Terrorismo, una amenaza a la libertad
marzo 14, 2025
Por Juca Fevel.
Introducción
Desde los albores de la civilización, la violencia ha sido una sombra constante en la historia de la humanidad. Sus manifestaciones, desde la simple confrontación callejera hasta el calculado horror del terrorismo, amenazan la coexistencia pacífica y la libertad individual, pilares fundamentales de cualquier sociedad que aspire a la justicia y al progreso.
La sociedad se está dividiendo (otra grieta más) entre las personas que buscan resolver sus desafíos a través de la violencia (objetiva, psicológica y simbólica) y aquellos que priorizan la protección de los derechos individuales, el imperio de la ley y la estricta limitación del poder gubernamental. Esto ofrece una perspectiva particular sobre estos fenómenos y las formas legítimas de abordarlos. (Hay dos ideas políticas que se reflejan: el marxismo, que ve en la violencia el modo del cambio social y esto trae muerte, y las ideas de la libertad, que defienden justamente la vida).
Este artículo explorará las complejas interconexiones entre el poder, la violencia, el terrorismo, la ley y la constitución desde esta óptica liberal, basándose en los principios y argumentos delineados en las fuentes proporcionadas.
«La violencia es el último refugio del incompetente.» Isaac Asimov. Esta potente frase nos invita a reflexionar sobre la naturaleza destructiva de la violencia y la importancia de recurrir a medios racionales para la resolución de conflictos y la consecución de objetivos políticos y sociales.
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I. La violencia callejera: Un atentado contra la libertad individual
La violencia callejera, en su amplio espectro que abarca desde delitos comunes como robos y asaltos hasta disturbios y actos de vandalismo, constituye una afrenta directa a la libertad individual y al orden social. La protección de la propiedad privada y la integridad física son derechos inalienables que el Estado tiene la obligación primordial de salvaguardar.
La incapacidad del Estado (a través del Poder Judicial) para garantizar la seguridad en las calles mina la confianza ciudadana y restringe la capacidad de los individuos para ejercer plenamente sus libertades, ya sea el derecho a transitar libremente, a emprender actividades económicas o a disfrutar de sus bienes.
Es crítico destacar que se deben rechazar categóricamente las excusas colectivistas que pretenden justificar la violencia como una respuesta legítima a la desigualdad social.
Si bien debemos reconocer la importancia de abordar las injusticias y las disparidades, insiste en que la violencia individual y colectiva sigue siendo una elección moral y una violación de los derechos de otros individuos, por lo que no puede ser eximida de responsabilidad bajo ningún pretexto de injusticia social.
«El gobierno no debe tener otro objetivo que la protección de la libertad y la propiedad contra la violencia doméstica o externa» Ludwig von Mises, esta frase de Mises nos define el quehacer de un Estado.
En cuanto al rol del Estado, debemos seguir abogando por un Estado limitado en su alcance, pero fuerte en el ejercicio de sus funciones esenciales, principalmente la garantía de la seguridad pública. Esto implica la existencia de un sistema judicial imparcial y eficiente que aplique la ley de manera justa y una fuerza policial profesional y respetuosa de los derechos individuales encargada de mantener el orden y prevenir el delito. Algunas propuestas sugieren la privatización de ciertos servicios de seguridad y la descentralización del poder policial como mecanismos para aumentar la eficiencia y reducir el riesgo de corrupción. Sin embargo, cualquier esquema de seguridad debe operar dentro de un marco legal estricto y bajo la supervisión de instituciones democráticas para evitar abusos de poder.
Un principio fundamental del liberalismo en relación con la violencia es la responsabilidad individual. Cada individuo es considerado un agente moral autónomo capaz de tomar decisiones y, por lo tanto, debe enfrentar las consecuencias de sus actos, incluyendo aquellos que involucran violencia. Esta concepción se contrapone a las visiones colectivistas que diluyen la responsabilidad personal en estructuras sociales o históricas.
Es interesante notar cómo la reflexión sobre la violencia es fundadora del orden. Ahora bien, mientras que el liberalismo se enfoca en la ley y el contrato como los pilares del orden social moderno, reconoce implícitamente que, históricamente, la violencia pudo haber desempeñado un papel en el establecimiento de las primeras normas y jerarquías. Sin embargo, la evolución hacia sociedades libres implica la sustitución de la violencia arbitraria por un sistema de leyes racionales y consentidas, donde el monopolio legítimo de la fuerza reside en el Estado, pero sujeto a estrictas limitaciones y al respeto de los derechos individuales.
Pregunta para la reflexión: ¿Cómo conciliamos la necesidad de un Estado fuerte para garantizar la seguridad con la limitación del poder gubernamental para proteger las libertades individuales frente a la violencia callejera?
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II. El Terrorismo: Una amenaza a la libertad global: «La fuerza es el recurso de los que no pueden razonar.» Frédéric Bastiat
El terrorismo, definido como el uso deliberado de la violencia para alcanzar objetivos políticos o ideológicos, representa una amenaza aún mayor para las sociedades libres, trascendiendo las fronteras nacionales y sembrando el miedo y la incertidumbre a nivel global.
El terrorismo es una negación absoluta de los principios fundamentales de la libertad individual y el imperio de la ley. Busca imponer una visión del mundo a través de la coerción y la brutalidad, sin respeto alguno por los derechos y la autonomía de los individuos.
Los orígenes ideológicos de los movimientos terroristas suelen encontrarse en ideologías totalitarias o extremistas que pretenden subvertir el orden democrático y liberal e imponer sus dogmas a través de la violencia. El liberalismo, y el conservadurismo en contraposición, defienden la libertad de expresión y la disidencia pacífica como mecanismos legítimos para el debate de ideas y la búsqueda de cambios políticos y sociales. La violencia terrorista, por lo tanto, es vista como una forma ilegítima e inaceptable de acción política.
La respuesta del Estado ante la amenaza terrorista es un tema delicado que requiere un equilibrio constante entre la necesidad de proteger a sus ciudadanos y el imperativo de respetar los derechos civiles y las libertades individuales. Si bien el Estado tiene la responsabilidad innegable de garantizar la seguridad de su población, las medidas antiterroristas deben ser estrictamente proporcionales a la amenaza y compatibles con el Estado de Derecho. (Hemos hecho un artículo hablando sobre la necesidad de una ley que contemple la figura de terrorismo urbano, https://contemplatiosocial.wordpress.com/2025/01/09/el-problema-del-terrorismo-en-las-ciudades-de-argentina-la-necesidad-inmediata-de-una-ley-sobre-terrorismo-urbano/ )
Dado que el terrorismo es un fenómeno que a menudo trasciende las fronteras nacionales, debemos promover la cooperación internacional como una herramienta crucial para su combate. Sin embargo, esta cooperación debe basarse en el respeto a la soberanía nacional y fundamentarse en tratados voluntarios entre estados libres y democráticos. Cualquier acción internacional contra el terrorismo debe llevarse a cabo dentro del marco del derecho internacional y con el debido respeto a los derechos humanos.
En otro artículo escrito en este blog en el 2021, https://contemplatiosocial.wordpress.com/2021/08/14/antropologia-de-la-violencia/ damos una perspectiva más sombría sobre la naturaleza humana y la persistencia de la violencia. La idea de que la prohibición de matar solo es necesaria debido a un impulso igualmente fuerte hacia la violencia nos recuerda la fragilidad del orden social y la constante necesidad de mecanismos legales y constitucionales que limiten y canalicen este potencial destructivo.
Pregunta para la reflexión: ¿De qué manera los principios de protección de los derechos individuales y limitación del poder estatal influyen en las estrategias antiterroristas que un estado puede legítimamente implementar?
III. La Ley como garantía de la libertad
La ley es la piedra angular de una sociedad libre y justa. Un marco legal justo e imparcial es esencial para proteger los derechos individuales, establecer reglas claras para la convivencia social y limitar el poder del Estado, impidiendo la arbitrariedad y el abuso. La ley, en este sentido, no es vista como una imposición externa, sino como un conjunto de normas que emanan del consentimiento de los ciudadanos o de principios racionales universalmente aplicables, cuyo objetivo último es garantizar la libertad y la seguridad de todos.
El principio del Estado de Derecho es fundamental en el pensamiento liberal. Implica la igualdad de todos ante la ley y la imparcialidad judicial, asegurando que las normas se apliquen de manera consistente y sin discriminación. La corrupción y el abuso de poder son considerados enemigos directos del Estado de Derecho y deben ser erradicados para garantizar la efectividad del sistema legal. Un sistema legal transparente y accesible es esencial para que los individuos puedan conocer sus derechos y obligaciones y recurrir a la justicia en caso de violación.
El liberalismo también defiende el derecho a la defensa propia, incluyendo, para algunos, el derecho de los individuos a portar armas para protegerse contra agresores. Sin embargo, este derecho debe usarse dentro de un marco legal claro que defina los límites y las condiciones adecuadas para usar la fuerza en defensa propia, evitando la anarquía y la justicia por mano propia.
IV. La Constitución como límite al poder estatal
Una constitución liberal se concibe como el instrumento supremo para establecer los límites al poder estatal y proteger los derechos individuales de manera efectiva y duradera. A través de la consagración de principios fundamentales y la definición de la estructura y las competencias de los poderes públicos, la constitución busca prevenir la concentración excesiva de poder y garantizar que el Estado actúe dentro de los límites establecidos por la ley.
La separación de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial es un principio esencial de una constitución liberal. Esta división busca prevenir el autoritarismo al evitar que una sola rama del gobierno acumule demasiado poder y pueda oprimir a los ciudadanos. Cada poder debe tener funciones y controles específicos sobre los demás, garantizando un sistema de pesos y contrapesos que fomente la rendición de cuentas y la limitación del poder.
La constitución liberal también debe contener una declaración de derechos fundamentales clara y robusta, que proteja libertades esenciales como la libertad de expresión, la propiedad privada y el debido proceso. Estos derechos son considerados no negociables y deben estar protegidos contra la injerencia del Estado y de otros individuos. La constitución debe establecer mecanismos efectivos para la protección de estos derechos, como recursos judiciales accesibles y una justicia independiente.
La constitución, debe encauzar y limitar ese monopolio de la violencia, asegurando que solo se utilice de manera legítima, proporcional y en el marco de la ley para la protección de los derechos y libertades individuales y el mantenimiento del orden social.
Pregunta para la reflexión: ¿Cómo puede una constitución equilibrar eficazmente el poder del estado, necesario para mantener el orden y la seguridad, con la protección inalienable de los derechos y libertades individuales frente a la potencial extralimitación de ese poder?
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V. El poder desde una perspectiva liberal
El concepto de poder es central en el análisis de la violencia, el terrorismo, la ley y la constitución desde una perspectiva liberal. Debemos estar atentos a la concentración de poder, ya sea en manos del Estado o de actores privados. La historia demuestra, según esta tradición, que el poder tiende a corromper y a ser utilizado para la opresión y la violación de los derechos individuales.
Por lo tanto, el principio fundamental en relación con el poder es su limitación. Esta limitación se articula a través de diversos mecanismos, siendo la constitución y el Estado de Derecho los más importantes. La separación de poderes, la protección de los derechos fundamentales, la rendición de cuentas de los gobernantes y la existencia de una sociedad civil activa y vigilante son elementos esenciales para evitar la concentración y el abuso de poder.
En contraste con algunas perspectivas que ven el poder como inherentemente opresivo, el liberalismo clásico aspira a un poder legítimo y limitado que sirva como garante de la libertad individual y el orden social. La violencia y el terrorismo son vistos como manifestaciones del poder ilegítimo, ya sea ejercido por el Estado fuera de los límites constitucionales o por actores no estatales que recurren a la fuerza para imponer sus voluntades. La ley y la constitución son, en este sentido, instrumentos para canalizar y domesticar el poder, sometiéndolo a principios racionales y al respeto de los derechos individuales.
La visión de Deleuze sobre el poder como usurpado y la ley como engaño, representa un desafío a la concepción liberal del poder legítimo. Sin embargo, desde una perspectiva liberal robusta, esta crítica puede interpretarse como una advertencia constante sobre la necesidad de vigilar y controlar el ejercicio del poder, incluso dentro de un marco legal y constitucional, para evitar su desviación hacia la opresión y la injusticia.
Conclusión:
«Ningún hombre tiene derecho a imponer su voluntad sobre otro por medio de la fuerza.» John Locke
Desde una perspectiva liberal, la violencia callejera y el terrorismo representan serias amenazas a la libertad individual y al orden social. La respuesta a estos desafíos debe fundamentarse en el respeto irrestricto a la ley, la protección de los derechos fundamentales y la estricta limitación del poder estatal.
La ley, dentro del marco de una constitución, se erige como la principal herramienta para garantizar una sociedad libre y justa, donde la violencia sea la excepción y no la norma.
La vigilancia constante sobre el ejercicio del poder y el compromiso con los principios del Estado de Derecho son esenciales para evitar que tanto la violencia no estatal como el potencial abuso del poder estatal socaven los cimientos de una sociedad verdaderamente libre. Recordemos las palabras de Cicerón (que fue citado por Hayek en algunas ocasiones) “La libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo”.
En última instancia, la construcción de una sociedad donde la violencia sea el último refugio requiere un firme compromiso con los principios de la libertad individual, la responsabilidad personal y el imperio de la ley, tal como lo postula la tradición liberal clásica. Quiero terminar con esta frase que debe ser nuestro horizonte cuando hablamos de defender la idea de un hombre libre. «La sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad terminará sin igualdad ni libertad.» Milton Friedman
─ Juca Fevel. Sociólogo, escritor, docente, director de Contemplatio Social. @JucaFevel
Fuente: contemplatiosocial.wordpress.com, 14/03/25
Más información:
Hamás: la simbología del terror
La RAM y el terrorismo en la Patagonia
Reflexiones sobre el Terrorismo
Financiamiento del Terrorismo: Caso Arab Bank
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La realidad detrás de Black Lives Matter
agosto 31, 2020
Black Lives Matter: hacia una dictadura izquierdista global a través de la violencia callejera

Se veía venir. En los disturbios constantes de los últimos meses desde la muerte asfixiado de Geroge Floyd han muerto decenas de personas durante los enfrentamientos con la policía, saqueos y disturbios. La cifra exacta es un tanto misteriosa porque el orden mediático establecido ha determinado que las protestas contra Trump son pacíficas. Aunque muera gente. Aunque ardan barrios enteros.

En los últimos días sin embargo la violencia ha dado un salto cualitativo. Un joven dispara (aparentemente en defensa propia) contra un grupo de ultraizquierdistas que participaban en una revuelta, matando a dos de ellos e hiriendo a otro. Los medios relatan que se trata de un racista pro Trump asesino de pacíficos manifestantes que protestaban contra el racismo. Las imágenes, sin embargo, además del intento de linchamiento del joven previo a los disparos muestran al herido empuñando una pistola contra él. Aunque las imágenes son inequívocas, casi ningún medio las muestra. Los atacantes del joven son ultraizquierdistas con antecedentes penales y militancias extremistas que no se publican.
Ayer un simpatizante de Trump fue asesinado de dos tiros. Supuestamente se trataría de un miembro de un grupo ultraderechista. No obstante, ¿qué son entonces los que lo mataron? ¿Es que en cualquier caso son menos ultras los asesinos que la persona asesinada? Los medios, en vez de condenar la violencia de la extrema izquierda, culpan a Trump de que empiecen a ser asesinados simpatizantes de Trump.
Todo lo que está sucediendo en los EEUU resulta muy preocupante porque hasta cierto punto empezamos a atisbar el riesgo de una guerra civil y una dictadura izquierdista global.
Es decir, la violencia política ya forma parte del paisaje cotidiano en muchos lugares de los EEUU. La gente se está matando por sus ideas. Los medios, abrumadoramente izquierdistas, si los que matan son de los suyos echan la las culpas al muerto. Aunque las imágenes muestren una ciudad en llamas, si los corresponsales simpatizan con los manifestantes insisten contra toda evidencia en calificar las protestas de “pacíficas”.

Toda la violencia ultrzizquierdista a la que asistimos en los últimos tiempos viene amparada por lemas absolutamente justificativos y mentirosos. Las vidas de los negros nos importan a todos, pero parece que sólo les importan a los simpatizantes del Black Lives Matters. Si te autodenominas antifascista, las víctimas de tu violencia pasan a convertirse en fascistas. Si los agresores se autodenominan anti racistas, los agredidos por ellos pasan a ser racistas. Se pone en duda que sean violentos porque son antiracistas o antifascistas, pero en realidad debería ponerse un duda que fueran anti racistas o antifascistas porque son violentos. El problema es que el 90% de los medios ya han abrazado el discurso único ultraizquierdista. Si justifican que te pisen la cabeza o hasta te disparen por no pensar como ellos y no arrodillarte con el puño en alto, justificaran cualquier otro derecho que se te arrebate.
A lo que estamos asistiendo en definitiva es a un experimento social en que se va a comprobar si la izquierda global puede hacer lo que quiera, incluyendo prender fuego a las calles cuando no gobierna, y sin embargo no pagar un precio electoral por desplegar toda esa violencia antidemocrática. Es decir, si el predominio mediático de la izquierda es tal que le permite agredir a sus rivales sin pagar un precio electoral, seguramente le será difícil resistir la tentación de no agredir efectivamente a sus rivales. El caso es que, al menos según las encuestas (que publica adecuadamente la columna mediática uniforme), para acabar con Trump parece que se puede usar la gasolina y ser además premiado en las urnas. El que controla los medios puede hacer lo que quiera y justificarlo después como quiera. En el año 2011 la experta en Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, Erica Chenoweth, junto con otra autora, publicó un ensayo titulado Why Cvil Resistance Works (“Por qué la resistencia civil funciona”). La tesis del estudio era que se podía derrocar a un gobierno en cualquier democracia con sólo tener la capacidad de movilizar en la calle a un escaso pero híper militante 3,5% de la población. Esto supone por ejemplo sacar a la calle a 11,5 millones de personas, una cifra pequeña en porcentaje sobre el total de la población de los EEUU, pero una cantidad de personas muy difícil de controlar para las fuerzas policiales, especialmente sin una fuerte dosis de violencia policial que a su vez sería utilizada para culpabilizar a la policía, victimizar a los alborotadores y retroalimentar el conflicto ampliando el apoyo a la movilización.
Aunque el foco del conflicto en este momento se encuentra en los EEUU, lo cierto es que el problema ya ha adquirido una dimensión global. Si en España hubiera habido 50.000 muertos con un gobierno de derechas que hubiera recomendado no usar mascarillas y hacer vida normal después de haber estado con infectados y en zonas de riesgo, ¿cuál sería el nivel de violencia que veríamos en las calles? No hay apenas ningún país en el que la izquierda no tenga un predominio mediático casi total. Los errores de la derecha se amplifican por mil, los de la izquierda se minimizan casi por completo. Si en los EEUU se puede derrocar a un presidente por una especie de levantamiento precediendo a las elecciones, lo mismo puede suceder en cualquier lugar. Si la izquierda llega al poder en los EEUU premiada tras protagonizar una especie de revuelta está por ver cómo podría la derecha volver jamás al gobierno. O sea, si la izquierda tiene el poder de hacer tal cosa ya desde la oposición, ¿qué esperanzas puede tener la derecha de frenar eso fuera del gobierno? Desde luego en la historia ha habido multitud de dictaduras de izquierdas, pero a lo que podríamos enfrentarnos ahora por primera vez es a una dictadura izquierdista global, basada en el control de los medios y la kale borroka a partes iguales. En realidad lo uno fácilmente lleva a lo otro como argumentábamos antes. Cuando se dispone de un poder mediático casi total, capaz de dar cobertura y justificación a cualquier cosa, es raro que no se acabe haciendo cualquier cosa bajo la certeza de que se dispone de ese escudo mediático justificativo, exculpativo o, según convenga, silenciador.
La lista de cosas que la izquierda va declarando incuestionables a escala global crece cada día. ¿Y cuál sería la salida a una dictadura izquierdista global? No lo sabemos porque nunca hemos asistido a una dictadura global. Parece evidente que la caída de Trump, guste más o guste menos Trump, podría ser el pistoletazo de salida de ese nuevo régimen induscutible. Una victoria de Trump por sí sóla, no obstante tampoco sería más que una derrota temporal si no se empieza o a desmantelar el poder mediático de la izquierda o a levantar un poder mediático alternativo. No sólo en los EEUU, en todo el planeta. Lo único que evidencia lo que está sucediendo en los EEUU es que la batalla es absolutamente global. Y que la victoria o la derrota en esa batalla, con todo lo que eso implica, también puede ser global.
Fuente: navarraconfidencial.com, 31/08/20
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