Silencio de radio

octubre 19, 2015

Silencios

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

A una semana de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la campaña política parece terminar casi como empezó. Con los candidatos prometiendo un futuro venturoso, pero sin dar muchas precisiones instrumentales.

Es probable que las condiciones particulares que surgieron del resultado de las PASO y de las encuestas posteriores hasta aquí, y la ausencia de un debate amplio y menos guionado entre todos los candidatos (aunque bienvenido sea el puntapié inicial), hayan contribuido a los anodinos mensajes que se transmiten por los medios de comunicación.

Es tan “finito” el límite entre un Scioli ganando en primera vuelta o un Macri forzando la segunda, que ninguno de los dos quiere cometer ningún error y para ello siempre es más fácil callar que hablar. Sin embargo, las cuestiones económicas que heredará el próximo gobierno son de tal magnitud, que aun en silencio, ya no se pueden disimular.

La primera es la cuestión cambiaria. Una brecha del 65% indica un problema. Que los argentinos, no contentos con comprar los casi 5000 millones de dólares a precio oficial, que raciona la AFIP durante este año, quieran comprar más dólares, pagándolos un 65% más caros es toda una señal.

El problema se agrava si se tiene en cuenta que las reservas líquidas del Banco Central no permiten seguir con este ritmo de ventas mucho más.

Por si esto fuera poco, el resto de los países de la región ya ajustó sus tipos de cambio al nuevo escenario internacional y nuestro principal socio comercial, Brasil, no sólo ajustó, si no que “exageró” en medio de su crisis política.

Y este punto no es menor, el tipo de cambio oficial no ha reconocido ni la suba de costos internos, ni los cambios del escenario internacional, ni la fuerte devaluación brasileña. Como diría la Presidenta es too much.

El silencio “gradualista” de Scioli, o el silencio “de shock” de Macri, indican que esta política cambiaria no sobrevivirá el 2015.

La segunda es la cuestión fiscal. Un gasto público récord, una presión tributaria récord, y un déficit fiscal record, resultan insostenibles.

Seguir financiando el desequilibrio con el Banco Central, y la colocación de deuda, se puede por un rato más, pero no por mucho más.

El principal candidato para la baja del gasto son los subsidios a la energía. Pero el silencio de Scioli propone usar estos recursos para gastarlos en compensar el problema cambiario vía reducción de impuestos.

Pero si esto es así, el déficit no baja, y su financiamiento vía emisión tampoco, y el desequilibrio entre pesos y dólares y la inflación a estos valores continua.

El silencio de Macri, por su parte, también baja subsidios a la energía, pero no quedó claro si ese ahorro baja déficit, o financia planes de vivienda u otras promesas difusas de aumento de gasto.

La tercera cuestión, que surge de la interacción de las otras dos, con el Banco Central emitiendo en el medio, es la cuestión inflacionaria.

Queda claro que arreglar los temas fiscales y cambiarios tendrá efectos iniciales sobre los precios de la economía, aunque para salir del estancamiento los precios tienen que subir mucho menos que el aumento en el tipo de cambio oficial. (No sabemos cuántos precios ya están fijados al tipo de cambio libre).

Pero una vez reacomodados los precios relativos, la Argentina tiene que converger a una inflación “normal”.

Aquí los silencios de Scioli y Macri son gradualistas y ciertamente realistas, al menos para el primer año.

Pero siendo también realista, mirando la historia argentina, los problemas inflacionarios nunca se arreglaron gradualmente. Eso no quiere decir que esta vez no pueda ser diferente, pero habrá que probarlo.

En medio de estos temas claves, surgen cuestiones complementarias. Una es salir definitivamente del default. Otra es la necesidad de recomponer infraestructura en sentido amplio. Otra es la reinserción internacional tanto en los foros comerciales, como en los ambientales, regionales y políticos. Sobre estos temas, en algunos casos hay menos silencios, y en otros el silencio asusta. (¿Cuál es la propuesta ambiental que llevaremos a París en diciembre?).

A medida que se acerca el cambio de gobierno, la letanía de la década ganada va dejando paso a las verdades de una herencia con muchos pasivos y muy pocos activos.

A estas alturas, por más palabrerío y ruido que introduzca el relato en las cadenas nacionales, los sonidos del silencio son más importantes.

Fuente: Perfil, 18/10/15.

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Argentina en cuenta regresiva

octubre 5, 2015

CUENTA REGRESIVA

Enrique Szewach

Enrique Szewach

Ya entramos en la cuenta regresiva de la política. Según los encuestadores más serios, la foto de las PASO no ha cambiado demasiado.

Al parecer, Scioli, después del “water” gate, el fraude gate, el “candidato de transición” gate, y el “no debate” gate, no ha podido aumentar su caudal de votos.

Macri, por su parte, después del Niembro gate, y el Moyano gate, parece que tampoco.

Mientras que Massa, con la audacia del “perdido por perdido”, ha logrado consolidar los votos que tenía y sumar a los que había logrado De la Sota.

Con este panorama, Scioli sigue a puntitos de ganar en primera vuelta, y Macri sigue a puntitos de ganar en segunda.

Un escenario bien complejo, en dónde, por ahora insisto, sólo en la madrugada del 26 de octubre, tendremos más definido el panorama.
Pero mientras la política cuenta ansiosa los días, la economía de corto plazo la definen los pocos dólares que van quedando en el Banco Central.
Son pocos en términos absolutos, porque con el empeoramiento del escenario global y en especial Brasil, y con el sistemático aumento de costos internos en dólares y las expectativas de cambio en la política cambiaria del 2016, el saldo comercial, es decir la única fuente de dólares genuinos que tenemos, se ha esfumado.

Y son pocos en términos relativos, porque el déficit fiscal financiado con pesos emitidos por el Banco Central, aumenta la demanda de dólares “baratos” que vende el Central, contra los pesos que emite el Central.

En otras palabras, faltan dólares, por caída de la oferta exportadora, y por la corrida para conseguir dólares a precio oficial. Corrida financiada por el propio Banco Central, emitiendo para pagar el gasto público.

En este contexto, y teniendo en cuenta que difícilmente el gobierno decida modificar su política cambiaria después de las elecciones, surgen dos interrogantes. ¿Alcanzan los dólares hasta el 10 de diciembre?. ¿Qué hará el nuevo gobierno, cualquiera sea el ganador, ante un Banco Central “pelado”, como muy bien describió don Mauricio?.
Especulemos en torno al primer interrogante.

Si hay un Presidente electo en la madrugada del 26 de octubre, es probable que, ante la escasez de dólares, y la negativa del gobierno a reconocer el verdadero precio del dólar (Recuerde que la devaluación ya se hizo, y el único que no se enteró es el Banco Central), se profundicen las restricciones y el cepo se cierre más, o inclusive, que haya cierto “desdoblamiento” para las operaciones no imprescindibles, con otro mercado a otro precio. (¿Será por eso que insisten tanto en “pesificar” de prepo las inversiones y bajar la brecha, para que ese otro precio no sea tan alto?).

El “problema” económico surge si la madrugada del 26 entrega un conflicto “a la tucumana” o una segunda vuelta al 22 de noviembre.

En ese caso, será difícil que se cambie la política formalmente, y lo más probable es que sigan los manejos discrecionales actuales. (Modificación en la “fórmula de la Coca Cola” con la que la AFIP raciona los dólares ahorro, para vender lo menos posible. Y apretadas varias, a inversores, importadores, agencias de turismo, etc.).

Dicho sea de paso, la pesificación forzada de estos días, y la obligación para inversores institucionales de comprar ciertos instrumentos “promocionados”, esconde un fenomenal subsidio al endeudamiento de unos pocos, financiado con el ahorro, y la pérdida de solvencia de compañías de seguros y otras instituciones.

Debe ser el primer caso en el mundo en que los reguladores, en lugar de velar por la seguridad y solvencia de los que manejan fondos de terceros o tienen compromisos ante terceros, los obligan a perder solvencia, para mantener baja la brecha cambiaria.

En un país en serio, con entes reguladores profesionales, esto no pasaría.

En un país en serio, un fiscal y un juez ya estarían actuando.

Claro, “un país en serio” era lema de campaña de Néstor, no de Cristina.
¿Y después del 10 de diciembre?.

Después del 10 de diciembre el Banco Central pelado y el fenomenal atraso cambiario, obligarán al próximo gobierno a salir corriendo a buscar dólares de dónde sea, y a instrumentar una política cambiaria (inserta en una política integral, obviamente), que permita reencausar los flujos de divisas hacia el país.

Ya habrá tiempo para discutir este tema, pero si sigue así la tendencia, hasta el gradualismo será de shock.

Fuente: Perfil, 04/10/15.

 

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El Presupuesto argentino 2016

septiembre 21, 2015

Un mal chiste

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

Recuerdo la historia de ese delincuente que, condenado, ingresa en una cárcel en dónde ya hay presos que cumplen largas penas.

A la hora del almuerzo, cuando todos se juntan, alguien, cada tanto, dice un número en voz alta, y todos se ríen.

Intrigado, el nuevo preso pregunta la razón y un compañero le responde “ya nos sabemos los chistes de memoria y los tenemos numerados. Alguien dice un número, nos acordamos del chiste, y nos reímos”.

El nuevo preso, entonces, decide probar y grita ¡veinte!, pero nadie se ríe.
Lo mira confundido a su informante y éste le responde “y bueno ¡no todos tienen la gracia necesaria para contar un chiste!”.

El Ministro Kicilloff 01 acaba de presentar un nuevo presupuesto al Congreso.

Hubiera podido ahorrarse tiempo y esfuerzo, simplemente numerando, como en el cuento, los ítems que se repiten todos los años y diciendo en voz alta dichos números.

Los legisladores que asisten rutinariamente a esta ceremonia todos los años, y dado el dibujo habitual que caracteriza a esta “ley de leyes”, también, como los presos, pudieron haberse reído ante cada número que hubiera voceado el Ministro.

Sin embargo, “esta vez es diferente” y el Ministro parece haber perdido la gracia necesaria para contar un chiste. ¿Por qué esta vez es diferente?. Simplemente, porque hasta el año pasado el Presupuesto era un dibujo que ejecutaba el mismo gobierno que lo escribía. Esta vez, en cambio, lo ejecutará un nuevo gobierno.

Y el Presupuesto era un dibujo, no sólo por las fantaseosas estimaciones macroeconómicas que le servían de base, sino también, como saben, porque el Ejecutivo, hasta ahora, tenía la atribución de modificar partidas sin autorización del Congreso, y contabilizar como ingresos genuinos montos que, en realidad, corresponden a endeudamiento.

Además, como todo está en valores nominales, en alta inflación tampoco los datos reflejan mucho de la realidad. En este nuevo contexto, el Presupuesto presentado por el Ministro incluye varias trampas. La primera conceptual.

El Ministro presenta un Presupuesto “sin ajuste” con el argumento que la Argentina así está fenómeno, que sólo tiene algunos problemas derivados del mundo y que cualquier propuesta en contrario será obra “de la derecha”, “de la antipatria” de los “enemigos del pueblo”.

En otras palabras, sugiere una opción que no está disponible, la continuidad, y luego acusa a quienes proponen cambios, de querer generar un caos y un ajuste innecesario.

La verdad, obviamente, es otra. Como lo muestra el espejo de Brasil presente, o de la Venezuela de estos años, la continuidad no está disponible y ese “número” es un chiste malo, muy malo.
Además de esta trampa conceptual, existen trampas específicas.

Si el próximo gobierno decide que parte del ajuste fiscal se haga a través de un incremento de los precios del servicio eléctrico, tendrá que modificar el presupuesto reduciendo los subsidios económicos.

Si decide capitalizar al Banco Central reemplazando los “vales de caja” que le deja este gobierno en el activo, por bonos con precio de mercado, deberá modificar el presupuesto.

Si piensa arreglar con los holdouts y colocar nueva deuda, también tendrá que ir al Congreso y modificar varias leyes. Si piensa, en general, revisar el despilfarro presupuestario de la actual administración, también tendrá que reformular el presupuesto.

Obviamente, todo esto puede hacerse, y es mejor para la democracia republicana y federal, que sea producto, con en cualquier país normal, de una negociación en el Congreso. Lástima que el oficialismo, tiene otras intenciones.

En lugar de mostrar una actitud colaborativa y abierta, ofreciendo un debate amplio y constructivo post electoral, para concretar un presupuesto consensuado, , pretende sancionar el Presupuesto antes de las elecciones presidenciales y obligar al nuevo gobierno a tener que “debutar” modificándolo.
Y allí está la trampa mayor.

El oficialismo “duro” se reserva una cuota de poder en el Congreso para poder vetar lo que no le guste, y ser el custodio del proyecto, para el que pretenden “la reelección”.

Quiere que el próximo gobierno tenga que someterse a la minoría con capacidad de dar quórum o número para votar leyes. En otras palabras, “mudar” el poder desde la Casa Rosada a los guardianes de la revolución. Y eso no es un chiste.

Fuente: Perfil, 20/09/15.

 

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La falacia de la sustitución de exportaciones

septiembre 7, 2015

Sustitución

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

La Presidenta “festejó” en la semana que pasó el Día de la Industria (“seré curioso, señor Ministro ¿De qué se ríe?, preguntaría Mario Benedetti), con la curiosa idea de “sustituir exportaciones”.

En realidad, es una política que ya puso en práctica en el sector energético, en dónde la Argentina de estos años pasó de exportar por más de 6000 millones de dólares a tener que importar por otro tanto.

No contenta con el fracaso energético, una de las causas, dicho sea de paso, de los graves problemas de flujo de dólares que tiene el país, propuso extender dicho fracaso a una industria que ya bate récords de importaciones per cápita, y que cada vez produce menos para exportar, por falta de inversión y por la suba continua de los costos.

Se ve que la Presidenta coincide con la irónica definición de éxito de Winston Churchill que decía que el éxito consistía en “ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.

En ese sentido, resulta conmovedor su entusiasmo por el fracaso de la política económica, en particular, en el sector industrial.

Resulta claro que, en los tiempos que corren, y dado el tamaño relativo de la Argentina, un país de ingresos medios y poca población, la única alternativa razonable para la producción industrial argentina, es la de tener al mundo como mercado, y yendo de lo cercano a lo lejano, aprovechar las ventajas arancelarias y geográficas con los países vecinos. En particular, el mercado brasileño.

Sin embargo, en el período en que toda Latinoamérica incrementó su capacidad de importar, por el mayor valor en dólares de sus productos de exportación, la industria argentina, no sólo no aumentó su participación en los mercados regionales, salvo excepciones, si no que decreció.

Y esto no se dio por un mayor mercado interno, si no que verificó en un contexto en que la industria no ha dejado de caer en los últimos dos años y en dónde, como señaló el Presidente de la Unión Industrial, el PBI industrial per cápita, es el mismo que hace…40 años.

Y este fracaso de la política industrial, en dónde las pocas historias de éxito, se dan, salvo alguna excepción, en contextos artificiales, de subsidios, regalos impositivos, y mercados cerrados, es, a su vez, el fracaso de la inclusión social, y de salarios reales elevados de manera sostenible.

En efecto, en el sector industrial, sólo se pueden pagar salarios altos permanentemente, si se logra una gran productividad por trabajador. De lo contrario, la suba de salarios encuentra su techo, tarde o temprano, y viene el temido “ajuste”.

Pero para lograr una gran productividad por trabajador, es necesario asociar a cada trabajador, con más unidades de capital y tecnología y con mayor capacitación y educación.

En otras palabras, más productividad es combinar mejor capital humano, con mejor capital físico. A su vez, esa productividad “interna” se tiene que insertar en un mejor ambiente “externo” con bienes públicos en cantidad y calidad suficientes, y con políticas tendientes a minimizar los costos de capital, para maximizar los ingresos del trabajo.

Está claro que la política industrial argentina ha sido, exactamente, la inversa a la arriba descripta.

El gobierno se empeñó en deteriorar la calidad y cantidad de los bienes públicos, incluyendo dos bienes esenciales como la moneda y las estadísticas. Incrementando, a su vez, los costos de esos bienes públicos de mala calidad, a través del sistema impositivo.

Está claro, además, que todo el marco regulatorio y de inserción global, tendió a elevar drásticamente los costos del capital y a reducir los plazos de financiamiento.

Al punto final de restringir, casi totalmente, la capacidad de ingresar fondos del exterior de manera “normal y habitual”. Elevados costos de capital, asociados a elevados costos del trabajo, fueron sumiendo al sector industrial en el aislamiento productivo y en el estancamiento.

Por lo tanto, lo que la industria argentina necesita con urgencia, es “sustituir políticas” y no exportaciones. Necesita una reducción sistemática de los costos de capital para incorporar tecnología que permita elevar los salarios reales y el empleo de calidad de manera sustentable. Y necesita más y mejores bienes públicos, incluyendo otra política monetaria y fiscal y otra política exterior. En síntesis, “sustituir” un mal gobierno por uno mejor. Falta menos.

Fuente: Perfil, 07/09/15.
Más información: www.szewachnomics.com.ar
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La realidad del cepo cambiario

agosto 24, 2015

Sincericidio

Por Enrique Szewach.

cepo cambiarioAl insistir con el argumento de que “si abrimos el cepo nos quedamos sin reservas”, el Presidente del Banco Central puso en negro sobre blanco, el problema clave de la Argentina de hoy.
Veamos.

Los dólares del Banco Central juegan contra los pesos de los privados. El Banco Central maneja la oferta de pesos, y tiene, en este momento, el monopolio de la compra venta de dólares de exportadores e importadores.

Pero es el sector privado el que decide cuánto de sus ahorros quiere mantener en pesos, y cuánto en dólares, en función de una serie de consideraciones, en particular la expectativa del precio futuro del dólar y su relación con la tasa de interés en pesos.

Lo que confiesa el Presidente del Banco Central es que hoy las expectativas de devaluación son tales, y la cantidad de pesos emitidos es tal que, si la gente pudiera, libremente, transformar parte de sus tenencias en pesos, en tenencia de dólares, el Banco Central se quedaría sin reservas, o la tasa de interés debería ser mucho mayor. O el precio del dólar oficial tendría que ser mucho mayor.

De allí que, para evitar agotar las reservas, o que el precio del dólar oficial refleje las expectativas de la gente, el gobierno limita, a través del cepo, la demanda de dólares.

Por lo tanto, el cepo es un instrumento para independizar la cantidad de pesos, en poder de la gente, de la cantidad de dólares en poder del Banco Central.

El cepo, entonces, ratifica que existe un desequilibrio en la relación pesos/dólares, que no se refleja en el precio del dólar oficial, o en la tasa de interés.

El cepo y el reconocimiento, por parte del Banco Central, de que su existencia es imprescindible, convalida las expectativas de devaluación y retroalimenta la necesidad de mantenerlo o de cambiar de política.

Pero mantener el cepo, como implica que el precio del dólar oficial es bajo, agrava el problema, dado que no entran dólares suficientes, y se demandan más dólares “subsidiados” para ahorro, turismo, etc.

A lo que hay que sumar un déficit fiscal descontrolado, que obliga a seguir aumentando la cantidad de pesos, desequilibrando más todavía la relación pesos dólares.

El gobierno podría argumentar que considera las expectativas de devaluación desmedidas y que, por lo tanto, mantiene el cepo como una forma de evitar que el precio del dólar se desborde, hasta tanto las expectativas se calmen, y se vuelva a la “normalidad”.

Pero, para sostener este argumento, las autoridades deberían demostrar, efectivamente, que el actual precio del dólar y el actual ritmo de devaluación es el correcto.

Sin embargo, se mida como se mida, está claro que los costos internos han evolucionado, en los últimos años, bien por encima de la variación del tipo de cambio oficial.

Y esto, sumado a la caída de los precios de nuestros productos de exportación y a las devaluaciones, respecto del dólar, de las monedas de nuestros socios comerciales, muestra que tenemos un problema de atraso cambiario importante. Y que, por lo tanto, las expectativas de devaluación no son un complot.

Y este escenario se consolida, cuando se considera la proyección del déficit fiscal financiado con emisión para los próximos meses, el nivel del gasto público y las perspectivas globales.

Todos los datos convergen, entonces, no sólo para indicar un atraso cambiario presente, si no, y es lo más importante, condiciones para empeorarlo, en el corto plazo.

En síntesis, la política fiscal llevó el gasto público a niveles insostenibles. Pese al récord de ingresos, también el déficit fiscal es récord.

Como no hay forma de financiarlo con crédito externo, el déficit se financia con emisión de pesos o con deuda interna, de manera que, como ya le conté, no hay forma de hacer política anticíclica con déficit fiscal, dado que “se le saca a unos para financiar a otros”, sin agregar demanda.
La emisión de pesos hace a la relación pesos dólares inconsistente, y para no quedarse sin reservas, se introdujo el cepo.

Pero, el cepo mismo, combinado con la continuidad de la política fiscal y el escenario internacional, genera expectativas de devaluación que paralizan la economía. Hasta que este círculo vicioso no se modifique, cambiando la política fiscal y reconociendo el verdadero precio del dólar, la economía no volverá a crecer.

Lo que dicen, mientras tanto, algunos candidatos, es “fulbito para la tribuna”.

Fuente: Perfil, 23/08/15 – www.szewachnomics.com.ar

cepo cambiario ilegal
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Modelo K agotado

agosto 3, 2015

AGOTADO

Por Enrique Szewach.

Argentina crece: ¡Bajo el agua!

Argentina crece: ¡Bajo el agua!

La economía se vincula con el escenario electoral desde dos dimensiones.

La que corresponde al “presente” y la relacionada con el “futuro”.

Desde el punto de vista económico, al momento de votar, la gente toma en cuenta cómo está su bolsillo pero, además, considera sus expectativas respecto de cómo estará en el futuro y decide en consecuencia.

Obviamente, una visión simplista indicaría que siempre un buen presente y buenas perspectivas de futuro premian al oficialismo. Y que un mal presente y una mala proyección del mismo, beneficia a la oposición.

Pero profundizando un poco más en el análisis, cuando se mira al futuro, también se considera qué candidato muestra más capacidad para “gerenciar” los problemas que se perciben, hacia delante.

Y esto último, no divide aguas, necesariamente, entre oficialismo u oposición.

Siendo un país presidencialista, altamente centralizado y con mucho peso de las “corporaciones” en sentido amplio, la mencionada capacidad de gerenciar el futuro, se evalúa más en “personas” que en qué lugar del espectro político se encuentra dicho candidato. Aun cuando, por supuesto, para una parte de la sociedad, el color político importa.
Puesto de otra manera, sea en forma intuitiva, sea con el corazón, o sea con un análisis profundo y racional, cada votante, siempre considerando exclusivamente la economía, toma en cuenta su presente, su expectativa de futuro y la capacidad del candidato de “gobernar” ese futuro para mejor.
En este contexto, el plan electoral del oficialismo es el de lograr que la gente concurra a votar con un buen presente, y con buenas expectativas respecto del futuro, y mostrar a candidatos capaces de “continuar” el camino.

Y el plan de la oposición es poner énfasis en los problemas del presente y su proyección hacia delante, y mostrar a candidatos con capacidad para darle solución a dichos problemas y ofrecer, por lo tanto, un futuro mejor.
Visto así, la economía no “se metió en la campaña”, como se ha dicho estos días, a partir del aumento de la dolarización de los portafolios de los inversores (más demanda de dólar ahorro, de bonos en dólares y aumento de la brecha con el dólar libre) y del empeoramiento del escenario internacional. La economía siempre estuvo en la campaña.

En todo caso, lo que ha pasado estos días es que, por un lado, el oficialismo encuentra problemas serios en lograr que el “plan hagamos una fiestita de consumo y prometamos más de lo mismo, para el futuro, y después vemos” siga funcionando. Y la oposición encuentra complicado seguir con su plan “no hablemos de economía, por ahora, para no dar malas noticias sobre lo que se viene”.

Lo que en realidad se ha metido en la campaña, es que cada vez se hace más evidente para más gente que la “continuidad” lisa y llana que se prometía desde el oficialismo, no está disponible.

Y no está disponible, porque el escenario global ha cambiado.

Los precios de los commodities han bajado, y lo que ganamos por un menor precio de los combustibles que importamos, lo perdemos y más con el menor precio de la soja que exportamos. Que el dólar se ha fortalecido respecto de todas las monedas regionales y hemos perdido competitividad. Y que, finalmente, nuestro principal socio, Brasil, está en medio de una recesión y una crisis política por el propio agotamiento de su populismo y por el estallido de casos de corrupción.

Solo por este cambio de viento, habría que reorientar las velas.

Pero sucede que, además, el intento de fiesta electoral ha generado niveles insostenibles de un déficit fiscal financiado internamente por el Banco Central directa o indirectamente.

Y que el “modelo” ha llevado a un tamaño del gasto público, imposible de solventar por el sector productivo.

Que el tipo de cambio real (consecuencia de ese tamaño del gasto público y del uso del precio del dólar como ancla antiinflacionaria, y crear ese clima de fiesta consumista), está como en los peores momentos de finales de siglo pasado.

Y que todo esto combinado con una presión fiscal también récord, frena la inversión privada y el empleo.

En síntesis, ahora está mucho más claro que el modelo está agotado y que le será difícil a los candidatos oficialistas defender el “más de los mismo” y seguir con la teoría de la conspiración para tapar sus errores. Y a los de la oposición, eludir su respuesta sobre qué proponen para retomar el crecimiento.

Fuente: Perfil, 02/08/15.

 

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Argentina: Crece el Déficit Fiscal

junio 1, 2015

Déficit Fiscal

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

El déficit fiscal sigue en aumento.

En números redondos, los ingresos crecen más o menos con la inflación (en torno al 25/30% anual), mientras que los gastos se incrementan a ritmo “electoral” (en torno al 40% anual).
Proyectando estos datos, y teniendo en cuenta que hacia finales del año el gasto aumenta, el próximo gobierno “heredará” un déficit difícilmente menor al 6% del PBI, entre 300000 y 400000 millones de pesos.
Esta herencia tiene tres aspectos relevantes.

El primero, es que este enorme desequilibrio se presenta con poco espacio para aumentar impuestos, dada la presión tributaria récord actual.
Tampoco hay mucho espacio para reducir la evasión. Es cierto que sigue siendo, en algunos impuestos, relativamente elevada. Pero no es menos cierto que ese fenómeno no obedece tanto a la ineficiencia de la AFIP, si no a la incapacidad de hacer rentable ciertas actividades, soportando la presión impositiva actual.

En otras palabras, la evasión puede reducirse algo, y también pueden eliminarse exenciones impositivas, pero para muchas empresas pagar totalmente sus impuestos implicaría la desaparición.
El segundo aspecto relevante de la situación fiscal, es el tamaño récord del gasto.

Aquí también, es cierto que pueden reducirse sustancialmente los subsidios económicos, que hoy financian precios artificiales de la electricidad y el gas o el transporte aéreo. Y que se concentran mayormente en sectores medios y altos de ingresos. Y que el sobre empleo público y el derroche y la corrupción en la obra pública son elevados.
Pero la sociedad argentina está hoy demandando “aumento de gasto público” y no reducción.

Quiere más bienes públicos y más Estado, y no menos. Más obras públicas y no menos.
Bajar el gasto, o reasignarlo, exige, entonces, enfrentar un conflicto que la política argentina, en general, no ha querido superar “por la buenas”.

Se ha preferido siempre la “licuación” al debate democrático.

El tercer aspecto del déficit fiscal, se relaciona con el modo en que este bache fiscal es financiado.
Se está utilizando el impuesto inflacionario, emitiendo pesos desde el Banco Central, y, complementariamente, algo de deuda que “desplaza” a la deuda que podría contraer el sector privado.

Pero cobrar un impuesto inflacionario de la magnitud del 25/30% anual para cerrar las cuentas obliga a restringir la compra de dólares. Obliga al cepo.

Me explico. Comprar dólares es la manera que los tenedores de pesos tienen de evadir el impuesto inflacionario.

Como el gobierno considera “natural” el impuesto inflacionario, también considera “ilegal” evadirlo.

Para evitar esa evasión, se prohíbe a los ciudadanos acceder libremente al mercado de dólares. Pero al prohibir la libre compra venta de dólares se limita también el ingreso de dólares. Al limitar el ingreso de dólares, se raciona la producción de bienes y la economía se estanca. En otras palabras, el déficit fiscal financiado con el Banco Central, genera inflación.

Para evadir el impuesto inflacionario, los tenedores de pesos, compran dólares.

Para reducir dicha evasión, el gobierno limita el acceso al mercado de dólares.

Al limitar el mercado de dólares, la oferta de dólares se vuelve escasa. Ante la escasez, se restringen las importaciones. Con menos importaciones, se produce menos, y la economía no crece. Relación directa entre inflación y estancamiento. Es decir la estanflación actual.

Obviamente, se podría mantener el déficit financiándolo con endeudamiento externo, o con una “lluvia de dólares” por mejoras en los precios de nuestras exportaciones, o vendiendo activos, (Vaca Muerta).

En ese caso, se reemplaza impuesto inflacionario por ingresos de impuestos a la exportación, o dólares de la inversión. Y esos dólares permitirían liberar el cepo, las importaciones y la producción, sin tocar el gasto.

Pero con este escenario internacional, estos precios relativos locales, el conflicto con los holdouts, y la reputación argentina, no parece que esta solución esté disponible en el corto plazo, al menos en las magnitudes necesarias.

Y si lo estuviera, endeudarse o destinar dólares a financiar este gasto público, sin revisarlo, tampoco sería aconsejable, ni conveniente.

Por lo tanto, replantear el gasto público en la Argentina “por las buenas” o “por las malas” será ineludible. Esperemos que sea por las buenas.

Fuente: Perfil, 31/05/15.

 

Las negociaciones paritarias, el costo laboral y los salarios

mayo 26, 2015

Salarios

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

En la economía global, los países compiten a través de sus empresas, ofreciendo productos y servicios a la mejor relación precio calidad.

En ese marco, las claves para competir surgen de la combinación del costo del capital y del costo del trabajo, insertos en un “ambiente” de mayor o menor productividad.

Un ambiente más productivo, definido, en el caso del trabajo, en base a la calidad de la educación y formación de los recursos humanos, y la aceptación de las mejores prácticas laborales, se “banca” costos laborales más altos.

De la misma manera que un entorno con buena infraestructura, reglas estables, presión impositiva en línea con la rentabilidad normal de cada actividad, la maldita seguridad jurídica (poder disponer sin “sorpresas” ni expropiaciones discrecionales de lo que es legal y honestamente propio), permite bajar los costos del capital.

También resulta clave la calidad y precio de los bienes públicos que afectan a ambos, desde los servicios de justicia, seguridad, y salud, hasta la provisión de una moneda estable.
A esto hay que agregarle que cuánto más innovadores y especiales sean los bienes y servicios que se producen, es decir cuanto más diferenciación y valor agregado, mayor también el costo laboral que se le puede “cargar”.

Y digo “costo laboral” y no salario, porque a los sueldos de los trabajadores hay que sumarle los impuestos al trabajo que se pagan adicionalmente y que forman parte del costo que se incluye por el trabajo en el precio de los bienes y servicios.

Establecidas todas estas perogrulladas, se podría enunciar que la meta de cualquier sociedad democrática, debería ser maximizar el salario real que reciben sus trabajadores.

Para lo cual, por lo antedicho, hay que ser capaz de ofrecer bienes y servicios de alta calidad, bien diferenciados, innovadores y, al mejor precio posible.

Y tener un “ambiente” que minimice los costos de capital. Usted, lector/a perspicaz ya debe imaginar hacia dónde apunto. En efecto. Las negociaciones paritarias.

La Argentina es un país en dónde las políticas públicas, en general, tienden a crear las condiciones inversas a las requeridas para maximizar los ingresos de los trabajadores.
Predominan malos y caros bienes públicos. El entorno tiende a maximizar los costos de capital, en lugar de minimizarlos. Los impuestos al trabajo son altos, dada la calidad de los servicios que se reciben a cambio. La estructura impositiva, el sistema educativo, y muchos otros factores, sesgan en contra de la diferenciación y especialización de productos y servicios, etc.
Lo que antecede es una descripción general, si bien es cierto que existen honrosas y admirables excepciones. Los salarios reales, entonces, se determinan en función de todo lo expresado.

Lo que hacen representantes empresarios y dirigentes sindicales, en sus negociaciones, y el gobierno, con su intervención, en todo caso, es fijar los salarios “nominales”. Si de dicha fijación se determinan salarios “reales” por encima o por debajo de los que determinaría la economía, tarde o temprano, los salarios convergen a lo que surge de las cuestiones arriba comentadas, más allá de la “voluntad” de las partes.

La forma en que la economía “se las arregla” para que esa convergencia se produzca es bastante conocida por nosotros, devaluación, inflación, recesión, desempleo, salarios en negro (se ajusta la baja productividad eludiendo impuestos al trabajo).

Por supuesto que esta convergencia no es “automática” , y hay períodos dónde, por razones especiales, se puede mantener, por un tiempo, un salario real por encima de la productividad de la economía. (Precios altos de los commodities, ingresos de capitales, o una crisis previa, que los fijó por debajo de la productividad).

Y por supuesto, también, que las negociaciones y la intervención estatal sirven para equilibrar asimetrías de poder y evitar situaciones abusivas.

Pero lo cierto es que si la Argentina no ataca, en serio, los temas que hacen al salario real, revirtiendo la calidad de las políticas públicas e incentivando mejoras en la productividad, bajas en el costo del capital, y diferenciación e innovación en productos y servicios, no se tendrá un aumento sostenible del salario real, ni una mejora de largo plazo de la calidad de vida de los trabajadores. Como lo prueba nuestra historia pasada y el futuro corto plazo.

Fuente: Perfil, 25/05/15.

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El ambicioso plan de Cristina Kirchner

mayo 18, 2015

Ambición

Enrique Szewach

Enrique Szewach

Por Enrique Szewach.

Hasta hace un tiempo, predominaba entre los analistas políticos la idea de que el gobierno prefería “perder” las elecciones y esperar volver en el próximo ciclo electoral, antes que trabajar a favor de un candidato oficialista que no representara cabalmente “la reelección del proyecto”.

Esa conclusión surgía tanto de analizar los dichos y discursos de las principales voces del kirchnerismo más duro, como de verificar los hechos, en particular en materia económica.

En efecto, parecía claro, desde la macro, que el gobierno había priorizado defender las reservas del Banco Central, aún a costa de un nivel de actividad y empleo entre estancado y cayendo, una brecha cambiaria elevada, y un consumo frenado.

Esa defensa de las reservas resultaba clave para la “calma cambiaria”, y esa calma permitía, en esa visión, que el gobierno entregara el poder a la oposición, cualquiera fuera, en estancamiento, sin crisis, pero con un fuerte desarreglo macroeconómico que obligaría al próximo gobierno a un cambio profundo e impopular de la política económica, por ser insostenible.

Cambio que podría capitalizar políticamente el kirchnerismo, como principal grupo de oposición.

Sin embargo, este plan original fue, aparentemente, reemplazado, por un plan mucho más ambicioso.

Ahora no se trata de firmar el empate, si no de salir a ganar.

Al parecer, el oficialismo supone que podrá “colonizar” a cualquier candidato oficialista que gane. O que podrá tener más masa crítica en el Congreso, en una lista ganadora, y luego, condicionar al futuro gobierno o inclusive, “pasarse a la oposición”, en cuanto el nuevo gobierno tenga que arreglar los actuales desaguisados.

Pero, cualquiera sea la especulación política que se haga al respecto, lo cierto es que el gobierno decidió bajar la bandera del “desendeudamiento”, e incrementar temporariamente las reservas del Banco Central, con fondos prestados por China, colocando deuda en el mercado, con deuda de YPF, y consiguiendo préstamos compulsivos de grandes importadores, (automotrices, ensambladores tecnológicos de Tierra del Fuego, etc.).

En otras palabras, el gobierno decidió endeudarse a tasas “de usura”, a plazos que vencen durante los próximos mandatos, no sólo para garantizarse la paz cambiaria, sino también para poder “aflojar” algo del cepo a las importaciones, al menos en los meses previos a las elecciones, y lograr incrementar la oferta de bienes.
Y para contener la brecha entre el precio del dólar informal y el precio del dólar oficial, calmando la voluntad de dolarización de los ahorros, aumentando la venta de dólares para atesoramiento que regula la AFIP.Por el lado de la demanda de consumo, si bien el gobierno presiona para moderar los incrementos salariales que surjan de las paritarias, intenta que el grueso de dicho aumento se concentre en la primera cuota, cuyo pago resulta inminente y previo al período electoral que se inaugura, en términos nacionales, en agosto.

La idea entonces sería “calibrar” la oferta y demanda de bienes para que, por un lado, haya dólares suficientes para incrementar la importación de insumos y por el otro, los salarios “nuevos” aumenten el consumo.

Por su parte el Banco Central, que había tenido durante el año pasado una política relativamente más “moderada” en la emisión monetaria, retirando pesos sobrantes con deuda de corto plazo (Lebacs), se encarga ahora de “aceitar” el escenario arriba descripto, emitiendo y liberando fondos, para que haya suficientes como para financiar el creciente déficit público (no inferior al 6% del PBI) y algo más de crédito al sector privado.

En síntesis, el plan “verano en otoño”, consiste en endeudamiento para mantener las reservas, entregar dólares ahorro y aflojar algo dólares para importar. Y paritarias y emisión para alentar el consumo y financiar el gasto público, sin un estrangulamiento crediticio. Todo en un contexto de dólar quieto y sensación de bienestar.

Sin embargo, dadas las expectativas de devaluación y “normalización” de precios, inevitables a partir de un próximo gobierno, se mienta lo que se mienta ahora, es probable que se empiecen a ver, con más intensidad, comportamientos preventivos que podrían conspirar contra el éxito del plan expuesto.

Siguiendo con la metáfora futbolera, cuando no se tiene con qué, salir a ganar a la descubierta, puede resultar una mala estrategia.

Fuente: Perfil, 17/05/15.

 

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Continuidad o Cambio

mayo 14, 2015

Continuidad o Cambio

Por Enrique Szewach.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

Las elecciones presidenciales siempre enfrentan a los votantes ante el dilema de elegir entre aquéllos candidatos que representan mejor la continuidad de lo que se viene haciendo, o entre quienes son percibidos como mejores abanderados del cambio.

Simplificando, cuando las cuestiones generales del país, y aquéllas vinculadas a la situación económico social resultan positivas para una mayoría de los ciudadanos, triunfa la continuidad.

Cuando la situación general y la economía en particular se muestran negativas para un conjunto mayoritario de la sociedad, gana el cambio. Pero estas opciones difícilmente se presenten tan tajantes.

Muchas veces la sociedad demanda continuidad en algunos temas y cambio en otros, haciendo más compleja la elaboración de una propuesta por parte de los candidatos. De allí la necesidad, para cada uno de ellos, de encontrar la “mezcla” adecuada de continuidad o cambio.

La alquimia justa, la fórmula mágica que les termine generando los votos. Sin embargo, para poder votar entre continuidad, continuidad con cambios, o directamente cambio, resulta clave que el electorado pueda evaluar qué elementos de la continuidad pueden, efectivamente, continuar, y cuáles, más allá de los deseos o voluntades, no podrán seguir, por más promesas de campaña que se realicen. Dos ejemplos relativamente recientes, uno local y otro regional, ilustran el punto.

La elección del 99 en la Argentina enfrentó a dos candidatos que representaban la continuidad con cambios. Sin embargo, diferían entre aquello que proponían cambiar, y aquello que deseaban continuar.

Fernando de la Rúa (paradójicamente un candidato de la oposición) proponía cambiar el estilo y los temas institucionales que dejaba el ciclo peronista, pero insistía en continuar con la convertibilidad, en particular con el “1 a 1”.

Por el contrario, Duhalde representaba la continuidad del “estilo peronista de gobierno”, pero sugería que el 1 a 1 estaba agotado.

La mayoría de los votantes prefirió seguir con la continuidad de la convertibilidad, aunque esa política, como se probó después, ya era insostenible a partir de la devaluación brasileña de principios del 99, la fortaleza del dólar en el mundo y la baja de los precios de los commodities. Todo esto agravado por el fuerte incremento del gasto público, en particular en las provincias, que obligaba a una fuerte deflación de precios y salarios para sostener el 1 a 1. Aquí los electores se equivocaron al votar a favor de una continuidad imposible.

Otro ejemplo ha sido la reciente reelección de Dilma Rouseff en Brasil. La presidenta brasileña prometía, al menos en materia económica, la continuidad. Mientras, el candidato de la oposición, impulsaba el ajuste y el cambio.

Dilma resultó reelecta, pero ni bien reasumió, tuvo que reconocer que la continuidad no era posible, y adoptó, prácticamente, el programa fiscal de su oponente, defraudando a sus votantes y confirmando lo insostenible de sus políticas.

Por lo tanto, para poder votar continuidad, cambio, o continuidad con cambios, resulta fundamental que los ciudadanos puedan conocer que parte de lo que quieren continuar es sostenible o que parte de lo que quieren cambiar es posible.

De lo contrario, los políticos terminan defraudando a sus votantes, o bien con conocimiento de causa, porque mienten respecto de lo que se puede o no se puede continuar.

O bien porque, mal asesorados por sus técnicos, prometen cosas que, luego, resultan incumplibles. En ambos casos, pierden popularidad, legitimidad y capacidad para gobernar.

Es aquí donde conviene introducir el tema de “la trampa populista”.

En efecto, después de años de populismo, una parte importante de la sociedad argentina se ha acostumbrado a una política económica que, a estas alturas, resulta ya insostenible en el tiempo y que requiere de malabarismos de todo tipo para durar unos meses más.

Pero el relato oficial resalta como logros permanentes, beneficios que se están agotando y cuyos costos habrá que pagar, indefectiblemente, más temprano que tarde.

Lo que el gobierno llama “la reelección del proyecto”, al menos desde la economía, resulta, básicamente, una utopía irrealizable. No se puede, simultáneamente, seguir manteniendo precios artificiales para los servicios públicos, récord de gasto, récord de presión impositiva, financiamiento monetario del déficit fiscal, y un valor artificial del dólar sostenido por restricciones, cuotas, prohibiciones, endeudamiento voluntario u obligado, sin profundizar la recesión, el estancamiento del empleo privado, la pérdida de competitividad por deterioro de la infraestructura, el desplome del comercio exterior y de la inversión.

Mucho menos bajo un escenario global, que reintroduce la fortaleza del dólar y bajas en los precios de los commodities. Quienes quieran testear la “continuidad” de estas políticas, pueden ver en la Venezuela de hoy, la Argentina de mañana.

En este contexto, entonces, resultará imprescindible que quienes compitan por la presidencia en las próximas elecciones puedan debatir y aclarar a los votantes que cosas concretas pueden continuar y cuales tendrán que cambiar.

En el campo específico de la política económica no hay una elección entre continuidad o cambio. La elección es entre distintas alternativas de cambio y con distintos ritmos, costos y beneficios.

Si la continuidad ha tenido como resultado la situación actual, la continuidad es parte del problema, no de la solución.

Si queremos retomar, en serio, una senda de progreso, los argentinos, más allá del marketing político, tenemos que ir a votar, teniendo claro que cosas resultan imposibles de continuar, y qué cambios resultan imposibles de postergar. Y poder evaluar, en ese contexto, quienes están mejor capacitados para la tarea y qué mecanismos proponen para aliviar los costos para los sectores más débiles, del fin de las fantasías del “modelo”.

Después de un largo período de artificialidades y mentiras populistas, la Argentina necesita un debate serio y realista de lo que se deberá enfrentar, al menos en el corto plazo.

Las extraordinarias potencialidades que presenta el país, sólo podrán desarrollarse, una vez que se dejen atrás estos años de relato vacío.

Después de tanta estadística distorsionada y exóticas teorías conspirativas, resulta imprescindible que, frenado el viento de cola, empiece a soplar entre nosotros, un poco del aire fresco de la verdad.

Fuente: Ámbito Financiero, 14/05/15.

 

 

 

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