La FIFA, la AFA, Grondona, Cristina y los 40 …

mayo 30, 2015 · Imprimir este artículo

La FIFA, Cristina y los sonidos del silencio

Por Alberto Amato.

Borges lo decía con palabras justas: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado”. Eso es perder la inocencia.

El escándalo que envuelve a la FIFA y que estalló en la alta noche suiza del martes, reveló que el mágico mundo de la pasión que despierta el fútbol, los himnos y las banderas que la alimentan, los colores impresos a fuego en casacas y en corazones, las copas por las que países y equipos alistan a sus mejores hombres que adoptan la actitud y pose de los guerreros, todo ese mundo entrañable de esperanzas y de gloria, de derrotas y llanto, se mueve en verdad en un estercolero maloliente en el que reinan la corrupción, el soborno y la coima. Eso también es perder la inocencia.

Por supuesto, el máximo responsable del organismo y del fútbol mundial, Joseph Blatter, recurrió el jueves a la política del mafioso al que sorprenden con los pantalones bajos: se excusó con argumentos pueriles (“No se puede controlar a todos todo el tiempo”), puso la culpa lejos (“Los que están corrompiendo al fútbol son una minoría”, tal vez como la minoría de inadaptados que desde hace medio siglo llena de violencia los estadios) y se aferró a su sillón de todopoderoso. De manual. Le salió estupendo: ayer fue reelecto al frente del estercolero.

El pozo negro que destapó en la FIFA la investigación de la Justicia de Estados Unidos, dejaba escapar su mal olor de vez en vez, sin que el hedor y las secreciones salpicaran demasiado. Pero el pozo existía, era conocido, y se hablaba entre murmullos de su existencia y de sus secretos; a veces, esa calma tormentosa era interrumpida por alguna denuncia extemporánea, por alguna amenaza de revelar lo inaceptable: nada que no fuera controlable por quienes hoy dicen no poder controlarlo todo.

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La FIFA empleó una fórmula, también inaceptable, que asegura que si algo no se habla, no existe. Y que, por tanto, sólo existe aquello de lo que se habla, aunque esa existencia sea dudosa: por ejemplo, la transparencia de los negocios en el fútbol. Uno de los cultores de ese silencio fue Julio Humberto Grondona, que murió en julio del año pasado, fue el mandamás del fútbol durante treinta y cinco años y está sospechado de haber pactado una coima de quince millones de dólares para que la Conmebol cediera los derechos de televisión e imagen de cuatro copas América.

Grondona, como Blatter y la mayoría de los dirigentes acusados hoy de corromper el fútbol, pertenece a una generación que fue testigo y parte de cómo, en cuatro décadas, el fútbol pasó a ser de un monumental negocio, a una colosal industria, con extensiones políticas, que mueve miles de millones de dólares anuales, muchos más que el Producto Bruto Interno de algunos países. Se ha dicho en estos días, pero siempre es bueno recordarlo, que el casi eterno titular de la AFA y, en su momento, número dos de Blatter, solía lucir un anillo que era su lema de vida y que también estaba grabado en su sitial de trabajo: “Todo pasa”. Que lo diga el reelecto Blatter.

Como anécdota de color, en pleno velatorio de Grondona en el predio de la AFA, en Ezeiza, los dirigentes de la Conmebol removieron poco menos que a empellones a quien era su titular, el uruguayo Eugenio Figueredo, que pidió un puesto en la FIFA a cambio de su adiós, y hoy está preso en Suiza. Cosas que pasan.

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Lo que resulta interesante es el buen resultado que en el corto plazo da la política de no hablar de la corrupción para que esta no se note. A la larga, es un desastre. Pero en el mientras tanto, ayuda.

Salvando las distancias, y sin ánimo de comparar, ni mucho menos igualar, en la misma semana en que temblaba en Suiza el imperio del fútbol, los representantes oficialistas en la Auditoría General de la Nación echaron tierra y cemento sobre un crítico informe del organismo que revelaba presuntas irregularidades y sobreprecios en la compra de material ferroviario a China. No solo sepultaron el informe, sino que elaboraron otro en el que elogiaron la actual política ferroviaria.

De tal forma, y aunque la AGN queda de alguna forma ligada a aquello que se presume debe combatir, al no revelar la presunta corrupción hace que ésta no exista, o sea menos perceptible al menos por un tiempo y en apariencia. Hay, a la hora de hablar de corrupción en la Argentina, un terreno pantanoso y cargado de bruma que apunta primero a la resignación y que admite una vaga “corrupción estructural” que lo engloba casi todo y, luego, una serie de códigos de disparate, nunca escritos, que aseguran que es más corrupto quien acepta una coima que quien la ofrece. Cosas que pasan.

También esta semana, donde pareció que estallaban los sonidos del silencio, un estudio de la Sedronar reveló que el treinta por ciento de los chicos de 14 años o menos, bebió alcohol en el último mes. La cifra eleva en un siete por ciento un estudio similar de 2009, lo que implica que cada vez hay más chicos que beben más alcohol. Un estudio complementario muestra también que pese a que el noventa por ciento de los padres jura que el diálogo es útil, el cuarenta por ciento admitió no haber hablado nunca con sus hijos de los peligros del alcohol.

De nuevo, el silencio engaña y dice atemperar el drama cuando en realidad lo agrava.

Entre tantas cosas no dichas, la presidente Cristina Kirchner evitó mencionar esta semana, en los actos por el 205 aniversario de la Revolución de Mayo, a la Revolución de Mayo y a aquellos muchachos entusiastas y enfrentados que dieron el primer paso hacia la libertad de esta tierra. Aprovechó la volada en cambio para hacer un acto de campaña electoral que estuvo más ligado al fervor de un lanzamiento que a la certeza de una retirada. Acaso sin proponérselo, terminó por equiparar aquel mayo iniciático para América Latina con el mayo de la asunción de Néstor Kirchner en 2003.

También destacó “la estabilidad y la experiencia” de la gestión de su favorito, Axel Kiciloff y elogió la economía que no crece desde hace dos años, con una industria que lleva veintiún meses cuesta abajo y sobre la que los expertos trazan sombras de tragedia inevitable. Según Pierpaolo Barbieri, asesor del Consejo sobre el Futuro de Europa del Instituto Berggruen para la Gobernanza, la misma cantidad de pesos argentinos que en 2001 compraban un auto, sirven hoy para comprar un smartphone.

Pero de eso, no se habla.

Fuente: Clarín, 30/05/15.

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