y a 9.2 millones de toneladas en 2013, lo que significa que han crecido más de 30% en una década.
EE.UU es el principal productor mundial de carne vacuna, con 20% del total mundial. Pero Brasil, que es el segundo en capacidad productiva, se ha convertido en el primer exportador global, con más de 20% de las ventas externas, seguido por India y Australia, que tiene un porcentaje de 19% y 17% respectivamente.
El crecimiento extraordinario de las exportaciones brasileñas ha ocurrido en los últimos 20 años, en que ha acelerado su desarrollo como respuesta a la creciente demanda global, en especial de China y Rusia.
El comercio mundial de carnes es el hilo conductor del comercio global de agroalimentos en el Siglo XXI.
Fuente: Clarín, 23/03/17.
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China apuesta a la inteligencia artificial
marzo 30, 2017
China encabeza la inteligencia artificial
China tiene 731 millones de usuarios de Internet y 95,1% de ellos utiliza smartphones (Internet móvil), y prácticamente la totalidad lo hace con equipos de última generación (4G /5G).
Entre ellos, los que realizan sus pagos en forma digitalizada son 496 millones, y los que contratan diariamente los servicios de taxi ascienden a 168 millones. Ambas actividades han crecido 30% anual en los últimos 5 años.
El resultado ha sido que la masa de información digital —Big Data— de que dispone la República Popular es 50 veces mayor que la norteamericana; y es a partir del cruce con esta gigantesca base que despliega su liderazgo en la inteligencia artificial (AI), la tecnología decisiva de la nueva revolución industrial.
La inteligencia artificial (AI) implicaría un mercado (oferta y demanda) de US$15.260 millones en 2018, que se duplicaría cada 3/4 años a partir de entonces. El potencial de mercado de AI sería 10 veces superior al de Internet móvil en los próximos 10 años.
La vanguardia de la investigación científica sobre AI está en China: 43% de los papers académicos publicados en el mundo respecto a AI han sido obra de uno o varios investigadores de la República Popular.
Shanghai disputa con San Francisco (Silicon Valley) el carácter de núcleo decisivo de la industrial high tech global, y lidera a la vez la experiencia de desregulación e integración al sistema mundial más avanzada de China (Shanghai FTZ).
El comercio chino por Internet (e-commerce), constituido por las tres grandes trasnacionales —Alibaba, Baidú, Tencent— es el sector que más rápidamente crece en el intercambio internacional (59% anual), y sería 20% del total mundial en 2020.
Esta es la base material de la ola de innovación tecnológica que experimenta China, centrada en la inteligencia artificial (AI), y cuyo sustento son las “startups” de alta tecnología, que aumentan 57% por año. En este sector reside la apuesta de la República Popular de aumentar la productividad 7% anual, que equivaldría a un alza acumulada de 38% en 4 años.
Para eso China ha establecido un fondo de US$320.000 millones destinado a incentivar las tecnologías de punta: AI en primer lugar, con la creación de 320 espacios de innovación (hubs) desplegados en todo el territorio nacional.
En términos históricos, lo que está ocurriendo en China es que tras haber dejado atrás definitivamente la etapa del catch- up (convergencia estructural) con EE.UU., le disputa ahora el liderazgo de la tecnología de punta de la nueva revolución industrial. Esto significa que la relación entre EE.UU. y China ha adquirido a partir de 2008/2009 un carácter irreversiblemente horizontal.
Es la consecuencia de tres décadas de reformas y vuelco al capitalismo. Hacia el pasado, el logro fundamental es haber extraído a más de 700 millones de chinos de una situación de pobreza extrema (84% de la población/834 millones vivía con menos de US$1 por día en 1981, y ahora son 54 millones, según datos del Banco Mundial).
En el presente, lo decisivo y más cargado de futuro es la aparición de una clase media de 300 millones de personas —que serían 400 millones en 2020—, con ingresos per cápita comparables a los norteamericanos (US$35.000/US$50.000 anuales), y 12 millones de graduados universitarios por año, que constituyen la población más interconectada y de mayor nivel tecnológico/digital del mundo. La cultura de esta comunidad, esencialmente joven (18/35 años de edad), es la del riesgo, la innovación y la apuesta al futuro.
El cambio tecnológico surge del cruce de dos variables: la multiplicación del número de protagonistas y la intensidad de su interconexión. Por eso, estos 300 millones de chinos disputan la vanguardia de la innovación con sus congéneres de California, Texas y New York.
Fuente: Clarín, 26/03/17.
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Wall Street anticipa el auge de Estados Unidos
febrero 20, 2017
Wall Street adelanta el auge de los Estados Unidos
El boom de inversiones de Wall Street no es un pronóstico; es un factor directo de crecimiento económico.
El Indice S&P500 superó esta semana la barrera de US$20 billones en capitalización de mercado. Es la primera vez en la historia de Wall Street que esto sucede. El PBI norteamericano, el mayor del mundo, asciende a US$18 billones.
Apple encabeza S&P500 y Nasdaq, y trepó su valorización accionaria a US$700.000 millones (US$133,29 por acción). Es la empresa más cotizada del mundo. Los activos de Apple aumentaron 15% en 2017, más de 40% el año pasado y 1.000% en la última década. Su auge responde a dos factores: la venta fenomenal realizada en el 4to. trimestre de 2016 de iPhones 7 Plus (78,3 millones de unidades), sumada al fenómeno Trump, que ha hecho que su cotización aumentara más de 7% desde el 8 de noviembre.
En el caso de Apple, la pasión inversora se ve acentuada por la perspectiva de que repatríe todo o parte de los US$230.000 millones que tiene en el exterior para aumentar sus inversiones domésticas.
Lo que está en juego en EE.UU. es lo siguiente: la inversión norteamericana ascendió a US$2,1 billones (12,9% del PBI) en 2016, el menor nivel en 70 años; y el recorte de impuestos que se avecina tendría un impacto económico de US$5,7 billones – 1/3 del PBI –, con una mejora de 30% en la tasa de retorno empresaria.
El nuevo régimen impositivo impondría un tributo de 20% en los bienes importados y eximiría a los que se exporta. Esta innovación tendría un impacto de US$5,6 billones en 10 años y sería en un obvio incentivo para producir en EE.UU.
Invertir en EE.UU. implica hacerlo en más de 60% en capital intelectual (I&D + reorganización empresaria + capital humano). Sólo el resto es inversión en capital fijo o hundido. Este tipo de inversiones requiere cifras gigantescas y de largo plazo.
La reducida tasa de inversión de la última década es la causa inmediata del bajísimo nivel de productividad (+0,3% anual en 2016 / + 0,5% anual promedio a partir de 2007).
Si la inversión aumenta 2 puntos del producto en 2 años (2017/2018), la productividad se duplicaría. La razón es que más de la mitad de la inversión estadounidense es en capital intelectual, que es el propio de la nueva revolución industrial.
Lo que suceda en EE.UU. en estos dos años tiene por necesidad importancia mundial. La economía global se ha estancado en los últimos 7 años (+3% anual desde 2009); y la causa fundamental es el agotamiento de la revolución tecnológica de Internet que surgió en la década del 70 y concluyó en 2004.
La productividad en EE.UU. aumentó 2,9%/3% anual entre 1995 y 2003, tras estancarse en 1,1%/1,5% por año en el período 1973/1994, que tuvo un carácter depresivo. EE.UU. creció 3,5%/4% por año en la etapa 1995-2003. La Reserva Federal de San Francisco ha establecido que 2,5 puntos porcentuales de la expansión norteamericana entre 1995 y 2003 fue resultado directo del salto de productividad desatado por la revolución de Internet.
El crecimiento económico no es un proceso de auge agregado de tipo cuantitativo, sino una expansión sostenida de carácter cualitativo. El capitalismo es un mecanismo de acumulación autoinducido que despliega sucesivas revoluciones tecnológicas, que reestructuran todo el sistema productivo y cuando se agotan sobrevienen fases depresivas, acompañadas por bajas tasas de interés, incluso negativas.
La economía de EE.UU. creció 1,6% en 2016 y 2,1% anual a partir de 2009. Pero se expandiría 2,6% anual en el primer trimestre de 2017, o más. En el medio está Trump.
El rasgo característico del boom de inversiones de Wall Street es que no implica un pronóstico positivo sobre el alza futura del PBI, sino que es un factor directo de crecimiento económico.
Si el fenómeno Trump –como impulso a la pasión inversora– supera la prueba de realidad de los próximos 18 meses, entonces, al lado de esto, la caída de la Unión Soviética en 1991 podría considerarse una pequeña minucia.
Fuente: Clarín, 19/02/17.
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USA, China y la hiperliquidez
febrero 15, 2017
Trump quiere que China baje el ahorro
La causa fundamental del estancamiento de la economía mundial en los últimos 5 años fue el efecto depresivo provocado por el exceso de ahorro global sobre las oportunidades de inversión, revelado por las tasas de interés más bajas de la historia (0%/0.5% anual). Este exceso de ahorro se origina en Asia y, sobre todo, en China. El superávit de cuenta corriente combinado de las 4 principales economías asiáticas –China, Japón, Corea del Sur, Taiwán-, más el de las dos ciudades- estados (Hong Kong y Singapur), ascendió a más de US$700.000 millones en 2016, y casi 3/5 partes de ese total fue de China (US$ 350.000 millones).
El resultado de este extraordinario flujo de capitales ha sido un sistema financiero internacional con el mayor nivel de hiperliquidez de la historia. El total de capitales del mercado financiero global alcanzó a US$600 billones en 2010, 10 veces más que el valor del producto mundial de bienes y servicios (US$ 63 billones). Esta tendencia se aceleró en los últimos 6 años, con un PBI global que alcanzaría a US$90 billones en 2020 y un sistema financiero que treparía a US$900 billones.
El resultado de este cambio estructural –lo cuantitativo se ha tornado cualitativo-es que el capital ha dejado de ser un bien escaso y ha adquirido un carácter superabundante; y esto ha modificado las condiciones del proceso de acumulación global, hasta prácticamente eliminar las tasas de retorno sobre las inversiones de corto plazo, obligándolas a centrarse en las de largo plazo, que son el núcleo de la nueva revolución industrial.
China se convirtió en la fuente principal de capitales del mundo de hoy, por encima de Europa y EE.UU., debido al hecho de que su tasa de ahorro doméstico ascendió a 48% del producto en 2016, 10 veces más que el promedio asiático y 20 veces más que el mundial.
Esto sucede cuando el ingreso per cápita de su población aumentó 8% anual el año pasado, por encima del auge del PBI nominal (6,7%); y esto hizo que el PBI se expandiera sobre la base del consumo domestico (70% del crecimiento en 2016).
El equipo económico de Donald Trump (Wilbur Ross, secretario de Comercio) presume que el déficit comercial global de EE.UU. (US$540.000 millones el año pasado) le inflingió una pérdida permanente de 3 puntos porcentuales del producto. Por eso, para volver a crecer a la tasa histórica de 3.5%/4% por año, EE.UU. necesita reequilibrar esa brecha negativa con sus 3 principales socios superavitarios, que son China (US$340.000 millones), Alemania (US$70.000 millones), y México (US$61.000 millones).
La segunda premisa del equipo de Trump es que la única forma de reequilibrar el comercio global estadounidense consiste en multiplicarlo, aumentando las compras en EE.UU. y duplicando o triplicando las exportaciones norteamericanas a los mercados de sus tres grandes socios – y competidores- superavitarios.
En el caso de China, que es una categoría aparte, esto equivale a reducir en términos macroeconómicos la tasa de ahorro doméstico, causa crucial de la magnitud de su superávit de cuenta corriente, y por su intermedio de la hiperlíquidez del sistema financiero internacional.
Lo que está en juego es que las dos mayores economías–EE.UU. y China- aumentan en forma simultánea las oportunidades de inversión. Para EE.UU. esto significa desatar la pasión inversora en un cuadro de desregulación generalizada e incentivo a la inversión.
Respecto a China, su principal contribución para superar el estancamiento global reside en reducir 8/10 puntos la tasa de ahorro doméstica, incentivando el consumo individual y multiplicando las importaciones. Es lo que está haciendo en los últimos 6 años, y exige la relación con EE.UU., tras la emergencia del fenómeno Trump.
Dice Oscar Wilde: “Nada convierte a una persona en más inteligente que la posibilidad de ser ejecutada en un plazo de dos semanas”.
Fuente: Clarín, 03/02/17.
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Posgrado en Prevención de Lavado de Activos Financieros
febrero 7, 2017
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Fuente: finint.org
Trump y Wall Street
diciembre 4, 2016
El plan Trump visto desde Wall Street
El gobierno de Trump se apresta a lanzar el más drástico recorte de impuestos desde Ronald Reagan.
Los 4 principales indicadores de Wall Street – S&P500, Dow Jones, Nasdaq, Russell 2000– alcanzaron simultáneamente la semana pasada su mayor nivel histórico. Es la primera vez que algo semejante se produce en el siglo XXI. Hay un vuelco masivo a la compra de activos empresarios en los mercados bursátiles norteamericanos. En 4 días, los inversores lanzaron US$27.500 millones en la adquisición de acciones. El Dow Jones alcanzaría 20.000 puntos en 2017, tras 18 años de haber logrado los primeros 10.000.
El dólar ha retomado su carrera alcista y ha obtenido el mayor nivel de los últimos 13 años, debido a que se ha apreciado 43% desde 2008. Las pequeñas compañías –índice Russell 2000– son las más beneficiadas por la combinación de apreciación del dólar y el vuelco de la inversión a los activos. El Russell 2000 ha trepado 12,3% desde el 8 de noviembre, mientras que S&P500 ha crecido sólo 3,1%. El Deutsche Bank sostiene que EE.UU. va a crecer 2,3% en 2017 y 3,5% en 2018, poniendo término a la actual situación depresiva (1,1% anual en el primer semestre de 2016). Es un nivel de expansión nunca alcanzado por EE.UU. en la última década.
También el desempleo puede caer a 4% o menos en 2018 (hoy asciende a 4,7%), un nivel no alcanzado desde el gobierno de Bill Clinton, cuando cayó por debajo de 4%. La OCDE prevé lo siguiente sobre el gobierno de Donald Trump: “No esperamos nada significativo en EE.UU. en los próximos 6 meses, pero en el segundo semestre del año habrá un estímulo fiscal de 0,25% / 0,5% del PBI (inversión en infraestructura) más otro de 1% del producto en 2018 (recorte de impuestos)”.
El gobierno de Trump se apresta a lanzar el más drástico recorte de impuestos desde Ronald Reagan, con una disminución del impuesto a las ganancias corporativas del 35% a 15%, y un tributo de 10% –por una sola vez– para la repatriación de US$ 2,5 billones que las transnacionales estadounidenses tienen en el exterior. La OCDE afirma que el alza del crecimiento de EE.UU. en los próximos 2 años puede extraer a la economía mundial de su actual situación de estancamiento depresivo. EE.UU. es la primera economía del mundo, con un PBI de US$18 billones, seguido por el producto chino, que asciende a US$ 11,4 billones.
La clave del programa de Trump es simple. Consiste en aumentar significativamente y en 2 años la tasa de inversión en capital, y así acelerar el alza de la productividad, que hoy es 0,2% anual, la más baja de la historia norteamericana. Alcanzó a 0,3% en 2015, y a 0,5% en 2014. La productividad secular ha sido 3% por año. La tasa de inversión es hoy 12,9% del PBI, la menor en 7 décadas.
El objetivo de Trump es nítido: lograr que las empresas norteamericanas vuelvan a invertir en EE.UU., para lo cual es preciso que recuperen la competitividad perdida en los últimos 15 años. El cálculo de Wilbur Ross –nuevo secretario de Comercio– es que un alza de 1,5% / 2% de la tasa de inversión puede implicar un aumento de 4,3% en el tamaño del PBI en 10 años, sumado a la creación de 786.000 puestos de trabajo, con salarios que se elevarían 3,6% en ese período.
El plan de infraestructura –US$1 billón en 4 años– tendría un efecto multiplicador de 1,6 veces en el crecimiento del PBI, con la provisión de 3 millones de nuevos empleos de alto nivel salarial, y un alza de la productividad de 0,3% anual. Esto permitiría crear 1 millón de puestos de trabajo adicionales por año.
Ross estima que por cada US$200.000 millones de inversión en infraestructura se crean salarios por US$88.000 millones y aumenta un punto porcentual el PBI. Es probable que el boom registrado en Wall Street sea esta vez una percepción nítida no sólo de los riesgos, sino también de las oportunidades que se abren para EE.UU.
Fuente: Clarín, 04/12/16.
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Hacia una Fase nacional de la globalización
noviembre 20, 2016
Fase nacional de la globalización
Por Jorge Castro.
El triunfo de Trump el 8 de noviembre está directamente vinculado al hecho de que una fase de la globalización ha terminado, y la que viene – que tiene sólo dos protagonistas, Estados Unidos y China –, recién comienza a esbozar sus trazos fundamentales.
A partir de 1980, las tecnologías del procesamiento de la información (IT) modificaron radicalmente el costo de las transmisiones – cayeron 20% por año –; y al permitir tomar decisiones estratégicas en tiempo real a escala global, impulsaron el surgimiento de las cadenas globales de producción, núcleo estructural de la globalización capitalista del siglo XXI.
Esta vía abrió a los países asiáticos el proceso de industrialización, ante todo a China; y este desarrollo industrial, impulsado por la inversión de las empresas transnacionales (ETN), rápidamente tuvo un impacto exportador (producción fragmentada + alto porcentaje de insumos importados por unidad de producto).
La combinación de tecnología de punta y los costos laborales más bajos del sistema, otorgó a la producción asiática una competitividad excepcional, y los niveles de rentabilidad más elevados de la historia del capitalismo.
El resultado fue el traslado de la industria trabajo-intensiva de los países avanzados a los emergentes; y esto coincidió con la mudanza que las ETN realizaron a China de su conocimiento más avanzado (gerenciamiento, marketing, diseño, know-how).
Así comenzó a aumentar la escala del valor agregado y la complejidad tecnológica de las exportaciones chinas, mientras surgía una diferencia de productividad de 9 a 1 entre el sector exportador y la industria nacional.
El punto de inflexión en la industrialización asiática – salto cualitativo – se produjo al incorporarse China a la OMC (2001). La fórmula alta tecnología/fuerza de trabajo china adquirió un carácter explosivo. Las exportaciones de la República Popular se duplicaron en valor cada 4 años (+30% anual) y 40% de sus colocaciones en el exterior fueron equipos de capital intensivos en conocimiento.
De esta forma se desplegó la convergencia estructural (alza de la productividad + auge del ingreso per cápita) del capitalismo chino sobre el norteamericano. En este período (2001-2009), China creció 11% anual, el PBI per cápita trepó 9% por año y la productividad se incrementó a un ritmo de 9,2% anual.
El superávit de cuenta corriente chino se transformó en esta etapa en el primero del mundo (11% del PBI/U$S 380.000 millones en 2007), y las reservas treparon a U$S 3,4 billones, triplicando al siguiente en orden de importancia, que es Japón con U$S 1,2 billones.
La convergencia estructural de China se completó en 2009. Coincidió con la crisis financiera internacional de 2008. Allí se produjo el traslado definitivo del eje de la acumulación global del mundo avanzado al emergente (China a la cabeza constituida en categoría propia), y cambió la historia del mundo.
La contrapartida fue que EE. UU. se sumergió en un ruinoso proceso de desindustrialización, con la desaparición virtual de su industria trabajo-intensiva, sumada a la pérdida de 2,6 millones de puestos de trabajo manufactureros y a la emigración – fundamentalmente a México – de gran parte de la industria automovilística.
Ahora surge un nuevo sistema de producción global completamente horizontalizado, donde se compite sólo a través de la innovación y el capital es básicamente intelectual (inteligencia colectiva), mientras que los equipos de producción se vuelcan a la robotización.
Los únicos dos protagonistas – por ahora – del nuevo mecanismo de acumulación se han volcado en esta etapa de transición a una “fase nacional” para procesarlo. Uno lo hace con el liderazgo de Xi Jinping y el otro con Donald Trump.
El 8 de noviembre quizás tenga un significado histórico semejante al de China en la OMC, sólo que a una escala mayor, propia del gigante estadounidense.
Fuente: Clarín, 20/11/16.
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Estados Unidos: Aumenta la antiglobalización
octubre 18, 2016
Se acentúa la tendencia antiglobalización en EE.UU. y Europa, como consecuencia de la forma que ha adquirido el proceso de globalización a partir de la crisis Lehman Brothers en 2008.
El nuevo modo de globalización ha tornado irrelevante la fuerza de trabajo escasamente calificada en los países avanzados y ha eliminado en los emergentes la opción de industrializarse a través de un impulso doméstico (sustitución de importaciones), desatando un fenómeno inverso de intensa y creciente “desindustrialización”.
El factor común de ambas situaciones es la aparición en gran escala de una nueva revolución industrial, que digitaliza e integra la manufactura y los servicios, al tiempo que hunde los costos de los bienes de capital –se han reducido más de 20% anual a partir de 2001–, sometiéndolos a un proceso de commoditización con costos marginales que se aproximan a cero (0%).
Así, ha quedado excluida para los países emergentes la posibilidad de participar en las cadenas globales de producción a partir de una fuerza de trabajo abundante y barata, lo que afecta fundamentalmente a Brasil e India.
En el mundo avanzado, se ha desatado una virtual rebelión de los trabajadores industriales por la conciencia de su irrelevancia, en una manifestación explosiva de rechazo y exasperación por su marginación definitiva.
La nueva forma de globalización ha devenido en “desindustrialización” generalizada y prematura en los países emergentes, y ha exacerbado el conflicto social y político en los avanzados.
La fase de la globalización que concluyó se encarnó históricamente en el crecimiento excepcional de China a partir de 2001 (ingreso a la OMC), convertido en uno de los grandes acontecimientos geopolíticos de la historia del mundo.
La República Popular respondía por 3% del comercio internacional en 2001 y trepó a 15% en 2015; y en términos de valor, su intercambio global se duplicó cada 4 años y sus exportaciones crecieron 30% anual entre 2001 y 2010.
Este éxito extraordinario –sin antecedente histórico por su magnitud y duración– ha tornado irrepetible el fenómeno chino, y como tal pertenece al pasado. Pero en sus 15 años de apogeo transformó al mundo y logró convertir a los países asiáticos en el nuevo eje de la acumulación global y en el centro del poder internacional.
Por eso el fenómeno Trump, y su sustento, que es la rebelión de los trabajadores industriales norteamericanos, revela que EE.UU. se encuentra ya en la primera fase de la postglobalización y ocupa en ella un papel secundario.
De ahí que la reunión del G-20 en China resultara una revelación. Y la República Popular lidera ahora – con EE.UU. y Alemania – la nueva revolución industrial y crece sobre la base de la innovación – 77% del alza del producto proviene este año de la productividad de todos los factores (PTF)–.
La incorporación de China a la OMC originó una nueva época en la historia del mundo, al tiempo que provocó la destrucción de 2,6 millones de puestos de trabajo en EE.UU., al concentrarse sus exportaciones en algunos rubros críticos trabajo-intensivos. Hay que sumarles 5 millones de trabajadores industriales desaparecidos de la producción como consecuencia del cambio tecnológico.
En el período 1981-2001, la globalización transcurrió esencialmente a través del comercio intra-industrial de los países avanzados, ante todo EE. UU. y Europa. A partir de 2001, el intercambio mundial se caracterizó por el uso intensivo que realizó China de sus excepcionales ventajas comparativas al disponer de una fuerza de trabajo de 900 millones de operarios, con los que modificó cualitativamente los términos de intercambio globales.
El resultado fue que impuso a EE. UU. un déficit comercial de US$ 410.000 millones por año y se convirtió en la primera economía del mundo, medida en términos de capacidad de compra doméstica.
Se ha inaugurado este año una nueva fase de la historia mundial.
Fuente: Clarín, 16/10/16.
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