Fuente: revistalibrecomercio.com, 02/08/17.
Video publicado el 31 de octubre de 2019
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diciembre 1, 2021
Simposio Internacional 09/09/21
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💥 🌎 La crisis en Afganistán y Medio Oriente y sus efectos en la economía. Gustavo Ibáñez Padilla
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PRIMER BLOQUE
SEGUNDO BLOQUE
Organiza: Itaju Comunicaciones
Contenido relacionado:
Por Julio A. Cirino, especial para The Post Argentina
INTRODUCCION
Lo sucedido con la caída de Kabul sorprendió a muchos, no solamente porque se suponía que la fuerza militar del gobierno de Kabul, entrenada y equipada por los Estados Unidos sería una defensa sólida frente a los ataques del Talibán, sino también por la capacidad tecnológica mostrada por los Talibanes.
De alguna forma, la imagen del Talibán se asociaba con “guerreros” armados a lo sumo con armas automáticas, pero no se les atribuía, fuera de algunos círculos especializados, la capacidad de montar verdaderas “ofensivas electrónicas” como la que hemos visto en las últimas semanas y que además venía desarrollándose silenciosamente desde meses atrás.
Esto lleva una vez más a releer lo que P.W. Singer plantea en su obra:” Like War” donde nos explica muy detalladamente como hemos superado el concepto clásico de “guerra electrónica” para meternos de lleno en el uso de las “redes” como un arma más del arsenal de los estados (y de los privados también…). [1]
La otra consideración, que solo mencionaremos y que no vamos a desarrollar en estas líneas se refiere a cómo estos verdaderos “arsenales” electrónicos están al alcance no ya tan solo de los estados sino también de quien pueda pagarlos…..
Recordemos que la historia del Talibán con los medios fue bastante accidentada, de hecho, la primera vez que llegaron a controlar Afganistán (septiembre 1996) prohibieron completamente internet y hoy utilizan miles de cuentas de Twitter (algunas abiertamente otras de modo anónimo). Hoy las torres para la comunicación celular están por todo el país, y los teléfonos móviles ya en 2019 (último dato disponible) superaban los 22 millones, se estima que hoy el 70% de la población tiene acceso a telefonía celular. Después de los ataques del 9/11 y de la invasión a Afganistán (2001) comienza la lenta reconstrucción de los talibanes aprovechando las facilidades que tácitamente les brindó Pakistán al tiempo que organizaron una estructura en red insurgente que no dejaría de operar con mayor o menor intensidad de acuerdo con las circunstancias y a la geografía.
Para el año 2002 se puede decir que el Talibán tiene funcionando una red de publicaciones, de DVD y audios cuyo contenido se centraba en marcar la corrupción del régimen de Kabul, la intromisión extranjera y la corrupción del gobierno entre otras cosas. Para el año 2005 ya existe una especie de sitio “oficial” del Talibán (Al Emarah) que llegó a publicar en cinco idiomas. Sin embargo, aún en 2006 la relación con los medios era hostil, ya que les acusaba de dar al Talibán un trato injusto. Simultáneamente reinaba la confusión ya que otros grupos utilizaban el rótulo de talibán generando confusiones en el aparato de propaganda.
Será recién en 2008 cuando el grupo pueda hablar de un “sistema” para publicitar sus acciones y un año después presentarán un sitio web en idioma inglés donde acusarán a occidente de una campaña de desinformación en su contra. Un año después estarán operando en YouTube y para 2011 tendrán una actividad sistemática en Facebook y Twitter. Dos años después aparecen en Telegram y Whatsapp. Con lo que no solamente llegaban a más gente, sino que ponían sus comunicaciones en plataformas ENCRIPTADAS.
Facebook, YouTube y Twitter sólo de tanto en tanto borraban el contenido del Talibán.
El deterioro del gobierno de Kabul ya es visible para el año 2017 y se nota en el aumento de la censura y la disminución de la información disponible, de hecho, a finales de ese año el gobierno de Kabul procura cerrar las operaciones de WhatsApp y Telegram, lo que repercutió muy negativamente en su relación con la prensa.
2021 EL TALIBAN 2.0 Y LOS FUTUROS POSIBLES
Con Kabul en sus manos y controlando, al menos por ahora, la casi totalidad del territorio hay preguntas que se hacen inevitables: El tema que parece más difícil de resolver se basa en que el grueso de la población, en particular las mujeres, llevaban viviendo en una sociedad, si bien “islámica” bastante adaptada al S.XXI, la pregunta obvia es si el Talibán intentará cambiar esto, como lo hizo en el pasado o si por el contrario adoptará una postura mas conciliadora, y en todo caso como repercutirá esto en toda la población.
Por otro lado, no pocos de los líderes del Talibán estaban en puestos de responsabilidad cuando se hicieron con el poder (1996-2001) pero además varios de ellos aparecen vinculados, más o menos cercanamente con al-Qaeda. Entre los estudiosos del tema parece, al menos por el momento existir un consenso en cuanto a que no es intención del liderazgo talibán desarrollar un país “moderno”.
Por lo pronto se anunció formalmente la creación del EMIRATO ISLAMICO DE AFGANISTAN, y la sharía será la ley que regirá el país.
Mientras el presidente de los Estados Unidos procuraba en su ultimo discurso ponerle “al mal tiempo buena cara” no sólo en Estados Unidos sino en el resto del mundo se repite la pregunta: qué va a significar esta derrota para la política exterior de USA, sus aliados y sus adversarios. Por de prontose suceden días de celebraciones en Siria, Somalia, Pakistán, Indonesia, Malasia, Tailandia y las Filipinas, por mencionar algunos ejemplos. Nuevamente estos hechos apuntan a señalar que estamos en presencia de las mencionadas “operaciones en red”, que podrán interconectarse en forma más o menos coordinadas dependiendo de cada caso. Es por ello que si estas celebraciones serán algo mas que eso, es algo que veremos en las próximas semanas y que, por otro lado no debe hacernos olvidar de las fuertes divisiones que agitan al mundo islámico.
Recordemos que estos acontecimientos no sucedían desde que la entonces Unión Soviética se retiró en derrota durante 1989 con lo que esta sería la segunda vez que una “superpotencia” se debe retirar de Afganistán sin cumplir ninguno de los objetivos que pretendía alcanzar.
El interrogante que se escucha hoy en casi todas las capitales es si el Talibán va a permitir (como lo hizo en el pasado) que el país se convierta en base para la “yihad”. En tal sentido recordemos que el acuerdo negociado con Estados Unidos en 2020 incluía la promesa del Talibán que al-Qaeda y sus apoyos no podrían instalarse de ninguna forma en el país nuevamente.
Existen pocas dudas respecto que tanto la salida de los Estados Unidos, como el modo de su ejecución van a ser visto como una oportunidad para la yihad.
Las preguntas obvias, que no tienen respuesta por el momento, son hasta que punto tomará nuevo impulso la yihad y que tanto podrá extenderse geográficamente, ya no sólo en Medio Oriente sino en Europa, Estados Unidos y el resto del hemisferio, sobre todo si se toma en consideración que esto ya ha sucedido. Pero además que otros “jugadores” podrán entrar en la partida; China ya lo está haciendo y en forma muy visible pero posiblemente no sea el único.
[1] Singer,P.W. LIKE WAR.
Fuente: thepostarg.com, 03/09/21
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julio 1, 2021
El 26 de diciembre 1991, tuvo lugar un hecho de extraordinaria importancia en la Historia universal.
Se trató de la disolución de la Unión Soviética, un acontecimiento de enormes repercusiones que pocos habían previsto. A decir verdad, sólo el historiador Andrei Amalrík y el premio Nobel Alexander Solzhenitsyn, disidentes rusos, habían tenido el valor y la visión para anunciar que semejante seísmo tendría lugar.
Aunque es indiscutible que la Guerra fría concluyó, no son pocos los que pretenden seguir analizando la situación actual del globo desde la perspectiva de un período histórico que terminó hace cuatro décadas.
Pretender comprender el presente con paradigmas de la Guerra fría – incluso con los de izquierdas y derechas – constituye una equivocación de consecuencias perjudiciales.
La Historia ha seguido avanzando y al igual que habría constituido una necedad pretender comprender la Europa de finales del siglo XIX sobre lo que fue la vida de Napoleón, destronado definitivamente en 1815, es absurdo, e incluso ridículo, entender nuestro mundo sobre la base de la Guerra fría.
Nuestro mundo ha seguido cambiando desde 1991 y lo que resulta aún más relevante es que ese conjunto de cambios es constante e implica desafíos colosales con los que nunca antes ha tenido que enfrentarse el género humano.
Lejos de ser la democracia y la libertad realidades que se imponen de manera casi natural, lo cierto es que se encuentran más amenazadas que nunca y que esa amenaza no sólo es externa sino, en buena medida, también interna. Un mundo que cambia es un intento de explicar que es verdaderamente la democracia y su fragilidad, y que es la agenda globalista, la cual amenaza a el patriotismo y la continuidad de la misma democracia.
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Miami, 30 jun (EFE) — La Agenda globalista, con el papa Francisco y el inversionista George Soros como iconos, es una gran amenaza para la democracia que puede transformar a la mayoría de las naciones en protectorados, advierte el historiador, escritor y periodista hispano-estadounidense César Vidal en Un mundo que cambia.
El nuevo libro del prolífico y premiado autor, que, según dice en una entrevista con EFE, ya ha perdido la cuenta de sus obras, que son más de 180, saldrá al mercado el 1 de julio en español e inglés.
Publicado por The Agustin Agency, Un mundo que cambia expone cómo ha cambiado el mundo a partir del colapso de la Unión Soviética y la importancia de comprender qué es en realidad la democracia, su origen y su evolución hasta lo que se conoce hoy con ese término.
Vidal lo terminó estando confinado por el COVID-19 en su casa de Miami, donde vive desde que en 2013 decidió no volver a España tras ser advertido de que se planeaba un atentado contra él, según dice en una entrevista con EFE por videoconferencia.
El autor de libros de no ficción como La guerra que ganó Franco y de novelas como El último tren a Zurich, afirma no poder dar detalles por razones de seguridad y cuándo se le pregunta si el peligro aún existe responde: «no tengo la sensación de que la cosa haya cambiado.»
En EE.UU., país del que ya es ciudadano y cuya democracia admira -en el libro explica detalladamente el porqué- se siente «más libre» que en su país natal y por eso no piensa en volver a España.
LA DEMOCRACIA NO ES IRREVERSIBLE
En el libro plantea que «la democracia no es algo irreversible» como la Historia demuestra y está rodeada de amenazas que hacen que su continuidad nunca esté garantizada.
Las mismas causas internas que acabaron con la democracia primigenia, entre las que menciona la demagogia, el clientelismo, el gasto público exagerado para satisfacer a las clientelas y el intervencionismo estatal, son las que minan el sistema en la actualidad, pero además ahora existe «la agenda globalista».
La antítesis es el Patriotismo, la resistencia a que los países pierdan su soberanía y acaben siendo dominados por entidades supranacionales, algo que, a juicio de Vidal, encarnan Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil o Víktor Orbán en Hungría.
A cada uno de ellos les dedica un capítulo en el libro. Si se le pregunta si «adora» a Trump, dice que «no», pero que desde luego le gusta más que lo que el presidente «tiene enfrente», que son los «globalistas» del Partido Demócrata.
LOS DOGMAS DEL GLOBALISMO
Los dogmas del globalismo son para César Vidal el calentamiento global, la ideología de género, la necesidad de reducir la población mundial y la defensa de la inmigración ilegal, entre otros.
Las principales caras de esta a su juicio «colosal amenaza» son el «omnipresente» Soros y el papa Francisco, pero también y paradójicamente un icono del capitalismo como David Rockfeller, según dice en la entrevista.
Cuando se le pregunta si se puede ser globalista y de derechas, subraya que el éxito en imponer esta agenda ha sido tal que conservadores como la canciller alemana Angela Merkel la apoyan, como también lo hizo el fallecido senador republicano estadounidense John McCain.
«En estos momentos en España casi todo el Partido Popular (conservador) apoya esa agenda (…) Derecha e izquierda cada vez se parecen más», subraya Vidal, quien cree que en el mundo se ha llegado a una situación parecida al final de Rebelión en la granja, de George Orwell.
Es cuando los animales que han logrado echar a los capataces humanos y reemplazarlos por animales como ellos se dan cuenta de que es lo mismo con unos o con otros, dice este autor que no ha dejado el periodismo pues emite a diario un programa radiofónico por internet, La voz, que se escucha en todo el mundo hispanohablante.
Del húngaro Soros, que, según el libro, reconoció en su día que había colaborado en su natal Hungría con los nazis siendo judío, señala que está en todas partes y que tiene una lista de parlamentarios europeos «confiables», en la que está el 30 % de la cámara de Estrasburgo, españoles incluidos.
A Hispanoamérica, como elige llamarla, le dedica un espacio importante para tratar desde la influencia masónica en las revoluciones libertadoras hasta las raíces de sus constantes crisis económicas y gubernamentales, con especial atención a Venezuela, Chile y Colombia.
De Chile señala que «bastaron 48 horas» para acabar con el «oasis» de la región, en referencia a las protestas sociales para exigir cambios de 2019.
Según dice a Efe, los países latinoamericanos están condenados a ser «protectorados» si la «agenda globalista» logra su propósito, para el cual hay una fecha: el año 2030 que es cuando entrarán en vigor los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Vidal, creyente y autor de Más que un rabino: La vida y enseñanzas de Jesús el judío, el libro al que más cariño tiene, cree no obstante que no todo está decidido y «todavía existen razones para la esperanza».
Ana Mengotti.
Fuente: infobae.com, 30/06/20
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mayo 18, 2021
La Geopolítica es el estudio de los efectos de la Geografía sobre la Política y las Relaciones internacionales. La geopolítica es un método de estudio de la política exterior para entender, explicar y predecir el comportamiento político internacional a través de variables geográficas.
Curso: «Geopolítica como herramienta para el Análisis e investigación social», FES Acatlán, UNAM, 2017. Por Rocío Arroyo. Son 6 videos.
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Video 06. Uso de la Geopolítica en la investigación: https://youtu.be/SnA_DYM1bxc
Ejemplo: Caso de investigación:
América Latina desde un enfoque del sistema-mundo.
Fuente: Rocío Arroyo
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agosto 4, 2020
Entrevista de Miklos Lukacs a César Vidal, sobre su nuevo libro «Un mundo que cambia».
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mayo 11, 2020
Estados Unidos nunca se ha enfrentado a semejante adversario
Por David P. Goldman.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross describió cinco etapas de duelo: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. Durante la última década, Estados Unidos ha negado la aparición de China como potencia global. No podíamos creer que un país que durante generaciones fuera sinónimo de pobreza pudiera competir con nosotros. Con la elección de Donald Trump en 2016, hemos pasado a la ira. Tal como están las cosas, estaremos negociando en poco tiempo.
Durante miles de años, las debilidades internas de China (desastres naturales, hambruna, peste, disturbios civiles e invasión extranjera) mantuvieron su atención interna. Ahora estamos en el mayor punto de inflexión en la historia de China desde su unificación en el siglo III a. C. China se está volviendo hacia afuera, pero no quiere gobernarlo. Al igual que los Borg en Star Trek , quiere asimilarte.
El presidente Trump tiene razón al insistir en que el status quo de Estados Unidos con China no puede continuar. Hizo campaña contra su robo sistémico de la propiedad intelectual de los EE. UU. Y la migración de nuestra fabricación a China. Revertió 20 años de negligencia benigna hacia el desafío de China a nuestro dominio estratégico y tomó medidas enérgicas para controlar la expansión de China. Pero no ha tenido éxito. Hasta ahora ha abordado los síntomas en lugar de las causas. Nuestra guerra comercial con China se instaló en una tregua incómoda a fines de 2019, con daños moderados a ambas economías pero sin un claro ganador.
Revolución industrial
El año pasado fue un hito. Tal como están las cosas, Estados Unidos será superado por China en los próximos años. China está desarrollando su propia propiedad intelectual en áreas clave. Algunos de ellos son mejores que los nuestros: en inteligencia artificial, telecomunicaciones, criptografía y guerra electrónica. En otros campos clave como la computación cuántica, posiblemente el santo grial de la tecnología del siglo XXI, es difícil saber quién está ganando, pero China nos está gastando mucho por un amplio margen.
La primera gran compañía multinacional de China, Huawei, está lanzando banda ancha móvil de quinta generación (5G) en toda Eurasia, desde Vladivostok, Rusia hasta Bristol, Inglaterra, a pesar de la presión de toda la corte por parte de la Administración Trump para detenerlo. En enero de 2020, Gran Bretaña, el aliado más cercano de Estados Unidos, rechazó la intervención personal de Trump y permitió que Huawei construyera parte de la red 5G de Gran Bretaña. La Comunidad Europea anunció que no tomaría medidas para excluir al gigante chino. Washington trató de estrangular a Huawei al aplicar controles de exportación a los componentes de EE. UU. Para equipos 5G y teléfonos inteligentes, solo para ver que Huawei continúa expandiéndose utilizando componentes asiáticos mientras logra la autosuficiencia en la producción de chips.
El ex presidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich deploró esto como «el mayor desastre estratégico en la historia de los Estados Unidos». Están en juego no solo los nervios de la nueva era industrial, sino también decenas de aplicaciones derivadas que transformarán la manufactura, la minería, la atención médica, las finanzas, el transporte y el comercio minorista, prácticamente la totalidad de la vida económica, en lo que China llama la Cuarta Revolución Industrial .
China tiene sus propios desafíos, sin duda. Una variante mortal del coronavirus ha matado a más de 2.000 chinos y ha enfermado a decenas de miles de personas, en una severa prueba de gobernanza para el régimen de Beijing. La epidemia viral revela la vulnerabilidad de China, pero también el poder y la crueldad del estado chino. Los científicos chinos secuenciaron el genoma del virus dentro de las dos semanas posteriores al brote y lo publicaron para permitir que los laboratorios farmacéuticos del mundo trabajen en una vacuna. China construyó dos nuevos hospitales de mil camas en Wuhan en apenas más de diez días. El estado chino utilizó su poder absoluto para poner en cuarentena ciudades tan grandes como algunos países europeos, interceptar el transporte y controlar el movimiento de cientos de millones de personas. Analizó datos de ubicación de casi mil millones de teléfonos inteligentes para identificar posibles grupos de infección,
Las autoridades estadounidenses advierten que los sistemas 5G de Huawei permitirán a China espiar las comunicaciones del mundo y robar los datos del mundo. Eso es un riesgo, el grupo de «cinco ojos» de países de habla inglesa ha monitoreado el tráfico de señales del mundo durante décadas, pero otros riesgos son mayores. El cifrado de extremo a extremo de las llamadas de voz ya está aquí, y los avances en criptografía liderados por China pronto harán imposible que cualquiera pueda robar grandes cantidades de datos. Pero Huawei no cree que deba robar los datos del mundo. Se espera que el mundo lo entregue de forma gratuita.
Plan no tan secreto
Desde la publicación del popular The Coming Collapse of China de Gordon G. Chang en 2001, el Producto Interno Bruto per cápita de China se ha multiplicado por cinco. Las ciudades chinas que eran barrios marginales del Tercer Mundo se han convertido en gigantes de acero y vidrio que parecen escenarios de películas de ciencia ficción, no solo Shanghai, Shenzhen y Guangzhou, sino ciudades del interior como Chengdu y Chongqing, cada una con 30 millones de habitantes. . El crecimiento de China se ha desacelerado al 6% anual, aproximadamente tres veces la tasa de Estados Unidos. La carga de la deuda de China es un poco más de tres veces su PIB, casi lo mismo que la de Estados Unidos.
El profesor Graham Allison advirtió en Destined for War (2017) que la guerra es el resultado típico cuando un poder creciente desafía a uno establecido. Hay muchas cosas que están mal con la tesis de Allison, como dije en el número de otoño de 2017 del CRB («¿Debemos luchar?»). Lo más obvio es práctico: China ha invertido masivamente en cohetería, misiles de deslizamiento de hipervelocidad, submarinos y otras tecnologías militares que niegan el acceso a la costa de China y sus alrededores. Un estudio de la Universidad de Sydney de 2019 advirtió que la fuerza de misiles de China podría neutralizar la mayoría de los activos estadounidenses del Pacífico occidental en cuestión de horas después del estallido de la guerra. Incluso si quisiéramos buscar una opción militar contra China, nos han bloqueado.
El director del Centro de Estrategia China del Instituto Hudson, Michael Pillsbury, cree que China tiene un plan secreto para desplazar a Estados Unidos como la superpotencia líder mundial, pero no hay nada secreto sobre su acumulación militar de alta tecnología. China ha demostrado su capacidad de hundir barcos estadounidenses y cegar satélites estadounidenses. La combinación de cohetes chinos, submarinos, contramedidas electrónicas y defensa aérea hace que nuestros activos militares del Pacífico occidental se sientan como patos. Perdimos el Mar del Sur de China hace años. Como era de esperar, Filipinas en febrero de 2020 se retiró unilateralmente de su acuerdo de defensa conjunta con los Estados Unidos. Cuando nuestro aliado más antiguo en Asia va al otro lado, debemos preguntarnos: ¿por qué?
Tampoco hay nada secreto sobre las ambiciones globales de China. Su objetivo es integrar Eurasia en una esfera económica china bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta multimillonaria, y utilizar su dominio de banda ancha 5G para liderar una Cuarta Revolución Industrial. El sitio web de Huawei ha anunciado el plan de China para la supremacía económica mundial desde 2011; China lo ha proclamado con gran fanfarria, y un gasto considerable, en cada conferencia de telecomunicaciones durante los últimos diez años. La ambición militar de China es importante, pero está subordinada a una visión económica y tecnológica tan vasta que los analistas estadounidenses carecen del ancho de banda intelectual para percibirla.
Los estrategas estadounidenses parecen pensar que estamos tratando con la Unión Soviética de los años ochenta. ¡Si solo fuera así de facil! El comunismo es una ideología en bancarrota, un fracaso miserable en la organización social y económica. China es algo completamente diferente. Los comunistas soviéticos les dijeron a sus científicos más talentosos: «Inventa algo nuevo, y te daremos una medalla, y tal vez una casa de campo». China dice: «inventa algo nuevo, lanza una oferta pública inicial y conviértete en multimillonario». A fines de 2019 había 285 multimillonarios en China, incluido Jack Ma de Alibaba, quien, como muchos de sus compañeros multimillonarios, es miembro del Partido Comunista. Hay más marxistas en Cambridge, Massachusetts, que en toda China. Conocí a un marxista profeso durante una cena en Beijing hace un par de años, un tipo agradable que enseñaba doctrina marxista-leninista en la escuela de cuadros del Partido Comunista. Su hija acababa de graduarse de una universidad estadounidense de primer nivel; Me preguntó si podía ayudarla a conseguir un trabajo en Wall Street.
No nos enfrentamos a burócratas soviéticos corruptos y borrachos, sino a una élite mandarín elegida entre los graduados universitarios más brillantes del país más grande del mundo. Estados Unidos se enfrenta a algo mucho más desalentador que el marxismo devorado por las polillas: un imperio de 5.000 años que es pragmático, curioso, adaptativo, despiadado y hambriento. El régimen actual de China es cruel, pero no más cruel que la dinastía Qin que enterró a un millón de trabajadores reclutados en la Gran Muralla. China fue y sigue siendo completamente despiadada.
Huawei proporciona la plantilla para el nuevo imperio chino. La compañía quebró a su competencia y contrató a su talento. Domina la I + D en banda ancha móvil porque sus 50,000 empleados extranjeros realizan la mayor parte de la investigación básica. Por primera vez en su larga historia, China ha logrado asimilar una masa crítica de la élite científica y de ingeniería de Occidente y aprovecharlos para sus ambiciones globales.
La banda ancha móvil es solo el comienzo. El objetivo de China es ser dueño de los «puntos de control» en todas las esferas de la vida económica. Piense en robots industriales que se comunican entre sí a través de redes 5G y emplean inteligencia artificial para diseñar técnicas de producción sin intervención humana; diagnósticos médicos basados en signos vitales continuamente actualizados e historias genéticas de mil millones de personas; robots mineros dirigidos por técnicos de bata blanca con visores de realidad virtual; y una docena de otras tecnologías disruptivas posibles gracias al matrimonio de banda ancha y IA
China ha rogado, prestado y robado la tecnología que hizo que su economía fuera tan grande como la de Estados Unidos. Paga $ 36 mil millones al año en regalías por propiedad intelectual, pero su factura debería ser mucho mayor. Los robos directos incluyen los planes para el avión de transporte militar C-17 de Boeing, robado por piratas informáticos chinos y utilizado para construir una imitación, el transporte Y-20. Los ingenieros chinos empleados en Occidente levantan otros planes que aprenden la tecnología de sus empleadores y salen por la puerta con las habilidades para duplicarla. Las compañías occidentales simplemente entregan aún más planes ansiosos por acceder al mercado chino y felices de regalar las joyas de la familia por el privilegio. Eso es malo para su competitividad a largo plazo, pero bueno para las opciones sobre acciones del CEO en un horizonte de cinco años.
Lo más importante que China se apropió de Estados Unidos es la gran idea que convirtió a Estados Unidos en la única superpotencia del mundo después del colapso de la Unión Soviética. Esa idea es impulsar la I + D fundamental a través de la búsqueda agresiva de sistemas de armas superiores, y dejar que las escisiones lleguen a la economía civil. China es como un cohete de dos etapas. La economía laboral barata y orientada a la exportación que lo convirtió de un país rural empobrecido en un próspero gigante urbanizado después de las reformas de Deng Xiaoping fue el impulso. China comenzó a descartar ese refuerzo hace diez años. La siguiente etapa es la Cuarta Revolución Industrial de Huawei, impulsada por inteligencia artificial, robótica, Internet y aplicaciones masivas de big data para la gestión de la cadena de suministro, transporte, atención médica y otros campos.
Vuelo del abejorro
La respuesta de Estados Unidos a las ambiciones globales de China ha fallado. Hay dos grandes razones para este fracaso. Primero, subestimamos crónicamente las capacidades y ambiciones de China. En segundo lugar, no hemos podido abordar nuestros propios problemas. China visualiza un imperio virtual en el que la tecnología revolucionaria domina la producción, las compras, las finanzas y el transporte. Pone recursos masivos en investigación básica, educación científica e infraestructura. El compromiso de Estados Unidos con la investigación básica y la educación científica, por el contrario, se ha reducido a aproximadamente la mitad de su tamaño durante la Administración Reagan.
La economía de China es como el abejorro que no debería poder volar, pero lo hace. Los comentaristas estadounidenses tienen problemas para explicar el éxito de China, por lo que fingen que no está allí o, si lo hay, no lo estará por mucho tiempo. Trump, por ejemplo, tuiteó el 30 de julio de 2019 que “a China le está yendo muy mal, el peor año en 27…. Nuestra economía se ha vuelto MUCHO más grande que la economía china en los últimos 3 años «.
Cuya economía es más grande depende de su medida. En términos de dólares estadounidenses, el de Estados Unidos es mucho más grande. Pero si incluye el costo relativo de bienes y servicios, la economía de China es aproximadamente $ 4 billones más grande que la de Estados Unidos, según la medida de paridad del poder adquisitivo del Banco Mundial. Eso explica el hecho de que los precios domésticos chinos son mucho más bajos que los precios estadounidenses. Un viaje de media hora en taxi desde el aeropuerto de Chengdu en agosto de 2019 me costó unos cinco dólares estadounidenses. En cualquier ciudad estadounidense hubiera costado entre $ 50 y $ 70 dólares. En dólares estadounidenses actuales, el PIB de China en 2018 fue de aproximadamente $ 13 billones frente a más de $ 20 billones para los EE. UU. Pero la paridad del poder adquisitivo es una medida más informativa.
Un chino de 30 años consume casi diez veces más que su padre o madre en su nacimiento. Los chinos que crecieron en hogares con pisos de tierra y dependencias ahora viven en apartamentos con calefacción central y plomería interior. Los chinos que escatimaron para comprar bicicletas ahora pueden pagar autos. ¿Se falsifican los datos del gobierno chino para que las cosas se vean mejor? No cuentes con eso. Los indicadores básicos de la actividad económica, como la producción de electricidad, el tráfico de mercancías y la producción de artículos industriales clave, son verificables y siguen de cerca el crecimiento del PIB reportado. China ha construido el sistema de carreteras más largo del mundo (alrededor de 90,000 millas), la red ferroviaria de alta velocidad más grande del mundo (alrededor de 18,000 millas hoy, creciendo a 24,000 millas para 2025), y suficientes viviendas para trasladar a casi 600 millones de personas del campo a las ciudades. . Nada de esto estaba allí hace 30 años. La infraestructura de China es la maravilla del mundo moderno. En comparación con los aeropuertos, carreteras y líneas de ferrocarril de China, la mayoría de los Estados Unidos parece un país del Tercer Mundo.
China ahora gradúa más científicos e ingenieros que los Estados Unidos, Europa, Japón, Taiwán y Corea del Sur combinados, y seis veces más que los Estados Unidos solos. Durante los últimos diez años, la calidad de la educación científica china ha alcanzado los estándares mundiales. La Revolución Cultural de Mao Zedong de la década de 1960 casi destruyó el sistema universitario de China. Gracias a las escuelas de posgrado estadounidenses, las universidades chinas han reunido una facultad científica y de ingeniería de clase mundial. Cuatro de cada cinco doctorados en ciencias de la computación e ingeniería eléctrica en Estados Unidos se otorgan a estudiantes extranjeros, de los cuales los chinos son el mayor contingente. Solo el 5% de los estudiantes universitarios estadounidenses se especializan en ingeniería, lo que significa que no hay muchos puestos docentes disponibles para los doctorados recientes.
Es difícil medir la calidad relativa de la educación STEM en China frente al resto del mundo. El Suplemento de Educación Superior Times (Londres) incluye cinco universidades chinas en su ranking de las 50 mejores escuelas de ingeniería y tecnología del mundo. Los ejecutivos de las empresas tecnológicas chinas me han dicho que prefieren no contratar graduados chinos con una licenciatura de una universidad estadounidense. Los programas chinos son más rigurosos, argumentan, y los estudiantes chinos que van al extranjero probablemente son hijos de familias acomodadas que no obtuvieron buenos resultados en el examen de ingreso a la universidad de China.
China ya no necesita robar o copiar tecnología occidental. En los últimos cinco años, China ha producido el mejor equipo 5G del mundo, algunas de las supercomputadoras más rápidas del mundo, misiles estratégicos de hipervelocidad, chips de computadora que rivalizan con los mejores diseños de Estados Unidos y una tecnología de ciberseguridad inquebrantable, criptografía cuántica. Una nave espacial robótica china realizó el primer aterrizaje suave en el lado oscuro de la luna en 2019. Eso es solo el comienzo.
Investigación y deuda
China ahora gasta alrededor del 2.2% del PIB en investigación y desarrollo, en comparación con el 2.8% en los Estados Unidos, pero, dados los tamaños relativos de nuestras economías, su gasto en I + D en términos absolutos es casi el mismo que el nuestro. Una gran diferencia está en la composición del gasto. La mayoría de la I + D estadounidense busca mejoras incrementales en los productos existentes: un detergente de lavandería mejorado o una lata de sopa menos salada. La I + D de China, como explicó el Pentágono en su evaluación de 2019 de las capacidades militares de China, se concentra en tecnologías de doble uso, civiles y militares. En áreas críticas, China gasta mucho más que nosotros. El analista del Hudson Institute, Arthur Herman, escribió en el Wall Street Journal en 2019:
Beijing es el principal rival de computación cuántica de Estados Unidos. Gasta al menos $ 2.5 mil millones al año en investigación, más de 10 veces lo que gasta Washington, y tiene un centro cuántico masivo en la provincia de Hefei. China aspira a desarrollar la “aplicación asesina” para descifrar códigos, lo que significa que proteger los datos y las redes estadounidenses de la intrusión cuántica es un interés vital de seguridad.
Huawei, el líder mundial de la industria en banda ancha móvil, gasta más en I + D que sus principales rivales, Nokia y Ericsson, combinados.
El apoyo del gobierno chino a la inteligencia artificial “enana” el esfuerzo estadounidense, según el profesor de Babson College Thomas Davenport:
En 2017, el gobierno nacional [de China] anunció que quería que el país y sus industrias fueran líderes mundiales en tecnologías de inteligencia artificial para 2030. Se espera que el último fondo de capital de riesgo del gobierno invierta más de $ 30 mil millones en inteligencia artificial y tecnologías relacionadas dentro de empresas estatales , y ese fondo se une a fondos de capital de riesgo aún más grandes financiados por el estado. Solo un estado chino ha dicho que dedicará $ 5 mil millones al desarrollo de tecnologías y negocios de inteligencia artificial. La ciudad de Beijing ha comprometido $ 2 mil millones para desarrollar un parque industrial centrado en la inteligencia artificial. Un puerto importante, Tianjin, planea invertir $ 16 mil millones en su industria local de IA …
Los planes de inversión de Estados Unidos, principalmente en la industria de defensa, se ven eclipsados por el esfuerzo chino. DARPA, el brazo de investigación del Departamento de Defensa, ha patrocinado investigaciones y concursos de IA durante muchos años, y tiene un fondo de $ 2 mil millones llamado «AI Next» para ayudar a desarrollar la próxima ola de tecnologías de IA en universidades y empresas. Todavía no está claro cuánto progreso real han logrado sus esfuerzos.
Algunos analistas afirman que la economía de China sufrirá una crisis de deuda debilitante. Pero los números no respaldan esta opinión. Según el Banco de Pagos Internacionales, China y América tienen aproximadamente la misma carga de deuda. El crédito total al gobierno, los hogares y las corporaciones no financieras representa el 261% del PIB en China y el 249% del PIB en los Estados Unidos. La gran diferencia radica en quién debe la deuda. La deuda del gobierno central es aproximadamente la mitad del PIB en China, pero aproximadamente el 100% del PIB en los Estados Unidos. Por el contrario, la deuda de las empresas privadas es solo del 75% del PIB en los Estados Unidos en comparación con aproximadamente el 150% del PIB en China.
El sistema financiero de China tiene muchos problemas, sin duda. Depende demasiado de los bancos estatales gigantes que están acostumbrados a entregar préstamos a empresas estatales sin hacer preguntas. Esto fomenta la ineficiencia y la corrupción. Las autoridades chinas permiten que las empresas privadas quiebren en lugar de alentar a los bancos a tapar sus problemas. Diecisiete mil millones de dólares de bonos corporativos chinos incumplieron durante los primeros 11 meses de 2019, una pequeña cantidad en comparación con el mercado general de bonos corporativos en tierra de $ 4.4 trillones.
Sin embargo, la mayoría de la deuda corporativa china financiaba infraestructura que, en su mayor parte, puede soportar la carga de la deuda. La forma en que China financia el gasto en infraestructura explica la mayor parte de la diferencia en la concentración de la deuda. En los Estados Unidos, los gobiernos federales, estatales y locales financian el gasto en infraestructura con ingresos fiscales o préstamos; En China, las empresas estatales piden prestado a los bancos estatales para financiar la infraestructura.
En un estudio de 2017 para Asia Times calculé que solo 22 empresas debían dos tercios de la deuda neta adeudada por compañías no financieras en el índice de capital de referencia de China, el Shenzhen 300. Casi todos están involucrados en infraestructura básica (energía, infraestructura de comunicaciones, transporte marítimo, aerolíneas o metales). Este endeudamiento corporativo chino debe ser visto como una inversión en «obras públicas» por parte del soberano chino.
Después de pedir prestado aproximadamente la misma cantidad en relación con el tamaño de sus respectivas economías, ¿qué obtuvieron a cambio China y Estados Unidos? La deuda nacional de los Estados Unidos aumentó por encima de los $ 20 billones, sin contar un estimado de $ 46 billones más en pasivos no financiados del Seguro Social y Medicare. Gastamos la mayor parte de este dinero en pagos de transferencia. China utilizó su deuda para trasladar a 550 millones de personas del campo a la ciudad y construir la infraestructura más nueva y más grande del mundo.
Sin solución rápida
Usamos la palabra «imperio» para describir a China, evocando recuerdos de la conquista militar y la ocupación colonial. Pero China es una entidad completamente diferente: su objetivo es la asimilación y el control indirecto en lugar del dominio imperial. Evita la extralimitación imperial de los compromisos militares extranjeros y busca bloquear su influencia mediante el dominio del comercio y la tecnología.
No hay una manera fácil para que Estados Unidos responda a China, sin solución rápida, sin atajo. El mundo no ha visto nada como la ruptura global de China. Transformará la vida de todos los habitantes de este planeta, incluidos los estadounidenses. El revolucionario ruso Leon Trotsky dijo (apócrifamente) que puede que no te interese la guerra, pero la guerra te interesa a ti. Lo mismo es cierto de China.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a los estadounidenses se les pagaba simplemente por ser estadounidenses. El mundo entero tuvo que venir a nosotros. Teníamos los únicos mercados de capital profundos, los únicos capitalistas de riesgo, el único establecimiento de defensa nacional capaz de poner recursos masivos detrás de la I + D básica y la única fuerza laboral capacitada lista para convertir las innovaciones en productos. Inventamos todos los componentes de la era digital: semiconductores, pantallas, sensores, láseres, redes e Internet en sí. Las empresas estadounidenses disfrutaron de monopolios naturales en docenas de campos. Nuestros bienes y servicios se venden a un precio superior. El dólar estadounidense era el rey. Cuando vivía en Alemania durante la primera administración Reagan, los soldados estadounidenses en bases alemanas compraron BMW con sueldo del ejército.
En 1960, Estados Unidos producía el 40% del PIB mundial. Ahora produce 24%. Aún más importante es la disminución de la participación de Estados Unidos en la producción industrial de alta tecnología: según el Banco Mundial, cayó del 18% en 1999 a solo el 7% en 2014, mientras que China aumentó del 3% al 26%. El compromiso de Estados Unidos con la fabricación de alta tecnología se derrumbó con la burbuja tecnológica de 2000, para nunca recuperarse. Por coincidencia, los ingresos de los hogares estadounidenses apenas crecieron durante los próximos 20 años.
El desafío de China es formidable. Estamos compitiendo con 1.400 millones de personas inteligentes y laboriosas. Los escolares chinos se presentan a las 7:30 a.m. y se van a las 5:00 p.m. Diez millones de adolescentes chinos toman los exámenes de ingreso a la universidad cada año y se preparan 12 horas al día durante dos años para obtener la aceptación en una buena universidad. La ética laboral asiática explica por qué el 28% de los estudiantes de las universidades de la Ivy League de Estados Unidos son asiáticos, aunque los asiáticos representan solo el 5.6% de la población de los Estados Unidos. Hemos educado a una facultad de ingeniería de clase mundial para universidades chinas, las mejores de las cuales están a la par con las mejores universidades estadounidenses.
Pero ya hemos pasado el punto en el que una comparación individual de la capacidad técnica de China y Estados Unidos puede explicar el equilibrio estratégico. China ha reclutado a miles de los mejores científicos y técnicos occidentales. Huawei ha creado un modelo de negocio único en la historia de China, con 50,000 empleados extranjeros y centros de investigación en dos docenas de países occidentales. No es una empresa china sino imperial , una especie de horda tecnológicamente impulsada que produce un efecto de bola de nieve. A medida que crece, aplasta a la competencia y absorbe su talento.
La caída de Bagdad ante los mongoles en 1258 ofrece una lección objetiva. La ciudad de un millón de personas refugiadas detrás de muros de 18 pies, y el califa abasí Al-Mustasim rechazó las demandas mongolas de tributo. Los mongoles eran jinetes ligeramente armados, razonaron los abasíes; ¿Qué podrían hacer contra los muros de 18 pies de grosor de Bagdad? Pero el jefe mongol Hulagu Khan trajo consigo a 1.000 expertos en artillería chinos, y les tomó solo tres semanas romper las paredes, después de lo cual los mongoles hicieron una pirámide gigante de las cabezas de los habitantes de Bagdad. Los chinos de hoy no son los mongoles, sin duda, pero la analogía se mantiene: los chinos han adquirido los medios técnicos de Occidente para arruinarnos. Los críticos de China se quejan de que ha robado la tecnología occidental. Mucho más peligroso es el hecho de que China ha aprendido a asimilar el mejor talento de Occidente.
¿Puede Estados Unidos seguir siendo el país más poderoso, productivo e innovador del mundo? Hemos enfrentado este desafío antes: durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el Arsenal de la Democracia superó al Eje; durante la carrera espacial, cuando vencimos una ventaja rusa temprana para aterrizar hombres en la luna; y durante la Administración Reagan, cuando la revolución digital superó las ilusorias ventajas de Rusia en tecnología militar. Requerimos un esfuerzo nacional en la escala de Moonshot de John F. Kennedy y la Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan para restaurar la ventaja decisiva de Estados Unidos en la fabricación de alta tecnología y aplicaciones militares. Si no lo hacemos, si China supera a los Estados Unidos, nos desvaneceremos en un estado de segunda clase, al igual que Gran Bretaña en el siglo XX. Seremos más pobres, más débiles y menos seguros. La elección es nuestra, al menos por un tiempo.
David P. Goldman es presidente de Macrostrategy LLC, una firma de consultoría financiera. Escribe la columna «Spengler» para Asia Times Online y el blog «Spengler» en PJ Media.
Fuente: claremontreviewofbooks.com, 2020.
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mayo 8, 2020
Por Fernando Arancón.
A principios del siglo XX, el geógrafo Mackinder elaboró una teoría para comprobar qué potencia dominaría el mundo. Desde el Imperio ruso a la Alemania nazi, pasando hoy por el gigante chino, nadie ha conseguido cumplir esa profecía geopolítica.
En 1904 el político y geógrafo inglés Halford John Mackinder ideó una teoría generalista sobre el pasado, presente y futuro del poder mundial. Esta teoría, llamada teoría del heartland o del corazón continental, venía a decir que, históricamente, quien controlaba la zona de Asia central-Rusia central-Siberia tenía bastantes probabilidades de controlar tanto el resto de Asia como el resto de Europa y obtener así una posición privilegiada de cara al dominio mundial. Esta especie de profecía geopolítica nunca ha llegado a producirse realmente, aunque sí es cierto que en varios momentos de la Historia ha estado cerca de cumplirse.
En los últimos tiempos se ha relacionado este poder del heartland con el ascenso vertiginoso de China, que regionalmente es una potencia consolidada y mundialmente es una firme candidata a lograr el título de superpotencia en las próximas décadas. Por tanto, aunque esta teoría de principios del siglo XX sea simplista e inconcluyente en muchos aspectos, es interesante porque se ha tomado repetidamente como modelo de política exterior o económica, por lo que aquí intentaremos encajar la proyección del auge chino con las predicciones del geógrafo inglés.
En su conferencia “El pivote geográfico de la Historia”, Mackinder introducía la idea de que, históricamente, el poder se había expandido por un medio geográfico determinado. Hasta la Edad Moderna (siglo XV), la expansión se había dado a través del medio terrestre, gracias al caballo y los ejércitos montados. Añadía también el hecho de que hasta esa época todas las grandes invasiones que habían sufrido Europa o Asia provenían de una región en concreto: Asia central.
En la Edad Antigua, en los primeros siglos después de Cristo, los hunos comenzaron una expansión desde la zona de Mongolia y Asia central hacia el resto de Eurasia. De hecho, esta expansión fue uno de los motivos de la construcción de la Gran Muralla China. Por ese mismo continente llegaron a la India y Persia, mientras que en su expansionismo por Europa durante el siglo V d. C. estuvieron a punto de destruir el Imperio romano de Occidente —que sólo aguantó 20 años más—. Casi mil años después, durante el siglo XIII, los mongoles llegaron —en su etapa inicial liderados por Gengis Kan— hasta el sur de China, Irán, Turquía o países actuales tan distantes como Ucrania o Rumanía.
A partir del siglo XV, con el desarrollo de la navegación ultramarina y la llegada a América de los europeos, el medio de expansión más rápido y eficaz deja de ser la tierra y pasa a ser el mar, por lo que la ventaja del heartland respecto a la capacidad de expansión se pierde. Ahora son los países europeos con amplio acceso al mar los que se expanden de manera extraordinaria. España, Inglaterra, Francia y Holanda llegan a conseguir extensos territorios fuera de Europa gracias al desarrollo de sus armadas y al comercio marítimo. Es más, con la movilidad naval ganan en penetración terrestre, por lo que el efecto del corazón continental se ve aún más reducido. También las estructuras políticas, económicas y militares han cambiado desde las grandes invasiones. En la zona de Asia central siguen existiendo tribus o pueblos desunidos y que no se han desarrollado tecnológicamente, mientras que los pueblos europeos, que siglos atrás tenían una capacidad tecnológica similar a la de los invasores asiáticos, han desarrollado armas de fuego potentes, formas de gobierno eficientes, infraestructuras de calidad, poblaciones numerosas y medianamente densas, etc.
En este punto parece que la teoría de Mckinder se diluía en el propio devenir de la Historia, pero entonces llegó un avance que devolvió la vida al maltrecho heartland: el ferrocarril. Gracias a este invento se empezaba a reequilibrar la carrera entre la tierra y el mar. No cabe duda de que el ferrocarril ha sido uno de los puntos de inflexión en la Historia mundial: acortaba el tiempo de desplazamiento de ejércitos y productos y aumentaba la capacidad de transporte entre un punto y otro, especialmente en sitios alejados del mar.
Así llegamos a 1904, cuando nuestro autor explica de manera más amplia todo lo comentado anteriormente. El medio terrestre parecía estar ganando de nuevo la partida al mar, por lo que la teoría del corazón continental resucitaba. De manera más amplia, ahora debía haber una potencia terrestre y una marítima, que básicamente pugnarían por el control del heartland. Quien controlase el corazón continental controlaría el “cinturón interior”, zona que comprendía el resto de la Europa y Asia continental, y quien controlase ese cinturón interior probablemente acabase controlando el “cinturón exterior”, que venía a ser el resto del mundo.
Para entender este modelo también debemos verlo desde la óptica de la época en la que Mackinder lo propuso. En 1904 Gran Bretaña era la potencia indiscutible; su imperio colonial era el más extenso del mundo y su poder naval resultaba abrumador. En cambio, como potencia terrestre, había ciertas dudas. ¿Lo era el Imperio ruso, ocupante efectivo del heartland, pero industrial y militarmente atrasadísimo? ¿Sería Alemania, potencia terrestre en alza que miraba con cierto apetito al este de Europa?
A finales del siglo XIX casi estalla una guerra entre británicos y rusos en Afganistán e India por el control de Asia central, una región geoestratégica clave según Mackinder. La cuestión de entonces no era quién iba a controlar el corazón continental, puesto que se sabía ya sobradamente que en su mayoría esta zona estaba bajo el dominio del Imperio ruso, sino si este sería capaz de desarrollar el potencial suficiente para cumplir la profecía geográfica.
La Primera Guerra Mundial evidenció que Rusia no era ni iba a ser ese candidato a dominador mundial. Su ejército, pésimamente armado, apenas hizo nada en la guerra al no haber una capacidad industrial detrás que respaldase ese esfuerzo. Llegó la Revolución de Octubre, Rusia cambió su nombre por el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) —con una dura guerra civil acompañada de hambrunas— y el puesto de potencia terrestre se quedó otra vez sin candidato al estar también Alemania puesta contra la lona tras el Tratado de Versalles.
El siguiente momento en el que saltaron las alarmas fue durante la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña todavía mantenía el estatus de potencia marítima —le quedaba un lustro para perderlo a manos de Estados Unidos—, mientras que la alianza germano-soviética hacía temer que se consumase la gestación definitiva de una potencia terrestre. La ruptura de esa alianza con la guerra entre ambos hizo que el remedio fuese peor que la enfermedad: si Alemania, que dominaba de manera efectiva casi toda Europa Occidental, dominaba también la enorme extensión que suponía la URSS, heartland incluido, el mundo acabaría siendo alemán. El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt ya entreveía esta posibilidad el 29 de diciembre de 1940 en su célebre discurso “El arsenal de la democracia”:
“Los líderes nazis de Alemania han dejado claro que pretenden no solo dominar toda forma de vida y pensamiento dentro de su propio país, sino también esclavizar a toda Europa y entonces hacer uso de sus recursos para dominar el resto del mundo. […] ¿Alguien cree realmente que necesitamos temer un ataque mientras permanezca en el Atlántico como nuestro más poderoso vecino naval una Gran Bretaña libre? ¿Alguien cree realmente, por otro lado, que podríamos descansar en paz si las potencias del Eje fueran nuestro vecino ahí? Si Gran Bretaña cae, las potencias del Eje controlarán los continentes de Europa, Asia, África, Australia y los océanos. Y entonces se encontrarán en situación de convocar enormes recursos militares y navales contra este hemisferio”.
Desde Estados Unidos sabían perfectamente que, si la URSS y Gran Bretaña caían, ellos acabarían haciendo lo mismo en un tiempo. Finalmente, la máquina de guerra alemana acabó ahogándose en Rusia y hubo de retroceder todo lo andado hasta Berlín.
El medio siglo posterior estaría marcado por la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS. Ahora sí había verdaderamente una potencia marítima con una capacidad de despliegue mundial —EE. UU.— y una potencia terrestre, de enorme extensión, con muchos recursos, una industria potente y un ejército numeroso y bien armado que además controlaba el heartland —URSS—. El modelo de Mackinder de esa lucha de gigantes empezaba a cuadrar.
El inconveniente que había ahora era la amenaza nuclear, que implicaba la destrucción mutua si la situación se les iba de las manos, así que todo acabó derivando en la llamada doctrina de la contención, que trataba de impedir cualquier expansión, tanto territorial como de influencia, por parte de las dos superpotencias. De hecho, para que veamos la importancia que esta contención soviética suponía para los Estados Unidos, el presidente Reagan llegó a decir en 1988, casi 50 años después de que Roosevelt se refiriese a la contención nazi, lo siguiente:
“La primera dimensión histórica de nuestra estrategia es relativamente simple, clara y enormemente sensata. Es la convicción de que los intereses de seguridad nacional fundamentales de los EE. UU. se pondrían en peligro si un Estado o grupo de Estados hostiles dominaran la masa de tierra euroasiática. Y desde 1945 hemos procurado evitar que la URSS sacara partido de su posición geoestratégica ventajosa para dominar a sus vecinos de la Europa Occidental, Asia y Oriente Próximo, con lo que se alteraría el equilibrio mundial de poder en nuestro perjuicio”
Geografía política, P. Taylor y C. Flint, 2002
La Guerra Fría acabó en 1991 con la desaparición de la URSS y, con ella, la idea de que una superpotencia surgiese del heartland. Su heredera más directa, Rusia, estaba inmersa en una crisis tan profunda que la relegaba a la segunda división geopolítica. Por otro lado, las ex repúblicas soviéticas de Asia central —Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Tayikistán— se convertían en dictaduras tremendamente corruptas, con rivalidades étnicas; Mongolia no había sido nunca relevante como Estado y no tenía previsiones de serlo, y, finalmente, China acababa de despertar del funcionamiento comunista y apenas había echado a andar por la senda capitalista. Parecía que de nuevo estaba vacante la plaza de potencia terrestre.
Cuando Mackinder elaboró su teoría en los primeros años del siglo XX, es poco probable que pensase en China como un candidato aceptable para dominar el heartland. Mackinder sentía cierta fascinación por el Imperio ruso, que en aquellos años llevó a cabo reformas políticas y económicas en su interior para impulsar la industria en un país fundamentalmente agrario. Quizás no pensó en China porque el ahora gigante asiático era entonces un cortijo de las potencias europeas y su emperador poco tenía que decir: gobernaba —por decir algo— el centro y norte de lo que hoy es China; el resto, factorías europeas, influencia europea y todo dominado por europeos.
Como es lógico, los chinos acabaron rebelándose y los europeos optaron por salir de allí, no sin antes provocar que China acabase en un mosaico de varios Estados en un régimen casi feudal. Hasta la victoria de Mao Zedong en 1949, no podemos decir que China fuera un país totalmente unificado y controlado efectivamente por un poder central.
Siguiendo fielmente la delimitación original del heartland de Mackinder, las regiones del noreste de China entran dentro del corazón continental. Más concretamente, podemos incluir la región de Sinkiang, poblada mayoritariamente por uigures musulmanes, dentro de ese espacio conquistador. Así, China tiene medio pie metido en el corazón. Tampoco es que eso sea lo importante; las líneas en los mapas, como las fronteras, es algo imaginario, así que podemos extender el área del heartland a parte de China.
A finales de la década de 1990 y sobre todo en los primeros años del siglo XXI, China ha conocido un desarrollo económico sin precedentes. El tercer país más extenso del planeta y el más poblado, unas tasas de crecimiento vertiginosas que se creían imposibles de mantener a medio plazo en un país tan grande, un comercio exportador que poco a poco va copando el mercado, un presupuesto en defensa que no deja de aumentar, una política exterior ambiciosa, un poder económico apabullante al no tener apenas deuda pública ni una moneda que fluctúe —el yuan es la única moneda potente que no está en el sistema de cambio flexible—…
En definitiva, se constata que en la última década no ha habido tal crecimiento de poder en ningún país o región del mundo. Se empieza a hablar de que China podría ocupar muy pronto, si no lo ha hecho ya, el trono de potencia terrestre. Como bien dijo Napoleón: “Cuando China despierte, el mundo temblará”.
En el recién empezado siglo XX, las armas todavía hacían más daño que cualquier otra herramienta a disposición de Gobiernos o élites. Durante la etapa colonial, unos cuantos cientos de hombres con armas de fuego podían someter extensísimos territorios, igual que los hunos arrasaron media Europa por el simple hecho de tener caballos. La dicotomía tierra-mar duró hasta casi el fin de la URSS, quizás complementada por el aire, aunque sin duda no como medio independiente o comparable a los dos anteriores.
Ahora las cosas han cambiado. Y mucho. Las armas ligeras son relativamente baratas y fáciles de adquirir donde no hay un control estatal fuerte —véase África—, el sistema internacional está organizado mínimamente gracias a la ONU y el Derecho internacional y las armas —afortunadamente— no son sacadas tan alegremente como hasta hace 70 años. Pero no por esto vivimos en un mundo más seguro o menos agresivo. El poder mundial es como la energía: ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Cambia de manos o de manera de ejecutarse, pero siempre hay poder.
Estados Unidos nunca ha parecido comprender el poder blando o económico —al menos su Gobierno, porque su sector privado lo ha entendido a la perfección—. Siempre han optado por la fórmula clásica, la guerra, ya con ejércitos profesionales, como en el caso de Irak o Afganistán, o mediante guerras encubiertas, como los golpes de Estado en América Latina o la lucha de los talibanes contra los soviéticos en Afganistán en los años 80.
En cambio, China, en su reconversión del comunismo al capitalismo, ha entendido a la perfección que este mundo ya no lo dominan las armas, sino el dinero. Dar una orden económica puede ser infinitamente más efectivo que guerrear contra un país o usar las armas. El dinero es el arma del siglo XXI. ¿El medio? El ciberespacio. Tierra y mar se ven cada vez más eclipsados por lo que supone lo virtual. Quien piense que Estados Unidos o China no pueden hacer quebrar un país y hundirlo en la miseria en unas horas tecleando cuatro cosas y levantando un par de veces el teléfono vive en un paraíso feliz. A punto ha estado Alemania de hacerlo con Grecia; no iba a ser capaz entonces de hacerlo Estados Unidos con cualquier otro.
China y Estados Unidos van a combatir. Van a acabar disputando la influencia hasta en el islote más perdido del Pacífico si hace falta. Estados Unidos languidece como potencia marítima mientras China crece como la terrestre. La influencia china en Asia es enorme y eso pone nerviosos a muchos, especialmente a los vecinos. Porque todas las potencias, antes o después, se sienten encerradas y apretadas en el territorio que tienen, por grande que sea. No es el hecho de expandirse territorialmente, sino de aumentar su influencia. Y, si los vecinos son reticentes a ello, mal asunto; empiezan los nervios.
Que desde Pekín hayan querido vallar para ellos los islotes del Mar de China ha hecho que más de uno tenga la mosca detrás de la oreja. De momento, el marcador está ‘Potencia terrestre 0 – Potencia marítima 4’. Para el próximo partido queda poco. Las apuestas están a que una posible Tercera Guerra Mundial sería principalmente entre Estados Unidos y China en un futuro inexacto. ¿Quién se proclamará vencedor en la disputa por el control mundial? ¿Será China, una potencia del heartland, del interior del gran continente euroasiático, como profetizaba Mackinder? ¿O será por el contrario Estados Unidos, una potencia del exterior del corazón continental? La conquista del mundo ha empezado; hagan sus apuestas.
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Fernando Arancón: Director de El Orden Mundial. Graduado en Relaciones Internacionales por la UCM. Máster en Inteligencia Económica en la UAM. Especialista y apasionado de la geopolítica.
Fuente: elordenmundial.com, 27/12/13.
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mayo 8, 2020
Por Sebastián Puig.
El pasado mes de junio, mis apreciados profesores y colegas divulgadores Jorge Díaz Lanchas y Manuel Alejandro Hidalgo Pérez escribieron un magnífico artículo en esta casa titulado “El comercio internacional no es héroe ni villano”, en el que, sin negar los beneficios contrastados que el libre comercio ha aportado al desarrollo económico de las naciones, efectuaban una sucinta revisión de los problemas que dicha apertura comercial lleva consigo, especialmente tras el advenimiento de la globalización. Coincido con los autores que la omisión deliberada de dichas externalidades negativas distorsiona el debate público abierto y sensato sobre el tema, imprescindible tanto para el conocimiento de nuestra realidad económica como para el diseño de políticas basadas en dicho conocimiento.
En la parte final del artículo se apuntaba un elemento muy importante dentro de la evolución del comercio internacional como es la geopolítica. En concreto, se afirmaba que los tratados de libre comercio (TLCs) del siglo XXI poseen una característica que los hace “(muy) diferentes” a sus antecesores: precisamente, su clara estrategia geopolítica. En este punto debo discrepar parcialmente con los autores, puesto que el elemento geopolítico siempre ha formado parte de la gran estrategia comercial de los países y ha resultado determinante en la configuración del comercio global tal y como lo conocemos, ya sea de manera explícita o implícita. Es por ello que hoy recojo el testigo de Jorge y Manuel en este preciso punto argumental y me propongo desarrollarlo brevemente en los siguientes párrafos. La geopolítica no ha regresado a los tratados comerciales: siempre estuvo ahí.
Empecemos por mencionar dos antecedentes históricos relevantes. En 1786, el Tratado de Eden, también conocido como Tratado Anglo-Francés, directamente inspirado por las ideas de Adam Smith, marcó un hito en la historia del comercio frente al mercantilismo imperante en la época. Nunca dos naciones habían firmado un acuerdo para liberalizar sus relaciones comerciales, destinado a reducir aranceles y a terminar con una guerra económica que duraba desde Utrecht. El tratado tuvo una corta vida, debido a un proceso negociador favorable a Gran Bretaña que acabó afectando gravemente a la economía francesa, uno de los elementos desencadenantes del estallido de la revolución de 1789. Posteriormente, en 1860, las dos naciones lo intentaron de nuevo con el Tratado Cobden-Chevalier, destinado asimismo a liberalizar el comercio mediante la reducción o eliminación de aranceles. La iniciativa resultó un éxito que provocó, a su vez, la celebración de 56 acuerdos arancelarios bilaterales entre los demás países europeos en apenas 20 años. Casi todos ellos incluían un elemento fundamental que ha sobrevivido hasta nuestros días: la cláusula de nación más favorecida, según la cual si en un acuerdo de comercio internacional una nación concede a otra una ventaja especial (por ejemplo, la reducción del tipo arancelario aplicable a uno de sus productos), debe hacer lo mismo con las demás naciones con las que también haya firmado acuerdos comerciales. Se abría así, de manera informal, el camino hacia un nuevo comercio de naturaleza multilateral. La racionalidad geopolítica de tales iniciativas no escapó ni a sus promotores ni más tarde a los historiadores: el libre comercio, más allá del enriquecedor intercambio económico, suponía una importante garantía de estabilidad regional y, por tanto, una estrategia diplomática deseable.
Dicha incipiente configuración multilateral duró apenas unas décadas, hasta que el despegue de los Estados Unidos y la pujanza alemana propiciaron un regreso al proteccionismo. Se incrementaron aranceles, se establecieron cuotas y prohibiciones a la importación, se fijaron controles de cambio en las divisas y restricciones en la entrada de capitales. La Primera Guerra Mundial había puesto fin al orden internacional existente, estableciendo un nuevo mapa geopolítico global que trastocó estructuras económicas y comerciales. En 1930, en plena Gran Depresión, Estados Unidos abrió las hostilidades comerciales con la ley Smoot-Hawley, que supuso el incremento de tarifas arancelarias para más de 20.000 de productos importados, acción que fue contestada por el resto del mundo con toda clase de represalias proteccionistas. Resultados: reducción brutal del comercio internacional en un 66%, contagio global de la crisis y empeoramiento de la depresión norteamericana tras un breve período de mejora, haciendo al final inoperante la subida de aranceles. La irracionalidad económica contribuyó en este caso a empeorar el ya de por si muy complicado panorama geopolítico internacional. Pocos años más tarde, tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial. Un potente aviso a navegantes futuros.
La posguerra trajo consigo la primacía geoeconómica occidental, liderada por Estados Unidos, y la división global en dos grandes bloques enfrentados en su concepción del mundo. Bretton Woods trajo el “patrón dólar”, constituyéndose éste como divisa de referencia global. También se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), y las negociaciones comerciales culminaron con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT en sus siglas inglesas), cuyo ya mítico artículo I consagraba definitivamente ese fantástico hallazgo del siglo precedente, la cláusula de nación más favorecida. El objetivo de la nueva arquitectura global iba mucho más allá de lo económico: se trataba de desarrollar instrumentos que facilitaran la cooperación pacífica entre naciones tras la sangría de la guerra. La misma racionalidad geopolítica subyació, años más tarde, en el nacimiento de la Comunidad Económica Europea.
Toda esta nueva articulación económica multilateral, fiel reflejo de la configuración geopolítica del momento, se fundamentó en el convencimiento de la primacía del sistema capitalista. La política comercial durante la Guerra Fría se consolidó, en palabras de Robert Gilpin, como “un esfuerzo jurídico basado en reglas, que debe ser alcanzado por derecho propio y justificado por una creencia casi moral en la superioridad intrínseca de los valores capitalistas liberales y del libre mercado”. El desmoronamiento clamoroso del bloque socialista no hizo sino reforzar tal convencimiento. En las décadas subsiguientes, no hubo prácticamente otra consideración geopolítica en las relaciones comerciales internacionales, estabilidad que no debemos confundir con ausencia de geopolítica.
El éxito del modelo alcanzó su punto culminante al finalizar la Ronda Uruguay del GATT en 1994 con la cifra de 128 países firmantes. Esta Ronda constituyó la génesis de la Organización Mundial del Comercio (OMC/WTO), establecida al año siguiente en Ginebra (Suiza). Rusia se uniría a la OMC en 2012 como miembro número 156. Hoy en día la conforman 164 países, que comprenden más del 90% del comercio mundial. No obstante, el panorama global ya no es el mismo, como tampoco lo es la OMC. Un fenómeno geopolítico de primer orden vino a trastocar de forma espectacular las reglas del juego durante las últimas décadas del siglo XX: la globalización.
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El fenómeno globalizador ha cambiado rápidamente el statu quo existente en las relaciones comerciales internacionales. En palabras de Cristopher Crocker, la globalización comprende “los muchos y complejos patrones de interconexión e interdependencia surgidos a final del siglo XX. Tiene implicaciones en todas las esferas de la existencia social: económica, política e incluso militar. En las tres se enlaza la vida local con las estructuras, procesos y eventos globales”.
Dichos procesos han propiciado un desarrollo económico sin parangón en la historia de la humanidad, pero a su vez han determinado, como bien explicaba el artículo de los profesores Díaz e Hidalgo, la aparición de ganadores y perdedores, una complejidad creciente en las relaciones comerciales y el despegue de nuevas y dinámicas potencias emergentes (empezando por los llamados BRICS), muchas de ellas reacias a seguir los dictados de un sistema basado en equilibrios hegemónicos de poder del siglo anterior.
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De aquel mundo bipolar de la postguerra hemos pasado, por consiguiente, a uno multipolar, hiperconectado y complejo donde cada vez resulta más difícil mantener posturas multilaterales. Los intereses geopolíticos y la competencia por el poder global frente a la cooperación parecen haber regresado con fuerza. Ello se ha traducido en una relentización drástica de los avances en el seno de la OMC, en una creciente regionalización de los intercambios económicos y en una preferencia marcada por los acuerdos comerciales bilaterales entre países o grupos de países. Prueba de ello han sido la aparición de numerosos bloques e instituciones regionales (ver imagen anterior) y la firma de acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA en sus siglas inglesas) o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP en inglés), así como el intento de negociar un gran Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP). La misma UE, por su parte, no ha dejado de celebrar acuerdos comerciales con casi todo el planeta, tal y como refleja el mapa siguiente:
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Las iniciativas descritas han sido un reflejo de la voluntad de las grandes potencias económicas, tanto tradicionales como emergentes, de afirmar, conservar, defender o expandir su influencia en aquellas áreas que consideran de interés estratégico, cuestionando y tensionando el equilibrio geoeconómico e institucional emanado de Breton Woods. La robustez del paradigma liberal-capitalista se halla asimismo en revisión, a causa de las sucesivas crisis financieras, de la volatilidad extrema de los mercados y de los desequilibrios socioeconómicos inherentes al proceso de globalización. Todo ello está propiciando la aparición de movimientos sociales muy críticos con el libre comercio, pero también la emergencia de populismos que aprovechan en su favor dicho legítimo descontento, presionando a los gobiernos hacia políticas claramente proteccionistas. Actitudes como las del nuevo presidente norteamericano, con su decisión de abandonar el TPP, renegociar los términos del NAFTA e interrumpir las negociaciones del TTIP, son un claro ejemplo de esta tendencia.
Nos hallamos, por tanto, en un momento clave para el comercio global. A muchos analistas nos parece increíble que en pleno siglo XXI todavía tengamos que explicar el papel esencial que el libre comercio ha supuesto para el avance de la humanidad, pero la realidad nos dice que dicho papel no está siendo percibido por amplios sectores de la sociedad. Ello se debe tanto al oportunismo político como a los nuevos condicionantes geopolíticos y a la necesidad de actualizar un paradigma que ha permanecido incuestionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
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Las opciones son claras: o repensamos la arquitectura de la economía global (comercio incluido), mediante un nuevo impulso multilateral que refleje adecuadamente las nuevas realidades socioeconómicas y los actuales equilibrios de poder entre las naciones, o nos dejamos llevar por un creciente desinterés en cooperar y en definir unas reglas de juego aceptables para todos (esto es, Fair Trade además de Free Trade). El Profesor Heribert Dieter, en un magnífico trabajo del año 2014, anticipaba claramente los riesgos asociados a esta última opción: “La principal preocupación es que las lecciones políticas de los años 30 hayan sido olvidadas. La discriminación en el comercio ha regresado, y puede resultar en mayores conflictos y menos cooperación en las relaciones internacionales. Ninguna de las grandes potencias tiene un interés explícito en desarrollar el comercio a nivel multilateral. La geopolítica ha reemplazado el consenso liberal post-1945 en política comercial”.
Es una preocupación que comparto. La historia nos dice que olvidar las lecciones del pasado conlleva desagradables consecuencias en el presente y el futuro. Por desgracia, muchos políticos y economistas actuales parecen estar perdiendo rápidamente la memoria. No son buenas noticias para el comercio, ni para la humanidad.
—Sebastián Puig es Especialista en Tecnologías de la Información, Aprovisionamiento, Gestión Económica y Programas Internacionales.
Gentileza de: https://www.weforum.org
marzo 29, 2020
«La Unión Europea va a salir muy debilitada de esta crisis», advierte el coronel del Ejército de Tierra. Lamenta que «nuestros aliados nos den la espalda» pero lanza un mensaje de optimismo: «Los españoles sabremos salir adelante, ojalá tengamos líderes políticos que nos lleven por el buen camino»
Por Gonzalo Araluce.
El coronavirus ha roto en dos la Historia reciente de España… y del mundo. Los equilibrios de poder han cambiado. También las inquietudes sociales. Las cifras de infectados, de muertos, asaltan los informativos y luchamos por doblegar la famosa curva de contagios. ¿Había alguna forma de prever esta situación? ¿Cómo vamos a quedar cuando superemos la crisis? Los informes ya alertaban de los riesgos de una pandemia mundial. Así lo advierte el coronel Pedro Baños, diplomado de Estado Mayor y durante años al frente de labores de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo de Ejército Europeo en Estrasburgo. Ahora desgrana para Vozpópuli algunas de las claves de esta epidemia. Lamenta la falta de previsión de los Estados. También cree que la Unión Europea será la gran perdedora de esta crisis mundial, lastrada por su correosa burocracia y su incapacidad de una reacción rápida. Sobre el futuro de España, advierte: «Es el momento de replantearnos muchas cosas a nivel interno».
–¿Estaba prevista una crisis sanitaria de esta envergadura? ¿Ha faltado reacción?
-Previsto estaba. En las estrategias de Seguridad Nacional de España se ha abordado varias veces el tema. En la de 2011 se hablaba de los riesgos de las pandemias. En la de 2013 se insistía en el tema. Y en 2017 se profundizaba más en ellas con especial detalle en el ébola. Aún más lo citaban en las estrategias de Reino Unido de 2008 y 2010, citando la palabra ‘pandemia’ una docena de veces y diciendo que es una de las grandes amenazas a la seguridad. Al mismo nivel que un ciberataque o un ataque terrorista.
Pero todo eso queda sólo en el papel, no se ha fortalecido el sistema. Es cierto que una pandemia como esta no hay un sistema sanitario que lo aguante, pero estábamos con la guardia muy baja. También en el ámbito económico: casi sin reservas o con deudas. Ha faltado reacción y la recuperación va a ser muy difícil.
–Si algo estamos viendo estos días es que la pandemia del coronavirus está sacudiendo el tablero internacional.
-Lo primero que tenemos que entender es el concepto en que estábamos. Era de un enfrentamiento tecnológico que iba a más entre un Estados Unidos decreciente y una China con un auge impresionante. China ha gestionado la crisis y la ha convertido en oportunidad. Aún estamos a la espera de ver la reacción de Estados Unidos, que tiene que reformular el orden económico mundial para que le vuelva a ser favorable. Estamos en los primeros pasos, nos quedan por ver muchos movimientos.
–En uno de sus libros –Así se domina el mundo y El dominio mundial [ambos en la editorial Ariel]– recoge la siguiente reflexión: “No hay aliados eternos, sino intereses permanentes”. ¿Lo estamos viendo estos días?
-Tenemos el caso bien claro de Italia, que ha pedido ayuda no a un país de la OTAN, no de la Unión Europea. Se la ha pedido a Rusia. Toda esta situación está fomentando el euroescepticismo. La Unión Europea no ha logrado materializar nada. Los países afectados abren los brazos de par en par a Rusia y China.
–Si hace dos meses nos enseñan imágenes como las de los militares italianos y rusos trabajando codo con codo nos hubiera costado creerlo.
-Más aún teniendo en cuenta que Rusia está sancionada económicamente por la Unión Europea. Evidentemente esto tiene sus tintes propagandísticos y su estrategia, pero la realidad esta ahí. Aquellos que pensábamos que eran nuestros amigos más íntimos, nuestros aliados, nos están dando sistemáticamente la espalda.
–Dice que la Unión Europea no ha logrado materializar las ayudas a los países miembros…
-Va a salir muy debilitada de esta crisis, traslada a la ciudadanía una imagen de ineficacia. A eso hay que sumar el euroescepticismo que ya estábamos viviendo, con el Brexit como máximo exponente. Esto puede provocar una profunda desunión. La Unión Europea no está sabiendo aprovechar esta crisis para reconvertirla en una oportunidad de fortalecerse. La lentitud burocrática es un problema.
–¿Y en España? ¿Puede cambiar la concepción del Estado tal y como la conocemos?
-Pueden cambiar muchas cosas en el plano socioeconómico interno. Nos enfrentamos a un debilitamiento enorme de la sociedad. También de las grandes empresas y de los Estados. Tenemos volúmenes de paro muy alto, jóvenes con trabajos mal pagados y poca calidad. La clase media está cada vez más empobrecida. Es el momento de replantearnos muchas cosas a nivel interno. Tenemos que tener siempre alguna previsión, una reserva en el plano gubernamental y también en el individual para hacer frente a una crisis.
–Las consecuencias de todo esto las tenemos que contemplar a largo plazo.
-Lo estamos viviendo ya en España. Todos tenemos personas en nuestro entorno que lo están sufriendo en ERTEs, autónomos sin proyectos, pequeños empresarios que se quedan sin trabajos… Si esto se prolonga 2 o 3 meses, muchos no abrirán la persiana. Hay economistas que dicen que vamos a salir en ‘V’ [teoría que apunta a que la economía y el consumo se revitalizarán a fuerte ritmo tras los meses de parón]. Yo creo que no, que más bien será una ‘U’. Que una vez que esto pase, las personas con pocos ahorros tendrán que pedir préstamos, que el consumo se va a retrotraer y que aquellos con disponibilidad económica van a estar muy pendientes de gastar poco.
–Y una vez golpeados de pleno nos encontramos con el surgimiento de una cantidad ingente de fake news, que dificultan la gestión de la crisis.
-Lamentablemente también proceden de las instituciones, son oficiales y es muy difícil luchar contra ellas. Están proliferando agencias, departamentos o webs para detectar noticias falsas, pero sólo filtran aquellas que les interesan, por tintes ideológicos, económicos o el que sea. También hay quienes crean fake news por divertirse o por pura maldad. Hoy en día las notamos más porque nos entran a todos a través de la tecnología.
–¿Saldremos de esta?
-El pueblo español es extraordinario. Somos más trabajadores de lo que nos pensamos: cuando salimos al extranjero damos el do de pecho. Somos creativos, flexibles, y todo eso nos va a permitir salir adelante. No significa que vaya a ser fácil ni en poco tiempo, pero seguro que lo conseguimos. Ojalá tengamos líderes políticos que nos lleven por el buen camino y dentro de la unidad.
Fuente: vozpopuli.com, 29/03/20.
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noviembre 4, 2019
Por Joseph S. Nye.
Que un conflicto se salga o no de control depende de la capacidad para comprender la escala de las hostilidades y comunicarse en relación con ella. Por desgracia, cuando se trata de conflictos cibernéticos, no hay un acuerdo respecto de su escala o de cómo se relacionan con las medidas militares tradicionales. Lo que algunos consideran un juego o batalla aceptables de común acuerdo puede no parecerle lo mismo al otro lado.
Hace un decenio, Estados Unidos usó acciones de cibersabotaje en vez de bombas para destruir instalaciones iraníes de enriquecimiento de uranio. Irán respondió con ciberataques que destruyeron 30.000 computadoras de Saudi Aramco y afectaron a bancos estadounidenses.
En junio de este año, tras la imposición de paralizantes sanciones por parte del gobierno del presidente estadounidense Donald Trump, Irán derribó un vehículo aéreo no tripulado (dron) estadounidense de vigilancia; la acción no provocó bajas.
Al principio Trump planeó responder con un ataque misilístico, pero lo canceló a último momento y optó por un ciberataque que destruyó una base de datos clave que usa el ejército iraní en sus acciones contra buques petroleros. Una vez más, hubo costos, pero no bajas. A continuación Irán ejecutó (en forma directa o indirecta) un elaborado ataque con drones y misiles crucero contra dos importantes instalaciones petroleras sauditas. Si bien parece que no hubo víctimas mortales, el ataque supone un considerable aumento de los costos y los riesgos.
El problema de las percepciones y del control de una escalada no es nuevo. Desde 1945, las armas nucleares han servido como una bola de cristal en la que los líderes pueden tener un atisbo de la catástrofe implícita en una guerra a gran escala. Tras la crisis de los misiles cubanos en 1962, los líderes aprendieron la importancia de la desescalada, de la comunicación en el contexto del control de armas y de los protocolos para el manejo de conflictos.
Pero la tecnología cibernética no tiene los efectos claramente devastadores de las armas nucleares, y eso plantea un conjunto diferente de problemas, porque no hay aquí una bola de cristal. Durante la Guerra Fría, las grandes potencias evitaron enfrentamientos directos, pero en la ciberguerra no ocurre lo mismo. Aun así, la amenaza de un Pearl Harbor cibernético ha sido exagerada.
La mayoría de los ciberconflictos se dan por debajo del umbral establecido por las reglas del conflicto armado. No tienen consecuencias letales, sino económicas y políticas. No es creíble amenazar con una respuesta nuclear al robo chino de propiedad intelectual o a la interferencia rusa en elecciones.
Según la doctrina estadounidense, la disuasión puede (o no) ir más allá de una respuesta cibernética. Estados Unidos responderá a ciberataques con medidas en una variedad de ámbitos o sectores, con cualquier arma que elija, en proporción al daño hecho. Esto puede ir desde la denuncia pública, pasando por las sanciones económicas, hasta las armas cinéticas. Hace unos meses, se habló de una nueva doctrina de “combate permanente” (persistent engagement) como algo dirigido no sólo a impedir ataques, sino también a reforzar la disuasión. Pero en general, el solapamiento técnico entre piratear una red para reunir datos de inteligencia o impedir un ataque y hacerlo para ejecutar operaciones ofensivas hace difícil distinguir entre escalada y desescalada. En vez de confiar en la negociación tácita (como insisten a veces los proponentes del “combate permanente”), la limitación de la escalada puede demandar vías de comunicación explícita.
Al fin y al cabo, no podemos dar por sentado que tenemos experiencia suficiente para comprender lo que es una conducta competitiva aceptable de común acuerdo (agreed competition) en el ciberespacio o que podemos estar seguros del modo en que se interpretarán acciones ejecutadas en las redes de otros países. Por ejemplo, la ciberinterferencia rusa en las elecciones estadounidenses no fue una conducta competitiva aceptable. Con un dominio tan novedoso como el cibernético, la comunicación abierta en vez de meramente tácita puede ampliar nuestra limitada comprensión de los límites.
La negociación de tratados de control de ciberarmas es problemática, pero eso no impide la diplomacia. En el dominio cibernético, la diferencia entre un arma y algo que no lo es puede reducirse a una sola línea de código; o el mismo programa puede usarse para fines legítimos o maliciosos, según la intención del usuario. Pero aunque eso impida la verificación de tratados de control de armas en un sentido tradicional, aun así debería ser posible fijar límites al empleo de ciberarmas contra ciertos tipos de blancos civiles (más que a las armas en sí) y negociar protocolos que limiten el conflicto. En cualquier caso, mantener la estabilidad estratégica en el ciberespacio será difícil. Como la innovación tecnológica allí es más rápida que en el ámbito nuclear, la ciberguerra se caracteriza por un mayor temor recíproco a sorpresas.
Pero con el tiempo, una mejora de la atribución forense puede reforzar el papel del castigo; y una mejora de la defensa por medio de la encriptación o el aprendizaje automático puede reforzar el papel de la prevención y la denegación de ataque. Además, conforme estados y organizaciones lleguen a comprender mejor las limitaciones e incertidumbres de los ciberataques y la creciente importancia del vínculo entre Internet y su bienestar económico, los cálculos de costo‑beneficio respecto de la utilidad de la ciberguerra pueden cambiar.
Pero por ahora, la clave para la disuasión, la gestión de conflictos y la desescalada en el dominio cibernético es reconocer que todos todavía tenemos mucho que aprender.
Fuente: Clarín, 04/11/19.
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octubre 29, 2019
Por Agustín Laje.
En América Latina acostumbramos a equiparar crisis económicas con crisis políticas, en el sentido general de que las primeras desencadenan las segundas. Por eso la propia noción de crisis nos remite, casi automáticamente, a gráficos y números; a complejos cálculos que un desfile de economistas tratan de resumir por televisión; a inflación, desabastecimiento, corridas bancarias, desempleo, pobreza. Esa, pues, es la fisonomía de una crisis en el imaginario colectivo latinoamericano.
Ahora bien, nada de eso ocurre realmente en Chile, sencillamente porque la crisis no es económica, sino estrictamente política e ideológica. Y esto debe ser tenido en cuenta a partir de las variables macroeconómicas que posicionan, no por nada, a Chile como el país más desarrollado de la región gracias al modelo que hoy precisamente se impugna: crecimiento promedio anual del 3,7 % en las tres últimas décadas, incremento del PIB per cápita de 4.000 a 28.000 dólares en las últimas cuatro décadas, reducción de la pobreza del 53 % al 6 % en ese mismo lapso, inflación actual virtualmente inapreciable, una movilidad social envidiable, caída del coeficiente de Gini desde los ’80 a hoy, etcétera.
Si en nuestro imaginario colectivo son las crisis económicas las que desatan las crisis políticas, ¿en qué medida una crisis política se desata si no es a través de una crisis económica? Fundamentalmente, a través de una crisis de legitimidad respecto de la totalidad del sistema. Y estas son, sin dudas, las crisis más corrosivas, porque no se solucionan con un nuevo plan económico o con una reforma puntual, sino con una reestructuración radical, o bien de las expectativas sociales respecto de esa totalidad, o bien con el derrumbamiento de la totalidad como paso previo para rearmar un nuevo sistema: y a eso es lo que llamamos, desde luego, revolución.
¿Hay una revolución, pues, en Chile? No en sentido estricto. Por ahora hay insurgencia y rebelión. La revolución es el paso siguiente, en el que las grietas del sistema interpelado se ensanchan de tal manera que toda la estructura termina de caer. Y eso, por el momento, no ha pasado. En términos marxistas, podríamos decir que lo que hoy vemos en Chile todavía acontece al nivel de la superestructura política, jurídica, cultural e ideológica, pero que está apuntando a dar un salto cualitativo hacia la estructura económica como fin último.
La peculiaridad de la actividad revolucionaria al nivel cultural es que demora en brindar frutos lo que demoran las generaciones en adoctrinarse. Y en Chile, claro está, la izquierda domina el sistema cultural (escuelas, universidades, medios de comunicación y farándula) desde hace muchos años ya. Personalmente, he dictado conferencias en colegios donde hacía algunos días habían estado enseñando las ideas de Antonio Gramsci dirigentes comunistas como Boric y Jackson, quienes a su vez han sido formados por Mouffe y Laclau en recurrentes visitas de estos a Chile. Estoy hablando, en el caso que me tocó vivenciar, de un colegio de clase alta del sur del país. Y personalmente, también, me tocó vivir al menos tres actos de censura en universidades chilenas, que cancelaron mis conferencias con menos de 24 horas de antelación.
Entiéndase lo que se quiere decir: si se advierte la composición sociocultural de los manifestantes chilenos, podrá advertirse que no estamos, en efecto, frente a una revolución proletaria ni mucho menos. Es el estudiantado de clase media, media alta y alta el que protagoniza la revuelta. Y la revuelta no es el fruto de crisis económica alguna, sino de una crisis de legitimidad del sistema que hizo de Chile el país más próspero de la región, que viene siendo cuidadosamente trabajada desde hace muchos años en aquellos que, por fin, están listos para salir al campo de batalla.
Ahora bien, la crisis política chilena no es simplemente una crisis de legitimidad, sino que además es el producto de un contexto político internacional bien preciso, en un momento en el que la izquierda populista se rearma en la región tras el punto de inflexión que significó la victoria de AMLO en México y el armado del llamado Grupo de Puebla.
Al respecto, existe una tendencia tan estúpida como infantil de considerar que toda variable geopolítica es parte de una “teoría de la conspiración”. Y es que la política no tiene que ver simplemente con urnas, votos, discursos y partidos políticos: esto es, en todo caso, lo que se ve de la política. Pero hay una dimensión de la política (quizás la más política de sus dimensiones) que no se coloca a la luz del día: servicios de inteligencia, infiltraciones, interceptaciones, carpetas reservadas, etcétera.
El éxito de la revuelta chilena descansa, precisamente, en su apariencia de “espontaneidad”. Sustraído de toda conexión política-internacional, de toda evaluación de intereses foráneos, de toda determinación de relaciones de fuerzas entre naciones, el conflicto chileno se define a sí mismo como la autodeterminación de un “pueblo” que “transversalmente” decidió “decir basta” (sin saber muy bien a qué). En otras palabras, el éxito de la revuelta descansa en la imbecilidad colectiva que gusta de épicas de cartón diseñadas para imbéciles.
“Vamos mejor de lo que pensábamos. Y todavía lo que falta. Estamos cumpliendo el plan. Foro de San Pablo, estamos cumpliendo el plan, ustedes me entienden”, decía Nicolás Maduro al ser señalado como responsable de la violencia en Ecuador y en Chile. Diosdado Cabello, por su parte, hablaba de la “brisa bolivariana que recorre la región”. Por eso mismo el Comunicado de la Secretaría General de la OEA del 16 de octubre de este año, que decía expresamente que “las actuales corrientes de desestabilización de los sistemas políticos del continente tienen su origen en la estrategia de las dictaduras bolivarianas y cubana, que buscan de nuevo reposicionarse”.
¿No entran a diario cientos de venezolanos a Chile, que huyen de la pobreza de su país? ¿Cuán difícil es meter venezolanos con “otro tipo” de intereses? ¿E incluso cubanos? ¿O acaso no son las fronteras chilenas tan porosas como Bachelet las dejó? Llegan, además, refuerzos de otros países. Los dirigentes del Frente de Izquierda de Argentina, Gabriel Solano y Romina Del Pla, por ejemplo, anunciaron en sus redes sociales que estaban viajando ahora mismo a Chile “para apoyar la rebelión del pueblo chileno”. Y a ello hay que sumar el movimiento indígena organizado, los grupos feministas, los lobbies LGBT y todos los movimientos sociales que la izquierda, con gran astucia, ha estado formando durante décadas a partir de la teoría de la hegemonía laclauniana.
Mientras Alberto Fernández saluda al represor Piñera, mañana viajo junto con @RominaDelPla y otros compañeros y compañeras del @PartidoObrero para apoyar la rebelión del pueblo chileno. https://twitter.com/alferdez/status/1188886008009580546 …Alberto Fernández✔@alferdezGracias, presidente @sebastianpinera. Así lo haremos. Nuestros pueblos merecen que trabajemos por la integración de nuestra América Latina y por un desarrollo que atienda a quienes más padecen este presente de desigualdad. https://twitter.com/sebastianpinera/status/1188781012966359040 …36220:44 – 28 oct. 2019Información y privacidad de Twitter Ads1.191 personas están hablando de esto
Porque en esto hay que ser bien claro. El ataque a las instituciones chilenas es un ataque esencialmente de tipo izquierdista. Desde luego que los idiotas útiles abundan, y parte del éxito de la presunta “transversalidad” y “espontaneidad” alegada reside precisamente en atraer como con un imán a personas que no saben lo que hacen, pero lo hacen de todas maneras. Así, lo único espontáneo del caso chileno, en todo caso, es la ingenuidad de quienes pensando que efectivamente aquello es espontáneo, se suben a un tren que va marchando hacia una dirección totalmente preestablecida, pero que ellos, los ingenuos funcionales, por supuesto desconocen.
¿Y cuál es esa dirección? Todo indica que una nueva Constitución, hecha a la medida de los intereses del socialismo, que eche por tierra aquellos principios fundamentales que hicieron de Chile un país rico y próspero. Por ello las reformas económicas estatistas y los cambios ministeriales que cobardemente llevó adelante Sebastián Piñera como concesión a los delincuentes callejeros no sirvieron de nada, y las manifestaciones inmediatamente después se reanudaron. Porque lo que se ha impugnado es la totalidad del sistema, y la Constitución es el reflejo de la arquitectura política de esa totalidad.
La “centro-derecha” está pagando muy caro no haber entendido la cultura como campo de combate, y la política como realización efectiva de algo más que un gráfico de barras o una planilla de Excel. Y en este sentido, la izquierda lleva años jugando sola, metiendo goles en un arco sin ningún portero.
Fuente: es.panampost.com, 29/10/19.
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