¿Es Facebook una amenaza?

marzo 21, 2018

Facebook se volvió peligroso para todos, incluso para Zuckerberg

Antes de que estallara el escándalo de Cambridge Analytica, a Mark Zuckerberg lo acusaron de permitir la propagación de noticias falsas, la manipulación de opiniones políticas y la incitación al racismo a través de sus algoritmos. Él reconoció que la red social se le estaba yendo de las manos, pero ¿por qué sigue sin revelar cómo decide qué vemos y qué no en nuestros muros? ¿Qué nos oculta?

Mark Zuckerberg, el quinto hombre más rico del mundo, recordará 2017 como el año en que se volvió adulto. De su espíritu adolescente solo le quedó el uniforme: las remeras grises con las que sale de su «discreta» mansión de US$7 millones en Silicon Valley todas las mañanas. Durante el resto del día, el dueño de la red social y de un patrimonio de más de US$70.000 millones tuvo que aprender a esquivar las balas y a solucionar los problemas de un imperio.

«Facebook tiene mucho trabajo por hacer. Ya sea para proteger a nuestra comunidad del abuso y del odio, defenderla de las interferencias de los Estados y hacer que el tiempo aquí sea bien usado», escribió como mensaje de Año Nuevo 2018 en el muro de la red social que él mismo creó, sin sospechar que tres meses después estallaría el escándalo que hoy lo tiene en los portales, tapas y redes del mundo. El año anterior, su compañía había alcanzado los 2.000 millones de usuarios conectados, es decir, el 30% de las personas del mundo. Pero el hito no lo encontró con espíritu festivo: el Zuck adulto parecía haberse dado cuenta de que manejar una empresa en la que cada persona pasa un promedio de 50 minutos por día era una cosa seria. Tal vez, incluso, se equiparaba a la responsabilidad de un líder mundial.

Tras más de una década sosteniendo que Facebook era una empresa de tecnología que no intervenía en cuestiones políticas o sociales, tuvo que admitir que su influencia superaba la red de conexiones universitarias que había montado en 2004. Admitió entonces que su compañía estaba cometiendo «muchos errores» y dijo que dedicaría su año a «resolver esos problemas juntos». En su lista de propósitos para cumplir, se comprometió a rodearse de más expertos en historia, cívica, filosofía política, medios y temas de gobierno, además de seguir confiando en sus ingenieros y científicos de datos. Y, para sorpresa de todos los que venían alertando del problema de concentrar la tecnología en unas pocas empresas, escribió sobre las críticas a la gran centralización del poder de estas empresas, hoy alejadas del rol idealizado que alguna vez tuvieron como emancipadoras de las sociedades: «Hoy, muchos perdieron la fe en esa promesa», admitió. «Con el crecimiento de un pequeño grupo de grandes compañías tecnológicas -y gobiernos que usan la tecnología para espiar a sus ciudadanos-, mucha gente ahora cree que la tecnología centraliza el poder en vez de descentralizarlo». Por primera vez, el creador de Facebook asumía que escuchaba las críticas a su fenomenal poder.

Guerra en redes

La preocupación de Zuckerberg no era casual. En 2017, mientras él cumplía el recorrido que le había preparado su equipo de prensa por el Estados Unidos profundo en una campaña de marketing para mejorar su imagen, los problemas explotaban. Las batallas habían empezado en 2016, con el «escándalo de las tendencias», que acusaba a su plataforma de manipular los temas de actualidad que los usuarios veían en sus muros. Luego, tras el triunfo de Donald Trump, el «problema de las noticias falsas» señaló a Facebook como uno de los responsables de dañar la democracia, al haber funcionado, entre otras cosas, como el intermediario para difundir campañas de publicidad pagadas por el gobierno ruso contra su país y como medio para difundir noticias falsas que beneficiaban al republicano (aunque en la empresa y en Silicon Valley, en general, la candidata preferida era la demócrata Hillary Clinton). El escándalo preocupó a dueños de medios, ONG y hasta a políticos, que anunciaron proyectos gubernamentales para luchar contra la diseminación de mentiras, con la red social como intermediaria (y beneficiaria del negocio). Durante 2017, también, la gran red social comenzó a enfrentar los resultados de otros hallazgos que desnudaban la poca transparencia de su algoritmo (la fórmula que ordena qué vemos y qué no vemos en nuestros muros) y casos de censura de contenidos reiterados, que pusieron a los abogados de la compañía a enfrentar los primeros juicios de este tipo.

En términos económicos, Facebook y Zuckerberg seguían ganando. El 2017 terminaría con ingresos de casi US$13.000 millones, es decir, un 48% más que el año anterior. Sin embargo, su hechizo había comenzado a romperse para la sociedad.

Las redes sociales, que alguna vez se nos habían presentado como un espacio de diálogo para conocer más opiniones y mejorar el mundo -la famosa idea de la «democratización» acompañó a la red en sus inicios-, empezaron a verse como otro espacio de enfrentamiento. «La guerra se hace viral: Las redes sociales están siendo usadas como armas a lo largo del mundo», alertaba ya en 2016 una tapa de la revista The Atlantic. Ese año, tras el ascenso de Trump, el mundo anglosajón se sumergió en un pánico moral y se preguntó si la mezcla de la tecnología con la política no sería un trago letal para la democracia.

El escándalo de las cuentas rusas de Facebook que favorecieron a Trump fue la antesala del estallido de Cambridge Analytica.
El escándalo de las cuentas rusas de Facebook que favorecieron a Trump fue la antesala del estallido de Cambridge Analytica.
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Facebook reconoció que su crecimiento había tenido efectos políticos «no previstos». Hizo algunos cambios en la plataforma para denunciar informaciones falsas y comenzó a contratar a editores humanos para ubicar las metas sociales de la información por delante de los comerciales. A fines de 2017, Mark Zuckerberg anunció que contrataría entre 10 y 20.000 personas en el mundo para moderar en forma detallada cada contenido problemático reportado por la comunidad. En octubre de ese año, en Essen, una zona industrial de Alemania, se inauguró una oficina con 500 empleados que cobran entre ?10 y ?15 la hora por revisar cada posteo, foto y video de la red social. Junto a otro espacio en el este de Berlín, el lugar es gestionado por la compañía Competence Call Center (CCC), a quien Facebook, PayPal e eBay, entre otras empresas tecnológicas, contratan para lidiar con la información que aportan cada día los usuarios a las plataformas. Con escritorios transparentes, sillas negras y monitores Dell, los trabajadores realizan un trabajo repetitivo muy similar al de quienes revisan imágenes de cámaras de seguridad en los centros de monitoreo. Según sus responsables, el trabajo de moderadores de contenidos de las grandes plataformas crecerá en su demanda en los próximos años, tal como alguna vez se multiplicaron los call centers.

Pasados los primeros síntomas («oh, en las redes son todas mentiras»), la preocupación dio paso a nuevas preguntas: ¿Cómo cambiaron las redes sociales la manera en que nos informamos? ¿Dónde encontrar la verdad, si también en ellas hay mentiras? ¿Será que nos hicimos adictos a las redes y tenemos que encontrar un nuevo equilibrio para vivir mejor? Junto con esas preguntas, algunos comenzamos a cuestionar otro aspecto, quizás el más peligroso de Facebook: la poca transparencia con la que maneja su enorme poder.

Problema viejo, monopolio nuevo

En nuestra época, la del imperialismo tecnológico, unos pocos monopolios concentran el poder: Microsoft, Google, Facebook, Uber. Los dueños de internet son plataformas y están reemplazando a los poderosos y millonarios de otras generaciones.

También la información y las noticias están concentradas. Facebook y Google son los nuevos guardianes o «gatekeepers» de las noticias y se llevan el 85% de los ingresos por publicidad digital del mundo. Ese poder de regular lo que vemos o no como noticias es una de las razones por las que Mark Zuckerberg es uno de los hombres más influyentes del mundo y su marca, Facebook, se volvió más valiosa que otras antes icónicas, como General Electric, Marlboro o Coca-Cola.

Facebook es el tercer sitio y la primera red social más visitada del planeta. En Argentina, es el sitio número uno en visitas, algo que se repite en casi toda América Latina, Europa y Asia. Si le sumamos sus otras propiedades, WhatsApp (1.300 millones de usuarios) e Instagram (700 millones), sus interacciones se acumulan en 4.000 millones de personas y sus ganancias se incrementan. Sus usuarios pasan cada vez más tiempo en esas plataformas, por lo tanto, ven más avisos publicitarios, que equivalen al 63% de los ingresos de la compañía. Los usuarios se sienten tan cómodos dentro de la plataforma que la interacción aumenta cuantas más personas se unen a ella, al contrario de lo que les sucede a otras compañías con sus productos, en los que el interés decae luego de la novedad inicial. En 2012, cuando Facebook llegó a 1.000 millones de usuarios, el 55% de ellos lo utilizaba todos los días. En 2017, con 2.000 millones, el uso diario trepó al 66%. Y su número de consumidores sigue creciendo un 18% al año.

En los últimos años, Facebook se convirtió en la principal fuente de noticias del mundo. El muro de nuestra red social es el lugar en donde leemos -clasificadas según la fórmula de la empresa- las novedades. Según estudios de Ogilvy Media y Pew Research Center, aunque no dejemos de utilizar los medios como la televisión, los diarios o la radio, el 40% y el 60% de las personas del mundo nos informamos por medio de las redes sociales. En Argentina, después de la televisión, el 60% de los jóvenes elige las redes para informarse.

Luego del triunfo de Trump en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, Facebook recibió la acusación más grave, antesala del escándalo actual. La red social fue señalada por haber aumentado la polarización de una sociedad ya dividida, especialmente por conflictos raciales. Su diseño algorítmico nos hacía convivir con otros en burbujas cerradas y, desde allí, lanzar catapultas llenas de odio a los que no pensaran como nosotros. También, se la señaló como la culpable de expandir la epidemia de noticias falsas, una acusación que fue la excusa preferida de políticos y dueños de medios periodísticos para reclamar a la red social por su poder inusitado.

Mark Zuckerberg no pudo desmentir que su red facilitó la campaña anti-Hillary.
Mark Zuckerberg no pudo desmentir que su red facilitó la campaña anti-Hillary.

Facebook fue señalado como el responsable de llevarnos a una sociedad cada vez más dividida. En 2011, en su libro El filtro burbuja, el activista y escritor norteamericano Eli Pariser comenzó a advertir sobre las consecuencias de informarnos a través de medios sociales. Pariser sostiene que las redes nos imponen burbujas de filtros donde las decisiones ya no solo las toman personas, sino también algoritmos programados para mostrarnos lo que más nos gusta para que pasemos una gran cantidad de tiempo en ellas. Vivimos en mundos cómodos, donde leemos cosas que nos gustan y nos interesan, pero no necesariamente donde nos enteramos de cosas distintas o importantes. «La pantalla de tu computadora es cada vez más una especie de espejo unidireccional que refleja tus propios intereses, mientras los analistas de los algoritmos observan todo lo que cliqueás», dice Pariser.

La lógica que promueve las burbujas en las redes es a la vez tecnológica y económica y responde a una palabra clave: personalización. Los dos objetivos de Facebook son crecer y monetizar, es decir, obtener dinero a partir de la publicidad que recauda cada vez que alguien hace clic en sus anuncios. Para esto, tiene que hacer que pasemos la mayor cantidad de tiempo posible en su plataforma, lo que se logra haciéndonos sentir cómodos. Para eso, Facebook aplica un algoritmo llamado Edge Rank que hace que cada muro (o News Feed) sea personalizado, distinto para cada persona según sus gustos. Cada acción que realizamos se estudia al detalle para ofrecernos exactamente lo que nos gusta, tal como hacen en los restaurantes de tres estrellas Michelin, donde en la información de cada cliente se especifica con cuánta sal prefiere la ensalada y a qué punto degusta mejor la carne. En la cuenta final de Facebook, lo que importa es la permanencia dentro de su ecosistema. Si eso implica estar expuestos a contenidos verdaderos, falsos, de procedencia cierta o dudosa, no incumbe a su diseño. O sí, pero se pasaba por alto en favor del éxito comercial. O así fue hasta 2016, cuando las quejas y las preguntas sobre la responsabilidad de la red social en la difusión de noticias falsas comenzaron a acumularse. Y entonces, además del dinero, empezó a importarle la verdad.

Con noticias verdaderas o falsas, la empresa de Mark Zuckerberg todavía no explica cómo funciona su algoritmo, es decir, el mecanismo con el que decide qué vemos y qué no. Tampoco por qué, con una frecuencia cada vez mayor, algunos contenidos desaparecen de los muros de sus usuarios sin infringir las normas (por ejemplo, sin publicar imágenes de violencia), dando sospecha a acciones de censura por motivos políticos o ideológicos.

Mejor no hablar del algoritmo

«La primera regla del Club de la Pelea es: Nadie habla sobre el Club de la Pelea«, decía Brad Pitt antes de empezar la lucha en la película de David Fincher basada en el libro de Chuck Palahniuk. Con más énfasis, por si a alguien no le había quedado claro, repetía: «La segunda regla del Club de la Pelea es: Ningún miembro habla sobre el Club de la Pelea». La lógica de Facebook con su algoritmo funciona igual. Dentro de la empresa y fuera de ella nadie habla del algoritmo. Es más, gran parte de la lógica de la compañía responde a no revelar la fórmula, y una parte de su presupuesto se destina a financiar equipos de relaciones públicas para que realicen todo tipo de maniobras disuasorias para ocultar la receta. Sin embargo, mientras sostienen ese modelo opaco para afuera, las reglas de Facebook se aplican a todos los usuarios de Facebook que den «Aceptar» en sus términos y condiciones.

Pedirle a Facebook información sobre su algoritmo es una carrera imposible. Mientras escribía esta nota y mi próximo libro, hice varios pedidos para que la empresa, a través de su departamento de prensa, su agencia de comunicación externa y su encargada de asuntos públicos para América Latina me concediera una entrevista, o al menos una charla para explicarme -como periodista especializada en el tema- ese asunto. Con una amabilidad absoluta (llegué a creer que con las encargadas de prensa habíamos sido amigas en el pasado y yo no lo recordaba), las representantes de la empresa primero me pidieron «un poco más de información sobre el foco de la nota», tras lo que alegaron repetidas dificultades para «coordinar la entrevista por un tema de agenda». Al responderles que podía esperar a que la persona en cuestión despejara sus compromisos, me escribieron con un «te quería dejar al tanto de que no tengo una previsión de tiempos» y me ofrecieron conversar con otra persona de la empresa. Respondí que sí, con gusto. Pero luego transcurrieron seis mails durante tres semanas en los que, por una razón u otra, el encuentro no podía concretarse. También pedí que me compartieran un material que ilustrara cómo funcionaba el algoritmo. Facebook me respondió que «no contaba con ese material». Pero mientras tanto, a través de las redes sociales, la misma empresa ofrecía esa información de manera privada a periodistas (profesionales o aficionados), influencers de redes sociales y personalidades del mundo del espectáculo. La compañía compartía esa información con ellos, por una razón económica: les interesaba que entendieran la lógica para generar contenidos patrocinados con publicidad. «Están en su derecho», me dijo alguna vez un amigo periodista sobre el doble estándar de la empresa. En cierto punto, como empresa, lo están, acepté yo. Pero también, dada su influencia en los asuntos públicos, Facebook debería rendir cuentas sobre cómo maneja la información.

En 2017, el 30% de la humanidad se conectó a Facebook y Zuckerberg empezó a reconocer que su creación no es tan neutral ni inofensiva como se decía.
En 2017, el 30% de la humanidad se conectó a Facebook y Zuckerberg empezó a reconocer que su creación no es tan neutral ni inofensiva como se decía. 
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Durante 2016 y 2017, la periodista y activista Julia Angwin, junto con un equipo de investigación del sitio Pro Publica, dio a conocer una serie de artículos que desnudaron la falta de transparencia del algoritmo de Facebook y el doble estándar de la empresa. Su trabajo también fue esencial para desenmascarar sus mecanismos corporativos.

Angwin reveló que la plataforma publicitaria de Facebook permitía segmentar anuncios de venta y alquiler de casas solamente a blancos, excluyendo a personas de piel negra de las ofertas, asumiendo que son compradores menos atractivos. También a madres con niños en edad escolar, personas en sillas de ruedas, inmigrantes argentinos e hispanoparlantes. A todos ellos se los podía, explícitamente, eliminar de los destinatarios inmobiliarios de las plataformas, lo cual violaba la Ley de Acceso Justo a la Vivienda de Estados Unidos, que prohíbe publicar avisos que indiquen «cualquier preferencia, limitación o discriminación basada en la raza, el color, la religión, el sexo, el estatus familiar o el país de origen» de las personas interesadas. Sin embargo, en Facebook esto no solo se podía hacer, sino que los anuncios eran aprobados por la plataforma, luego de revisarlos, en unos pocos minutos. Bajo sus propias normas, la red social podría haber rechazado estos anuncios. Sin embargo, su política prefería no perder los ingresos de esas publicidades a cambio de violar una ley.

Pro Publica también descubrió que la red social permitía publicar avisos segmentados a la categoría «odiadores de judíos». Anteriormente, la compañía ya había recibido quejas y había quitado de su lista de publicidad a la categoría «supremacistas blancos», luego de la oleada de ataques contra comunidades negras en todo Estados Unidos. Con el descubrimiento de Angwin, la empresa debió eliminar también las categorías antisemitas y prometió monitorear mejor los avisos publicados para que el mecanismo de inteligencia artificial no creara sesgos de odio. Sin embargo, en otro de sus trabajos, el equipo encontró que el algoritmo protegía a los hombres blancos de contenidos de odio, pero no generaba los mismos mecanismos de defensa para evitar que los vieran los niños negros. Al escándalo se sumó la confirmación de que, durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, Facebook había permitido la creación de avisos ocultos desde 470 cuentas rusas contra Hillary Clinton. La compañía, que había intentado desestimar esta información durante un año, finalmente tuvo que aceptarla.

Estas historias demuestran que, por el momento, Facebook toma acciones para revertir sus errores solamente después de que se descubre una nueva manipulación o censura en su plataforma. Y que lo hace cuando estos hechos salen a la luz a través de investigaciones o denuncias externas. Entre tanto, la empresa sigue ganando millones a través de los anuncios; sus equipos de relaciones con la comunidad cubren estos problemas con filantropía, y sus departamentos de prensa organizan eventos publicitarios para periodistas amigos, mientras niegan información a los periodistas que les hacen preguntas concretas sobre el funcionamiento de su plataforma. Si Facebook dice estar comprometido en la lucha contra la publicación de noticias falsas, ¿no debería promover la transparencia de la información empezando por su propia empresa?

Lo que está en juego no es la información verdadera de ayer o de hoy, sino que, si continuamos en este camino de oscuridad, no podremos diferenciar nada de lo que se publique en el futuro. A Facebook, por ahora, no le interesa hablar del algoritmo. Pero si a nosotros nos interesan las conversaciones públicas, tenemos que hacer visible eso que las empresas quieren esconder.

Fuente: Brando – Crédito: Kiko

Facebook es como la dopamina

Además de Computación, Mark Zuckerberg estudió Psicología. La clave de la adicción que ejerce Facebook sobre nuestra atención está en el corazón de su interfaz y su código. «Está diseñado para explotar las vulnerabilidades de la psicología humana», dijo Sean Parker, el primer presidente de la empresa. «Las redes sociales se diseñan pensando cómo consumir la mayor cantidad de tiempo y atención posible de los usuarios. Eso se hace dándote un poquito de dopamina cada tanto, cuando alguien pone me gusta o comenta una foto o un posteo. Eso te lleva a querer sumar a vos tu propio contenido, para conseguir un feedback de validación social», explicó Parker. Desde esos inicios hasta hoy, ese poder se amplificó tanto que se habla de las redes sociales como de una nueva epidemia de tabaquismo, que por ahora avanza sin gran preocupación, pero que quizá en un futuro sea un problema de salud pública.

Los efectos negativos en nuestra salud mental y física ya están comprobados en estudios científicos a gran escala de universidades de todo el mundo, y también por el propio departamento de Ciencia de Datos de Facebook en sus experimentos de manipulación de nuestras emociones. Justin Rosenstein, el creador del botón «Me gusta» de la red social, admitió que su invento está teniendo efectos negativos. «Es muy común que los humanos desarrollen cosas con las mejores intenciones y que tengan consecuencias involuntarias negativas», dijo, haciendo un mea culpa. Además de hacer que «todos estén distraídos todo el tiempo», reconoció que el uso político de la plataforma, si no se controla, podría dañar seriamente la democracia. Como primera medida, Rosenstein, que también trabajó en Google, ya se borró de la red social. Con él, otros periodistas prestigiosos, como Farhad Manjoo del New York Times, están quitando las aplicaciones de sus teléfonos e iniciando un movimiento para dejar de usar las redes sociales como principal fuente de información.

*Natalia Zuazo es autora de Guerras de internet (Debate). Próximamente se publicará su segundo libro, Los dueños de internet.

Fuente: La Nación, 20/03/18.

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Piden a Facebook que cierre Messenger Kids

febrero 23, 2018

97 especialistas en niñez pidieron a Facebook que cierre Messenger Kids

La aplicación de mensajería para menores de 12 años generó críticas desde que salió. Luego de estudiarla durante unos meses, individuos e instituciones dedicados a la infancia advierten que hace mal a los niños y que sólo beneficia a la red social. 

Messenger Kids contribuye a estimular el uso dañino de las redes sociales, según los expertos.
Messenger Kids contribuye a estimular el uso dañino de las redes sociales, según los expertos.
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Messenger Kids, la aplicación de Facebook que intenta atraer a niños de seis a 12 años, no hace más que recibir críticas. En diciembre, cuando se lanzó en dispositivos con iOS, los comentarios fueron tibios; ahora, que llegó a Android, la red social ha recibido numerosas quejas de expertos en niñez que la estudiaron estos meses y la instan a cerrar la app.

Para contrarrestar las presiones, Facebook señaló que trabajó con un grupo de consejeros especializados para salvaguardar a sus usuarios más jóvenes. Pero Wired reveló que la empresa de Mark Zuckerberg «no dijo que muchos de esos expertos habían recibido fondos de Facebook». La compañía reconoció las donaciones a siete de los 13 expertos que participaron y dijo que nunca las había tratado de ocultar, aunque tampoco las hizo públicas.

La aplicación para menores de 13 años les permite chatear con amigos y familiares, en un entorno sin publicidad en el cual los padres aprueban o no los contactos. Pero los críticos —entre ellos, 97 personas e instituciones que enviaron una carta pública— dicen que contribuye a estimular el uso dañino de las redes sociales y a explotar su condición adictiva.

Un grupo de 97 personas e instituciones expertos en infancia pidieron a Mark Zuckerberg que cierre, no que mejore, Messenger Kids.

Un grupo de 97 personas e instituciones expertos en infancia pidieron a Mark Zuckerberg que cierre, no que mejore, Messenger Kids.
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«Es inquietante que Facebook, ante la evidencia de la preocupación generalizada, promocione activamente Messanger Kids entre aun más niños», dijo la Campaña por una Infancia sin Publicidad en una declaración. Pocos días antes, una coalición de 97 defensores de la salud infantil pidieron a Zuckerberg que discontinuara la app, informó Wired en otra nota.

«La carta para Zuckerberg tenía la firma de individuos y de 19 fundaciones sin fines de lucro que expresaban que sus preocupaciones surgían de estudios recientes que vinculaban el aumento de la depresión, los malos hábitos de sueño y una imagen corporal negativa en los niños y los adolescentes que más usan las redes sociales y los dispositivos digitales», señaló el artículo.

Entre las personas que firmaron la carta se cuenta Jean Twenge, la autora de iGen y profesora de la Universidad Estatal de San Diego, quien estudió mucho las consecuencias que las redes sociales tienen en la vida de los adolescentes, y en su libro destacó la depresión entre las más peligrosas. «Otro estudio reciente halló que los adolescentes que pasan una hora por día chateando en las redes sociales dicen sentirse menos satisfechos en casi todos los aspectos de sus vidas, y los niños de 13 años que están en las redes sociales entre seis y nueve horas por semana tienen un 47% más de probabilidades de declararse desdichados que sus pares que pasan menos tiempo en línea».

Depresión, malos hábitos de sueño y una imagen corporal negativa son algunas de las consecuencias de la exposición de los menores a las redes sociales.

Depresión, malos hábitos de sueño y una imagen corporal negativa son algunas de las consecuencias de la exposición de los menores a las redes sociales.
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La psicóloga Susan Linn, profesora en Harvard Medical School y autora de Consuming Kids: The Hostile Takeover of Childhood (Niños consumidores: la adquisición hostil de la infancia), escribió una columna en Los Angeles Times sobre el tema. «Messenger Kids no es sino una forma en que Facebook puede ganar la atención de los niños más temprano», advirtió.

facebook adicciónLos beneficios que la aplicación da a Facebook son claros, escribió. «Inculcar la lealtad a la marca en los usuarios jóvenes es una forma de asegurar que continuarán utilizando la red social como adolescentes y adultos. La lealtad de por vida suele ser el objetivo cuando una empresa comienza a apuntar a los niños». Pero, agregó, «también está claro todo lo mala que esta app puede ser para los pequeños».

Observó que aunque actualmente Messenger Kids no tiene publicidad, «no hay garantía de que se mantenga así». Y, de todos modos, «la app en sí misma promociona la marca de Facebook entre los niños».

Messenger Kids ha sido blanco de críticas desde su lanzamiento.

Messenger Kids ha sido blanco de críticas desde su lanzamiento.
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Josh Golin, director de la Campaña para una Infancia sin Publicidad, señaló que algunos recursos de su app que la empresa señala como beneficio para los niños benefician, en realidad, a la empresa. Dio como ejemplo los filtros de dinosaurios o de realidad aumentada, que según Messenger Kids ayudarían a que los pequeños pudieran extender sus conversaciones con adultos como sus abuelos. «Si un niño de 7 años no puede chatear más de 5 o 10 minutos, ¿por qué extender ese tiempo?», preguntó.

Golin argumentó más: «Eso sólo hará que les resulte más difícil sostener una conversación real, sin artilugios, en el corto y en el mediano plazo. Facebook disfraza el aumento del uso y la dependencia de sus herramientas como un beneficio para los niños y sus abuelos, cuando en realidad el beneficiario es Facebook».

La carta de los 97 especialistas e instituciones señaló además que aun si los padres pueden controlar Messenger Kids desde sus cuentas de Facebook, «el impacto general de la app sobre las familias y la sociedad probablemente sea negativo, pues normaliza el uso de redes sociales entre los niños y somete a los niños a la presión entre pares para que creen su primera cuenta».

Messenger Kids no tiene publicidad, pero no hay garantías de que eso no cambie, advirtió la psicóloga Susan Linn, investigadora del impacto de la esfera comercial en los niños.

Messenger Kids no tiene publicidad, pero no hay garantías de que eso no cambie, advirtió la psicóloga Susan Linn, investigadora del impacto de la esfera comercial en los niños.
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Sin más, la coalición solicitó a Zuckerberg que cerrara la aplicación, no que la mejorase, porque considera innecesario y pernicioso que los menores de 12 años estén en las redes sociales. «Los niños de 6, 7 y 8 años no tienen la madurez ni la capacidad para manejar la ansiedad y la complejidad de las relaciones en línea, o comprender la privacidad», dijo Twenge, que cree que la videollamada sigue siendo la comunicación a distancia más adecuada para los niños y sus familiares.

Con dureza, también Linn se dirigió a Zuckerberg: «Él podría terminar con Messenger Kids inmediatamente, y debería. Puede que Facebook necesite a los niños, pero los niños no necesitan a Facebook».

La carta de los 97 enfatizó: «Criar niños en la era digital es suficientemente difícil. Le pedimos que no utilice el enorme alcance y la enorme influencia de Facebook para hacerlo aun más difícil».

Fuente: infobae, 23/02/18.

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LEA MÁS:

El riesgo de adicción a las redes sociales

junio 23, 2017

Así es como las redes sociales son capaces de “hackear tu cerebro”

Este tipo de tecnologías están diseñadas para hacer que el cerebro se excite del mismo modo que lo hacen las máquinas de los casinos.

facebook adicción

Las compañías tecnológicas están desarrollando dispositivos móviles, redes sociales y aplicaciones que son capaces de generar adicción en los usuarios y que estos se vean en la necesidad de usarlos permanentemente, afirma un exgerente de productos de Google.

“Quieran o no, están moldeando los pensamientos, sentimientos y acciones de las personas. Ellos están programando a la gente”, manifestó Tristan Harris en una entrevista para CBS News. “Existe esta narrativa de que la tecnología es neutral, que depende de nosotros elegir cómo la usamos, pero esto no es verdad. Ellos quieren que la uses tantas veces como sea posible y por largos períodos de tiempo, porque así es como hacen su dinero”, añadió.

Igual que las máquinas de los casinos 

Según Harris, las compañías tecnológicas están usando las mismas tácticas que aplican los casinos para atraer a las personas a jugar durante el mayor tiempo posible en sus máquinas, pero en este caso, las tácticas es para que sientan la necesidad de estar revisando permanentemente los dispositivos móviles y aplicaciones. El experto considera que este tipo de productos están diseñados para hacer que el cerebro se excite del mismo modo que lo hacen las máquinas de los casinos.

“Cada vez que reviso mi teléfono, estoy jugando a la máquina tragamonedas para ver si gané algo. Pero la recompensa aquí son las notificaciones, como un ‘Me gusta’ en Facebook o Instagram, o nuevos seguidores en Twitter. Esto hace que los teléfonos inteligentes y aplicaciones sean tan atractivos“, señaló Harris.

El exgerente de productos de Google concluyó su declaración al medio advirtiendo que esta es una manera de “secuestrar la mente de la gente para formar un hábito”. Es decir, se trata de un ‘hackeo cerebral’, un método capaz de “destruir la capacidad de los niños de concentrarse”.

Fuente: tecnovedosos.com, 2017.

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Los jóvenes que dicen no a las redes sociales

septiembre 27, 2016

Los adolescentes que eligen decir no a las redes sociales

Algunos adolescentes optan por salir de la búsqueda incesante de los ‘me gusta’ en Facebook e Instagram, y no sentirse como si estuvieran perdiéndose de algo.

Por Christine Rosen.

 

Cuando Brian O’Neill, un adolescente de 14 años, de Washington, quiso averiguar qué habían estado haciendo sus amigos durante las vacaciones de verano, hizo algo radical: les preguntó. A diferencia de la mayoría de los jóvenes de su edad, Brian no está en las redes sociales. No revisa las fotos de Instagram de sus amigos ni publica las propias. Tampoco utiliza Facebook o Snapchat. “No necesito las redes sociales para mantenerme en contacto”, dice.

redes sociales y niños 01Esta abstención de las redes sociales coloca a Brian en una pequeña minoría de su grupo de pares. De acuerdo con un informe de 2015 del Centro de Investigación Pew, 92% de los adolescentes estadounidenses (edades 13-17) están en línea todos los días, incluyendo el 24% que dice que están en sus dispositivos “casi constantemente”. El 71% utiliza Facebook, la mitad está en Instagram, y 41% son usuarios de Snapchat. Casi tres cuartos de los adolescentes utilizan más de un sitio de redes sociales. Un adolescente típico, según Pew, tiene 145 amigos en Facebook y 150 seguidores en Instagram.

Pero, ¿qué pasa cuando un adolescente no quiere vivir en ese mundo en red? En una cultura en la conducta prosocial sucede cada vez más en línea, negarse a participar puede parecer antisocial. ¿Qué se están perdiendo realmente los jóvenes que rechazan a las redes?

Antes del advenimiento de internet y las redes sociales, mantenerse en contacto con amigos durante las vacaciones significaba escribir cartas a casa desde el campamento o hablar con el mejor amigo por teléfono. “Cuando yo tenía su edad, durante el verano estaba atada al teléfono”, dice la madre de Brian, Rebecca O’Neill. “Pero cuando mi hijo quiere ver a alguien simplemente le manda un texto o un email, y se reúnen en persona”.

La mayoría de los abstemios de redes sociales que entrevisté no son tecnófobos. Por el contrario, tienen teléfonos móviles que utilizan para comunicarse con sus amigos, por lo general a través de mensajes de texto. Son expertos en internet y están totalmente inmersos en la cultura popular. Están familiarizados con las redes, pero simplemente no les gusta.

Jacqueline Nesi, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, que estudia los adolescentes y las redes, dice que “sobre la base de datos de la encuesta de nuestro laboratorio, así como de las estadísticas nacionales, yo estimaría que sólo entre el 5% y el 15% de los adolescentes se abstiene del uso de redes sociales”.

Para estos adolescentes que optan por no usar las redes, la búsqueda incesante del “me gusta” resulta agotadora. “Creo que requieren mucho tiempo y los chicos se dejan absorber demasiado”, dice Annie Furman, 19, que se crió en el área de Dallas y está a punto de empezar la universidad de Iowa. “Prefiero ver a mis amigos en persona que mandarles un tuit. No quiero pasar todo mi tiempo en mi teléfono, quiero pasarlo en el mundo real”.

Para muchos de los no usuarios de las redes sociales, la inmediatez de la interacción cara a cara supera la intimidad filtrada de Facebook e Instagram. “Me encanta ver a los chicos que están siempre pegados a sus teléfonos ecualizar cuando no están conectados”, dice Katy Kunkel de McLean, Virginia, que tiene cuatro hijos de edades de 7 a 12 años, ninguno de ellos en las redes. Especialmente durante el verano, señala, “los niños recalibran mucho más rápido que los adultos. Encuentran una tribu, a continuación se divierten o se preocupan entre árboles y arroyos…son mucho más activos por defecto”.

Los propios niños a menudo no sienten estar perdiéndose nada. A pesar de que “casi el 100%” de sus amigos están en las redes, Brian O’Neill dice que él no puede recordar un momento en que sucedió algo importante en su círculo social y que no escuchó nada al respecto. “Me hicieron saber si algo estaba pasando”, dijo. La experiencia de la joven Furman es similar: “A veces no entiendo una broma específica que hace todo el mundo, pero el 90% de las veces no es algo que realmente valga la pena, es simplemente una broma”.

“Los padres tienen mucho miedo de que sus hijos sientan excluidos”, dijo Kenney Marnie de Washington, cuya hija de 14 años, Raya, ha optado por salir de las redes sociales. “Ellos proyectan el miedo en sus hijos”. Pero, señala, “las redes son sólo chismes, un montón de chismes”, y cree que su hija está mejor sin ellos.

Las discusiones sobre el impacto de las redes sociales a menudo se focaliza en el acoso cibernético o en los depredadores en línea, pero un peligro más inmediato y crónico es la tendencia a alentar a los adolescentes a compararse constantemente con sus pares. Y no sólo con sus pares sino también con Gigi Hadid, Kylie Jenner y otras estrellas de Instagram, o con modelos y celebridades de YouTube cuyas hazañas son incesantemente documentadas en todas las plataformas. “Toda esa comparación no es saludable”, dijo Sue Lohsen, madre de dos hijas, también en Washington. “Cada uno tiene una vida feliz, de una perfección Facebook. Pero usted tiene que desentrañar su propio ser. Las redes sociales no animan a la gente a hacer eso”.

En un estudio publicado este año en la revista Psychological Science, unos investigadores crearon un programa de Instagram y luego usaron escáneres de resonancia magnética para medir las reacciones de los adolescentes a las fotos que recibían más o menos “likes”. Lo que descubrieron fue un proceso de “apoyo social, cuantificable”, en el que los adolescentes usaban aquello que había por lo que habían recibido “me gusta” en las redes sociales “para aprender a navegar su mundo social”. Pero esas señales pueden ser adaptativas, o lo contrario. Los investigadores hallaron que los adolescentes “tenían más probabilidades de poner ‘me gusta’ a una foto, incluso una que retrata a los comportamientos de riesgo, como fumar marihuana o beber alcohol, si esa foto había recibido más ‘me gusta’ de sus pares”.

Dicha presión de grupo no es nueva. Lo que es nuevo con las redes sociales es la velocidad con la que los compañeros pueden hacer comentarios sobre la vida del otro, así como el supuesto de que deben hacerlo. “Hay una especie de efecto bipolar que las redes tienen en niñas de su edad”, dijo Kenney Marnie de su hija. “Son juzgadas constantemente. Su autoestima se mide constantemente por la respuesta de otras personas para cada cosa que ponen en línea”.

“Siento que mucho de lo que sucede en Instagram no es comunicación valiosa”, dijo Katherine Silk, de 18 años, que creció en Los Ángeles y está a punto de comenzar un año sabático antes de ir a la Universidad de Emory, en Georgia. “Estoy con amigos comiendo y digo: ‘¡Vamos a publicar esto en Instagram!’ A veces me digo [que] debería estar hablándome a mí y las otras personas aquí, no publicando cosas para gente a la que puede o puede no importarle, sólo para conseguir más ‘me gusta’”. Al igual que muchos abstemios de las redes sociales, ella piensa que con demasiada frecuencia sus compañeros “no tienen límites adecuados” cuando se trata del uso de esas redes.

En cuanto a la posibilidad de que se estén perdiendo algo, los abstemios son optimistas. “Si tengo algo importante que decir a mis amigos, voy a llamarlos. Eso es suficiente”, dice Silk. “¿Honestamente? Aún como adulto, no lo utilizaría a menos que sea realmente necesario”, dice Brian O’Neill. “No hay nada realmente nuevo o creativo en las redes. En 10 años, esta locura habrá prácticamente desaparecido. Cada uno encontrará una manera diferente de perder su tiempo”.

—Christine Rosen es una becaria de New America Foundation y editora jefa de Nueva Atlantis: diario de tecnología y sociedad.

Fuente: The Wall Street Journal, 25/09/16.

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Jóvenes adictos a internet

abril 20, 2015

Ya hay chicos que pasan 13 horas por día en la Web

Preocupación en las familias por la adicción a las pantallas. Son casos de adolescentes que buscan evadirse de la realidad. Según los psicólogos que los tratan, los padres consultan demasiado tarde, cuando el problema está instalado.

Por Victoria De Masi.

¿Conectado o aislado? Un adolescente rodeado de las pantallas de la PC, el celular y la tablet.  nestor garcia

¿Conectado o aislado? Un adolescente rodeado de las pantallas de la PC, el celular y la tablet.

Existe una diferencia entre el adolescente que estudia, practica algún deporte, sale con amigos y pasa un buen rato en Internet, y aquél que apenas llega a su casa se encierra en la habitación y se conecta a la red o a la “Play”. O el que come sin dejar de mirar el celular. O el que no participa de los planes familiares –un cumpleaños, una tarde en la plaza, un partido de fútbol– porque prefiere el chat o los juegos en línea. Hace cinco años, apuntan los especialistas consultados por Clarín, estos últimos eran casos aislados. Ahora son motivo de consulta de parte de los padres, que se dan cuenta tarde de que su hijo se volvió un “adicto” a la tecnología.

adictos a internet 01Los chicos que hoy tienen entre 11 y 17 años nacieron con la pantalla. Son multimedia, son visuales, tal como define Roxana Morduchowicz en su libro “Los adolescentes del siglo XXI”, publicado hace dos años. Allí la especialista en culturas juveniles ofrece algunas estadísticas: nueve de cada diez chicos de entre 15 y 17 años tienen celular propio, la mitad tiene tele en su habitación y el 25%, PC.

La escuela habilita el uso de la Web para hacer la tarea, por ejemplo. También es un ‘lugar’ de entretenimiento y de contactos. Pero su uso excesivo puede poner a los chicos en riesgo. “Hace cinco años éste no era un tema de consulta. Hoy atendemos casos de chicos de entre 14 y 15 años que pasan un promedio de trece horas conectados a la red. Incluso hemos modificado el cuestionario de rutina entre los pacientes. A las preguntas habituales de qué deporte practican, si desayunan o estudian, le agregamos otro interrogante: ¿Cuántas horas pasás en Internet?”, dice el pediatra Enrique Berner, jefe del Servicio de Adolescencia del hospital Argerich y miembro de FUSA. Agrega que los padres llegan preocupados a la consulta y, en general, cuando el problema está instalado.

adictos a facebookAdemás de llegar preocupados, ¿cómo describen los padres “eso” que les pasa a sus hijos? Responde Stella Rivadero, psicoanalista y docente de la Institución Fernando Ulloa: “Refieren que no saben qué hacer para que vuelvan a jugar o participen de las charlas o programas familiares. O que hablan en un lenguaje ‘tecno’ que para ellos es difícil de comprender, que no logran que el chico se despegue del celular. A esa altura, se ausentó el cuerpo, el tono de voz, la mirada”. La especialista aclara que se trata de nativos digitales, y que en determinados casos la tecnología favorece síntomas que forman parte de su estructura. Más simple: si el chico tiene de base fobia al contacto con otros, conectarse a la Web resulta un buen recurso para evadirse.

Para los adolescentes de los grandes centros urbanos la vida pasa a través de Internet. Facebook y YouTube son los sitios más visitados por los argentinos de acuerdo a la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales y Entorno Digital, realizada por la Secretaría de Cultura de la Nación. Según el informe, el 65% de los argentinos se conecta a Internet a diario y 60 de cada 100 tienen conexión en su casa. Lo que pone en evidencia la alta penetración de Internet es lo que sucedió hace dos fines de semana en La Rural: los españoles Rubius y Mange convocaron a 25 mil chicos en lo que fue una convención youtuber.

adictos al smartphone 02El Instituto de Juegos de la Ciudad realizó hace unos años un estudio sobre uso de nuevas tecnologías entre alumnos de escuelas secundarias porteñas públicas y privadas. De acuerdo al informe, la mitad de los encuestados dijo jugar en línea todos los días un promedio de 4 horas. El 86% refirió que le daban ganas de seguir jugando, el 80% habló de “alegría” y el 60%, de bronca al perder. ¿Pero qué es lo que los atrae tanto? Verónica Mora Dubuc, psiquiatra y directora de esa investigación, observa: “Los juegos tienen componentes de atracción que estimulan los circuitos de recompensa y provocan sensaciones de intensidad que son buscadas a repetición por los jugadores. El efecto claro de un buen juego es que divierte y evita el aburrimiento. La Red es accesible y segura. Ahora, si ese deseo afecta su mundo de relaciones, rendimiento escolar y calidad de sueño, entonces hay un problema”.

Consejos para padres

De acuerdo a los especialistas consultados por Clarín, el sentido común es fundamental para darse cuenta si un adolescente presenta problemas con el uso de la tecnología. Si come un sandwich mientras teclea el celular, si no quiere participar de eventos familiares ni se prende en salidas con amigos, entonces hay que prestar atención al asunto. Lo ideal es no esperar para hacer la consulta. Que un tipo de actividad se haga en forma excesiva ya es un motivo claro de alarma.

adictos al smartphone 01La fórmula ideal sería así: el tiempo volcado a la Web debe “empatar” con el estudio, el deporte y las salidas del hogar. En resumen, Internet no debe ser inhabilitante. Criar a chicos que nacieron conectados es un verdadero desafío para los padres porque ellos no son nativos digitales. Si la idea es que repartan el tiempo entre el colegio, el deporte y la Web, lo ideal es que los padres hagan lo mismo. Esto significa que no vale que los padres lleguen de trabajar y se pongan a jugar a la Play Station o que estén chateando durante la cena. Al detectar el problema, lo recomendable es que se realice una consulta con un especialista en el tema lo antes posible. En general, el tratamiento consiste en entrevistas familiares y a los chicos y padres por separado. Durante esas charlas, con los adolescentes se trabajan temas de la vida cotidiana.

Fuente: Clarín, 20/04/15.

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La primera prueba del Apple Watch

marzo 11, 2015

La primera prueba del Apple Watch

¿Qué exactamente se puede hacer con el Apple Watch? La columnista Joanna Stern habla sobre cinco cosas con que el Apple Watch puede ayudarlo.

apple watch¿Por qué alguien querría comprar un Apple Watch? Es una pregunta que todavía trato de responder.

Apple presentó el lunes no uno, sino decenas de usos para su primer tipo de aparato nuevo desde que lanzó el iPad. En realidad, la propuesta de ventas del presidente ejecutivo Tim Cook tuvo más que ver con la cantidad de cosas que se pueden hacer que con la calidad: se trata de un nuevo tipo de reloj y una nueva forma de mantenerse en contacto con la familia y los amigos; de hacer ejercicio; de lucir a la moda; de pagar por una bebida gaseosa; de cantar con karaoke, o de abrir la puerta de su estacionamiento.

Nadie está en condiciones en estos momentos de evaluar realmente el Apple Watch. A menudo no podemos entender exactamente qué factor permitirá que una tecnología nueva perdure y sea acogida por los usuarios.

No obstante, cuando Apple presentó el iPhone, inmediatamente tuve la sensación de que mi vida cambiaría: de repente podía llevar Internet conmigo a cualquier parte. Con el iPad, vislumbre una nueva clase de computadora portátil, más informal que una portátil.

¿Cómo podrá el Apple Watch cambiar mi vida?

Por lo que he visto, podría ahorrarme tiempo. Es una segunda pantalla, un pequeño secuaz del iPhone que se lleva en la muñeca. Sin embargo, en momentos en que el iPhone demanda más atención, distrayéndome más y más durante el día, espero que aparezca un filtro. El Apple Watch podría ser el aparato que me permita dejar mi teléfono en mi bolsillo sin perderme nada importante.

En mi muñeca, el Apple Watch se siente natural. No es demasiado pesado ni voluminoso, sino lo suficientemente grande como para ver información útil en la pantalla. (Probé el modelo más grande, de 4,2 centímetros). No creo que cuente como un modelo de alta costura, pero sin dudas al usarlo usted no parecerá como un fanático de la tecnología. Apple encontró una forma y los materiales que dan la sensación de llevar un reloj corriente, aunque cumpla muchas más funciones.

Aprender a operar el reloj llevará algo de tiempo. Para manejarlo hay que realizar toques, deslizar el dedo y apretar botones de una forma que no siempre es igual a lo que se hace en un teléfono. Se desliza el dedo desde la base para obtener “vistazos” de información como el clima y se rota el dial ubicado a un costado para acercar y alejar la imagen al ver mapas.

Cuando alguien le envía un mensaje de texto, aparece en el reloj, al que puede mirar rápidamente mientras sigue conversando con otra persona. Si necesita responder, puede presionar un botón y hablar, o desplegar un emoticón apropiado.

Además, hay muchas más cosas que normalmente requieren de toda mi atención en un smartphone que podrían llevar menos tiempo en una versión más pequeña: enterarse de que un vuelo está retrasado, consultar el clima e incluso recibir instrucciones para llegar a un lugar.

Que alcance con un leve toque para poner en funcionamiento mi teléfono inteligente suena muy bien. Apple también lo promociona entre los fanáticos de los deportes, pero aún no he visto que ofrezca nada que no se pueda hacer con un reloj de pulsera mucho más barato.

El Apple Watch tendrá su propia tienda de aplicaciones, aunque aún no sabemos con cuántas será lanzado. Entre las opciones que conocemos estarán Twitter y Uber.

Después de nuestros ojos y manos, nuestras muñecas posiblemente sean el lugar más inmediato del cuerpo para interactuar rápidamente con la tecnología. Incluso hay una intimidad que se vuelve posible allí: el Apple Watch permite saludar a su interlocutor al tocar rápidamente la pantalla; el destinatario, que también debe tener puesto un Apple Watch, sentirá el toque en su muñeca.

Sin embargo, colonizar esta parte de nuestros organismos con una pantalla es una espada de doble filo. También puede volverse molesto con rapidez. Lo que me preocupa es que Cook y su equipo no han hablado tanto sobre cómo ayudar a filtrar alertas innecesarias. Hay todo un mundo de aplicaciones que estarían felices al vibrar o sonar en mi muñeca, aunque no las necesite.

Apple informó que tendremos cierto control sobre las alertas a través de nuestros iPhones. Sospecho, no obstante, que el secreto para que el Apple Watch se vuelva útil en mi vida dependerá de que consiga un balance justo en este aspecto.

Fuente: The Wall Street Journal, 10/03/15.

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¿Su Familia o su BlackBerry?

septiembre 5, 2013

Cuando el ultimátum es su Familia o su BlackBerry

Por Elizabeth Bernstein

Cuando sale a cenar, ¿ocupa su Blackberry un lugar en la mesa? ¿Chequea su esposa el correo electrónico antes de decirles ‘buenos días’ a los niños? ¿Duerme su hijo con su laptop?

Si la mayoría de respuestas a estas preguntas es afirmativa, puede ser el momento de una desintoxicación tecnológica.

Al igual que una dieta estricta que prohíbe todas las comidas procesadas por un tiempo con la promesa de asegurar una buena salud a largo plazo, una limpieza tecnológica significa desconectarse completamente durante un lapso breve para el beneficio de sus relaciones interpersonales.

Pero ojo: al igual que con cualquier otra dieta, no es fácil.

Hace poco, Diane Broadnax, una investigadora clínica de Maryland, se hartó de cómo su familia, cada noche, se dispersaba hacia diferentes computadoras en la casa. Anika, de 4 años, miraba Dora la exploradora en una portátil en la cocina, mientras que Jasmine, de 12 años, jugaba en línea con sus mascotas virtuales. Su esposo, Lonnie Broadnax, de 50 años, se iba al estudio para mirar una película de ciencia ficción mientras ella preparaba la cena a la vez que revisaba su correo electrónico. «Pasaban los días y no conversábamos», lamenta Broadnax.

Una noche en noviembre, le propuso un plan a la familia. Durante una semana, se privarían de todo entretenimiento digital (e-mail, mensajes de texto, Facebook, películas en DVD y videos en línea). Las computadoras y demás artilugios tecnológicos sólo podrían usarse para trabajar o para las tareas de la escuela. Horrorizada, Jasmine dijo que eso no era mucho mejor que ser castigada.

La señora Broadnax insistió. La noche siguiente preparó la comida favorita de su familia (arroz con pollo) y puso velas en la mesa. Pero cuando todo el mundo se sentó a comer, la conversación era rígida. Las niñas respondían con monosílabos a las preguntas de sus padres. Incluso ellos estaban incómodos.

«Todos pensamos: ‘Estamos sentados a la mesa tal como se supone que debemos hacer pero, ¿ahora qué hacemos?'», recuerda Lonnie, un diseñador de páginas web. La cena se volvió tan incómoda que decidieron saltarse la torta de chocolate que Diane había preparado para el postre. Luego Lonnie se sentó a leer un libro. Jasmine se fue a su habitación. Anika jugó con juguetes en la cocina mientras Diane lavó los platos e hizo unas llamadas de trabajo.

adictos a facebookA pesar de que estamos constantemente conectados, nuestros aparatos electrónicos frecuentemente nos mantienen separados. Los mensajes de texto causan malentendidos. Facebook hace que nos pongamos celosos. La televisión nos vuelve perezosos o demasiado cansados para el sexo (hace algunos años, un estudio italiano mostró que las parejas que tienen un televisor en el dormitorio tienen sexo la mitad de veces que las que no lo tienen).

adictos al smartphone 03Algunos terapeutas recomiendan las desintoxicaciones tecnológicas. Sharon Gilchrest O’Neill, de Nueva York, una psicóloga especializada en matrimonios y familias, dice que la tecnología es una distracción para la familia y es difícil de resistir porque es portátil y provee una gratificación instantánea. También es un escape fácil si hay problemas en la relación. «La tecnología debe estar en la lista de las principales razones por las que la gente se divorcia, junto con el dinero, el sexo y los hijos», dice. Ha visto parejas que se comunican casi exclusivamente vía mensajes de texto, e-mails y mensajes de voz. «Tiene que haber algún momento en la semana cuando toda la familia esté junta y se apaga la tecnología», aconseja.

¿Interesado en una limpieza tecnológica? A continuación, algunos consejos de personas que han aprendido de la experiencia:

— Avise con tiempo a su familia. Necesitan tiempo para prepararse mentalmente.

— Clarifique su objetivo. Procure no sustituir la tecnología por otra actividad que lo aísle.

— Despréndase de los aparatos gradualmente. Puede que al principio una semana —o incluso un día— sea demasiado tiempo de desconexión.

— Sea claro respecto a las reglas. ¿Se permitirán las llamadas y los correos electrónicos vinculados al trabajo? ¿Está permitido conectarse a Internet para las tareas de la escuela? ¿Cuál es el castigo para una trampa?

— Utilice la tecnología como herramientas para desconectarse. Recurra a Facebook, Twitter o el correo electrónico para decirles a su familia y amigos que no va a estar conectado.

— Haga de su dormitorio una zona libre de medios de comunicación.

— Una vez superada la fase de desintoxicación, aprenda a evitar perder el tiempo yendo de una búsqueda en Internet a otra, y a otra, y otra. Así puede desperdiciar horas.

— Permita que haya solamente una pantalla en funcionamiento. Por ejemplo, si está mirando televisión, dedíquele toda su atención, en vez de estar mirando al mismo tiempo su computadora o su iPhone.

La familia Broadnax mantuvo su limpieza tecnológica durante cinco días. Entonces, una noche, Diane llegó del trabajo y se encontró a su marido y sus dos hijas jugando una partida de Trivial, moviendo piezas alrededor de un tablero y leyendo preguntas de la pantalla de una computadora. Los tres se estaban riendo. «Aquí estaba la solución casi perfecta», dice. «La familia estaba interactuando con la tecnología. La pantalla estaba ahí, pero no era el centro de atención».

Fuente: The Wall Street Journal. Enero 2011.

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