En lugar de aniquilar el Nafta, Trump apuntaría a negociar cambios radicales
El presidente electo despotricó contra el tratado comercial durante la campaña y amenazó con retirar a EE.UU.
Por William Mauldiny David Luhnow.
Donald Trump (derecha), durante su visita en agosto a México, donde se reunió con el presidente Enrique Peña Nieto, en medio de la campaña presidencial.
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En lugar de aniquilar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés), Donald Trump y sus asesores parecen dispuestos a lograr cambios sustanciales en las normas que gobiernan el intercambio comercial de Estados Unidos con México y Canadá. Se trata de un esfuerzo que puede ser difícil de negociar y peligroso para la economía regional.
El presidente electo despotricó contra el Nafta durante la campaña y amenazó con retirar a EE.UU. del pacto, pero solamente si México rechaza hacer modificaciones sustanciales.
Trump no ha publicado un documento que exprese su nueva visión del Nafta, pero sus comentarios y los de sus asesores sugieren que quieren grandes cambios. Uno de los más probables es la imposición de aranceles especiales u otras barreras con el fin de reducir el déficit comercial estadounidense con México y de nuevos impuestos que perjudicarían a las empresas de EE.UU. que han trasladado producción al sur de la frontera. Su equipo también podría tratar de eliminar una cláusula del Nafta que permite que las compañías mexicanas y canadienses cuestionen las regulaciones estadounidenses al margen de los tribunales.
Se espera que, poco después de asumir la presidencia, Trump solicite al gobierno examinar las ramificaciones de abandonar el Nafta, según un memorándum del equipo de transición sobre el cual informó el canal de noticias CNN. El documento indicó que disputas de larga data entre los signatarios, como los rótulos de denominación de origen en el caso de la carne y exportaciones coníferas canadienses, pueden ser abordadas en un Nafta revisado.
Hay mucho en juego. EE.UU. importó y exportó un total de US$1,1 billones en mercancías desde y hacia Canadá y México el año pasado, comparado con unos US$700.000 millones con la Unión Europea y US$600.000 millones con China.
Canadá y México están entrelazados con EE.UU. en un complejo sistema de cadenas de suministro y algunos componentes cruzan la frontera más de una vez antes de que el producto final llegue a los consumidores. Un desmantelamiento del Nafta trastornaría numerosos sectores y la principal víctima sería México, que se promueve como una plataforma que ofrece a los fabricantes globales acceso exento de impuestos a EE.UU.
El gobierno mexicano ha manifestado su disposición a actualizar el tratado firmado hace 22 años, incluyendo nuevos capítulos sobre el comercio electrónico y otros aspectos que no existían a mediados de los años 90. México también firmaría un compromiso para prevenir la manipulación de la moneda puesto que tiene un tipo de cambio flotante.
Los funcionarios mexicanos, no obstante, son renuentes a renegociar los aranceles y las cuotas a las exportaciones.
“No nos podemos perder en la discusión antigua sobre la política tradicional arancelaria (…) Es un debate del siglo pasado”, dijo el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, ante un grupo de empresarios hace unos días. La reapertura del Nafta crearía una larga fila de intereses especiales en los tres países tratando de obtener protección, agregó.
Jaime Serra, quien era el secretario de Comercio de México cuando se negoció el Nafta, dijo que medidas como una restricción voluntaria de las exportaciones no debieran formar parte de las negociaciones. Las cuotas a las exportaciones, manifestó, serían el comienzo del proteccionismo puro y sería un autogol para ambos países.
El Nafta, cuya negociación concluyó durante el gobierno de George Bush padre y fue puesto en marcha durante la gestión de Bill Clinton,eliminó los aranceles entre Canadá, EE.UU. y México después de un cierto lapso de tiempo y estableció las reglas del juego para la inversión, el empleo y el medio ambiente.
Trump advirtió en reiteradas ocasiones sobre la imposición de aranceles de dos dígitos sobre las exportaciones de México a EE.UU. como una forma de reducir el déficit comercial, al que el presidente electo atribuye la pérdida de empleos del sector manufacturero. Aunque el Congreso le otorga al presidente la facultad de imponer aranceles de emergencia, estos pueden ser cuestionados ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Las audaces advertencias de Trump a los socios comerciales podrían ser su postura inicial en negociaciones que podrían terminar con aranceles y otras barreras relativamente bajas al ingreso de productos mexicanos a EE.UU.
Trump y sus asesores parecen tener una fijación con el déficit comercial estadounidense, que el año pasado ascendió a US$61.000 millones solamente con México, y las formas de disminuirlo.
Algunos demócratas y grupos sindicalistas han acogido el uso de medidas más drásticas para reducir el déficit comercial. Los demócratas de la Cámara de Representantes que encabezaron la oposición al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), defendido por el presidente Barack Obama,se han mostrado dispuestos a colaborar con Trump para alcanzar lo que consideran una política comercial más equilibrada.
El representante demócrata Brad Sherman, de California, sugiere negociar en el marco del Nafta la opción de imponer aranceles especiales de hasta 4% sobre los bienes mexicanos para reducir el déficit bilateral a US$25.000 millones, excluyendo petróleo y productos agrícolas. “Los buenos vecinos tienen relaciones comerciales equilibradas”, señala.
Aparte de las barreras comerciales tradicionales, casos que llevarán a los tribunales y aranceles, Trump y sus asesores han analizado impuestos especiales sobre bienes manufacturados por empresas estadounidenses que han trasladado su producción fuera de EE.UU.
Entre varios planes tributarios, uno que cuenta con el respaldo de los republicanos de la Cámara de Representantes recaudaría dinero de los bienes importados a EE.UU., similar al impuesto al valor agregado que tienen que pagar los productos estadounidenses en el exterior. La medida podría ser desafiada ante la OMC, pero los asesores de Trump señalan que utilizarán la influencia de Washington en el organismo para cambiar la forma en que se trata el IVA y otros impuestos fronterizos.
Algunos expertos que han seguido de cerca los planes de Trump dicen que es probable que negocie la eliminación de algunas cláusulas del Nafta que se han vuelto impopulares, como el sistema de arbitraje internacional conocido como mecanismo de solución de disputas inversionista-Estado.
El arbitraje, codificado en el capítulo 11 del Nafta, permite que inversionistas de un país demanden a otro gobiernos y obtengan compensación al margen del sistema judicial tradicional cuando sienten que sus derechos han sido violados o su propiedad ha sido confiscada.
Si Trump no logra lo que pretende en las conversaciones, tiene la autoridad como presidente de sacar a EE.UU. del Nafta en cuestión de meses y podría advertir de ello en sus primeros días en la Casa Blanca, dicen abogados. Si EE.UU. abandona el Nafta, el pacto podría ser reemplazado por acuerdos bilaterales. Los asesores de Trump ya han dicho que prefieren estos acuerdos a los multilaterales.
El New Yorker definió al Presidente electo de los Estados Unidos como “un hombre hueco”.
En realidad, marcaba la frustración y, a su vez, el desprecio que los intelectuales y la elite política gobernante tienen no sólo por Trump, si no por quienes lo votaron.
Aun con el riesgo de simplificar demasiado, lo que está detrás del triunfo de Trump y no sólo del triunfo de Trump, es un severo cuestionamiento a la globalización, un desafío al “hombre de Davos”.
La elección de Trump retoma la alianza “conservadora-popular”, que había dejado el poder con las administraciones demócratas, que se habían aggiornado con predominio de las “clases medias tecnológicas y supereducadas” y los nuevos ricos del Sillicon Valley, financiados por Wall Street.
En otras palabras, Trump representa la idea de que la globalización es, básicamente, trabajo barato chino y de otras regiones, para desplazar mano de obra no calificada al resto del mundo.
Con manipulaciones de la moneda y artimañas comerciales para “abusarse” del mercado norteamericano (o los mercados internos occidentales).
La “nueva alianza”, entonces, en USA es la de los “ricos tradicionales” y la clase obrera que perdió el paraíso a manos de los nuevos ricos y de los trabajadores pobres del resto del mundo.
Lo que aparece cuestionado es el “programa” del Sillicon Valley: trabajo high tech y alto valor agregado en USA, y el trabajo “bruto” afuera.
Esto requería, en el corto plazo, compensar a los perdedores, con crédito, subsidios, etc.
La crisis financiera del 2008 puso una piedra en el camino en este programa, y la administración Obama pudo salir de la crisis, e imponer un programa de salud, pero fue incapaz de encontrarles, si lo hay, un lugar digno a los perdedores de la globalización. Reinsertarlos con educación y capacitación.
Esto divide a la sociedad norteamericana, como, dicho sea de paso, al resto de las sociedades del mundo occidental, entre los ganadores con la globalización, y los perdedores de corto plazo.
En general, casi por casualidad, esa división es “mitad y mitad”, por eso está resultando tan difícil predecir el resultado de cada elección y por eso las “grietas” se dan en todos lados, cada una a su manera.
Y por eso es más difícil «apostar» por un resultado electoral, en la Argentina, en España, en el Reino Unido, en Perú, o en Estados Unidos.
En muchos países, la “solución” ha sido subsidios y gasto público improductivo, crédito al consumo, y fiesta populista. Burócratas administrando una transición permanente. Pero esto no soluciona el problema, lo posterga, y cuando se agotan los recursos, viene la crisis.
Trump aglutina a los perdedores del modelo Davos.
Tanto desde el mundo del capital, como desde el mundo del trabajo.
Su objetivo es revertir la globalización así entendida.
Recuperar capitales y trabajo de baja calificación para los norteamericanos, protegiéndolos contra el trabajo barato chino o mexicano. Lanzar un ambicioso programa de infraestructura para devolverle competitividad a la economía norteamericana. Bajar alícuotas del impuesto a las ganancias. Denunciar los acuerdos comerciales que “entregan” el mercado interno estadounidense.
Atacar, en síntesis, el esquema de los tecnólogos del Sillicon Valley, y de los intelectuales “davosianos” newyorkinos que lo desprecian y lo consideran hueco.
Este nuevo escenario, más allá de lo que finalmente se implemente, o de sus dudosos resultados, es un gran desafío para la Argentina.
Justo ahora que íbamos hacia Davos, Davos se aleja.
Pero para la Argentina, no hay alternativa a la globalización.
Un país al que le “sobran” alimentos y, potencialmente, energía, con mano de obra de alto costo, y un mercado interno muy pequeño, sólo puede crecer abriéndose al mundo, atrayendo capital y tecnología de punta.
Ello implica que ahora habrá que hacer más rápido y más eficientemente, lo que se iba a hacer de todas maneras.
Inversión en infraestructura pro competitiva, y social. Reforma impositiva para bajar impuestos, y reforma del gasto para que esos impuestos alcancen y se baje el déficit más rápido. Y una reconversión inteligente de los perdedores.
Todo esto, antes que se recomponga la alianza proteccionista que nos mantiene estancados desde hace décadas e interrumpa el proceso.
Curiosamente, el triunfo de Trump ha puesto a la administración de Cambiemos en un lugar inesperado: La defensa de la globalización, desde un confín lejano, muy lejano a Davos.
Donald Trump ganó las elecciones de los Estados Unidos basándose en el “Make America great again”. A pesar de tener a todos los medios de comunicación y a una importante mayoría de Hollywood en su contra, de su discurso discriminatorio contra latinos y de su abusiva relación con las mujeres, ganó porque la gente vota con el bolsillo. Anti-globalización significa intentar recuperar los puestos de trabajo que EEUU perdió y exportó al resto del mundo:
En los últimos 25 años los puestos de trabajo de la clase media de Europa y los EEUU fueron destruidos y exportados a Asia. Sumado a esto, en los últimos 40 años el PBI per cápita de los ricos creció dramáticamente y el de la clase media se vio estancado:
El grueso de la población de los EEUU no ha logrado adaptarse a la velocidad del cambio que impone la globalización y el avance tecnológico. Y esto significa hoy una profundización de las diferencias en la distribución del ingreso en todo el mundo. No olvidemos que el capitalismo es un sistema fuertemente darwinista en donde el mejor se queda con todo.
¿Cómo afecta el triunfo de Trump al blanqueo argentino? Disminuye de forma importante la probabilidad de que los EEUU quieran intercambiar información con la Argentina (no olvidemos que el gobierno de Macri apostó todas sus fichas por Hillary Clinton), y disminuye también la probabilidad de que los EEUU se sumen al acuerdo multilateral de la OCDE (el Common Reporting Standard). El objetivo será simple: intensificar, a través del hermetismo, la captación de dinero no declarado del mundo y consolidar aún más la posición de los EEUU como paraíso fiscal del mundo.
Además de anti-globalización, Trump significa menos regulación. Este hecho tuvo un impacto inmediato en dos industrias que celebraron en grande: la bancaria y la farmacéutica.
Bancos
Como consecuencia de la crisis financiera del 2008, los bancos han venido sufriendo una presión regulatoria mucho más estricta por cuenta de la ley Dodd-Frank firmada por Barrack Obama en 2010. Esta ha sido la ley más agresiva desde la Gran Depresión para regular el sistema bancario de Estado Unidos. Justamente fue creada para evitar que casos como los de la burbuja hipotecaria o Lehman Brothers se repitieran.
Trump ha prometido modificar esta ley que limita la flexibilidad operacional e incluye severas provisiones a los bancos. “Dodd-Frank ha hecho que sea imposible que los bancos funcionen. Hace que sea muy difícil para los banqueros prestar dinero para que las personas creen empleos, para que las personas con negocios creen empleos. Esto tiene que parar”, declaró Trump en una entrevista para Reuters en mayo de 2016. Además de esto, menos regulación significará que hacer transferencias bancarias deje de ser una odisea. De rebote, esto también le facilitará la operatividad a las diferentes financieras/cuevas que realicen cable. El costo “de traer dinero de afuera” será más bajo con Trump que con Clinton.
Un día después de las elecciones, los precios de las acciones de algunos de los grandes nombres como J.P Morgan, Wells Fargo, Goldman Sachs y Morgan Stanley cerraron entre un 5% y 7% arriba. La tendencia siguió hasta el cierre del viernes. El movimiento del índice XLF (Sector Financiero) tuvo un gran salto:
Pharma/Biotech
Trump había prometido durante su campaña no tomar acciones para controlar los precios de los medicamentos. En cambio Hillary Clinton había prometido lo contrario. La suba del índice de Amex Biotech Index también ha sido contundente:
Conclusión:
Trump significa un resurgimiento del nacionalismo estadounidense. Su costado antiglobalización hará que busque menor intercambio de información financiera para atraer recursos a los Estados Unidos, en donde promete ofrecer una menor carga regulatoria.
Aquellos que estaban en la duda acerca de cuánto tiempo permanecería EEUU ajeno al intercambio de información internacional, hoy pueden estar seguros de que la cuestión está muy lejos de ser una prioridad para la Casa Blanca.
Estas son las ocho razones principales por las que Donald Trump salió victorioso, y ninguna tiene que ver con los emails negligentes de Hillary Clinton o con las mentiras que le atribuyen.
Por Carlos Alberto Montaner.
¿Por qué casi sesenta millones de norteamericanos votaron por Donald Trump y lo convirtieron en el próximo presidente de Estados Unidos? Eso hay que explicarlo.
Se trata de un multimillonario, habilísimo negociante que jamás ha sido acusado de filantropía, presunto evasor de impuestos, irrespetuoso con las mujeres, a las que atrapa por la entrepierna sin pedirles permiso, y con los discapacitados, de los que se burla, o con los hispanos, o con todo el que se le opone o detesta. Un tipo carente de filtros que dispara desde la cintura sin medir las consecuencias de sus palabras.
Estas son las ocho razones principales, y ninguna tiene que ver con los emails negligentes de Hillary Clinton o con las mentiras que le atribuyen. Las personas no suelen votar por esas causas, de la misma manera que a Trump no lo rechazó algo más de la mitad del electorado por las señoras que lo acusaron de haberlas manoseado. Esas son racionalizaciones del voto, justificaciones cerebrales, pero no las razones ocultas, casi todas vinculadas con cuestiones emocionales o intereses personales.
Primero, votaron por él porque es un macho alfa, como los etólogos clasifican a los líderes de la manada. Trump nació para mandar. Rezuma autoridad. Camina y gesticula como un jefe. Ese don de mando, como se le llamaba antes, se convierte en un sentimiento de seguridad entre los ciudadanos de a pie. Si Estados Unidos no fuera una democracia, lo llamarían «Duce», «Führer» o «Gran Timonel». Pertenece a la estirpe de los grandes caudillos.
Segundo, porque era un personaje famoso procedente de la tele y vivimos en «la civilización del espectáculo», como tituló Mario Vargas Llosa su notable ensayo. Nada atrae más la atención del norteamericano medio que los habitantes destacados de la caja tonta.
Tercero, porque es un magnífico comunicador que genera titulares. «Hablen de mí, aunque sea mal, pero hablen». Está intuitivamente dotado para nutrir a la prensa con la observación aguda, la frase escandalosa o el comentario desafiante. Novecientos periódicos lo atacaron y sólo uno lo defendió. No importa. Lo único que contaba era la celebridad.
Cuarto, porque advirtió que su mejor vivero de electores era la clase trabajadora menos ilustrada de las zonas rurales, frustrada y venida a menos durante el paso de la era industrial a la del conocimiento. Trump le prestó la voz y la llenó de ilusiones.
Quinto, porque supo crear un relato nacionalista de víctimas y victimarios, en el que sus electores eran honrados trabajadores que padecían los atropellos marginadores de la globalización.
Unas veces los chinos eran los victimarios que utilizaban una moneda artificialmente devaluada en la que vendían barato el fruto de su trabajo. Otras, eran los pérfidos mexicanos, que no sólo enviaban a Estados Unidos a su peor gente, violadores y delincuentes, sino que se aprovechaban de la ingenuidad norteamericana para estafar a sus trabajadores en los tratados de libre comercio. Trump, el maestro en el arte de negociar, anularía o reemplazaría esos acuerdos.
Sexto, porque Trump, a sus setenta años, a sus tres mujeres sucesivas y a su familia glamorosa, era la quintaesencia del patriarca exitoso en una sociedad (como casi todas) que no ha superado esa fase de la evolución de la especie.
Es verdad que las mujeres norteamericanas votan y son elegidas desde 1920 (cincuenta años después de que los varones negros pudieron hacerlo), pero a estas alturas del partido, casi un siglo más tarde, ninguna mujer ha llegado a la Casa Blanca y apenas un 5% dirige las grandes empresas del país. Con tetas, no hay jefatura.
Séptimo, porque el machismo y el sexismo, derivados del patriarcado, les exigen a las mujeres un comportamiento diferente al de los hombres. ¿Qué le hubiera sucedido a Hillary si hubiese exhibido una biografía genital como la de Bill Clinton o la de Donald? ¿O si hubiera discutido el tamaño y la profundidad de su vagina, como hizo Trump en relación con su glorioso pene? La hubiesen fusilado al alba.
Octavo, porque los demócratas llevaban ocho años en el gobierno y eso genera fatiga en una parte sustancial del electorado. Barack Obama llegó al poder prometiendo un cambio, mientras Hillary asoció su campaña a la continuidad. Eso no es atractivo. Es verdad que Obama se despedirá de la Casa Blanca con un 54% de simpatía, pero, simultáneamente, un 70% de la sociedad tiene una visión pesimista del futuro y ya se sabe que ese estado anímico conduce a la oposición y a la melancolía. Trump prometía un cambio. Era un salto hacia el pasado, pero era un cambio.
Es mujer, musulmana e inmigrante, y votó a Donald Trump
El voto silencioso: Asra Nomani, ex periodista del Wall Street Journal, nacida en la India, explica sus razones en una nota publicada en The Washington Post.
Asra Q. Nomani, una ex periodista del Wall Street Journal durante 15 años, musulmana e inmigrante de la India en los Estados Unidos./ Twitter @AsraNomani
WASHINNGTON — «Esta es mi confesión y mi explicación«, dice Asra Q. Nomani, una ex periodista del The Wall Street Journal durante 15 años, musulmana e inmigrante de la India en los Estados Unidos, además de académica, escritora e invitada especial a programas políticos en el prime time de la TV norteamericana.Ni blanca, ni pobre ni poco instruida, ella votó por Donald Trump, en lo que ella misma define como el «voto silencioso» que acompañó al republicano secretamente hasta las urnas y ahora sale a la luz.
En una larga nota en The Washington Post titulada, «I’m a Muslim, a woman and an immigrant. I voted for Trump» (Soy musulmana, una mujer y una inmigrante. Vote por Trump), Nomani, quien vive con su hijo en West Virginia, da las razones de su voto.
«Yo, una musulmana de 51 años, una mujer ‘de color’ inmigrante, soy una de esos votantes silenciosos de Donald Trump. Y no soy una «intolerante», «racista», «chauvinista» o «blanca supremacista», como se los llama a los votantes de Trump, tampoco soy parte de alguna «reacción violenta de los blancos», escribe.
Nomani, que eligió la conservadora Virginia para vivir porque ese estado ayudó a que Barack Obama sea electo como primer presidente negro de EE.UU., sin embargo en el último año, su brújula electoral viró. Se inclinó por Trump.
Y el martes de la elección, poco antes de que cerrarán las mesas, votó por el republicano y su vice Mike Pence.
Cuando Hillary finalmente admitió su derrota, Nomani vio como sus propios amigos tuiteaban la vergüenza que sentían por los «millones de norteamericanos» que comparten el odio, la división y la ignorancia. «Se supone que eso me incluye. Pero no. Ciertamente rechazo la trifecta ‘odio/división/ignorancia’. Estoy a favor de la posición del partido demócrata sobre el aborto y el matrimonio homosexual y el cambio climático. Pero soy una madre soltera que no puede pagar un seguro de salud bajo el sistema de Obamacare. El programa del presidente de hipotecas «HOPE NOW», no me ayudó. El martes, manejé hasta Virginia desde mi barrio en Morgantown (West Virginia), donde veo a la América rural y a los norteamericanos comunes, como yo, que aún pelean para llegar a fin de mes después de ocho años de gobierno de Obama«, escribió.
Pero a Nomani no solo la movió el «efecto» económico. Algo más le molestó. Y fueron las donaciones multimilllonarias de Qatar y Arabia Saudita a la Fundación Clinton.
«Eso mató mi apoyo por Hillary«, dice tras enumerar que no está de acuerdo con el «muro», la charla de vestuario de Trump o la prohibición a los musulmanes, y que sí quiere igual sueldo para las mujeres. «Pero confío en EE.UU. y no compro la exageración política que demoniza a Trump y a sus seguidores».
Nacida en 1965 en Bombay, y considerada a sí misma como una musulmana liberal, que tiene experiencia de primera mano con el extremismo islámico, Nomani se opuso a la decisión de Obama de «bailar» alrededor del ISIS.
«Lo que más me preocupaba era la influencia de la teocracias dictatoriales musulmanas de Qatar y Arabia Saudita en un EE.UU. de Hillary Clinton. Estas dictaduras no son ejemplos relucientes de sociedades progresistas con su fracaso en ofrecer derechos humanos fundamentales y vías para nacionalizar a los inmigrantes de India, los refugiados sirios y a toda la clase de esclavos de facto que viven en esas dictaduras», concluyó. Con esto en la cabeza, Nomani, no dudó y votó por Trump.
También en EE.UU. se cansaron un poco de los progres y el estatismo
Por Guillrmo Kohan.
Contra todos los pronósticos de los encuestadores. Contra el círculo rojo de la mayoría de los medios de comunicación. Contra la voluntad del Papa Francisco. Finalmente se dio el tremendo batacazo en Estados Unidos y ganó Donald Trump, el que no podía ganar. Por poco margen en la cantidad de votos, con el país dividido, muy parecido al triunfo de Mauricio Macri en la Argentina hace casi un año. Así como Cristina Kirchner resultó la madre de la derrota del oficialismo en 2015; también Barack Obama carga desde ayer con el mismo destino. En la última semana de la elección, llamó al electorado a votar por «mi tercer mandato».
Es obvio que las comparaciones son odiosas, y efectivamente hay enormes diferencias entre los colectivos sociales que acompañaron con el voto a Trump el martes en USA, y a Macri hace un año en Argentina. Sobre todo en los sectores de centro izquierda no peronistas, que no solo votaron por el ex presidente de Boca en las presidenciales, sino que también lo acompañaron en la ciudad de Buenos Aires en tanto la alternativa fuera el kirchnerismo. También Trump se beneficio del rechazo y cansancio de amplios sectores del electorado norteamericano a la figura de Barack Obama y lo que representaba: cada vez más impuestos, más regulaciones estatales en la economía, privilegios para las cúpulas sindicales y dirigentes sociales, un falso progresismo que terminó beneficiando con cargos y presupuesto estatal a los dirigentes más que a las minorías oprimidas que supuestamente representan. Y todo a cargo de las empresas y trabajadores del sector privado, que pagan la cuenta con impuestos cada vez más agobiantes.
Conviene apuntar que además de todas las barbaridades que se dijeron en los medios contra el ahora presidente electo, el que ganó el martes fue quien prometió bajar los impuestos a la clase media, a los trabajadores, y a las empresas que dan trabajo. Ganó el que prometió retirar al Estado de las regulaciones cada vez mayores contra la actividad económica.
Hasta Wall Street se comportó finalmente ayer al revés que los pronósticos más alarmistas: los mercados fueron una fiesta al final del día, con gran recuperación de los sectores económicos tradicionales de la economía norteamericana: bancos, laboratorios, construcción, armamentos, telecomunicaciones, entre otros, fueron los que más brillaron en los mercados.
Comenzaron a moderarse las expectativas tan negativas que se habían formulado durante la campaña electoral contra Trump en términos financieros. No parece lógico que un empresario que quiere recuperar el empleo y la actividad de las fábricas en Estados Unidos opte por fortalecer mucho al dólar con las tasas de interés en alza. Sería alentar con atraso cambiario las importaciones de todo el mundo a los Estados Unidos. El último republicano que pisó la Casa Blanca, George Bush Jr., asumió con el dólar a 0,80 contra el euro, y lo devaluó 100% hasta 1,60. La gran Duhalde, pero administrado de a poco.
Más interesante resulta volver la mirada a una realidad que se mencionó hace meses en esta columna, que otra vez parece volver a confirmarse. A Donald Trump, por lo visto, le va mejor en la calle que en la TV. No lo quieren la mayoría de los periodistas y lo detestan la mayoría de los artistas y los intelectuales. No alcanzó el homenaje al progresismo norteamericano que se intentó con el Premio Nobel a Bob Dylan para tumbar a Trump. Igual ganó
Lección interesante para el gobierno de Mauricio Macri, en particular para quienes le recomiendan disfrazarse de progresista para asegurar el apoyo de la opinión pública y no enfrentar al establishment políticamente correcto de los medios y la dirigencia política local. Con ingredientes que colocan el caso más en tono de comedia que de tragedia.
En la carrera por medir quién es más progre y menos empresario en el Gabinete, quedó en falsa escuadra hasta la canciller Susana Malcorra, quien hasta ahora conducía con gran profesionalidad la gestión menos culposa de la era Macri. En política exterior, la gestión Macri no es gradual, es claramente opuesta a lo que venía de la era K. Aún así, y con el resultado puesto, igual la ministra argentina se manifestó en público apenada por la derrota de Hillary. Semejante gafe no se la hubieran perdonado en las Naciones Unidas.
Agenda cargada le toca también a otro de los representantes del ala progre del Gabinete, el ministro Prat Gay, quien también se jugó a fondo por los demócratas, sin medir que ahora tendrá que ir a pedirles su salvación a los republicanos. Necesita que se mantenga el crédito externo tan fluido para financiar el déficit. Y que la administración Trump colabore con la Argentina en las cuestiones de información financiera para garantizar el éxito del blanqueo. Recalculando el camino, actualizando de apuro el GPS.
Trump gana la presidencia de EE.UU. en un final sorpresivo
El candidato republicano superó las expectativas en las áreas rurales y en algunos condados de clase trabajadora.
Por Janet Hook, Colleen McCain Nelson y Beth Reinhard.
Donald Trump en su campaña final en Grand Rapids, Michigan.
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La carrera presidencial de Estados Unidos cerró el martes con un final para el infarto que marcó la victoria del republicano Donald Trump frente a su rival demócrata, Hillary Clinton.
Aunque la mayoría de las encuestas mostraron a Clinton con una ventaja hasta el día de las elecciones, Trump superó las expectativas en las áreas rurales y algunos condados de clase trabajadora en muchos estados del país. El republicano consiguió tres grandes triunfos en estados clave: en Ohio, un estado donde su mensaje de populismo económico fue acogido, y en Florida y en Carolina del Norte, dos estados ferozmente disputados por ambos nominados.
Clinton logró victorias en Virginia y Colorado, dos estados reñidos en los que esperaba ganar. Sin embargo, Virginia, el hogar de su candidato a vicepresidente, Tim Kaine, estuvo disputado hasta el final.
Los resultados tan ajustados no fueron proyectados por los sondeos. Las elecciones proporcionaron una oportunidad histórica para los estadounidenses: elegir a la primera mujer presidenta en la historia de EE.UU., que tomaría la batuta del primer presidente afroamericano de la nación, o elegir a un novato político con la promesa de un cambio radical.
El próximo presidente se enfrenta a una nación profundamente dividida. Ambos candidatos fueron vistos negativamente por una mayoría de votantes, según las encuestas. Para muchos, los comicios presidenciales fueron considerados como una elección entre el menor de dos males.
Craig Joerres, de 50 años, de Waukesha, Wisconsin, dijo que necesitaba un whisky antes de votar el martes. “Ha sido una temporada electoral muy estresante”, aseguró. “Ambos tenían mucho odio”. Joerres señaló que votó por Trump para sacudir a Washington.
Liliana Sánchez, de 29 años, dijo que votó por Clinton, en parte, porque se sentía repugnada por Trump.
Unos 130 millones de estadounidenses votaron en la que ha sido una de las elecciones más impredecibles de la historia moderna. En juego no sólo estaba la presidencia, sino una vacante en la Corte Suprema de Justicia, así como el control del Senado.
Hasta mediados de octubre, los dos candidatos y sus aliados gastaron alrededor de US$1.400 millones en operaciones de campaña y publicidad para persuadir a los votantes estadounidenses.
Tanto Clinton como Trump votaron el martes por la mañana en su estado, Nueva York, después de un frenético fin de campaña que abarcó Nuevo Hampshire, Nevada, Florida y Michigan.
La campaña presidencial presentó a los votantes con un contraste de visiones, tanto sobre el estado de la nación como hacia dónde debería dirigirse.
Trump habló de un país en declive, agobiado por la inmigración ilegal, los malos tratados comerciales y las amenazas terroristas. El republicano calificó a Clinton como “corrupta”, pidió recortes de impuestos y prometió revocar la ley de salud del presidente Barack Obama.
El empresario de Nueva York dijo que construiría un muro a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México y enviaría a los que viven en EE.UU. sin permiso a sus países de origen.
Aun si no hubiera ganado, Trump habría dejado su propio sello en la historia política. Movilizó a millones de votantes con un contundente desafío al statu quo y dio voz a los agravios económicos y políticos de una clase media norteamericana.
Esos son sentimientos que han estado germinando durante años, pero surgieron con sorprendente fuerza con Trump, que fue desestimado como una celebridad de televisión cuando anunció por primera vez lo que parecía una candidatura quijotesca.
Donald Trump aventaja a Hillary Clinton por un punto en un nuevo sondeo
La carrera por la Casa Blanca. Por primera vez, el candidato republicano toma la delantera desde mayo. Así lo indica una encuesta de ABC News/The Washington Post publicada hoy.
Codo a codo. Donald Trump y Hillary Clinton, en la recta final hacia el 8 de enero. / AFP
El candidato republicano Donald Trump aventaja a su rival demócrata Hillary Clinton por un punto, la primera vez que encabeza una encuesta desde mayo, según un sondeo realizado por ABC News/The Washington Post y publicado este martes.
El magnate atesora una intención de voto del 46%, frente al 45% de Clinton.
El republicano no tardó en reaccionar a los nuevos datos.
«Wow, ahora lideramos la encuesta @ABC/@washingtonpost por 46 a 45. Hemos subido 12 puntos, la mayoría antes del escándalo de Hillary», escribió Trump, en referencia al escándalo que estalló la semana pasada cuando el FBI reabrió la investigación por los emails que Clinton envió desde un servidor privado cuando era secretaria de Estado.
El diario The Washington Post destacó que el sondeo tiene un margen de error de 2,5 puntos porcentuales (lo que implica que ambos candidatos están empatados), pero también puso de manifiesto el verdadero desplome del entusiasmo que los electores de Clinton muestran por la propia candidata.
De acuerdo con el sondeo, el entusiasmo por la ex secretaria de Estado cayó siete puntos como consecuencia del escándalo.
En ese sentido, el 53% de los electores de Trump se dicen «muy entusiasmados» con su candidatura, contra apenas 43% entre los electores de Clinton.
Hace apenas una semana, ese «entusiasmo» entre los electores de Clinton era de 51%, de forma que el sondeo detectó un claro enfriamiento entre sus seguidores.
El diario recordó que, cuando faltaba una semana para las elecciones presidenciales de 2012, el entusiasmo entre los electores de Obama era de 64% contra 61% de los de su adversario Mitt Romney.
El director del FBI, James Comey, anunció el viernes pasado el hallazgo de nuevos correos electrónicos que transitaron por un servidor privado que usó Clinton, en contra de las normas del Departamento de Estado.
The Washington Post también registró este martes que Clinton tiene una ventaja de 54% a 41% sobre Trump entre los electores que votaron anticipadamente, pero Trump tiene una delantera de 50% a 39% entre aquellos que dijeron estar seguros de que votarán el 8 de noviembre.
Esta nueva encuesta fue realizada entre el 27 y el 30 de octubre.
La economía estadounidense frente a una crisis sistémica de envergadura, ante un posible triunfo de Donald Trump.
Por Jorge Castro.
Un posible triunfo de Trump enfrenta a Estados Unidos con una posible crisis.
La Reserva Federal prevé una nueva disminución del PBI norteamericano este año, y lo ha reducido a 1,8% anual, por debajo del 2% estimado en junio (el FMI lo ha disminuido todavía más: 1,6%). Agrega una previsión aún más preocupante, y es que la tasa de crecimiento potencial de largo plazo (5/ 10 años) ha caído en una proporción similar. Asciende ahora a 1,8% anual y sería 1,5% por año a partir de 2018.
Esto significa que la actual situación depresiva de los Estados Unidos –el nivel de expansión de los últimos 7 años ha sido 2% anual, y cayó a 1,1% en el segundo trimestre de 2016– se prolonga y se proyecta en los próximos 5 a 10 años. Esta fase de recuperación de la economía estadounidense, que comenzó en julio de 2009, es la más débil desde la década del 30.
Lo notable es que se trata de una situación depresiva estable, y por eso se la ha denominado “nueva normalidad”. Pero a medida que esta estabilidad depresiva se extiende, se profundiza la caída de la tasa de crecimiento potencial y se acentúan las simientes de una nueva crisis. Es una estabilidad hondamente desestabilizante.
El futuro se torna en riesgo creciente al volcarse hacia el presente, porque las menores expectativas sobre el crecimiento futuro se convierten en incentivos negativos para la inversión y el consumo, lo que debilita aún más el crecimiento económico. La economía norteamericana –la primera del mundo– está en la búsqueda de una crisis de envergadura, probablemente de carácter sistémico. La cuestión no es si va ocurrir o no una crisis en Estados Unidos –y por extensión en el sistema mundial–, sino cuándo. Ocasiones no faltan, ante todo surge la fecha del 8 de noviembre de 2016, con la posibilidad de un triunfo de Donald Trump.
El límite de lo que está ocurriendo no lo fija el estallido de una crisis, sino lo contrario. La cuestión es saber cuándo el sistema político norteamericano logrará crear una estructura de incentivos capaces de desatar una etapa de expansión económica, con un dinamismo acorde a su fundamento tecnológico, que es a la nueva revolución industrial.
La globalización (1991/2016) muestra cuatro grandes acontecimientos geopolíticos: caída de la Unión Soviética (1991), ingreso de China a la OMC (2001), colapso de Lehman Brothers (2008) y elecciones norteamericanas del 8 de noviembre (2016). Las crisis orgánicas buscan una ocasión. “La crisis no es un rayo en un día de verano, sino el mal tiempo persistente” (Hobbes).
La disminución de las oportunidades de inversión que provoca la caída de la tasa de crecimiento potencial hace que la inmensa masa de capitales disponibles se concentre en las restantes. El Dow Jones alcanzó un récord histórico el 12 de julio de 2016 (18.347,67 puntos); S&P 500 logró su propio récord ese mismo día (2.152,67 puntos) y lo mismo hizo el Nasdaq (5.022,82).
Esto ocurre cuando el rendimiento de los títulos del Tesoro a 10 años ha caído a su menor nivel histórico en julio de este año (1,32% anual), lo que muestra que los inversores unen a su euforia bursátil una creciente preocupación por los equilibrios macroeconómicos. El nivel de los treasuries indica que el mercado percibe que EE.UU. enfrenta una perspectiva inminente de crisis grave. Wall Street es un sistema hipersofisticado de percepción de riesgos, donde “euforia y miedo” están estrechamente vinculados. No se trata de categorías psicológicas. Wall Street carece de aparato psíquico.
La falta de oportunidades de inversión acentúa la tendencia a la concentración de la riqueza en el segmento de arriba de la pirámide social, al tiempo que agrava la caída de la demanda doméstica y profundiza la estabilidad depresiva estadounidense.
La política de bajísimas tasas de interés de la Reserva Federal (0,25%/0,5% anual) no ha provocado la excepcional hiperliquidez del mercado financiero internacional, sino que es su consecuencia. El orden de los factores es esencial al producto.
La pérdida de US$915 millones de Trump en 1995 podría haberle ahorrado impuestos por años
Gracias a una estipulación del código tributario de Estados Unidos llamada pérdida operativa neta, es posible que Donald Trump haya eludido impuestos por hasta 18 años tras declarar una pérdida de casi US$1.000 millones en 1995. Un vistazo a qué es y cómo funciona esta estipulación.