La realidad detrás de Black Lives Matter
agosto 31, 2020
Black Lives Matter: hacia una dictadura izquierdista global a través de la violencia callejera
Se veía venir. En los disturbios constantes de los últimos meses desde la muerte asfixiado de Geroge Floyd han muerto decenas de personas durante los enfrentamientos con la policía, saqueos y disturbios. La cifra exacta es un tanto misteriosa porque el orden mediático establecido ha determinado que las protestas contra Trump son pacíficas. Aunque muera gente. Aunque ardan barrios enteros.
En los últimos días sin embargo la violencia ha dado un salto cualitativo. Un joven dispara (aparentemente en defensa propia) contra un grupo de ultraizquierdistas que participaban en una revuelta, matando a dos de ellos e hiriendo a otro. Los medios relatan que se trata de un racista pro Trump asesino de pacíficos manifestantes que protestaban contra el racismo. Las imágenes, sin embargo, además del intento de linchamiento del joven previo a los disparos muestran al herido empuñando una pistola contra él. Aunque las imágenes son inequívocas, casi ningún medio las muestra. Los atacantes del joven son ultraizquierdistas con antecedentes penales y militancias extremistas que no se publican.
Ayer un simpatizante de Trump fue asesinado de dos tiros. Supuestamente se trataría de un miembro de un grupo ultraderechista. No obstante, ¿qué son entonces los que lo mataron? ¿Es que en cualquier caso son menos ultras los asesinos que la persona asesinada? Los medios, en vez de condenar la violencia de la extrema izquierda, culpan a Trump de que empiecen a ser asesinados simpatizantes de Trump.
Todo lo que está sucediendo en los EEUU resulta muy preocupante porque hasta cierto punto empezamos a atisbar el riesgo de una guerra civil y una dictadura izquierdista global.
Es decir, la violencia política ya forma parte del paisaje cotidiano en muchos lugares de los EEUU. La gente se está matando por sus ideas. Los medios, abrumadoramente izquierdistas, si los que matan son de los suyos echan la las culpas al muerto. Aunque las imágenes muestren una ciudad en llamas, si los corresponsales simpatizan con los manifestantes insisten contra toda evidencia en calificar las protestas de “pacíficas”.
Toda la violencia ultrzizquierdista a la que asistimos en los últimos tiempos viene amparada por lemas absolutamente justificativos y mentirosos. Las vidas de los negros nos importan a todos, pero parece que sólo les importan a los simpatizantes del Black Lives Matters. Si te autodenominas antifascista, las víctimas de tu violencia pasan a convertirse en fascistas. Si los agresores se autodenominan anti racistas, los agredidos por ellos pasan a ser racistas. Se pone en duda que sean violentos porque son antiracistas o antifascistas, pero en realidad debería ponerse un duda que fueran anti racistas o antifascistas porque son violentos. El problema es que el 90% de los medios ya han abrazado el discurso único ultraizquierdista. Si justifican que te pisen la cabeza o hasta te disparen por no pensar como ellos y no arrodillarte con el puño en alto, justificaran cualquier otro derecho que se te arrebate.
A lo que estamos asistiendo en definitiva es a un experimento social en que se va a comprobar si la izquierda global puede hacer lo que quiera, incluyendo prender fuego a las calles cuando no gobierna, y sin embargo no pagar un precio electoral por desplegar toda esa violencia antidemocrática. Es decir, si el predominio mediático de la izquierda es tal que le permite agredir a sus rivales sin pagar un precio electoral, seguramente le será difícil resistir la tentación de no agredir efectivamente a sus rivales. El caso es que, al menos según las encuestas (que publica adecuadamente la columna mediática uniforme), para acabar con Trump parece que se puede usar la gasolina y ser además premiado en las urnas. El que controla los medios puede hacer lo que quiera y justificarlo después como quiera. En el año 2011 la experta en Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, Erica Chenoweth, junto con otra autora, publicó un ensayo titulado Why Cvil Resistance Works (“Por qué la resistencia civil funciona”). La tesis del estudio era que se podía derrocar a un gobierno en cualquier democracia con sólo tener la capacidad de movilizar en la calle a un escaso pero híper militante 3,5% de la población. Esto supone por ejemplo sacar a la calle a 11,5 millones de personas, una cifra pequeña en porcentaje sobre el total de la población de los EEUU, pero una cantidad de personas muy difícil de controlar para las fuerzas policiales, especialmente sin una fuerte dosis de violencia policial que a su vez sería utilizada para culpabilizar a la policía, victimizar a los alborotadores y retroalimentar el conflicto ampliando el apoyo a la movilización.
Aunque el foco del conflicto en este momento se encuentra en los EEUU, lo cierto es que el problema ya ha adquirido una dimensión global. Si en España hubiera habido 50.000 muertos con un gobierno de derechas que hubiera recomendado no usar mascarillas y hacer vida normal después de haber estado con infectados y en zonas de riesgo, ¿cuál sería el nivel de violencia que veríamos en las calles? No hay apenas ningún país en el que la izquierda no tenga un predominio mediático casi total. Los errores de la derecha se amplifican por mil, los de la izquierda se minimizan casi por completo. Si en los EEUU se puede derrocar a un presidente por una especie de levantamiento precediendo a las elecciones, lo mismo puede suceder en cualquier lugar. Si la izquierda llega al poder en los EEUU premiada tras protagonizar una especie de revuelta está por ver cómo podría la derecha volver jamás al gobierno. O sea, si la izquierda tiene el poder de hacer tal cosa ya desde la oposición, ¿qué esperanzas puede tener la derecha de frenar eso fuera del gobierno? Desde luego en la historia ha habido multitud de dictaduras de izquierdas, pero a lo que podríamos enfrentarnos ahora por primera vez es a una dictadura izquierdista global, basada en el control de los medios y la kale borroka a partes iguales. En realidad lo uno fácilmente lleva a lo otro como argumentábamos antes. Cuando se dispone de un poder mediático casi total, capaz de dar cobertura y justificación a cualquier cosa, es raro que no se acabe haciendo cualquier cosa bajo la certeza de que se dispone de ese escudo mediático justificativo, exculpativo o, según convenga, silenciador.
La lista de cosas que la izquierda va declarando incuestionables a escala global crece cada día. ¿Y cuál sería la salida a una dictadura izquierdista global? No lo sabemos porque nunca hemos asistido a una dictadura global. Parece evidente que la caída de Trump, guste más o guste menos Trump, podría ser el pistoletazo de salida de ese nuevo régimen induscutible. Una victoria de Trump por sí sóla, no obstante tampoco sería más que una derrota temporal si no se empieza o a desmantelar el poder mediático de la izquierda o a levantar un poder mediático alternativo. No sólo en los EEUU, en todo el planeta. Lo único que evidencia lo que está sucediendo en los EEUU es que la batalla es absolutamente global. Y que la victoria o la derrota en esa batalla, con todo lo que eso implica, también puede ser global.
Fuente: navarraconfidencial.com, 31/08/20
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